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De palique en el porche con Corey

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Ni siquiera voy a actuar como si tuviera la menor idea de lo que es crecer siendo pobre. No fue mi caso y punto. Supongo que es porque mis padres me quisieron un poco más que a Drew y Trae los suyos. A ver, entendedme, claro que he sido un «artista muerto de hambre», pero eso fue por voluntad propia, y pudo no haber sido así. Sin embargo, de lo que sí tengo licencia para hablar es de la «prestación por pirado». Mi tío se sacó lo que no está escrito con lo de la prestación por pirado, y voy a ser honesto con vosotros: pienso que se lo merecía. Trae ha hablado sobre cómo la prestación por pirado solía ser un poco más fácil de conseguir debido a que no había más que amañar un poco de papeleo, pero ¿mi tío? Hostia puta, colegas. Mi tío es otra cosa.

Aquí os dejo una historia que os aclarará de qué estoy hablando.

Una mañana de 2014, a eso de las siete, oí que alguien aporreaba mi puerta. Enseguida me alarmé, porque la peña que procuro frecuentar nunca saca su culo inútil de la cama antes del mediodía a no ser que haya una cola de preventa de entradas para un concierto de Jimmy Buffett o alguna mierda por el estilo, y aparte sabía muy bien que, después de lo que pasó la última vez, los Testigos de Jehová no iban a volver a tocarme los cojones durante una buena temporada. (¿Os habéis pintado alguna vez el cilindrín como si fuese una rana y os habéis puesto a dar saltos por toda la casa en busca de moscas? Mola).

Así que me di la vuelta y me restregué el sueño de los ojos sintiéndome la hostia de confuso hasta que oí: «¡Abre la puta puerta, chaval! ¡Sé que estás ahí dentro!». Solo hay una persona en el mundo que suene como mi tío y, por Dios, era él. Fui a abrirle y me encontré de frente con un Tío Keith aún-más-pedo-que-de-costumbre. Cuando ya se hallaba a mitad de camino de mi sofá, le dije que claro, que adelante, que pasara. A las siete de la mañana, ¿en qué mierda iba a poder estar ocupado?

Se apoltronó en el sofá y empezó a resoplar mientras forcejeaba con la tapa de un bote de OxyContin. Se metió un puñado de pastillas en la boca, las bajó con una Coca-Cola sin gas que llevaba en la mesita desde ni se sabe cuándo y se puso a despotricar por los codos. «¡A tomar por culo! ¡Te juro por lo que más quieras que ya no hay manera de encontrar a nadie en este condenado mundo que quiera hacer las cosas!».

«¿A qué te refieres, Tío Keith?».

«El puto Supercuts67 de ahí fuera no está abierto todavía, hay que joderse. ¡Y necesito cortarme el pelo!».

Le expliqué que cero sitios de cortar el pelo estarían abiertos a esa hora, y luego le hice la pregunta que cualquier chaval sureño le haría a su tío en esa situación: «Y aparte, ¿por qué coño quieres ir al Supercuts? ¿No es Bill el que te corta siempre el pelo?».

Allá vamos.

«¡Oh, espérate a oír esta mierda!», gritó. «Fui ayer a ver a Bill, entré en el local y le dije: “Bill, necesito un corte de pelo”. Y el muy hijoputa va y me suelta que me tengo que esperar porque tengo tres personas por delante. ¡Tres putas personas!».

«Bueno, ¿y las había?».

«Había gente allí, sí. Pero esa mierda me tocó mucho las pelotas. Nunca he tenido que esperar. Así que le dije: “Ahora me vas a escuchar, pedazo de hijo de perra. No voy a permitir que me trates así. Llevo viniendo a tu local toda mi puta vida a cortarme el pelo. Y me lo vas a cortar hoy por mis santos cojones”. Bueno, pues no te lo vas a creer, pero me echó a patadas y me amenazó con llamar a la policía».

«Me lo creo totalmente», le dije. «Lo que no me creo es que te moleste que tenga más clientes. Por lo que me cuentas, no tenías cita».

«¡No lo entiendes! Maldita sea, no entiendes una puta mierda, ¿verdad?».

«Bueno, si te digo la verdad, no tengo la menor idea de qué está pasando ahora mismo, ni zorra».

«Tú sabes cómo me gusta llevar el pelo: ¡al estilo militar! Igual que lo he llevado siempre desde que tu abuelo me llevó por primera vez a cortármelo».

«¿Y qué tiene que ver eso con nada?», le pregunté.

Tío Keith me soltó una perorata de casi quince minutos acerca de cómo el corte de pelo estilo militar se estaba pasando de moda. Algo que tenía que ver con la puta corrección política y el hecho de que los ignorantes medios de comunicación izquierdistas lo interpretasen como parte del uniforme de la supremacía blanca. Me explicó que Billy estaba cediendo a las chorradas de la propaganda y, en lugar de encararse a mi tío como un hombre y explicarle que ya no le podía cortar el pelo como él quería, orquestó toda una conspiración para que mi tío no volviese a entrar en su barbería.

Añado aquí un par de notas al margen sobre la teoría de la conspiración del rapado militar de mi tío: (a) No. No, no ocurrió así ni por asomo, y (b) En caso de que nunca hayáis estado en una barbería del Sur, el único corte de pelo que saben hacer es el puñetero rapado militar. Si no supieran hacerlo, quebrarían.

Tras su diatriba, mi tío por fin se calmó el tiempo suficiente para disfrutar de una bolsa de cacahuetes abierta que encontró olvidada entre los cojines del sofá. Me llamó gay por dormir hasta tan tarde y luego se metió otro puñado de pastillas.

