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De palique en el porche con Drew

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Durante buena parte de mi vida, mi padre fue predicador. Y ferroviario toda la vida. Trabajar para el ferrocarril significaba comida en la mesa; significaba estar casi siempre lejos de casa; significaba que éramos clase media en un pueblucho diminuto (aunque clase obrera según los estándares nacionales, claro); y significaba que mi padre era sindicalista.

No sé cuándo se sindicalizaron los ferrocarriles, no importa cuándo. Lo que importa es que ocurrió y que fue importantísimo. Fue tan importante que cuando mi padre se lesionó en el trabajo y le negaron las indemnizaciones porque los síntomas tardaron en manifestarse cerca de un año, el sindicato y su contrato le permitieron presentar batalla; única y exclusivamente porque el sindicato existía. Aquel invierno comimos la carne de venado que mi padre había matado y congelado a principios de año. Cortamos cupones y ahorramos. Luchamos.

Pero al final se salió con la suya. Tuvo su pago retroactivo y recuperó su puesto de trabajo. Los sindicatos importan; tanto es así que mi padre me contó que muchas veces votaba a los demócratas. No siempre. Pero muchas veces. ¿Un predicador de Tennessee, nada menos que de una iglesia baptista, votando a un partido presuntamente ateo, pagano y desalmado? «Por supuesto», me decía. «A la mayoría de esos republicanos les da igual Dios. Hacen como que les importa. Y puede que esos demócratas estén también fingiendo que les importo, pero cuando los demócratas están en el poder, a mí me suben el sueldo. Eso es un hecho».

Mi familia se aferra al Señor con la misma fuerza que todas las familias vecinas. Pero cuando mi padre ve a los predicadores que salen por la tele predicando el «evangelio de la prosperidad», viviendo en mansiones y conduciendo cochazos, tiene que cambiar de canal porque se enerva. Él ha tenido que dejarse la piel por cada dólar que ha ganado en la vida, y sé con certeza que glorifica a Dios por haberle dado la oportunidad de hacerse valer; pero he aquí un ejemplo brillante de cómo darle crédito al Señor no tiene por qué significar darle votos a los ricos.

EN DEFENSA DE LOS POBRES

Los aspectos y las realidades de ser pobre en el Sur que hemos tratado hasta ahora han sido, sin excepción, puro estereotipo. El típico Reaganita leerá este capítulo con una mirada engreída de satisfecha repugnancia en la cara. «Lo sabía», se dirá para sus adentros antes de estirar el brazo para darle un trago a su Manhattan o a lo que coño sea que beba. Porque hay que reconocer que todo esto es un poco feo y no arroja una luz muy positiva sobre el sureño pobre, pero lo importante es comprender que, en términos generales, no es culpa suya73.

Aquí es donde nuestro ya mencionado Amigo Creador de Trabajo escupe su Old Fashioned74 (en serio, no estamos seguros de qué cojones bebe esa gente) con inmenso disgusto. «¿Otra vez con lo mismo? Típicos gorrones, siempre con excusas, negándose a responsabilizarse de sus acciones». ¿De verdad, Chad? ¿Cuándo fue la última vez que te responsabilizaste tú de una sola puta cosa? Esta es la misma gentuza que basa su entera existencia en escurrir el bulto. Cuando sus acciones caen: «Es el mercado». Cuando la chica presenta cargos: «Iba pidiendo guerra». Cuando la economía se desmorona debido a dos décadas de imponer sus abusivas medidas políticas: «Son los gorrones». ¿Y pretenden hablar de responsabilidad? Sí, claro, anda y que os den por culo.

Esa gente no lo pilla. Hay que joderse, no lo pillan ni por activa ni por pasiva. Para ser del todo justos, es muy difícil «pillar» algo que no has estado ni siquiera cerca de llegar a experimentar en toda tu puñetera vida. Chad se mira a sí mismo con su sueldazo, con su casoplón y su carísimo Porsche alquilado, y se da palmaditas en la espalda. Se lo merece. Ha trabajado duro para conseguirlo. Luego mira al pobre Randy (discapacitado en un parque de caravanas con una vieja Ford que no tira) y Chad menea la cabeza. Randy se lo tiene más que merecido. Tenía que haber trabajado más duro. Para Chad, no hay más historia. No le hace falta saber más. Pero, por supuesto, hay más historia. Muchísima más. La historia bien contada es así:

