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XIV

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Acordada la guerra contra los atenienses por todos los del Peloponeso, envían los lacedemonios embajadores a Atenas para tratar de algunas cosas.

Cuando los lacedemonios oyeron los razonamientos de todas aquellas ciudades de Grecia allí representadas, mandaron dar a los embajadores de cada una de las ciudades mayores y menores sus piedrecillas en las manos para que con ellas declarasen por sus votos si querían la paz o la guerra. Todos fueron de parecer de declarar la guerra, y así lo determinaron; mas no había medio de comenzarla entonces porque estaban desprovistos de todas las cosas necesarias. Acordose, pues, que cada ciudad contribuyese para ella y sin ninguna dilación en menos de un año. En el ínterin, los lacedemonios enviaron embajadores a los atenienses para decirles las culpas de que los acusaban a fin de tener mejor y más justa causa de hacerles la guerra, si no se enmendaban prontamente. Primero les pidieron que purgasen la ofensa hecha a la diosa22, que era la siguiente: Fue un varón llamado Cilón, noble y poderoso, que en los juegos y contiendas que se hacían en Olimpia ganó el prez y las joyas. Este Cilón tuvo por mujer la hija de Teágenes, que a la sazón era señor de Mégara, y al verificarse este casamiento le fue dada respuesta a Cilón por el oráculo de Apolo en Delfos, que cuando se celebrase la gran fiesta de Júpiter, él tomase y ocupase la fortaleza de Atenas. Con alguna gente de guerra de Teágenes su suegro, y con otros sus amigos de la ciudad, que juntó cuando se celebraba la fiesta de Olimpia en el Peloponeso, tomó la fortaleza de Atenas con intención de hacerse señor de ella, persuadiéndose que por ser esta la mayor fiesta de Júpiter que se hacía, y por haber ganado él otras veces en esta misma fiesta los preces y joyas, saldría con la empresa conforme a la profecía del oráculo de Apolo, porque no consideraba si la respuesta se entendía de la fiesta que se celebraba en Atenas o en otra parte, ni tampoco el oráculo lo declaró, y también los atenienses celebran todos los años una fiesta muy solemne, en honra de Júpiter Miliquio, fuera de la ciudad, en la cual hacen muchos sacrificios de animales figurados. Mas Cilón que había interpretado el oráculo a su fantasía, creyendo que hacía bien, emprendió la cosa como arriba he dicho.

Cuando los atenienses supieron que su fortaleza había sido tomada, los que estaban en los campos se juntaron y vinieron a cercar a Cilón y a los suyos dentro de ella. Pero porque la plaza era fuerte y se cansaban de estar allí detenidos, la mayor parte se fueron a sus negocios y dejaron allí nueve capitanes con número bastante de gente con encargo de guardar, y mantener el cerco de la plaza, dándoles pleno poder de hacer todo aquello que bien les pareciese en aquel caso para el bien de la ciudad, y durante el sitio hicieron algunas cosas que les parecía convenir al bien de la república. En este tiempo Cilón y su hermano hallaron manera de salir secretamente de la fortaleza y se salvaron. Pero los otros que habían quedado dentro, obligados por el hambre, después de haber muerto muchos, se guarecieron en el gran altar que está dentro de la fortaleza. Los que habían quedado en guarda del cerco los quisieron sacar: viendo que se morían y a fin de que, por su muerte, el templo no fuese profanado y violado, los sacaron fuera, y los mataron. Algunos fueron muertos pasando por delante de los dioses, y otros al pie de los altares, por lo cual todos los culpados de las muertes y sus descendientes fueron condenados por crueles y sacrílegos y desterrados por los atenienses, primero, y por Cleómenes, auxiliado por los atenienses sublevados23. No solamente echaron de la ciudad a los que se hallaron de estas líneas, sino que los huesos de los difuntos los arrojaron fuera de los límites. Pasado algún tiempo, volvieron, y al presente hay algunas casas de estas familias que los lacedemonios pedían fuesen echadas, por saber que Pericles, hijo de Jantipo, descendía de aquella raza por parte de su madre, esperando que si lanzaban a este de la ciudad de Atenas, podrían después más a su placer venir al fin deseado de su guerra contra los atenienses, y si no le echaban, a lo menos le harían odioso al pueblo, pues creería este que por salvar a Pericles se había en parte provocado la guerra. Pericles era en aquel tiempo el hombre más principal de la ciudad de Atenas y de mayor autoridad; siempre contrario a los lacedemonios, y que persuadía a los atenienses que emprendiesen la guerra contra ellos.