Así que, sí, hay gente que necesita la prestación por pirado como agua de mayo.

Pero mucho antes de que Big Pharma68 desarrollase una forma de esclavizar químicamente a nuestra gente69, estuvo el whisky. Y el whisky sigue estando. El whisky siempre estará. Estará ahí para deciros: «¿Sabéis lo que sería la polla? Descamisarse y pasar a toda pastilla por delante de la cárcel con el quad», o quizá: «Oye, ese caballo te ha mirado mal. ¿Vas a quedarte ahí y a tolerar esa mierda? El cabrón del caballo ni siquiera te conoce». No escuchéis al whisky, amigos. No lo escuchéis jamás.

Mirad, cuando uno es pobre y se disponen a cortarte la luz, sabes que ese billete arrugado de cinco dólares no va a hacer mella en la factura de la compañía eléctrica, pero te llegará para pillarte una botella. Y esa botella hará que todo te parezca un poco mejor, durante un ratillo. Luego te despertarás y la mierda será peor que antes. Tal es la naturaleza del licor endemoniado. Se convierte en otro ciclo interminable. Y ese ciclo enoja mucho a la gente que lo mira desde fuera. «¿No puedes permitirte pagar la factura del agua, pero sí puedes comprar whisky? ¡No en mi América!»70.

Al diablo con eso. Lo pillamos. Tratar con la devastadora desesperanza de la pobreza ya es bastante jodido de por sí. Esperar que la gente la padezca sobria como una roca es simplemente inhumano. Pero, al final del día, no facilita las cosas. Y hablando de no facilitar las cosas en absoluto...

EL SEÑOR

Cuando toca lidiar con la vida, la gente de por aquí recurre, por lo general, a dos cosas: a la botella o a la Biblia. A veces a una y luego a la otra; a veces a las dos al mismo tiempo. Pero rara vez os toparéis con un pobre que no le rinda culto al menos a una de ellas. Y si te pones a compararlas, te resultará bastante complicado alegar que la botella, en última instancia, no es la más dañina. Pero, qué demonios, al menos, reunirás unas cuantas historias cojonudas en el camino. ¿Cuándo fue la última vez que alguien te hizo partirte la caja alrededor de una fogata con una anécdota sobre un grupo de oración? «Tío, no sabes lo que te perdiste en la última convivencia. La cosa se desmadró». Eso no sucede. «Tío, es cruzar la puerta del centro de recreo, y todo son putas y marihuana...». No. Ni de coña. Por supuesto, para ser justos, tampoco es que se oiga muy a menudo que alguien le haya reventado la cara a su mujer porque se le haya ido un poco la mano con el Espíritu Santo71. La cosa tiene sus pros y sus contras.

Pero, aun así, hay algo en el Señor que atrae a los pobres. Puede que sea la promesa de la salvación después de toda una vida de trastornos. Puede que sean los almuerzos comunitarios. No lo sabemos. El hecho sigue siendo que Jesús ha sido un bálsamo para los desamparados desde el Día Uno de la Saga. Ese argumento suena especialmente plausible en el Sur. Los esclavos que cantaban espirituales. Los mineros del carbón que se reunían para rezar antes de iniciar su descenso diario al infierno. Jesús es, y siempre ha sido, canela fina por aquí abajo, y para mucha gente es porque Él es, prácticamente, lo único que tienen. Y mirad, si la fe te hace sentir una pizca mejor sobre tu suerte en la vida y logra mantenerte alejado de la botella o de la receta farmacéutica, entonces, oye, más Poder Sagrado para todos. No estamos aquí para juzgar, ese es el curro de Jesús, y lo entendemos, no tenemos la menor intención de hacer su trabajo. Ese pedazo de vago de Jesús, siempre buscando limosna. Cuando lo hacemos nosotros, somos unos vagabundos gorrones; cuando lo hace Él, lo llaman «diezmo». Chorradas. Se mire por donde se mire.

Si bien entendemos el atractivo que puede tener el Señor para los que tienen poco o nada, nos preguntamos cuánto bien hace en realidad. La gente dice que deposites la confianza en el Señor y que Él velará en los tiempos difíciles, ¿pero es que acaso la compañía eléctrica ha empezado a aceptar citas de las Sagradas Escrituras a modo de pago y no nos hemos enterado? De ser así, parece un modelo bastante pobre de negocio. «Jesus, Take the Wheel» [«Jesús, ponte al volante»] de Carrie Underwood era una cancioncilla pegadiza, pero como consejo es una puta birria. Tú dedícate a hacer eso de verdad y ya verás como acabas con el culo en la cuneta. Coño, ¿acaso Jesús sabe conducir? Iba a pie a todas partes; esa era una de sus, bueno, ya sabéis, una de sus cosas. Lo que sea. El caso es que enviar ese mensaje de rendición (porque ya Dios se ocupará de todo) dirigido a gente que vive sumida en la más denigrante pobreza es, en el mejor de los casos, contraproducente, y en el peor, peligroso.

De momento, hemos contemplado muchas de las realidades que rodean a la pobreza en el Sur. Y esas realidades no pintan un cuadro bonito (lo que concuerda perfectamente; porque por aquí somos más de pintar casas que cuadritos). Bueno, no es un cuadro bonito, pero tampoco queremos dar una imagen de indolencia. Porque las realidades son una cosa, y ahora ha llegado el momento de la verdad72.

El manifiesto redneck rojo

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