LA BALADA DE CHAD Y RANDY

Chad jugaba de quarterback en el instituto. No jugaba mal, aunque no era tan bueno como el chaval que lo respaldaba en los ataques, pero, oye, el padre de ese chaval no puso pasta para el nuevo campo de entrenamiento. El colegio privado al que fue Chad machacaba a los colegios públicos de tamaño similar de su región cuando se enfrentaban en el terreno de juego porque, aunque tenían el mismo número de alumnos matriculados, los presupuestos deportivos estaban astronómicamente descompensados. Chad se acostumbra así a ganar. Saca buenas notas, aunque no ejemplares (su tutor es chino, aunque, por otra parte, es un tipo de lo más agradable). La cara de Chad sale en el periódico y consigue una beca parcial de fútbol americano para Wake Forest. Va a Wake pero renuncia a la beca porque quiere «centrarse en los estudios». Su padre paga la factura de muy buen grado; es importante tener estudios.

Chad no tiene necesidad de trabajar mientras cursa la carrera. Su padre se lo prohíbe. Le dice a su hijo que podrá trabajar en el bufete en verano, pero durante el año lectivo tiene que centrarse en sus estudios. Y eso es lo que hace el bueno de Chad. Se centra en sus estudios; y en cepillarse a tías de fraternidades en el sótano de la residencia de estudiantes para luego alardear de ello delante de los novatos75. Chad aligera su carga de estudios y cambia un par de veces de especialización con el fin de «aprovechar al máximo la oportunidad» (léase: exprimir la mierda hasta la última gota).

Al final, Chad se gradúa con una nota media de 3.1 tras solo seis años y medio. ¡Así se hace, Chad! Luego se pone a trabajar como gestor de cuentas para el bufete de uno de los mejores amigos de su padre. Va a jugar al golf con los clientes y los lleva a partidos de fútbol a cargo de la empresa. Charlan sobre coños e inmigrantes. Chad se independiza. Se casa con Brittney; ella formaba parte de la corte de la reina en la reunión de antiguos alumnos. Se compran una casa. Él alquila un Porsche. Chad sabe que lo está petando.

Randy también jugaba al fútbol en un diminuto colegio público en mitad de ninguna parte. Randy no era el mejor, pero el chaval sabía darle y se dejaba la piel en el campo. Sin embargo, los ojeadores no iban a ver los partidos de Randy. Su colegio era más conocido por ser un saco de boxeo para los colegios privados de la región que por producir universitarios talentosos. Randy se acostumbra mucho a perder. Las notas de Randy no son brillantes, pero tampoco son un horror. Aunque, de todas formas, a su madre le da igual, y su padre no anda cerca. Joder, su madre tampoco es que ande muy cerca. Uno de los entrenadores de Randy se desvive por que lo recluten, pero cuando Randy se presenta al SAT76, se encuentra con problemas de matemáticas muy hijoputas que le resultan de lo más marciano porque en su colegio nunca llegaron a impartir esas clases. Tuvieron intención de hacerlo, pero ese mismo año volvieron a reducir el profesorado.

Así que ni le llega la nota ni brilla lo suficiente. Pero su entrenador, que es un santo, consigue que una pequeña universidad del oeste de Tennessee le haga una oferta. Y Randy acude, todo contento. Va a llegar a ser alguien. Va a demostrarle al pedazo de mierda que es su padre, esté donde esté, lo que es un hombre de verdad. Y a Randy le va bien. Después de todo, el chaval sabe darle al balón. No puede trabajar porque el fútbol y las clases ocupan la mayor parte de su tiempo, pero consigue algunos préstamos. Qué demonios, no le costará nada devolverlos en cuanto le salga un buen curro con su título. Pero entonces, a mediados de su primer año, Randy se da un golpe chungo y se destroza la rodilla. El personal de entrenamiento se dedica a dirigirle la rehabilitación en primavera, pero como no llega a recuperarse del todo, le retiran la beca. Oh, bueno, Randy piensa que se pondrá a trabajar y ya está; de todas formas, siempre ha sido un currante. Se lo pagará por su cuenta. Pero tiene que esperar a que se le cure la rodilla. Oh, bueno, por otro préstamo no va a pasar nada. Randy empieza a trabajar, pero entre las horas que tiene que dedicarle al trabajo y el dolor de la rodilla (piensa que algo anda mal, pero ya no tiene acceso a los especialistas del equipo y tampoco cuenta con seguro médico, así que, ¡qué demonios!, no hay problema, ya pasará), Randy empieza a pasarlas canutas.

