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Los atenienses se alían a los corcirenses enviándoles socorro. Batalla naval de dudoso éxito entre corintios y corcirenses.

Después que los atenienses oyeron a ambas partes, juntaron su consejo por dos veces: en la primera aprobaron las razones de los corintios, no menos que las de los otros; y en la segunda mudaron de opinión y determinaron hacer alianza con los corcirenses, no de la manera que ellos pensaban, es a saber, para ser amigos de amigos, y enemigos de enemigos, porque haciendo esto y juntándose con los corcirenses para ir contra los corintios, rompieran la confederación o alianza que tenían con los peloponesios: sino solamente para ayudar a una parte y a la otra, si alguno les quisiese hacer algún agravio a ellos o a sus aliados. Porque no haciendo esto, les parecía que tendrían guerra con los peloponesios: y tampoco querían dejar a Corcira en manos de los corintios que tenían tan poderosa armada, sino que pelearan unos con otros para que así se disminuyesen sus fuerzas, y fuesen más débiles: y después si les pareciese tomarían partido en la guerra contra los corintios, o contra los otros que tuviesen armada. También juzgaban de gran importancia la situación de la isla de Corcira entre Italia y Sicilia y por todo esto recibieron por compañeros y aliados a los corcirenses.

Cuando partieron los embajadores corintios, les enviaron diez naves de socorro y nombraron capitanes de ellas a Lacedemonio, hijo de Cimón, a Diotimo, hijo de Estrómbico, y a Proteas, hijo de Epicles: mandándoles que no trabasen batalla por mar con los corintios, si no los vieran venir navegando derechamente contra Corcira, desembarcar, o tocar en algún lugar de la isla: y que entonces lo defendiesen con todas sus fuerzas, vedándoles en los demás casos romper la alianza que tenían con los corintios.

Al llegar las naves de los atenienses a Corcira, los corintios aparejaron su armada y navegaron derechamente para Corcira con ciento y cincuenta barcos. De los cuales eran diez de los eleos, doce de los megarenses, diez de los leucadios, veintisiete de los ambraciotes, uno de los anactorios y noventa de los mismos corintios. Por capitanes de ellos iban los caudillos de estas ciudades, y de los corintios era capitán Jenóclides, hijo de Euticles, con otros cuatro compañeros. Todos estos partieron con buen viento haciendo vela desde el puerto de Léucade, y llegados a tierra firme de Corcira, desembarcaron en el cabo Quimerio, a la boca del mar, en tierra de Tesprótide, donde está un puerto y encima del puerto una ciudad apartada de la mar e inmediata una laguna llamada Éfira, junto a la cual desemboca en la mar la laguna Aquerusia, llamada así del río Aqueronte, el cual pasando por tierra de Tesprótide entra en aquella laguna y viene a parar en ella; de otra parte viene a entrar en la mar el río Tíamis, que divide la tierra de Tesprótide de la tierra de Cestrina, dentro de las cuales está el cabo Quimerio. En este lugar tomaron tierra los corintios y allí asentaron su campamento. Al saberlo los corcirenses, navegaron hacia aquella parte completando su armada hasta ciento diez naves, de las cuales iban por capitanes Milcíades, Esímides y Euribato. Acamparon en una de las islas llamada Síbota. Tenían en su ayuda diez barcos de los atenienses, y en tierra de Leucimna gente de a pie y mil hombres armados de los zacintios que les enviaron de socorro.

También los corintios tenían en su ayuda muchos de los bárbaros de la tierra firme; porque los comarcanos de ella siempre les eran amigos. Después que los corintios prepararon las cosas necesarias para la guerra, y tomaron provisiones para tres días, partieron de noche del cabo Quimerio para encontrar a los corcirenses, y navegando por la mañana vieron en alta mar la armada de estos que les venía al encuentro preparándose para la batalla de una y otra parte. En el ala derecha de los corcirenses venían las naves de los atenienses, y en la siniestra los mismos corcirenses, repartidos en tres órdenes o hileras de naves con tres capitanes, en cada una el suyo.