A esta demanda respondieron los atenienses diciendo que los lacedemonios purgasen también el sacrilegio de que estaban contaminados a causa de la violencia que hicieron en el templo de Neptuno en Ténaro. Porque, tiempo atrás, los lacedemonios habían sacado fuera del templo de Neptuno y muerto algunos fugitivos hilotas que pedían merced, violando así el templo, a lo cual atribuía el pueblo un gran terremoto que poco después se sintió en la ciudad de Lacedemonia. Además pedían los atenienses a los lacedemonios que purgasen otro sacrilegio de que asimismo estaban contaminados, que se hizo en el templo de Palas en Calcieco, y ocurrió de esta manera:

Después que Pausanias fue privado por los lacedemonios del mando que tenía en Helesponto, y le ordenaron que se defendiese de los cargos que contra él había, aunque fue absuelto de ellos, no por eso le devolvieron el empleo. Viendo esto Pausanias salió de la ciudad de Lacedemonia fingiendo que quería volver al Helesponto y servir en la guerra como soldado; pero su verdadero propósito era tratar con el rey de los medos tocante a esta guerra que él mismo había comenzado, y después, con ayuda del rey, usurpar la tiranía y el mando sobre toda Grecia. Para conseguir su deseo, mucho tiempo antes que le acusaran, había ganado la gracia del rey por un singular servicio que le hizo, y fue que, a la vuelta de Chipre, habiendo tomado la ciudad de Bizancio, y preso a los que el rey había dejado allí de guarnición, entre los cuales había muchos parientes, amigos y familiares del rey, se los envió secretamente, sin dar parte a los otros capitanes, sus compañeros, fingiendo que se le habían escapado. Y esto lo hizo por medio de Góngilo, encargado de guardarlos, con el cual asimismo envió al rey una carta del tenor siguiente:

«Pausanias, general en jefe de los espartanos, al rey Jerjes, salud. Queriendo agradarte y ganar tu gracia, te envío los prisioneros que yo había cogido en buena guerra por las armas: y es mi voluntad, si te pluguiere, desposarme con tu hija, y poner a Esparta y a toda Grecia en tus manos. Lo cual pienso que podría hacer seguramente teniendo buena amistad e inteligencia contigo. Por tanto, si este negocio te agrada envía por mar alguno de los tuyos que sea hombre de confianza, con quien yo pueda comunicar todo mi proyecto y secreto.»

Esta carta alegró mucho a Artajerjes, y prontamente envió a Artabazo, hijo de Farnaces, so color de darle el cargo y gobierno de la provincia de Dascilio, que a la sazón gobernaba Megabates por el rey. Mandole llamar antes y le dio una carta para Pausanias, que estaba en Bizancio, sellada con su sello, y además le encomendó que tratase con Pausanias lo más secreto que pudiese, y si le mandaba hacer alguna cosa que la hiciese. Llegó Artabazo a la provincia de Dascilio, hizo lo que le mandó el rey, y envió la carta a Pausanias, que decía así:

«El rey Jerjes a Pausanias, salud: Te agradezco mucho el placer y buena obra que me hiciste enviándome los prisioneros que tomaste en Bizancio, y nunca será olvidado este favor ni por mí, ni por los míos. En gran manera me agradaron tus razones, y así te ruego que trabajes de noche y de día por poner en ejecución lo que me has prometido, que por mi parte no faltará ni oro, ni plata, ni ejércitos, donde quiera que fueren menester. Sobre lo cual puedes tratar seguramente con Artabazo, al que te envío para esto expresamente por ser hombre sabio y fiel. Y haciéndolo como dices, tus cosas y las mías se abrevien en nuestra honra y provecho.»