Sus notas se resienten, se le acumulan las facturas y, sin comerlo ni beberlo, fracasa estrepitosamente. Vuelve a casa (¿a dónde coño va a ir si no?) y se pone a trabajar talando árboles con sus antiguos compañeros de instituto. Ahora cuenta con pastillas de hidrocodona para que la rodilla le aguante. Pero a menudo le sientan mal. Y, aun con su seguro, es lo único que puede hacer para permitirse las pastillas, sobre todo porque tiene que devolver la pasta de los putos préstamos universitarios. Y, entonces, justo la semana pasada, va y se le escacharra la camioneta. Ya no tiene forma de ir a currar, pero el jefe no va a querer saber nada de esa mierda. Randy piensa que lo mismo se queda sin trabajo. ¿Y entonces qué? A lo mejor podría apuntarse al paro o algo así durante un tiempo, por lo menos hasta recuperarse. Randy siente que se ahoga.

Vale, hasta la última palabra de lo que acabáis de leer es pura invención, pero también os aseguro que hasta la última palabra de lo que acabáis de leer rezuma verdad. ¿Veis la diferencia entre Randy y Chad? Randy necesitaba (y fracasó) «remontar el vuelo» para poder tener éxito en la vida. A Chad le bastaba con no cagarla. Ahora bien, en favor de Chad hay que decir que hay un montón de niñatos ricos que la cagan, pero ahí está el tema: incluso cagándola, se salen siempre con la suya, siempre se les paga la fianza, una y otra vez. ¿Habéis oído alguna vez hablar de un tipo que se llama Jonathan Football?77 ¿Que Randy la caga una sola vez? Pues ya está, colega. Y como muy bien ilustra la narración anterior, ni siquiera tenía que cagarla; con una mala lesión es más que suficiente. Y os podría dar por pensar que reventarle a Randy la rodilla en la historia es un recurso barato, pero ni siquiera eso tiene la menor importancia. Incluso si Randy hubiese logrado llegar hasta el final, a fin de cuentas, habría acabado con una nota media mediocre y una titulación de lo más corriente obtenida en una universidad absolutamente insignificante. Ninguna referencia. Ningún contacto. Montañas de deudas de préstamos estudiantiles. Que le den por culo a la lesión-futbolística-de-canción-country. No es necesaria. Sigue siendo un hecho: la baraja está irrevocablemente amañada contra Randy78, y Chad cuenta de salida con un par de ases en la manga. Aun así, todos los Chads de este país miran con desdén a los Randys. ¿Y sabéis por qué? Porque No Lo Entienden. Ni les interesa entenderlo. Les resbala bastante. ¿Por qué no iba a resbalarles? No es su problema. ¿Sabéis cuál es su problema? Los impuestos que tienen que pagar para atender a toda esa pandilla de vagos de la calaña de Randy, me cago en la puta. Y eso es a lo máximo que llegan sus cerebros.

Tanto si los Chads se dan cuenta como si no, el quid de la cuestión, puro y simple, es que para la inmensa mayoría de la gente, el único factor importante a la hora de determinar si vas a tener dinero o no es si naces con dinero o no. Y sanseacabó. Estadísticamente hablando, eso es lo único que nos divide: la suerte, pura y ciega. A los Chads les desagrada oír esta verdad porque sienten que desvirtúa el duro trabajo que han tenido que llevar a cabo para poder llegar a donde están. Bueno, pues ya lo siento, Chad, pero los números no mienten. Hay estudios sociológicos, incluyendo casos históricos de Harvard y de la Universidad Johns Hopkins, que demuestran sistemáticamente que, en términos generales, si naces en el seno de una familia pobre, seguirás siendo pobre toda tu puta vida, y viceversa. ¿Y por qué es así? Bueno, también hay teorías sociológicas al respecto, pero este es nuestro libro y no nos hemos puesto a escribirlo para hablar de lo que ya han demostrado otros hijoputas. Así que vamos a contaros lo que pensamos nosotros.

