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IX
ОглавлениеDiscurso de Arquidamo rey de los lacedemonios disuadiendo a estos de declarar guerra a los atenienses.
Cuando los lacedemonios oyeron las querellas de sus aliados los corintios contra los atenienses, y las razones y disculpas de estos, mandáronles salir fuera del Senado, y consultaron entre sí mismos lo que deberían proveer al presente. Muchos fueron de parecer que los atenienses habían sido los culpados, injuriando a la otra parte y que por eso les debían declarar la guerra sin más tardanza. Entonces el rey Arquidamo, reputado por hombre muy sabio y prudente: se levantó y habló de esta manera:
«Tengo práctica y experiencia de muchas guerras, varones lacedemonios, y veo que algunos de vosotros contáis tal edad que podéis haber estado en ellas, de lo cual deduzco que ninguno por no ser práctico y por poco saber codicie la guerra, como sucede a muchos por no haberla experimentado, ni mucho menos la tenéis por buena ni por segura. Pero si alguno quisiere pensar y considerar con razón y prudencia esta guerra, sobre que vosotros consultáis al presente, hallara que no es de pequeña importancia. Contra los peloponesios y contra las otras gentes vecinas y comarcanas de nuestra ciudad, nuestras fuerzas serían iguales a las suyas, y bastantes para que pronto pudiésemos salir a hacerles guerra; pero contra hombres que habitan en tierras lejanas, muy diestros y experimentados en la mar, y muy provistos y abastecidos de todas las cosas necesarias, es decir, de bienes y riquezas en común y en particular, barcos, caballos, armas y gente de guerra más que en ningún otro lugar de toda Grecia, y además de muchos amigos y aliados que tienen por súbditos y tributarios ¿cómo o por qué vía debemos tomar la guerra contra ellos, o con qué confianza, viéndonos desprovistos de todas las cosas necesarias para acometerles pronto? ¿Por ventura les atacaremos por mar? Ellos tienen muchos más barcos que nosotros, y para aprestar armada contra ellos, es menester tiempo. ¿Por ventura con dinero? En esto su ventaja es mayor, porque ni lo tenemos en común, ni medio para poderlo haber de los particulares.
»Si alguno dice que en armas y en multitud de gente les llevamos ventaja, para que, entrando en su tierra, les podamos hacer mal, a esto respondo que tienen otra mayor tierra que la suya, la cual dominan, y que por mar podrán traer todas las cosas necesarias. Si intentamos hacer que sus súbditos y aliados se les rebelen, será menester socorrer a estos rebeldes con naves, porque la mayor parte habitan en islas. Luego ¿qué guerra será la nuestra? Que si no les sobrepujamos en armada o no les quitamos las rentas con que entretienen y mantienen la suya, más daño haremos a nosotros que a ellos con la guerra. Cuanto más que tampoco nos será honroso apartarnos de ella entonces, habiendo sido los primeros en empezarla. Ni tengamos esperanzas que se acabará pronto, habiéndoles destruido y talado sus tierras: porque por esto mismo debemos temer, que la dejaremos mayor para adelante a nuestros hijos y descendientes, que no es de creer que los atenienses son de tan poco ánimo, que por ver su tierra destruida, se rindan a nosotros o se espanten de la guerra como hombres poco experimentados.
»Ni tampoco soy tan simple que os mande y aconseje que dejéis maltratar y ultrajar a vuestros amigos y aliados, y que no curéis de castigar aquellos que os traman asechanzas y traiciones. Solamente digo que no toméis en seguida las armas, y que enviéis primero a ellos vuestras quejas y agravios para que os desagravien conforme a razón, no declarándoles de pronto la guerra, sino mostrándoles que no sufriréis injurias, y que antes acudiréis a la guerra que permitirlas. Y entretanto, tendréis tiempo de preparar las cosas y de reunir nuestros amigos y aliados, así griegos como bárbaros, los que pudieren ayudarnos con barcos o con dinero; pues a la verdad es lícito a todos aquellos que son ultrajados por asechanzas y traiciones, como lo somos nosotros de los atenienses, tomar en su amistad y alianza, no solamente a los griegos, sino también a los bárbaros, para que les ayuden a guardar y conservar su estado; y por este medio podremos ejercitar nuestra gente y proveernos de vituallas y otras cosas necesarias.
