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DE COÑA CON LOS INSULTOS

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Desde hace tiempo se viene contando el chiste de que no hay ningún insulto racial bien arraigado que se considere verdaderamente ofensivo para los blancos. Y no podemos estar más de acuerdo; sobre todo en lo que se refiere a los blancos de verdad. La multitud café con leche descafeinado y WASP17, por ejemplo, se siente infinitamente más ofendida por la mera existencia de otra gente que lo que jamás podría llegar a estarlo por una palabra. A la mayoría de los blancos pobres, tan alejados de los WASP que hasta podrían considerarse de otra raza, no les molesta que les llamen «rednecks». Joder, si decoramos con esa mierda la carrocería de nuestras camionetas y nos lo tatuamos hasta en la polla, es obvio que desagradar no es que nos desagrade mucho. Lo que pasa es que es muy difícil ofender a un blanco pobre con un insulto. Coño, es difícil ofender a un blanco pobre con cualquier cosa que no sea echar pestes sobre su camioneta. Pero está claro que ni por esas la gente ha dejado de intentarlo.

A continuación, os presentamos lo más de lo más en insultos sureños:

«Cracker». Ahh, el viejo clásico infalible. Es como una taza de chocolate caliente. Mirad, no es que pretendamos bajaros los humos ni nada parecido, pero, francamente, resulta de lo más hilarante vuestro patético intento de utilizar la palabra «cracker» a modo de insulto. Siempre hemos supuesto que la cosa viene de las galletitas saladas o de soda (lo que en la actualidad no tendría mucho sentido, dado que esas galletas vienen en fundas..., ¿lo pilláis?18). Ya sabéis, rollo comida. Porque a nadie le hace gracia ser considerado una cosa que se come. Pero, por lo que se ve, es muchísimo peor: los etimólogos piensan que en realidad procede de «whip-cracker», por lo de «whip» [«látigo»], que era el término con que se conocía al capataz de las plantaciones. Lo que, y ahí os damos la razón, es horrible. Pero, coño, si el 98% de la gente se piensa que estáis hablando de unas putas galletas saladas, ¿a quién cojones va a importarle? El término «cracker» no ofende a nadie.

«Peckerwood». Este sí que nos gusta. Al parecer no es más que una inversión de la palabra «woodpecker» [«pájaro carpintero»], que los negros de antes de la guerra utilizaban en contraposición al «blackbird» [«mirlo», aunque en traducción literal: «pájaro negro»] con el que se identificaban. O algo así. Nos gusta cómo suena. Parece que se te resbala de la lengua: «peckerwood». Ahora bien, sería extremadamente complicado tomarse a alguien en serio si justo antes de una pelea se pusiera a gritar: «¡Muy bien, te ha llegado la hora, puto “peckerwood”!». Dinos que no te entraría la risa. Te descojonarías fijo. Oh, pero resulta que también fue adoptado por la Hermandad Aria como parte de la subcultura presidiaria en la década de 1960... Así que, eh.., bueno, sí, vale, ya no nos gusta.

«White Trash» [«basura blanca»]. A ver, una cosa, esta mierda es simplemente floja. Muy poco currada. En serio, resto de razas, ¿«basura blanca»? No es más que nuestro color seguido de una cosa mala. No tiene chispa. No tiene ingenio. Decepcionante, de verdad. Sea como fuere, «basura blanca» ha existido como insulto desde principios del siglo diecinueve, cuando se adoptó para referirse a los blancos que trabajaban mano a mano con los esclavos en las plantaciones. Harriet Beecher Stowe lo incluyó en un capítulo titulado «Basura blanca pobre» de A Key to Uncle Tom’s Cabin [La clave de la cabaña del Tío Tom: presentación de los hechos y documentos originales sobre los que se basa la historia junto con pruebas verificadoras que corroboran la obra (1853)] (que es la única cabaña que los blancos han odiado alguna vez), y el resto es historia del insulto.

«Trailer Trash» [«basura de tráiler»]. Por cortesía de los mismos creadores de «basura blanca» se presenta ahora esta secuela escasamente original y nada imaginativa: «basura de tráiler». A ver, lo que hicieron aquí, colegas, fue coger la muy poco sugerente parte de «blanca», que hacía referencia a la piel de la persona, y cambiarla por «tráiler», en referencia a su casa. Ya ves tú qué cosa. Ahora sí que sí, ¿eh? ¡Venga ya!

