Читать книгу El manifiesto redneck rojo - Trae Crowder - Страница 17
2 LA PAGUITA
ОглавлениеEl Sur es pobre. Muy pobre. Pobre de la hostia, enteraos. De los diez estados más pobres de Estados Unidos, solo Nuevo México (en el puesto número nueve) queda fuera de Dixie50. Los únicos estados por debajo de la línea Mason-Dixon que no figuran en la mitad inferior en lo que respecta a ingreso familiar medio son Maryland (en el número uno) y Virginia (en el número siete). Pero, joder, cualquier sureño sabe que Virginia apenas cuenta, y Maryland segurísimo que no. Los rednecks no comen pastel de cangrejo. Un redneck se come un medallón de salmón recalentado preparado con el desprecio de su mujer, y le gusta, vive Dios, se relame los labios. Que le den por culo a Maryland. La única razón de que figure en el número uno de la lista es porque es el lugar donde todas las sabandijas que dirigen este país esconden su dinero. Estamos hablando de contratistas de Defensa, al loro. «¡Despierta, América!»51.
La cuestión es que la mayor parte del Sur es una tierra empobrecida de escasas oportunidades. Lo que es, seamos honestos, una manera de expresarlo de forma bonita. No expresarlo de forma bonita sería decir que la mayor parte del Sur es un cagadero económicamente desolador y totalmente desprovisto de esperanza y futuro. ¡Hogar, dulce hogar! Y lo que vuelve la situación aún peor es que esas partes del Sur operan como agujeros negros para los pobres52: consumen toda la luz y es básicamente imposible escapar de ellos. No paran de oírse idealizaciones sobre la magnífica tierra roja que tenemos por aquí abajo, pero lo que la gente soslaya es que esa mierda se convierte en barro echando hostias. Y a pesar de lo que muchas de las canciones de nuestra gente os puedan hacer creer, quedarse atascado en el barro es un putadón.
¿QUÉ COJONES PASÓ?
La mayoría de la gente es consciente, en general, de que el Sur es la región más pobre del país, pero ¿cuántas veces se ha parado a considerar los motivos? Parece que el hecho se analiza en buena medida del mismo modo en que suelen analizarse los hechos más desafortunados a propósito del Sur: «Oh, bueno... el Sur, ya se sabe». Las expectativas del resto del país son tan bajas que la actitud parece reducirse a: «Bueno, por supuesto que el Sur es la parte más empobrecida del país, ¿qué esperabas? ¡También es la más descerebrada y la más gorda! ¿A qué clase de criatura le puede gustar la kombucha53?». En la actualidad, básicamente, la gente contempla los problemas del Sur y los desestima con el equivalente de un hashtag54.
¿Pero, entonces, por qué es tan pobre el Sur? Bueno, joder, ¡no lo sabemos! ¡Somos cómicos! ¿Qué tipo de libro te piensas que tienes en las manos? ¿Uno de esos libros para hacerte sabio llenos de palabrejas impronunciables? Joder, chaval. Hay artículos y libros muy eruditos escritos por peña académica eruditísima que te ofrecerán una respuesta mucho mejor que la que nosotros podamos darte aquí, pero a lo que básicamente se reduce la cosa es a: esa guerra nos jodió de lo lindo, colegas. Aquí es una historia que todavía remueve mucho.
Pero mirad una cosa, luchamos por la causa equivocada, necesitábamos y nos merecíamos perder. Por estos pagos no vais a escuchar a nadie hablar de «guerra de agresión norteña». Estábamos siendo unos capullos y alguien tenía que pararnos los pies. Esto es así. Pero, una vez dicho, si andas buscando explicaciones para los infortunios económicos del Sur en los años transcurridos desde entonces, tendrás que admitir el impacto del período posbélico. Toda la economía de la región estaba basada en la esclavitud y, en nuestra opinión, eso es una puta vergüenza; una profunda vergüenza que todavía sentimos. En cuanto terminó la guerra y esa «peculiar institución»55 fue tan justamente abolida por Abe «el Honesto», hubo en el Sur millones de personas, incluyendo a los esclavos liberados, que echaron un vistazo a su alrededor y se quedaron en plan: «Bueno... ¿y ahora qué?». Y resultó que la pregunta se las traía.