ATASCADO EN EL BARRO

Si eres pobre, es difícil (muy, pero que muy condenadamente difícil) dejar de serlo79. Veréis, los Chads de este mundo se piensan que lo único que hace falta es «dejar de quejarse y buscarse un curro», y luego basta con trabajar duro. Bueno, pues perdona que te diga, Chad, pero eso es una solemne soplapollez. Chad nos está empezando a caer mal. En fin. Todas las personas pobres saben que puedes pelarte el culo a trabajar y seguir quedándote atrás. Muy muy atrás.

Primero de todo, el salario mínimo vigente en este país es una puta broma y el dinero no llega para sobrevivir en casi ninguna parte. No es nuestra intención abrir ahora esa particular lata de gusanos políticos80, pero no son más que puñeteras matemáticas. Incluso si tienes un trabajo que te paga lo suficiente para ir tirando, vale, eso está de putísima madre; hasta que te ocurre alguna desgracia. Y no sabemos si estaréis al tanto o no, pero las desgracias ocurren; básicamente se dedican a eso. Necesitas neumáticos nuevos para la camioneta o, Dios no lo quiera, algo peor como una caja de cambios. O te jodes la espalda. O se te pone el niño malo. Esas son putadas que pueden pasarle a cualquiera, pero si eres pobre, cualquiera de esas putadas tiene el potencial de arruinarte la vida, literalmente, para siempre. Como a los padres y a los Chads les chifla recordarnos, el dinero no crece en los árboles, así que cuando suceden estas putadas, hay que pedir prestado para poder pagar, y cuando eres pobre, tu crédito apesta. Así que adivina dónde te hallas. De vuelta en el ciclo de deudas del aparcero del que hablábamos unas líneas más arriba. Pedir prestado para sobrevivir hasta que te paguen y con lo que te paguen poder devolver lo que pediste prestado... y así sucesivamente. Te pasas el resto de la vida debiendo dinero al dinero que debes81. Y eso es un puto asco, que lo sepáis.

Añádase a eso el hecho de que ser pobre sale la hostia de caro. Cargos por sobregiro, cargos por pagos atrasados, tipos de interés abusivos..., la lista es interminable. Cuesta un montón de dinero no tener dinero y eso, seguro de cojones, no ayuda nada. Por el contrario, si tienes dinero, literalmente, te dan más pasta. Intereses, dividendos, lo que hostias sea el ROI, toda esa mierda sirve para agarrar el dinero de los ricos y convertirlo en más dinero todavía. Y, mirad, no hay nada de malo en eso. Solo estamos diciendo que el sistema no está diseñado para el ascenso social, a pesar de todas esas payasadas que te sueltan los adultos desde niño sobre el «Sueño Americano».

Para los pobres, esta situación es una pesadilla. A lo que también habría que añadir que la gestión financiera es una competencia legítima que los pobres no tienen. Nunca se les enseña nada acerca de cómo gestionar el dinero porque ¿quién coño se lo va a enseñar? No tienen a su alrededor a nadie que sepa una mierda de eso. Así que cuando se hacen mayores y se financian algo que no pueden permitirse, cuando superan el límite de la tarjeta de crédito o la cagan de cualquier otra manera, no es siempre por estupidez o irresponsabilidad. Simplemente, son ignorantes. El tema es que ya saben, han aprendido, pero, por desgracia, puede que sea demasiado tarde. Un solo error de esos y su calificación crediticia (qué coño, todo su bienestar financiero) se va por el retrete sin remedio. Y para los pobres es como perder la virginidad: no la van a recuperar.

Así que lo reiteramos para la gente pobre del Sur: no es culpa vuestra.

Pero eso no significa que no debamos hacer algo al respecto. No quiere decir que no sea un problema. Porque lo es, absolutamente. Cuando la gente empobrece, se desespera, y cuando la gente se desespera, ocurren cosas muy chungas. Cosas muy chungas como crímenes, drogadicción y violencia. Así que no es una exageración afirmar que la pobreza tiene todas las papeletas para ser el problema más importante al que se enfrenta el Sur en la actualidad –qué demonios, el país entero–. ¿Y qué se puede hacer?

Bueno, no os lo vais a creer, pero hemos pensado un par de cosillas.