«Hick». Vale. Vaya por delante que no podemos estar al cien por cien seguros de esto –y bastará con darle a la gente algo de tiempo en cuanto Obama abandone el cargo–, pero creemos que «hick» es el único insulto que podría describirse con bastante exactitud como presidencial. El término aludía en sus orígenes a los blancos pobres del campo que eran fervientes partidarios de Andrew Jackson, al que se conocía como «Old Hickory» [«Viejo Nogal»] (y también por ser un descontroladísimo y taradísimo hijo de la gran puta; por no decir que fue el séptimo presidente de Estados Unidos). Ahí queda eso. Comed mierda, gente-a-la-quese-os-ocurrió-la-gilipollez-de-«cracker». Aunque, fuera cual fuese su significado inicial, no tardó en convertirse en sinónimo de todo lo demás: un pedazo de mierda blanca pobre, básicamente. De hecho, en nuestra anecdótica opinión, «hick» puede que sea el insulto de uso más generalizado para referirse a los blancos pobres del Sur, aparte, por supuesto, del que da título a este capítulo, el «redneck», y de su hermano pequeño, el:

«Hillbilly». Ah, sí. ¡Los hillbillies! ¡Los montañosos! Ya sabéis quiénes: esos que tocan el banjo y a quienes no hay nada que les guste más en el mundo que «una boca bonita»19. Lo que les falta en dentadura lo suplen con lo mucho que se las repampinfla tener dientes. Nada más que gente muy trabajadora, la sal de la tierra, objetivamente aterradora. Estamos de broma, por supuesto. Nos lo tomamos a guasa porque en nuestra experiencia, «hillbilly» es el único de todos estos insultos que puede medirse con «redneck» en cuanto al volumen de estereotipos negativos con el que se le relaciona. También, por si sirve de algo, Trae y Corey siempre se han autoidentificado más como «rednecks», pero Drew, siendo de un lugar un poquito más... Apalache, siempre se ha considerado «hillbilly». En honor a la verdad, para la mayoría de la gente de fuera del Sur, ambos son, más o menos, intercambiables. Pero en términos de pura dentellada, «hillbilly», al igual que los demás insultos de saldo que os hemos señalado, no le llega a «redneck» ni a la suela de los zapatos.


EL REDNECKNACIMIENTO20

A partir de la década de 1970, los sureños blancos pobres decidieron de un modo serio y colectivo, consciente o no, que puesto que no iban a poder impedir que los demás les siguiesen llamando rednecks, lo mejor iba a ser apretarse los machos y sacarle el máximo partido. Y que quede claro que para nosotros «recuperar una palabra» así es un ejercicio de lo más noble. Arrebatarle la munición al oponente y utilizarla contra uno mismo antes de que el oponente pueda servirse de ella para joderte. La comunidad LGBTQ se lleva la palma en ese frente. En el ámbito académico se conoce como «Estrategia B-Rabbit»21. Pero cuando la palabra que has decidido adoptar con tanto orgullo es conocida sobre todo por la quema de cruces, la sodomización de cerdos y el odio a los judíos, bueno, huelga decir que no va a ser un camino de rosas. Claro que eso es algo que nunca ha frenado a un redneck.

El verdadero momento inaugural de la «Revolución Redneck», si se quiere22, fue el día en que Jimmy Carter, el chico de Georgia, salió elegido presidente en 1976. A lo largo de su campaña, Carter (muy tibio) aceptó que la oposición lo tildase de redneck para ganarse el cariño de los votantes de clase obrera. Y le funcionó. Pero seamos honestos en este punto: Jimmy Carter no tenía ni un pelo de redneck. Era ricachón desde la cuna. Empezó como granjero, sí, pero en un terreno que le regaló papá. Que no se nos malinterprete: Jimmy Carter nos cae bien. Joder, si pensáramos que fue un redneck, no os quedaría más remedio que reconocer que fue un redneck de izquierdas, así que vendría a ser como una especie de pseudoantepasado nuestro. O algo parecido. Pero mira tú por dónde: el muy condenado era demasiado arrogante. Y no hay más que hablar. Aun así, tuvo un tremendo impacto en la redefinición de la palabra «redneck». Aunque lo mismo sería más preciso decir que fue su mamá, la señora Lillian, la que tuvo ese tremendo impacto. Porque, además de a Jimmy, parió también a su hermano pequeño, Billy. ¿Y ese hijoputa? ¡Bua, colegas! Ese sí que era un puto redneck.

EL PEQUEÑO BILLY

Billy Carter era otro cantar. Su hermano era el condenado presidente de los Estados Unidos, y le resultaba mucho más fácil atar en corto al puto Congreso que a su hermano pequeño. Billy Carter soltaba mierda por la boca, se emborrachaba, servía gasolina y se sacaba la chorra para mear delante de los dignatarios extranjeros en la pista del aeropuerto. A Billy Carter empezó a sudársela todo a partir de su tercer cumpleaños. Bebía tanta cerveza que una compañía cervecera acabó proporcionándole su propia marca, la Billy Beer. (No dejéis que vuestros sueños se queden en sueños, chavalines). Y durante todo ese tiempo, con total franqueza y orgullo, tuvo el cogote más rojo que el diablo. Se declaró abiertamente redneck y, al hacerlo, se ganó de calle los corazones de la nación. De repente, ser un «redneck» tenía una faceta completamente distinta. Billy Carter tuvo muchísimo que ver en eso.

