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De palique en el porche con Drew

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Soy un hillbilly. Eso es lo que soy. Me gusta la música hillbilly. Me gusta la comida hillbilly. Me gustan las mujeres hillbilly (una mujer hillbilly en concreto; perdona, cariño). Lo que tenemos en común con los rednecks es que nos sentimos la hostia de orgullosos de ser lo que somos y que estamos dispuestos a partirnos la cara por cualquier cosa que de pronto nos encabrone. También valoramos mucho el trabajo duro y, por definición, somos sobre todo blancos. Así que me llaman mucho redneck y, de alguna forma, supongo que también lo soy, pero lo que más soy es hillbilly.

Los hillbillies son de los Apalaches. Somos gente de las colinas. Para mí, el término significa una persona de la colina a la que le gusta pasárselo bien. Sus cosas favoritas (de él o de ella) son: la música, las montañas, nadar en pelotas, resentirnos por algo y liarnos a mamporrazos. Cosas que ni a él ni a ella les importa pero que a otra gente sí: el barro y la mugre, que la gente los juzgue, todas y cada una de las normas habidas y por haber (sobre todo las relativas a tener que ponerse camisas y calzado). El término es más conocido como una manera despectiva para referirse a la gente de mi región que se mudó a las ciudades en busca de curro, por parte de los de la ciudad. Ahí hay una especie de denominador común entre las palabras «hick», «redneck» y «hillbilly». La gente se las ha inventado para mofarse de mi gente.

«Hillbilly» pretendía ser un insulto, lo mismo que «redneck». Una diferencia es que el «hillbilly» no se ha visto históricamente asociado al odio, el racismo y la ignorancia social como le ha pasado al «redneck». Con esto no pretendo decir que no haya hillbillies racistas, sino que el racismo no es esencial en la definición de un hillbilly, probablemente porque en los lugares donde el término se utilizaba de una manera más amplia –los guetos de las ciudades y las fábricas– había un montón de hillbillies que trabajaban mano a mano, se relacionaban e incluso convivían, con otras minorías.

Debido a eso, siempre me he resistido al término «redneck». Para mí, significa una serie de cosas que, desde luego, soy: orgulloso (quizá más de la cuenta), cabezota y campestre. Pero «redneck» también significa otras cosas que no soy ni por asomo: ignorante, rebosante de odio y racista.

Por supuesto, no me hace ni puta gracia que sentirse orgulloso de ser sureño (siendo blanco) signifique que la gente vaya a dar por hecho que eres un ignorante y/o un racista. Por supuesto, no quiero que se me asocie con nada de eso y deseo de todo corazón que esas palabras desaparezcan o comiencen a significar algo positivo. Pero la realidad es que no van a desaparecer. Yo soy un hillbilly. Y la verdad es que soy también un redneck. Mi padre es un predicador que solía beber más de la cuenta y montaba en moto. Mi hermano está en prisión. Mi abuelita chupaba tabaco y cocinaba con manteca de cerdo. Yo soy lo que soy y la gente va a definirme como le salga de los huevos.

Pero esas palabras ya no significan lo que la gente que no se identifica con ellas dice que significan. Yo solía pensar que redneck significaba algo lleno de odio, algo que no era yo. Y lo pensaba porque dejé que la gente me definiera, a mí y a mi cultura. Y eso se acabó. Soy de campo, soy sureño y me siento orgulloso. Siempre he sido un hillbilly. Y, de ahora en adelante, voy a ser siempre un redneck. Un amoroso, tolerante, inteligente y orgulloso hillbilly redneck. ¡Ea! Vámonos de juerga.

¿Qué más es un redneck?

Un redneck trabaja duro y ama con más dureza aún. Un redneck es ferozmente leal a su gente (y a sus animales). Un redneck sabe cómo pasárselo de putísima madre. Mirad, podéis soltar toda la mierda esnob que queráis, pero si pensáis que disparar armas de fuego, bañarse en lodo y pilotar pontones en el lago no es la hostia de divertido, entonces vosotros y nosotros, bueno, está claro que somos dos tipos diferentes de personas. Un redneck ama a su camioneta, a su equipo de fútbol, a su cerveza, a sus armas y a su mamá. No le toquéis los ovarios a una mamá redneck. Aunque sea una «pillbilly»40 como la de Trae41. Un redneck ni quiere ni necesita ayuda de nadie. Es puro orgullo. Solo quiere que le dejen muy en paz.

Lo que nos lleva a la que, en nuestra opinión, es la única característica absolutamente definitoria de un redneck: a un redneck se la suda todo. No solo una cosa. El terreno de todo lo que se la suda a un redneck es de una aridez insondable. Podría rellenarse el Gran Cañón con todo lo que se la puede llegar a sudar lo que tú, u otro cualquiera, piense. ¿Que debería ir de manga larga al funeral de su abuela como una persona decente? Probablemente, pero, joder, el chaval ganó el domingo y a ella le hubiese encantado que figurase como lo que verdaderamente es.

