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SOBRE EL AUTOR: LA HISTORIA PERSONAL

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Un breve relato de la evolución de mi propio interés en el psicoanálisis del desarrollo ofrece otra perspectiva de los temas que dan vida a este libro. Terminé la escuela de posgrado en 1981 con un innovador programa doctoral que incluía una sólida introducción a las ciencias de la vida, la neurofisiología y la neuroanatomía, junto con el psicoanálisis y otras psicologías y el desarrollo infantil, seguido de tres años de formación clínica hospitalaria. Me impresionó la inmediatez del cuerpo físicamente presente y los métodos y hallazgos de las ciencias médicas y naturales, incluso siendo consciente de sus limitaciones. Al mismo tiempo, seguí comprometido con los temas políticos y filosóficos y las comunidades que habían animado mi adolescencia tardía y mis años posuniversitarios. Fui un partidario de la nueva izquierda de los años sesenta en la universidad, y después un organizador laboral y clínico de salud mental comunitaria, trabajando para lo que todavía considero como propósitos muy justos, junto con la resolución de problemas de desarrollo personal. Me interesaban tanto las teorías sociopolíticas como el psicoanálisis, así como el deseo de incluir servicio social o una agenda de acción social en mi trabajo diario.

Parecía haber una brecha entre el análisis y las teorías sociales que me influenciaban: el marxismo, la escuela de Fráncfort (por ejemplo, W. Benjamin, 1968; Marcuse, 1955), la sociología estructural-funcional (Parsons, 1964) y las teorías sociales críticas emergentes como la de Foucault (1978). En general, estas teorías se ocupaban de las desigualdades de poder, pero no proponían una teoría psicológica fuerte. Sin embargo, el psicoanálisis favoreció las motivaciones asociales, individuales y las estructuras de la personalidad a expensas del mundo social, aun cuando ofreciese un método adecuado al proyecto radical de desenterrar las dinámicas ocultas por las que las personas colaboran con fuerzas que las frustran, las privan e incluso las oprimen. Pero si los instintos primitivos impulsaban el sistema, entonces ¿cómo se podía ser optimista sobre la perspectiva de los cambios básicos que parecían tan necesarios? Y como muchos de mis camaradas en los movimientos de la nueva izquierda estaban volviendo a los desafíos más mundanos de la vida personal y profesional a medida que los movimientos decaían, ¿cómo podíamos pensar en estos dominios más privados de una manera que llevara algo de nuestro anterior celo por la justicia social (Harris, 2012; Seligman, 2012a)?

Durante mi formación clínica, pasé bastante tiempo trabajando con niños. Me pareció que había más oportunidades de intervenir en los entornos sociales que normalmente se descuidaban en la mayoría de los entornos de tratamiento para adultos, y me gustaba jugar con los niños. Esta tendencia práctica fue reforzada por mi interés en las cuestiones conceptuales sobre los efectos e influencias comparativas entre las influencias ambientales y las constitucionales. Durante esta época, la observación directa de la interacción entre el infante y sus padres estaba llegando a la mayoría de edad, por lo que fui tomando conciencia de la nueva generación de investigadores audaces y sensibles que estaban ofreciendo una nueva concepción del bebé como un ser activo, social y psicológicamente vivo desde su nacimiento y de que estaban sembrando las semillas del nuevo paradigma que iba a transformar el panorama analítico (por ejemplo, Bowlby, 1969; Brazelton, Kozlowski y Main, 1974; Emde, 1988a; Greenspan y Pollock, 1989; Sander, 2002; Stern, 1985).

La «revolución relacional» se estaba afianzando en el psicoanálisis durante esos mismos años. Incluso cuando empecé la formación psicoanalítica formal en un instituto psicoanalítico más consolidado afiliado a la American Psychoanalytic Association, descubrí que el giro relacional era el más adecuado para proporcionar el marco general para una síntesis analítica integradora y flexible.5 Su enfoque amplio e inclusivo se basó en la tradición más socialmente orientada del análisis interpersonal, así como en el feminismo insurgente, la teoría social crítica y la nueva investigación sobre el desarrollo; era crítico con las raíces psicoanalíticas freudianas sin rechazarlas. El carácter iconoclástico y flexible del enfoque relacional en el trabajo clínico era el que más se adaptaba a mí, tanto en lo temperamental como en lo intelectual, ofreciendo una alternativa reflexiva y seria al método clínico analítico más tradicional en el que me había formado. Aunque muchos de mis profesores de orientación psicológica del yo eran increíblemente abnegados, inteligentes y reflexivos, y algunos podían ser bastante flexibles (especialmente en la práctica), todavía había una aceptación más o menos acrítica de las convicciones teóricas y técnicas establecidas sobre las pulsiones, la neutralidad, etc. De manera similar, había una sorprendente falta de intercambio cosmopolita con las diversas corrientes del mundo analítico de las que yo estaba tomando conciencia, incluyendo la psicología del self, las innovaciones lacanianas y otras francesas y, por supuesto, con los grupos británicos de los objetos relacionales (por los que yo estaba bastante impresionado desde hacía algún tiempo). El psicoanálisis del yo norteamericano hegemónico parecía errar en cuanto a su reivindicación y su exportación, carecía de autocrítica o diálogo con otras perspectivas dentro y fuera del campo analítico.