Así que con Billy Carter básicamente liderando (¿cerveceando?) el camino, la cultura redneck barrió el país. La gente se puso a hacer películas y a escribir libros23, la gente se puso a inhalar rapé y se calzó botas. Fue una movida. La palabra «redneck» había sido redefinida, al menos por sus nuevos adoptantes, como una forma de describir el hecho de pertenecer a la clase trabajadora, un motivo de orgullo, nada que ver con el sambenito de gente intolerante, odiosa, mierdosa, etc... Esta nueva definición proporcionó un término para la mentalidad y el estilo de vida de la gente sencilla y dura como una piedra que no necesitaba ninguna ayuda de los forasteros para salir adelante. Bandas como Molly Hatchet, los Allman Brothers y, por supuesto, los indomables Lynyrd Skynyrd, compusieron canciones que apuntaban directamente al cañón de los estereotipos negativos que llevaba atormentando a nuestra gente desde hacía años. El Rednecknacimiento estaba en pleno apogeo24. Y, entonces, a principios de la década de 1990, sin comerlo ni beberlo, las cosas dieron un vuelco hacia la idiotez.

PUEDE QUE SEAS UNA CARICATURA

Necesitamos prologar esta sección con una especie de descargo de responsabilidad: Jeff Foxworthy es una puta leyenda. Es uno de los claros finalistas para figurar en el Monte Rushmore de la Stand Up Comedy25. Como cómicos que somos, hablar mal de Jeff Foxworthy sería para nosotros lo mismo que hablar mal de Jerry Senfield. Y no estamos aquí para eso. Nosotros, los tres, crecimos con la comedia de Foxworthy y lo adoramos. Como buena parte del país.

Ahora bien, una vez dicho eso resulta muy difícil argumentar que el «género» de comedia que él, básicamente, inventó, hizo a nuestra gente, o a la palabra «redneck», muchos favores en materia de imagen pública. Cuando su material estalló en los noventa (y, colega, esa mierda estalló con más virulencia que las erecciones de Michael Bay26 o la cabeza del director de una Escuela Bíblica Vacacional después de la aprobación de la ley HB27), el zeitgeist se vio inmediatamente inundado de imágenes de «rednecks» como paletos estúpidos e incapaces de hacer el bien28. Vivimos en autocaravanas, comemos animales atropellados, compramos gilipolleces con dinero que no tenemos, podríamos llevar un poco mejor el tema de la higiene, usamos los puntos Marlboro como moneda de cambio, arrastramos a nuestros chiquillos metidos en cubos de basura a toda velocidad por el campo con nuestras camionetas (aunque esto mola, tenéis que probarlo); la lista es interminable. Para su colosal audiencia, Foxworthy definía de un modo bastante literal, aunque con un guiño intencionado, lo que significaba ser un «redneck», y dicha definición era... cualquier cosa menos halagadora.

A pesar del retrato nada lisonjero que pintó esta nueva ola de cultura pop, el humor redneck fue también extremadamente rentable. Y, como todos sabemos, eso es lo único que de verdad les preocupa a las sabandijas. Sobre todo a las sabandijas de California29. Sus lenguas bífidas registraron inmediatamente el calor que emanaba del cajero automático que era la comedia redneck y se zambulleron de cabeza, como lagartos. En muy poco tiempo surgió el Blue Collar Comedy Tour y con él llegó el punto final natural de este particular tipo de chiste: Larry, el Tipo del Cable.

Ahora bien, como humoristas tenemos que reconocer que el hombre tiene mucho talento. No estamos diciendo lo contrario. Y, según cuentan, es un encanto. Pero para cualquiera que ande por ahí fuera y no lo sepa: se trata de una actuación. El tío no es sureño. No habla así; no se comporta de esa manera en su día a día. No se llama Larry. Se llama Dan. Y Dan creó el personaje de Larry, el Tipo del Cable, y utilizó el personaje para explotar y capitalizar, con mucha astucia y habilidad, una cultura a la que él mismo no pertenece. Y ole sus huevos. Ganó un montón de pasta y logró cosas que la mayoría de los cómicos solo pueden soñar. Pero su personaje y sus latiguillos («Git-R-Done!»30)31 representan para muchos el momento en que la comedia redneck «se quitó la caspa»3233. Desde el punto de vista cultural, nos hemos convertido en caricaturas. En personajes de dibujos animados. En chistes y motivos casi exclusivamente de chanza. Esto es lo que somos ahora.

Hay que decir, por cierto, que Foxworthy no tuvo la culpa. Él fue un innovador y una fuerza humorística de la naturaleza34. El lugar donde hemos acabado culturalmente como «rednecks», probablemente iba a ocurrir de todas formas. Es un poco la progresión natural, si te paras a pensarlo. Comenzó como una infamia y un insulto, hicimos todo lo que pudimos para redefinir el término, llevamos la movida un poco demasiado lejos y acabamos donde nos hallamos en estos momentos. Ahora, una vez dicho esto, hemos de añadir que Foxworthy, el Blue Collar Tour y el Tipo del Cable, ya sea intencionadamente como si no, son los responsables de que emprendiésemos este camino. Pero Ron White no. Ron White es la puta hostia, y nos zurraremos con cualquiera que afirme lo contrario35.


El manifiesto redneck rojo

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