¿Que no os gusta cómo vive? Se la suda.

¿Que creéis que tendría que actuar con un poco más de tacto? Se la suda.

¿Que incontables científicos y expertos coinciden en afirmar que el gas de escape de su camioneta es nocivo para el medio ambiente? Bueno, joder, eso no es moco de pavo. Pero mucho me temo que van a tener que ponerse a la cola del «podéis besarme el culo». Y que sepan que va a ser una espera bastante larga.

¿Alguna vez os habéis fijado en que los rednecks son casi el único subgrupo que queda en este país del que resulta casi del todo aceptable socialmente mofarse en público? ¿Por qué creéis que es? Bueno, nos gustaría sugerir que se debe, casi exclusivamente, a su total incapacidad para que le importe un carajo. A lo largo de los años, los demás grupos de gente (legítima y oportunamente) se han puesto en pie y han dicho: «Un momento, tíos, mirad una cosa: no está pero que nada bien que habléis así de nosotros. También somos personas. Tenéis que parar». Y la gente paró. La mayoría. Pero cuando los rednecks se enteran de que se están riendo de ellos, más bien lo que les da por decir es algo así como: «¿Que hago qué? ¿Quién habla mal? ¿Ah, sí? ¡Bueno, pues ve y dile a todos que pueden venir cuando quieran a besarme el culo!». Y con eso, más o menos, se zanja el asunto.

Por lo general, nos sentimos orgullosos de esos atributos. No tiene por qué existir vergüenza en el hecho de ser un redneck. Algunas de las personalidades más formidables que ha conocido este país han sido rednecks. Y hablando de eso, antes de contaros lo que no es un redneck, querríamos dedicar un espacio a una acotación muy importante:

Oh, colegas, no veáis, estamos emocionadísimos. Vamos a deshacernos en elogios con algunos de nuestros ídolos. (Nota: dado que ya nos hemos explayado bastante con Billy Carter y Jeff Foxworthy, vamos a excluirlos de la siguiente lista. Y, con no poca consternación, vamos a hacer lo mismo con Lynyrd Skynyrd y todos los grandes de la música country –salvo por una notable excepción–, pues les dedicaremos buena parte del capítulo 6. «Punteos y pinchadas».)

En cualquier caso, sin más preámbulos, os presentamos a...

LOS DIEZ REDNECKS MÁS GRANDES DE TODOS LOS TIEMPOS

1. Dale Earnhardt. Vale, antes de nada, un minuto de silencio. Mostrad un poco de respeto, coño... Muy bien, gracias.

Dicho esto: ¡Eeeeeeeeeeeeeeaaaaaa! ¡El puto Dale, nena! ¡El Intimidador! Escuchadme todos, si no sois rednecks probablemente no entendáis lo mucho que Earnhardt significa para nosotros. De hecho, existe la teoría generalizada de que Jesús ya ha regresado, solo que nosotros lo llamamos Dale Earnhardt. Hablando claro, el tío que lleva el número tres es uno de los cabronazos más tremendos que se han puesto al volante de esos coches, y eso es decir mucho. Legitimizó NASCAR, ganó dinero a espuertas, tuvo tres mujeres que estaban como un tren (lo que puede parecer algo negativo hasta que te das cuenta de la importancia del número tres en la mitología de este hombre; ¡y además ahora te callas porque estoy hablando yo!), y luego, en 2001, murió de la misma forma en que vivió: corriendo en el Daytona International Speedway42, haciendo que echase humo con las dos manos en el puto volante.

2. También Dale Earnhardt.

3. También Dale Earnhardt. (Esto no puede ser de otra manera. Está escrito).

4. Brett Favre. A ver, porque este sí que es un hijoputa de mucho cuidado. ¡Bua! Va a ser difícil expresar en un solo párrafo la grandiosidad de Brett Favre. Un chaval modesto de Mississippi con un acento muy cerrado, un obús adherido al hombro y una propensión muy redneck a que todo se la sude olímpicamente sin parar mientes en nada. ¿Intercepciones? Se la sudan. Que las cosas no te la suden es oficio de nenazas. A las chavalas les pone el pase largo. Hemos visto a Favre noquear, literalmente, a hombres de ciento quince kilos con sus cañonazos. ¿Sabíais que Favre se pasó cerca de cinco años jugando en la NFL sin tener ni la más remota idea de lo que era una «defensa de níquel»?43. Ya os podéis imaginar lo mucho que se la sudaba. Los superforofos del fútbol americano suelen ensalzar a los mariscales de campo (los quarterbacks), la precisión quirúrgica y la lectura de las defensas, pero qué hostias, hay cabronazos que simple y llanamente saben jugar. Y puede que Brett Favre haya sido el mejor de todos esos cabronazos.

