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Para encontrar a Rearte

Tal como había vaticinado Angelito, en la comisaría 1ra de San Martín José María Aponte la estaba pasando muy mal.

Cuando el día anterior al tiroteo, la policía de la provincia –que operaba sin aviso en la Capital Federal– entró al local de la calle Gascón, encontró las armas, la gelignita y a José María Aponte, que mataba el tiempo tomando mate. Los policías se lo llevaron a San Martín y dejaron en el lugar a dos sargentos para sorprender al que llegara a la supuesta cita.

A esa altura, Angelito estaba convencido de que, si no había sido la Policía Federal, quien había llegado tenía que ser su socio René Bertelli y, conociéndolo como lo conocía, estaba todavía más convencido de que antes de ir había llamado por teléfono, para asegurarse de que todo estuviera en orden.

Bertelli era un hombre de suerte: Aponte no tenía idea de que alguien concurriría esa tarde a la fábrica de separadores de baterías. El pobre diablo no tenía idea de nada, ni tenía nada que hacer, ni en la fábrica de separadores de baterías de la calle Gascón ni en ningún otro sitio, fuera de matar el tiempo antes de intentar algún hurto de poca monta, como para seguir tirando. De haber sabido que quien iría por el local era Bertelli, por lo menos hubiera podido decir algo a los policías, furiosos e indignados por la muerte de sus dos compañeros.

–¿A quién esperabas, hijo de puta? –preguntaban entre descarga y descarga de la picana eléctrica los integrantes de la brigada de la 1ra de San Martín.

Aponte no sabía qué contestar, ni hubiera podido hacerlo. Los policías estaban tan urgidos y ansiosos por conocer la identidad de quienes habían disparado contra los sargentos caídos, que no le daban tiempo a decir nada. El cuerpo desnudo de Aponte se limitaba a dar involuntarios saltos y sacudidas sobre el elástico de hierro. Además de aullar, lo único que podía hacer era pensar en el nombre que había más a menudo ocupado su mente en los últimos meses: el hijo de puta de Rearte, con quien tenía una cuenta que saldar.

–¡Rearte! –gritó.

El policía le dio un sopapo.

–No te hagás el piola, que la vas a ligar en serio.

Para reafirmar sus palabras, una nueva descarga lo sacudió durante varios segundos.

–¡No me estoy haciendo nada! –volvió a aullar Aponte.

–¿Pero te crees que somos boludos, que no sabemos que Rearte está en Caseros?

–De Pocho hablo.

–¿Qué Pocho?

–¡Pocho Rearte! Es el hermano…

–¿Dónde vive?

Aponte no tenía idea, pero sintió que algo tenía que decir. Fue como cuando estaba estreñido. Una vez que soltó el primer nombre, todo salió más fácil.

–¡Pregúntenle a Vallese! –gritó tras una nueva descarga eléctrica– Es amigo de Rearte y vive cerca de Plaza Irlanda.

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