DEJAR DE VOTAR CONTRA NOSOTROS MISMOS

Los pobres, especialmente en el Sur, votan sistemática y drásticamente contra su propios intereses económicos cada vez que hay elecciones. Esto resulta exasperante, absolutamente desquiciante. Esos hijos de puta adoptan políticas que se aprovechan de los pobres de forma devastadora. Limitan la asistencia sanitaria. Disminuyen el gasto para dar a sus amigotes del uno por ciento una exención tributaria, ¿y a que no os imagináis qué programas son los primeros en caer? Os daremos una pista: no precisamente los putos tanques. Adoptan una línea dura contra las drogas, abarrotan las prisiones privadas (propiedad de sus amigotes millonarios) con delincuentes no violentos, la inmensa mayoría pobres. Hacen que la misión de sus vidas sea que el Pobre se postre en beneficio de las sabandijas (sus colegas), y en todas las putas elecciones, los pobres hacen cola para volverlos a votar. ¿Por qué? ¿Por qué cojones hacemos eso?

Bueno, pues lo hacemos por Jesús. Por eso lo hacemos. Puede parecer una simplificación excesiva, pero es más o menos la situación, en serio. En algún momento a mediados del siglo veinte, la Derecha puso en marcha la estrategia, francamente brillante, de ungirse como el Partido del Señor. Y funcionó. Ahora los republicanos afirman representar la superioridad moral, «los valores familiares», «el estilo de vida tradicional» y todas esas soplapolleces. Los pobres oyen a esos gilipollas soltar el mismo tipo de mamarrachadas que suelta el pastor los domingos en misa y, ¡BOOM!, ahí lo tenéis. Votos emitidos y destinos sellados, sin más. Y visto de este modo, puede que el Señor sea más perjudicial para los pobres que la botella.

A ver, peña, tenemos que parar esto cuanto antes. ¿De verdad creéis que si Jesús volviera saldría por ahí a darse un garbeo con el puto Ted Cruz?82. Ni siquiera la mujer de Ted Cruz sale con Ted Cruz83. ¿Cómo ha logrado esa gente que todo el mundo se olvide de que Jesús era un hippie socialista de piel morena, greñudo y con sandalias, que no tenía ni dónde caerse muerto? No era un puto neocon. Mirad, todo el rollo de Jesús era acerca de los pobres –tiene todo el sentido del mundo que los pobres sean superforofos de Cristo–, pero si tanto lo queréis, dejad ya de confundir esa realidad con la falacia de «la derecha cristiana». ¡Dejad de permitir que esos cabrones os mientan y os roben! ¡Por el amor de Dios! ¡Parad ya de una puta vez!

En serio. Por favor. Ya.

APRENDER COSAS

Oye, mirad, lo pillamos: estudiar es aburridísimo y una tontería y «cosa de maricas». Pero, de nuevo, los números no mienten: es la hostia de difícil salir de la pobreza, pero la educación es, de lejos, la mejor opción. Cuanto más alto sea tu nivel educativo, más dinero ganarás, estadísticamente, en general. Aunque hay un problema con esto: los colegios de las zonas asoladas por la pobreza no son para tirar cohetes. De hecho, ese es uno de los principales factores que provocan que los pobres sigan siendo pobres. Así que, si eres pobre, «recibir una educación» es mucho más fácil decirlo que hacerlo.

¿Y qué podemos hacer para cambiar las tornas? Bueno, pues dejar de centrarnos en «la agenda gay», en «los mexicanos que vienen a quitarnos los puestos de trabajo» y en todas esas memeces, y empezar a centrarnos en las cosas que verdaderamente importan, incluyendo la reforma educativa. Dejar de hacer que los niños pobres piensen que los deportes y el ejército son las únicas salidas. Leer también puede funcionar. Y, de nuevo, reconocemos que leer no es tan divertido como anotar touchdowns o reventar cosas a tiros, pero es mucho más práctico y beneficioso a la larga.

Y además –y aquí volvemos a nuestras reflexiones personales84– cuanto más se aprende, más se desea conocer. Cuantas más preguntas te haces, más te das cuenta de la cantidad de chorradas que te han estado embutiendo en la cocotera desde que naciste. Cuantos más pobres tomen este camino, mejor.

El manifiesto redneck rojo

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