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Las sospechas del Tirano

El teniente coronel Zambone abrió la puerta y se hizo a un lado. Angelito entró primero. Era un hombre robusto y atlético, de alta estatura, gruesos bigotes y calva incipiente. La ira ensombrecía su semblante y una marca en un pómulo mostraba que Soróchaga se había visto obligado a recurrir a su mejor argumento: el gancho de izquierda.

Mientras, por indicación de Zambone, Angelito se dirigía hacia una de las sillas dispuestas frente al escritorio, el sargento cerró la puerta con delicadeza y se mantuvo de pie, con los brazos cruzados y la espalda apoyada en una pared.

–¡Cómo se le ocurre...!

Zambone cortó de cuajo la protesta.

–¡En mi país se saluda, carajo! ¡Y con mucho más respeto cuando se trata de un oficial superior!

–Sí, disculpe mi teniente coronel. Buenas tardes –refunfuñó Angelito, que pronto recobró el ánimo y, sin mirarlo, apuntó con un brazo en dirección a Soróchaga–. Pero usted no me puede mandar a buscar con este tipo.

–¿Por qué?

–¡Porque es un terrorista!

Zambone no se pudo contener.

–No se ría… –protestó Angelito.

Se había puesto de pie. Sin disimular la sonrisa, con un gesto Zambone tranquilizó al sargento Soróchaga, que había abandonado la posición de descanso y, con los brazos a los costados, parecía listo para intervenir.

–¿Así que él es un terrorista?

–Sí –contestó Angelito, todavía de pie–. Le puso una bomba al General en Caracas.

–¿Y usted no?

Angelito lo miró con asombro.

–¡¿Al General?! ¿Yo?

–Al general Labayru.

Angelito se dejó caer en la silla, tranquilizado.

–Ah, a ese...

–Y al mayor Cabrera...

–Cabrera era del Servicio de Informaciones.

Zambone lo miró inquisitivamente mientras su sonrisa se volvía más pronunciada.

–¿Como yo?

–Pero no tuve nada que ver con esa bomba.

–Los explosivos eran suyos. Usted los entregó.

Angelito negó con enfáticos cabeceos cualquier clase de vínculo con ese atentado en el que había muerto la pequeña hija del mayor del Servicio de Informaciones del Ejército.

–No sé quién puso la bomba. La versión que circuló fue que había sido un trabajo interno... de alguno de los servicios...

Zambone dejó pasar la alusión. No era conveniente desviarse por los caminos hacia ninguna parte que taimadamente le proponía Angelito.

–¿Y quién puso la bomba en el hotel San Francisco, voló el puente en el arroyo...?

Zambone abrió la carpeta y buscó el nombre del arroyo.

–La Estacada –dijo Angelito con una sonrisa

–Sí, el arroyo La Estacada... y asaltó la estación de radio de la Universidad de Cuyo... –Zambone volvió a hojear la carpeta– ¿Qué es lo que hizo con el equipo trasmisor?

–Ya se lo dije. Lo llevamos a Paraguay. Mil veces se lo dije.

Zambone asintió. Gracias a la información de Angelito había conseguido desarticular completamente la red terrorista y metido presos a casi doscientos de sus cómplices, incluida su esposa.

La esposa de Angelito había sido liberada hacía poco. Se preguntó si no sería eso lo que tenía a su informante de tan mal humor: siempre había estado convencido de que pudo haberla entregado ex profeso, para sacársela de encima.

Pasó las hojas de la carpeta hasta encontrar las fotocopias de las postales que desde París, Madrid, la isla de Capri, Santo Domingo, y Cuba, Angelito había mandado a su esposa, presa en un penal de La Pampa. Junto a las fotocopias, se veía una postal original: la que Angelito despachó desde Colón. Zambone la había mandado interceptar e incautar: nadie debía saber que ambos habían coincidido en Panamá.

Fue ahí donde hizo contacto. Angelito acababa de llegar desde Ciudad Trujillo. Se lo notaba contrariado. Con el tiempo, Zambone sabría por qué y, paradójicamente, este conocimiento le abriría un enorme interrogante. El disgusto de Angelito se debía a los desaires que le había hecho el Tirano Prófugo en Santo Domingo. Por lo que Zambone había conseguido averiguar, el Tirano sospechaba que Angelito estaba vinculado a la CIA.

¿Sería así? ¿Y si la CIA lo estuviera infiltrando a él? El Tirano era un tirano, y un demagogo y un fantoche y un niponazifalanjocomunista y una mierda, pero no tenía un pelo de zonzo. Si sospechaba de Angelito, por algo sería.

Durante su estadía en Panamá y una vez finalizado el curso en la Escuela de las Américas, Zambone fue invitado a Langley, pero no pudo sacar nada en limpio respecto a Angelito. Se dijo entonces que bastaría con actuar con precaución, usándolo para algunas misiones, raleándolo de otras y desinformándolo siempre que pudiera.

Esta sería una de las ocasiones en que eso no resultaría posible.

Ahora puede contarse

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