La riqueza sureña no tardó en probar que un rico no tenía por qué poseer legalmente a un pobre para subyugarlo y explotarlo hasta dejarlo más seco que una pasa, y lo que hicieron en los campos del Sur fue sustituir la esclavitud por la aparcería y el arrendamiento agrícola. Mirad, chavales, si alguno de vosotros está leyendo esto y piensa: «Creo que de mayor quiero ser aparcero», ¡ni se te ocurra! No os dejéis engañar por el bulo de la Gran Aparcería. No es vida para un hombre. El sistema conduce a un ciclo interminable de deuda: pedir un préstamo para sobrevivir hasta que te paguen y poder así devolver el dinero que debes para luego pedir otro préstamo para sobrevivir hasta que te paguen y poder así devolver el... bueno, ya lo pilláis. Se trata de un ciclo que le resultará dolorosamente familiar a cualquier persona pobre, sureña o de donde sea. ¿Nunca habéis oído hablar de los «préstamos de día de pago»?
El nuevo sistema económico, aun situándose un peldaño por encima de la esclavitud literal, no era nada amable con las clases más desfavorecidas. Mientras tanto, la agricultura se estaba volviendo cada vez más mecanizada y hasta los horribles trabajos de aparcería tenían los días contados. Al mismo tiempo que la gente padecía esos problemas económicos, los sureños blancos sencillamente no podían dejar de ser unos capullos. Es algo con lo que seguimos lidiando. Las relaciones raciales fueron... no fueron lo que se dice «ideales» en los años de la posguerra, con todos esos blancos sureños intentando denodadamente aprobar nuevas leyes con las que poder seguir tratando con eficacia a los negros libres de la misma manera que cuando eran esclavos. Los negros sureños, sorprendentemente, no estuvieron del todo de acuerdo con eso. Lo que derivó en una tensión constante y en sucesivos enfrentamientos raciales (y en una música absolutamente genial, todo hay que decirlo) en los que, a menudo, estallaba la violencia. Juntad todos esos factores y obtendréis una región que ha tenido que pasar por un montón de movidas bastante chungas, y la simple realidad es que el Sur, hasta hoy, sigue sin recuperarse del todo.
JUNTOS EN ESTO
En caso de que no hayáis caído en ello, el Sur es pobre. ¿Lo hemos dicho ya? Bueno, pues lo es. Pero seguiría siendo de lo más deshonesto pretender representar la experiencia de ser pobre en el Sur como algo sistemático. Sería extremadamente simplista, pero hay dos tipos bien diferenciados de pobreza sureña: la urbana y la rural. La de la ciudad y la del campo. La negra y la blanca. Por supuesto, hay negros pobres en el Sur rural, del mismo modo que hay blancos pobres en las ciudades sureñas, pero para hacer una observación general no hay nada peor que categorizar la pobreza sureña de esta manera.
Así que ahí va. Nosotros, los autores de este libro, somos tres sureños blancos de izquierdas. No pretendemos intentar hablar en nombre de nuestros compatriotas negros, ni siquiera estamos cualificados para ello. Su experiencia es suya. Sin embargo, creemos que (a) hay muchos aspectos en la experiencia de crecer pobre que son más o menos universales (alimentación deficiente, escuelas mierdosas, abuso de sustancias, calzar zapatillas Nike de imitación que antes fueron de tu primo mayor, etc...) y (b) para los ricos, es todo lo mismo. Si eres pobre, eres pobre y punto. Bueno, en realidad es más bien rollo: «Si eres pobre, es que eres un vago», lo mismo da que da lo mismo. Lo importante es que en el Sur se trata de un problema endémico56, y que no nos hace ningún favor a nadie. De hecho, nos está haciendo todo lo contrario a un favor. La gente de por aquí está devastada por la falta de dinero y opciones, y con bastante frecuencia las estrategias para lidiar con eso conducen a nuevos problemas. Y las tres estrategias principales para la pobreza en el Sur son: la paguita, la botella y el Señor.
LA PAGUITA
¿Alguna vez habéis oído hablar de «la paguita»? Si no, felicidades por vuestra infancia libre de vales de comida, seguro que fue genial. La paguita es beneficencia. Dinero del Estado. Y, chavales, tiene un montón de devotos. En materia de fanáticos, la paguita57 hace que la Marea Roja parezca una menstruación58. Un montón de jóvenes paletos sureños probablemente asuman que hay un nicho de mercado dinámico y floreciente para el material gráfico centrado en torno a las marcas de verificación:
–¿A qué se dedica tu padre?