5. Levon Helm. Ya dejamos convenientemente apuntado que no íbamos a darle coba a ningún grande de la música country porque para eso necesitaríamos una lista aparte. Pero lo de Levon Helm es harina de otro costal. Batería, cantante y compositor, originario de un pueblito de Arkansas, con su acento y sus modales correspondientes, Helm fue miembro de The Band antes de que el grupo se separase y cada cual emprendiese su carrera en solitario. Un puto genio con voz de ángel sureño. ¿Habéis escuchado alguna vez «The Night They Droved Old Dixie Down»? ¡Dios mío! Es como heroína transformada en balada de la Guerra de Secesión. Uno de los rockeros más influyentes de la historia, amado y reverenciado por todos los que trabajaron alguna vez con él. Y un Sureño en Toda Regla.

6. Pat Summitt. Con casi mil cien victorias, ocho títulos nacionales y una tasa de graduación del cien por cien (¡cien por cien!), podría decirse que Pat Summitt ha sido la mejor entrenadora (incluyendo varones) de la historia del deporte americano. Mejoró la vida de incontables jóvenes, pero jamás dejó de ser lo que era: una chica redneck de campo, natural de Clarksville, Tennessee. Puto Alzheimer.

7. Sargento Alvin York. Este es uno de esos hijoputas de los que no te creerías una sola palabra si no fuera porque todas sus hazañas están exhaustivamente documentadas. El sargento York, undécimo vástago nacido en una cabaña de troncos de dos dependencias en el Tennessee rural más profundo, fue reclutado para luchar por primera vez contra los alemanes en la Primera Guerra Mundial; y a los alemanes no les salió muy a cuenta. Mató a veintiocho, capturó a ciento treinta y dos y, en general, pateó mogollón de traseros boches. Y eso que era un puto pacifista. Como decíamos: un fuera de serie.

8. Randy Moss. Ahora mismo habrá gente confundida. La gente que no tiene ni puta idea acerca de la vida del receptor (ala abierta) retirado Randy Moss. Sí, se ha ganado la reputación de «matón» con rastas (chorradas), pero el puto Randy Moss es más redneck que el que lo inventó. Desde el mismísimo corazón del territorio minero del carbón en Virginia Occidental, Randy participa en carreras de camiones, ha pescado más lubinas que touchdowns y habla con un acento más cerrado que el de Trae. Su momento más «rojo» fue atropellar a un policía con su camioneta sin que luego lo cosieran a tiros. Es un redneck.

9. Billy Bob Thornton. «Mostaza en los bollos, hmmmmmm». Billy Bob irrumpió en la escena interpretando a un redneck bastante lerdo llamado Carl en El otro lado de la vida (Sling Blade). Bueno, demonios, pues el tío, ya os lo aseguramos, no es ningún lerdo, pero lo de redneck no se lo quita ni con aguarrás. Su madre era vidente y él fue el bebé más gordo nacido en esa parte de Arkansas. Y eso es de ser más «rojo» que el demonio. Y, además, el muy cabrón se llama Billy Bob.

10. Andy Griffith. Ya lo estáis oyendo, ¿a que sí? Todos. Los silbidos del tema principal de la infancia de cualquier sureño que se precie, sin importar cuándo tuviera lugar. The Andy Griffith Show [El Programa de Andy Griffith] por aquí abajo es una institución y el personaje que interpretaba, Andy Taylor, el modesto sheriff de un pueblo pequeño, fue uno de los primeros ejemplos en la cultura popular de un hombre decididamente sureño y rústico pero, al mismo tiempo, decente y sabio. Andy estaba desmintiendo nuestros estereotipos de mierda antes incluso de que muchos de ellos se hubiesen siquiera forjado. Descansa en paz, Sheriff.

¡Guau! Ha sido divertido. Ahora sí que podemos pasar a señalar lo que no es un redneck.

Lo que no es un redneck

Un redneck no es (necesariamente): un racista, un intolerante, un homófobo, un xenófobo, un idiota, un folla-primas, un folla-cerdos, un adicto a la meta, un pastillero, un cenutrio, un maltratador, un fanático de la Biblia o, simplemente, en términos generales, un detestable zurullo. Vale, aclarémonos: hay un montón de rednecks que sí se corresponden con, al menos, dos o tres de esas características. Pero en casi todos los grupos de gente hay peña así. Lo único que estamos diciendo es que un redneck no es por definición todo eso. No lo es para nosotros y esperamos que tampoco lo sea para vosotros. Lo que nos lleva al motivo por el que decidimos meternos en este berenjenal en un principio.

El manifiesto redneck rojo

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