De la parte de los corintios venían a la mano derecha las naves de los ambraciotes, y de los megarenses; en medio los otros aliados como se hallaron, y a la mano siniestra los mismos corintios. Después que todos fueron juntos y alzaron señal de ambas partes para combatir, trabaron pelea, en la cual tenían de ambas partes mucha gente que peleaba desde los aparejos y desde encima de las cubiertas, y muchos flecheros y ballesteros que tiraban, mala y rudamente aprestados a la costumbre antigua. La batalla fue ruda, aunque sin arte ni industria alguna de mar, y muy semejante a batalla de a pie por tierra. Porque después que se mezclaron unos con otros, no se podían fácilmente revolver ni embestir por la multitud de navíos. Cada cual confiaba para la victoria, en la gente de guerra que estaba sobre las cubiertas, porque combatían a pie quedo, sin moverse los barcos, ni poder salir, y peleando más con fuerzas y corazón que con ciencia y maña, resultando de todas partes gran alboroto y turbación. Las naves de Atenas socorrían pronto a las corcirenses donde las veían en aprieto poniendo temor a los contrarios, mas no porque ellas comenzasen a trabar pelea, temiendo los capitanes traspasar lo mandado por los atenienses. El ala o punta derecha de los corintios estaba muy trabajada, porque los corcirenses con veinte naves les habían puesto en huida, y las siguieron desbaratadas hasta la tierra firme, donde tenían su campo, saltando en tierra, quemando las tiendas, y robando el campamento. De aquella parte, pues, fueron vencidos los corintios y sus compañeros. Mas los corintios que estaban en el ala o punta siniestra llevaban de vencida a sus contrarios, por estar aquellas veinte naves de los corcirenses ausentes, y ocupadas en perseguir a los otros como antes dijimos. Cuando los atenienses vieron así apurados a los corcirenses, abiertamente y sin más disimulo acudieron a socorrerles. Primero vinieron despacio, deteniéndose porque no pareciese que iban a acometer, mas como vieron a la clara huir a los corcirenses y que los corintios los seguían, cada cual metió manos en la obra sin diferenciarse, y así la necesidad compelió a quedar solos en el combate los corintios y los atenienses.

Después que los corintios hicieron huir a sus contrarios, no curaron de atar a sus navíos los marineros de las naves que habían echado a fondo de los enemigos, ni de las que les habían tomado, para llevarlas consigo a Ornio, sino que desviándolos, y alcazándolos, procuraban matarlos antes que tomarlos por cautivos. Y haciendo esto, mataban muchos de sus amigos que encontraban en el camino en naves suyas que habían sido desbaratadas pensando que fuesen enemigos, y no sabiendo que los suyos fuesen vencidos en el ala derecha. Porque como era grande el número de navíos de una parte y de otra, todos griegos, y ocupaban mucho trecho de mar, después de mezclados los unos con los otros, no se podía fácilmente conocer quiénes eran los vencidos ni los vencedores.

En verdad, fue esta la mayor batalla de mar de griegos contra griegos que hasta el día de hoy fue vista ni oída, y donde mayor número de barcos se juntaron.

Después que los corintios hubieron seguido a los corcirenses hasta la tierra, volvieron a recoger los despojos de sus naufragios, y los navíos destrozados, y los muertos y heridos, que eran en gran número: los que llevaron al puerto de Síbota, donde el ejército de los bárbaros que estaba en tierra había venido en su ayuda. Es Síbota un puerto desierto en la región de Tesprótide. Hecho esto los corintios volvieron a juntarse e hicieron vela hacia Corcira: viendo lo cual los corcirenses les siguieron con las naves que les habían quedado sanas y estaban para poder navegar, y juntamente con ellos las de Atenas, temiendo que los corintios desembarcaran en su tierra. Ya era avanzado del día y comenzaban a cantar el peán, cántico acostumbrado en loor de su dios Apolo14, cuando los corintios de repente, viendo venir de lejos veinte naves atenienses, volvieron las proas a las suyas. Estas veinte naves enviaban los atenienses de refresco en ayuda de los corcirenses, temiendo lo que ocurrió, que si los corcirenses eran vencidos, las diez naves que primero habían enviado en su socorro, fuesen pocas para defenderlos y socorrerlos. Al ver estas naves los corintios, y sospechando que además llegasen otras muchas volvieron las proas y comenzaron a retirarse; de lo cual los corcirenses, que no habían visto el socorro que les venía, se maravillaron, hasta que algunos, viéndolas, dijeron aquellas naves hacia nosotros vienen, y entonces también ellos se ausentaron. Ya comenzaba a oscurecer cuando los corintios se retiraron, apartándose así los unos de los otros en aquella batalla que duró hasta la noche.