–A trazar marcas de verificación.
–¿En plan Nike?
–En plan marcar las casillas para recibir la paga por locura.
La paguita suele referirse en concreto a la prestación mensual del Estado, pero el Programa Asistencial de Nutrición Suplementaria (SNAP), o los «vales de comida», son también un factor de vital importancia en el Sur empobrecido. La idea de los vales de comida es básicamente brindar a los pobres un tipo de moneda que solo pueda utilizarse para comprar comida y no cosas innecesarias, o incluso dañinas, como cigarrillos o discos recopilatorios de Kid Rock. Bueno, pues a los nuestros no les llevó ni siquiera un minuto descubrir cómo sortear semejante contrariedad. Veréis, los vales de comida eran como, bueno, qué cojones, eran vales. Trozos de papel que venían en librillos. Y esos vales se podían canjear por comida, o podías vendérselos a alguien a «X» centavos el dólar para convertirlos en dinero contante y sonante. ¿Y sabéis qué puede comprarse con dinero contante y sonante? Lo que os salga de los huevos, queridos (léase: marihuana). El gobierno pensó que evitaría esa artimaña suspendiendo los vales de papel y poniendo en marcha un sistema electrónico en el que los beneficiarios de los vales tendrían una tarjeta de débito que solo podría utilizarse para (en efecto, lo habéis adivinado) comprar comida. Bueno, pues los genios a los que se les ocurrió tan brillante idea no debían estar muy familiarizados con el universo redneck, de lo contrario habrían sido conscientes de que para que un redneck deje de hacer algo que le funciona a las mil maravillas, hace falta poner mucho más empeño. En la actualidad, lo que suele suceder es que la gente se sirve de la susodicha tarjeta para adquirir cualquier producto con el que poder traficar, como por ejemplo cajas de Mountain Dew, y acto seguido lo revende por dinero para marihuana/pirulas/platos conmemorativos. Somos gente emprendedora, ¿qué le vamos a hacer?
Ahora bien, no nos entendáis mal, también se compra comida. La gente tiene que comer. Pero, coño, después de ir y gastarte la mitad de tus vales de comida recién saliditos de imprenta (que ya es una cantidad modesta para empezar) en un tatuaje nuevo del Undertaker59 haciéndole un power bomb60 a Satanás (merece la pena), tus opciones pueden verse bastante limitadas. Las pechugas de pollo y la col rizada son caras (y «supergais, no como una buena bolsa de Doritos»). Pero la carne en lata y el queso crema son baratísimos, nena. He ahí la decisión más fácil que vas a tener que tomar en tu vida. Y por eso los pobres de este país están tan atocinados. Piénsalo la próxima vez que veas a un chaval goooordo como un cebón pagando con vales de comida y te dé por pensar: «Bueno, a mí no me parece que ese niño esté pasando mucha hambre».
En lugares donde el trabajo es permanentemente difícil de encontrar y mantener, y lleva siendo así generaciones, la paguita puede parecer la única opción viable. Y, con toda honestidad, para mucha gente de esos lugares, lo es. Uno oye historias de mujeres que deciden tener más bebés deliberadamente solo para aumentar la cantidad a la que pueden aspirar con la paguita; o de gente que evita deliberadamente trabajar porque está esperando la aprobación para que le empiecen a llegar las prestaciones por discapacidad. Este tipo de historias son las que utilizan los ricos y los políticos de derechas como prueba de que los pobres son unos vagos de mierda que se creen con derecho a tener y a hacer lo que les sale de los huevos sin pegar un palo al agua (ya sabéis, la gente que trabaja en las condenadas carreteras por las que luego esas mismas sabandijas que tanto se quejan no quieren pagar impuestos). Esto sería como servirse del asesino convicto Aaron Hernández como prueba de que todos los jugadores de fútbol americano de la Universidad de Florida son unos homicidas61. Pero esta idea de que los pobres son unos vagos es la única narrativa que tiene sentido para la gente del otro extremo. Ahondaremos en esto más adelante, pero la cuestión es que, si bien es cierto que las historias de terror que los padres estadounidenses de clase media les cuentan a sus retoños, futuros creadores de empleo, sobre los pobres, antes de arroparlos en sus sábanas de Ronald Reagan, son decididamente exageradas, el abuso de la paguita es un problema serio.
Aunque eso no es, ni mucho menos, lo único de lo que abusamos por aquí abajo, amiguitos.