»Si quisieren oír nuestra demanda, harto bien será, y si no, habrán ya pasado en estos negocios dos o tres años, y en este espacio de tiempo estando nosotros más apercibidos les podremos hacer la guerra mucho mejor y con menor peligro. Cuando vieren que nuestros aprestos de guerra se acomodan a las razones que les damos y que son bastante para poner en ejecución lo que de palabra les exponemos, se inclinarán más a otorgar nuestra demanda, teniendo aún salva su tierra, y viendo que las cosas que de presente poseen no están robadas ni destruidas por sus enemigos. Ni debéis pensar que estando sus tierras salvas, bajo su poder y entre sus manos, las tenéis tan ciertas como si las tuvieseis en rehenes, y tanto más ciertas cuanto estuvieren mejor labradas, pues por esta razón nos debemos guardar más de destruirlas, para que no desesperen y acometan por donde nunca pueden ser vencidos. Si ahora estando desapercibidos como estamos, queremos destruir sus tierras solamente por inducirnos nuestros amigos y aliados los peloponesios y por satisfacer su apetito y querellas, es de temer que antes les hagamos más mal que bien a los mismos peloponesios, y que en adelante redunde en su daño y deshonra; porque las diferencias y querellas, ora sean públicas, ora particulares, se pueden componer y apaciguar, mas la guerra que una vez comenzáramos todos en general por causa de algunos particulares, no se sabe en qué ha de parar, ni si fácilmente la podremos dejar con honra. Si le pareciere a alguno ser cobardía que muchas ciudades juntas no osen acometer de pronto a una sola, sepa que los atenienses también tienen sus amigos y aliados no menos que nosotros, y aun tributarios, que les proveen de dinero, lo que no hacen los nuestros. La guerra consiste no solamente en las armas, sino también en el dinero, por medio del cual las armas pueden ser útiles y muy provechosas: que si no hay dinero para los gastos por demás son las gentes de guerra, y las armas, no habiendo con qué entretenerlas y sustentarlas, mayormente hombres mediterráneos de tierra firme, como somos nosotros, contra los de mar. Conviene, pues, ante todas cosas que nos proveamos de lo necesario para los gastos, y no nos movamos de ligero por las palabras de nuestros aliados y compañeros; pues, a la verdad, así como el bien o mal que nos viniere en su mayor parte se nos atribuirá antes que a ellos, así también debemos considerar despacio el fin que podrán tener las cosas. Y no debéis tener vergüenza ninguna por la tardanza y dilación de que nos acusan, porque si os apresuráis a comenzar la guerra antes que estéis apercibidos para ella, tened por cierto que la acabaréis más tarde. Nuestra ciudad ha sido siempre tenida y estimada de todos por gloriosa, franca y muy libre, y esta dilación y tardanza se nos atribuirá a prudencia y constancia, por las cuales solo nosotros, entre todas las naciones, ni nos ensoberbecemos con la prosperidad, ni con la adversidad desmayamos. Ni hinchados con el deleite de vanagloria por las loas de otros nos movemos de ligero a emprender cosas difíciles, ni tampoco porque alguno nos acuse con saña seremos inducidos a pesar ni tristeza, sino que mediante nuestra modestia y templanza somos belicosos, y cuerdos, y avisados. Belicosos, porque de la modestia nace la vergüenza y el temor de la honra, y de esta nace la magnanimidad; cuerdos y avisados, porque desde nuestra niñez fuimos enseñados a serlo; que de necios es menospreciar las leyes, y de cuerdos obedecerlas, aunque traigan dificultad y aspereza consigo.
»Además, no nos desvelamos como otros por cosas de poco provecho, es a saber, por grandes arengas y palabras atildadas para vituperar y denostar las fuerzas y aparatos de guerra de los enemigos, y persuadir que se comience la guerra pronto, como si no hubiese en esto más que hacer; antes cuidamos de que los pensamientos de nuestros vecinos estén muy cercanos de los nuestros; que los casos y fortunas de guerra no dependen de lindas palabras. Por tanto, siempre nos aprestamos, con obras más que con palabras contra nuestros adversarios, como contra aquellos que están bien provistos de consejo; y no tengamos nuestra esperanza en que por sus yerros han de valer nuestras cosas, antes presumamos que ellos podrán también y tan seguramente proveer sus negocios como nosotros los nuestros. Ni tampoco debemos pensar que hay gran diferencia de un hombre a otro: sino que es más sabio y discreto aquel que muestra su saber en tiempo de necesidad. Así, pues, varones lacedemonios, guardad esta forma de vivir que os enseñaron vuestros mayores y antepasados, pues siguiéndola siempre fuimos aprovechando de bien en mejor. Y no os dejéis persuadir de que en un momento debáis consultar y determinar de las vidas y haciendas de muchos, y de la honra y gloria de muchas ciudades; antes al contrario, tratemos despacio de aquello que no es lícito tratar más que a todos por nuestras fuerzas y poder. Enviad vuestra embajada a los atenienses sobre lo que demandan los potidenses, haciéndoles declarar estas querellas e injurias que pretenden los otros aliados, tanto más que ellos ofrecen acudir a juicio, y los que esto prometen están en su derecho, no pudiendo ir contra ellos como contra culpados. Entretanto, preparad lo necesario para la guerra. Haciéndolo así usaréis de buen consejo, y a la vez pondréis temor y espanto a vuestros enemigos.»