Cuando recibió esta carta, Pausanias, a quien los griegos tributaban gran respeto por el cargo y autoridad que tenía, comenzó a engreírse y ensoberbecerse de suerte que no se contentaba con vivir a la manera acostumbrada de los griegos, sino que salía de Bizancio ataviado a la moda de los medos, y andando por tierra de Tracia, llevaba soldados medos y egipcios que le acompañaban, y se hacía servir a la mesa como los medos.

No podía, en efecto, encubrir su corazón ni sus pensamientos, sino que daba a entender en sus hechos lo que tenía en el ánimo. Difícilmente concedía audiencia a los que a él llegaban, y airábase con todos de repente, por lo que ninguno se atrevía a hablarle. Esta fue la principal causa de que los confederados de Grecia se apartasen de los lacedemonios y se unieran a los atenienses. Por ello los lacedemonios le llamaron como antes se ha dicho, y cuando partió por mar en la galera llamada Hermíone sin licencia de la república, advirtiose que hacía lo mismo que antes. Desterrado de Bizancio por los atenienses, que la conquistaron, no volvió más a Esparta, retirándose a unos lugares de tierra de Troya. Estando allí fueron avisados los lacedemonios de que tenía tratos con los bárbaros, y parecioles que no lo debían tolerar. Enviáronle un ministro de justicia con la vara de los éforos, que llama escítala24, mandándole que viniese con el ministro a Esparta, so pena de rebelde y enemigo de la patria. No queriendo parecer sospechoso, y confiando en que con dinero se podía librar de las consecuencias de los crímenes y culpas de que le acusaban, fue a Esparta con aquel ministro, y al llegar le aprisionaron por orden de los éforos, a los cuales es lícito hacer esto mismo hasta con el rey. Puesto después en libertad, presentose a juicio para responder a la acusación que le dirigían.

En Lacedemonia, ni sus contrarios, ni toda la ciudad, hallaron motivo aparente, ni indicio verdadero para castigarle, mayormente siendo hombre de linaje de reyes y de gran autoridad y reputación, porque había sido tutor de Plistarco, hijo del rey Leónidas, y en su nombre había administrado el reino; pero la insolencia de sus costumbres y el querer imitar la vida de los bárbaros les infundía mucha sospecha, de que estaba en inteligencia con ellos, y tramaba alguna cosa para ser señor y mandar entre los suyos.

Entre otras muchas cosas que había hecho contra las leyes y costumbres de Lacedemonia, les indignaba en gran manera que, en una mesa de alambre de tres pies que los griegos ofrecieron al templo de Apolo en Delfos del botín cogido a los medos, había mandado esculpir el mismo Pausanias estos versos:

Aquel griego capitán Que Pausanias se llamó, Ya que a los medos venció Con gran trabajo y afán Que en la guerra padeció, Por honra del dios Apolo, Aquí puso esta memoria, Aplicando su victoria Al favor de aquel dios solo.

Versos que mandaron borrar los lacedemonios, y en lugar del de Pausanias pusieron los nombres de todas las ciudades confederadas que se hallaron en la batalla contra los bárbaros.

