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Agradecimientos

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Este libro no se habría escrito sin Adrienne Harris, coeditora de Relational Perspectives Book Series. Además de convencerme de que esto valía la pena y de leer varios borradores, me prestó su extraordinario marco de referencia y su profundo conocimiento de todas las complejidades llenas de matices que implica la síntesis del psicoanálisis con los campos adyacentes. Estoy agradecido por su constante estímulo y su continua comprensión.

Muriel Dimen hizo un comentario mientras cruzábamos la calle una noche sobre su interés en una orientación hacia el surgimiento del psicoanálisis del desarrollo que me llevó a escribir lo que ahora es la primera mitad del libro. En ese momento pudo parecer algo informal, pero sospecho que escondía un as en la manga. El interés espontáneo de Muriel ha dado lugar a más proyectos de los que nadie pueda imaginar. Desearía que siguiera aquí.

Muchos mentores y partidarios me alentaron y facilitaron mi búsqueda de una opinión, por ejemplo: Robert Wallerstein, Owen Renik, Jonathan Slavin, Joseph Afterman, Calvin Settlage, y otros a los que, lamentablemente, quizá esté omitiendo. Los diálogos con Daniel Stern, Mary Main y Erik Hesse, y especialmente con Louis Sander, me ayudaron a creer que las nuevas formas de ver realmente podrían funcionar. Las reuniones periódicas de varias organizaciones profesionales han proporcionado un contacto permanente con colegas e ideas, así como la oportunidad de presentar versiones anteriores de algunos de estos capítulos: la Division of Psychoanalysis (39) of the American Psychological Association, la World Association of Infant Mental Health (WAIMH), el National Center for Clinical Infant Programs (ahora llamado Zero to Three), y posteriormente, la International Association of Relational Psychoanalysis and Psychotherapy (IARPP) y la American Psychoanalytic Association.

Durante tres décadas, mis colegas del Infant-Parent Program de la Universidad de California, San Francisco, ofrecieron lecciones casi diarias en sobre cómo el trabajo razonablemente concienzudo y cuidadoso en las circunstancias psicosociales más difíciles podría marcar una enorme diferencia, tanto en la intervención clínica como en la política social. Los almuerzos semanales con Jeree Pawl, Alicia Lieberman, Judith Pekarsky, Graeme Hanson y Barbara Kalmanson fueron una oportunidad extraordinaria para aprender con algunos de los colegas más serios y comprometidos que he conocido. Estoy agradecido y orgulloso de haber trabajado con cada uno de ellos.

Algunos de estos capítulos se escribieron a lo largo de varios años, durante los cuales muchos colegas y amigos apoyaron su escritura. Tuve la suerte de colaborar con Alexandra Harrison y Rebecca Shahmoon Shanok en los correspondientes artículos, y ellas gentilmente aceptaron que nuestro pensamiento conjunto se incluyera en este libro. En las últimas décadas, los editores originales de Psychoanalytic Dialogues —Stephen Mitchell, Neil Altman y Jody Davies— ofrecieron una plataforma y un voto de confianza. Mis propios coeditores jefes de PD —Anthony Bass, Steven Cooper y Hazel Ipp— me han dado la oportunidad de experimentar una colaboración que no es común en la práctica de la psicoterapia privada habitual. He tenido mucha suerte de tenerlos como socios.

Más recientemente, muchos amigos y colegas han comentado los capítulos: Randy Badler, Edward Corrigan, Luca DiDonna, Pearl-Ellen Gordon, Michael Kazin, Lisa Koshkarian, Anne Krantz, Katherine Leddick, Mary Margaret McClure, Thomas Rosbrow, David Wallin, Michael Windholz y los estudiantes y colegas de mis seminarios en Los Ángeles, Nueva York, San Francisco y la Universidad de California en San Francisco. Orna Guralnik y Thomas Cohen tomaron mi escritura como si fuera suya, desafiándome a averiguar lo que realmente quería decir. Karen Rosica leyó repetidos borradores y pasó horas hablando conmigo sobre ellos. Con su típico entusiasmo, releía las diversas versiones con suficiente frecuencia como para que yo llegase a creer que se aburría como una ostra. Ha sido una colega especial y una amiga aún mejor. Michael Kazin y William Greenberg me ayudaron a ordenar la estructura del libro y escucharon mis quejas y ansiedades a lo largo del camino, al igual que Steve Anker y Richard Bloom. Las sucursales de Inverness y Point Reyes Station de la Biblioteca Pública del Condado de Marin (CA) ofrecían lugares tranquilos y agradables para escribir. Me alegro de haber redescubierto la paz y la claridad que aún conservan las bibliotecas públicas.

Jeff Jackson fue el editor que siempre he deseado: amaba lo que el lenguaje podía hacer, entendía cómo las ideas y la escritura se estructuran mutuamente y que pudiera unirlo para ayudarme a encontrar la mejor forma de decir lo que trataba de decir, a veces antes de que yo mismo lo supiera. La mano y la mente firme de Kristopher Spring respaldaron la finalización de este proyecto; no estoy seguro de que pudiera haber terminado sin él. Kate Hawes y Charles Bath en Routledge han ayudado más, sospecho, de lo que se dan cuenta. La clara comprensión de Kate de lo que a veces me parecía un rompecabezas insolublemente amorfo puede parecerle lo que hace todos los días, pero me llevó a algunos puntos muertos en los que podría seguir atascado si no hubiera encontrado el camino hacia ella.

Mi esposa, Mary Amsler, y nuestra hija, Molly Leigh Amsler Seligman, han tenido que aguantar bastante para que todo esto se hiciera, y no se lo he agradecido lo suficiente. Estoy agradecido por su paciencia, su flexibilidad y, sobre todo, por la luz que traen a mi vida.

STEPHEN SELIGMAN

San Francisco

Mayo de 2017

Las relaciones en el desarrollo

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