Los corcirenses tenían su campo en Leucimna cuando las veinte naves de los atenienses fueron vistas, de las cuales venían por capitanes Glaucón, hijo de Leagro, y Andócides, hijo de Leógoras, y poco después llegaron a Leucimna, pasando por encima de los muertos y de los navíos destrozados y hundidos. Los corcirenses, porque era de noche oscura y no les conocían, recelábanse que fuesen de los enemigos; mas después que los reconocieron, pusiéronse muy alegres. Al día siguiente las treinta naves de los atenienses con las que habían quedado sanas de los corcirenses y podían navegar, salieron de este puerto de Leucimna, y vinieron a velas desplegadas al puerto de Síbota, donde estaban los corintios para ver si querían volver a la batalla. Mas los corintios, cuando los vieron venir, levantaron áncoras y alzaron velas, salieron del puerto en orden, fueron a alta mar, y allí estuvieron quedos sin querer trabar pelea, viendo las naves, que habían venido de refresco de los atenienses, sanas y enteras; que las suyas estaban maltratadas y empeoradas de la batalla del día anterior; que tenían bien en qué entender, en guardar los prisioneros que llevaban cautivos en las naves, y que no podían encontrar lo necesario para rehacer sus naves en el puerto de Síbota, donde estaban, por ser lugar estéril y desierto. Pensaban, pues, cómo podrían partir de allí y navegar en salvo para volver a su tierra, temiéndose que los atenienses les habían de estorbar la partida, so color de que habían roto la paz y alianza al acometerles el día anterior. Parecioles buen consejo enviar algunos de los suyos en un barco mercante sin faraute ni trompeta a los atenienses para que espiasen y tentasen lo que determinaban hacer; los cuales en nombre de los corintios les dijeron lo siguiente:

«Grande injuria y sin razón nos hacéis, varones atenienses, en comenzar contra nosotros la guerra, rompiendo la paz y alianza que teníamos, queriendo estorbar que castiguemos a los nuestros, y para ello tomando las armas contra nosotros. Si os parece bien todavía impedirnos que naveguemos hacia Corcira o hacia otra parte donde nos pluguiere, y quebrantar la confederación y alianza declarándoos enemigos nuestros: comenzad primero en nosotros, y prendednos, y usad de nosotros como de enemigos.» Al acabar de decir esto los corintios, todos los del ejército de los corcirenses, que lo oyeron, comenzaron a dar voces diciendo que los prendiesen y matasen. Mas tomando la mano los atenienses, les respondieron de esta manera: «Ni nosotros comenzamos la guerra, varones corintios, ni menos rompimos la paz y alianza que teníamos con vosotros, antes venimos aquí por ayudar y socorrer a estos corcirenses, que son nuestros amigos y compañeros: por tanto, si queréis navegar para otra cualquier parte, navegad mucho en buen hora; mas si navegáis hacia Corcira, o hacia otro cualquier lugar de su tierra para hacerles mal y daño, sabed que os lo hemos de estorbar con todas nuestras fuerzas y poder.»

Oída esta respuesta por los corintios, se aprestaron para partir de allí y navegar hacia su tierra. Empero, antes de su partida levantaron trofeo en señal de victoria en tierra firme de Síbota. Y después de partidos ellos, los corcirenses recogieron sus náufragos y los muertos que el viento de la marea había la noche anterior lanzado a orilla de la mar, y que abordaban a tierra de todas partes: y asimismo levantaron trofeo en señal de victoria en la misma isla de Síbota, frontero de aquel de los corintios, pareciéndoles a cada cual de las partes pretender la victoria por esta vía: los corintios porque habían sido dueños de la mar hasta la noche, porque habían recogido muchos náufragos de los navíos hundidos y muchos muertos de los suyos15, y tenían muchos prisioneros y cautivos de los contrarios, que en número pasaban de mil, y habían echado a fondo cerca de setenta naves de los enemigos, levantaron trofeo. Los corcirenses porque habían destrozado cerca de treinta naves de los enemigos; porque cuando los atenienses venían ya ellos habían recogido sus náufragos y trozos de naves, y los muertos como los contrarios, y también porque el día anterior los corintios volvieron las proas y se retiraron cuando vieron venir de refresco las naves atenienses, y no osaron acometerlas a la salida de Síbota, levantaron igualmente trofeo.

De esta manera ambas partes se atribuían la victoria. Los corintios, a la vuelta, tomaron por engaño la villa y el puerto de Anactorio, que está a la boca del golfo de Ambracia, el cual era común de ellos y de los corcirenses: y puesta en él gente de guarnición de los corintios, volvieron a su tierra, donde, al llegar, vendieron por esclavos cerca de ochocientos prisioneros de los corcirenses, y detuvieron en prisiones con mucha guarda cerca de doscientos cincuenta, con esperanza de que por medio de estos recobrarían la ciudad de Corcira, porque la mayor parte de los prisioneros eran de los principales de la ciudad.

Este fue el fin de la primera guerra entre los corintios y los corcirenses, después de la cual los corintios volvieron a sus casas como queda dicho.

Historia de la Guerra del Peloponeso

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