Acusábanle a la vez de cosa más grave, cual era el tener tratos secretos y conjuraciones con los hilotas o esclavos de Lacedemonia, prometiéndoles que les daría libertad y derecho de ciudadanos si se levantaban juntamente con él y hacían lo que les mandase. Pero ni aun tampoco por dichos de los esclavos, según sus leyes, podían proceder contra ningún varón lacedemonio en causa de muerte o cosa que no se pudiese remediar, sin tener indicios ciertos e indudables. Pero un criado, muy privado y familiar suyo, llamado Argilo, que fue el que llevó a Artabazo las últimas cartas que Pausanias, su amo, había escrito al rey Jerjes, descubrió la traición a los éforos. Lo hizo por sospechas, al ver que ninguno de los otros mensajeros que Pausanias envió a Artabazo había vuelto, por lo cual, temiendo que le ocurriese mal también a él, mandó contrahacer el sello con que estaba sellada la carta para poder volverla a sellar después de leerla, si no hallaba cosa en ella de lo que él sospechaba, y también para que el mismo Artabazo no conociese que había sido abierta. Leyola, y halló, entre otras razones, aquello que temía, y era que Pausanias decía a Artabazo que le matase. Visto esto, llevó la carta a los éforos, los cuales se convencieron de la traición.

Para más justificación suya, y por saber mejor la verdad, quisieron oírla de boca del mismo Pausanias, y usaron de esta estratagema: hicieron que el criado fuera a acogerse al templo de Ténaro como hombre que ha ofendido a su señor y se quiere librar en sagrado, y se le hizo saber a Pausanias para que fuera allí a hablar con él, lo cual hizo. Dos de los éforos se habían escondido en un sitio secreto, de manera que podían bien oír y entender lo que Pausanias y el criado hablaban sin ser sentidos. Cuando Pausanias fue donde estaba su criado y le preguntó la causa por que se había acogido allí, le declaró que había abierto la carta, y le dijo todo lo que contenía, quejándose de que en ella le mandase matar, pues en todos los tratos que había tenido con el rey Jerjes había confiado en él, y nunca le faltó. Parecíale, pues, cosa fuera de razón que mandara matarle, como habían sido muertos todos los mensajeros enviados antes con otras cartas, mensajeros que no podían compararse con él.

A esto Pausanias le respondió, confesando que todo era verdad, sin cesar de amansarle y rogarle que no tomase por ello enojo, y jurándole por el templo donde estaba que en adelante no le haría mal, cumpliendo con toda diligencia su encargo para Artabazo, porque el negocio no fracasara. Oyeron los éforos muy bien todas estas razones, y estimando el caso muy averiguado, dieron orden para que Pausanias fuese preso dentro de la ciudad. Mas como los dos éforos le salieran al encuentro en la calle, conoció en los movimientos del rostro de uno de ellos que iban resueltos a prenderle, y ganoles por la mano huyendo al templo de Palas, sin que le pudiesen coger. Antes de llegar al templo entró en una casilla pequeña que estaba junto a él para descansar, y fue atajado por los que le seguían, los cuales descubrieron el techo de la casa y la cercaron por todas partes con guardas para que no pudiese salir, teniéndole sitiado hasta que le mataron de hambre. Cuando estaba espirando, los guardas le sacaron de aquel lugar sagrado, y murió en sus brazos.

Los éforos opinaban que debía ser arrojado el cadáver a una quebradura25, donde acostumbraban a echar los malhechores, pero mudaron de propósito y le hicieron enterrar en una sepultura.

Algún tiempo después les fue amonestado, por revelación del oráculo de Apolo Délfico, y mandado que le sacasen de la sepultura y le enterrasen en el lugar donde había espirado, y así fue hecho. Aun hoy se ve su sepultura delante del templo, según parece por el letrero que está esculpido en la piedra del sepulcro. Mandoles además el oráculo de Apolo que, para purgar el sacrilegio que habían cometido violando el templo de la diosa Palas, diesen dos cuerpos en lugar de uno, y así lo hicieron, expiando la muerte de Pausanias con el ofrecimiento de dos estatuas de metal en el templo de Palas Calcieca.

Véase, pues, por qué los atenienses, para responder con un cargo igual al que les hacían los lacedemonios de estar contaminados de sacrilegio, les imputaron otro tanto, diciendo que ellos purgasen de igual manera la ofensa que habían hecho a la diosa Palas, y que el oráculo de Apolo había juzgado sacrilegio.

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