Mi propio entusiasmo por una visión más amplia fue alimentado por el trabajo continuado con niños, y especialmente por mi especial interés en el trabajo con infantes y sus padres. El contacto sincero con los bebés elimina los obstáculos hacia la espontaneidad y la autenticidad: los bebés pueden comunicarse y responder directa y eficientemente sin las sutilezas del lenguaje y suelen ser receptivos incluso a pequeños cambios en el entorno emocional y físico. Por lo general, he mantenido una práctica continua de psicoterapia infantil junto con la atención a adultos, pero también he trabajado a lo largo de mi carrera en el desarrollo del modelo de psicoterapia padres-bebés propuesto por Selma Fraiberg y otros (1975, 1980), adaptando su atención psicoanalítica a los «fantasmas en la guardería» para trabajar en los hogares de las familias con problemas psicosociales y económicos, en su mayoría afroamericanas y latinas (Seligman, 1994, 2014b). Allí, la respuesta directa e inmediata parecía tan convincente con los bebés y sus padres como siempre lo ha sido con los niños en la psicoterapia. Muchos de esos casos se referían a episodios de maltrato y desamparo de niños, inmigración reciente y adicción en medio de la pobreza y otras dificultades socioculturales. Mientras me encontraba con esto en los hogares de familias tan problemáticas y en medio de diversos servicios sociales, gubernamentales y sistemas médicos, me di cuenta de que las principales ideas analíticas centrales podían ser poderosas en estas circunstancias poco convencionales y desafiantes si se concebían y se ofrecían de una manera clara, accesible y cercana a la experiencia. (Véanse capítulos 7 y 8; véase también Seligman, 1994).

En mi trabajo clínico, creo que todas las orientaciones analíticas con las que estoy más familiarizado son útiles; sin que yo sea consciente de las fuentes particulares en un momento determinado, es cada situación analítica emergente la que las va requiriendo. Éstas incluyen la orientación freudiana clásica, el modelo estructural centrado en las defensas y el conflicto psíquico, el énfasis kleiniano en la fantasía inconsciente y las profundas relaciones de objetos internos, la corriente profundamente imaginativa y orientada al desarrollo del Middle Group, la psicología del self y la visión relacional contemporánea, con su enfoque afirmativo del compromiso y la participación del analista. El antropólogo Clifford Geertz (1973) ha propuesto la «descripción densa» simultánea como un método para observar los fenómenos desde múltiples perspectivas a la vez; gracias a ello, se presenta una descripción estructurada de una serie de detalles y procesos y desde diversas perspectivas que puedan transmitir y captar parte de la profundidad de lo que está sucediendo. En muchos aspectos, el psicoanálisis se basa en esos métodos en su práctica cotidiana. (Véase también Chodorow, 1999).

El psicoanálisis siempre ha parecido apuntar hacia este tipo de intencionalidad, pero con demasiada frecuencia se aleja de estos potenciales por sus propias jerarquías y rigideces organicistas, procedimentales y epistemológicas, así como por su insistencia en la primacía de lo verbal. Más allá de esto, sin embargo, la iluminación freudiana de la ambigüedad, el conflicto, la fantasía y la naturaleza irracional y elusiva de lo que puede decirse y conocerse de uno mismo es indispensable no sólo para nuestro campo, sino para la cultura en su conjunto, especialmente porque parece empeñada en abandonar la interioridad por el ámbito de la comunicación básica y de uso común. Pero estas virtudes fundamentales no se pueden desarrollar con las mistificaciones y ortodoxias que han obstaculizado un enfoque pragmático y contemporáneo que podría abarcar lo más evocador y preciso y, me atrevería a decir, que nos apunta a la experiencia más verdadera.

Las relaciones en el desarrollo

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