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XII
ОглавлениеGuerras que los atenienses tuvieron desde la de con los medos hasta la presente, así contra los bárbaros como contra los griegos, acrecentando con ellas su imperio y señorío.
Este grado de mando y autoridad sobre los griegos lograron los atenienses con ocasión de la guerra de los medos, y por el deseo que tenían de emprender cosas grandes. Mas después de aquella guerra hasta la presente, realizaron famosos hechos, así contra los bárbaros, como contra aquellos aliados y confederados que querían hacer novedades, y contra los peloponesios, que les contradecían y estorbaban a cada paso.
Refiero todo esto saliendo fuera de mi propósito, porque todos los historiadores que antes de mí escribieron, han dejado de contarlo, haciendo solamente mención de las cosas que pasaron antes de la guerra de los medos, o en ella. Helánico dice algo en su historia de Atenas, brevemente, sin distinguir los tiempos por su orden. Así, pues, pareciome cosa conveniente poner aquí este relato y por él se podrá saber y entender de qué manera fue fundado y establecido el imperio y señorío de los atenienses.
Primeramente, siendo su capitán Cimón, hijo de Milcíades, tomaron y saquearon la ciudad de Eyón, que está asentada en la ribera del Estrimón, y que poseían los medos. Después tomaron y sometieron la isla de Esciros, en el mar Egeo, de donde expulsaron a los dólopes que la poseían y la poblaron con gente suya. Después hicieron guerra a los caristios, y a otros de la isla Eubea, que andando el tiempo se la dieron por tratos; y tras estos a los naxios que se les habían rebelado y que, conquistados por fuerza, fueron los primeros de las ciudades confederadas que los atenienses redujeron a servidumbre contra el tenor y forma de la alianza. Lo semejante hicieron después con otras ciudades que también se rebelaron. A esto dieron causa muchas de aquellas gentes por no entregar algunas veces el número de navíos que les pedían o no pagar el tributo que les habían impuesto, o ausentarse de la armada sin licencia, y por esto los atenienses los obligaban a ello y los castigaban muy rigurosamente, agraviándose ellos en gran manera, por no estar acostumbrados a esta sujeción, y también porque veían que los atenienses se hacían más señores, y usaban de más autoridad que habían acostumbrado, no haciéndose la guerra por igual de ambas partes, porque los atenienses tenían el mando y poder para obligar y compeler a aquellos que faltasen en algo. Los mismos obligados tenían la culpa de ello, pues por pereza de ir a la guerra o por no dejar sus casas algunos concertaban dar dinero en lugar de los navíos que debían dar, y así el poder de los atenienses se aumentaba por mar, y ellos quedaban totalmente faltos y despojados de navíos, de suerte que cuando después se querían rebelar, se hallaban desprovistos de todas cosas y no podían resistir.
Después de esto, los atenienses y sus confederados hicieron la guerra contra los medos, y en un día alcanzaron dos victorias, una por tierra junto a la ribera de Eurimedonte, que está en la región de Panfilia, y otra por mar allí cerca, llevando por su capitán a Cimón. En la cual batalla naval fueron, o tomadas o desbaratadas, todas las naves y galeras de los fenicios en número de doscientas. Poco tiempo después, los tasios se rebelaron contra los atenienses porque los tasios hacían la feria de sus mercaderías, y principalmente del metal, en tierra de Tracia, que estaba de la otra parte del mar, frente a la suya. Los atenienses enviaron contra ellos su armada, que desbarató la de los tasios, y después salieron a tierra y cercaron la ciudad. En este mismo tiempo enviaron los atenienses diez mil moradores, así de sus ciudadanos como de los aliados y confederados, a tierra del Estrimón para poblar de su gente la villa que entonces era llamada Nueve Caminos, y al presente se nombra Anfípolis, lanzando de ella a los edonios que la poseían. Mas después de entrar los atenienses más adelante por tierra en la región de Tracia, fueron muertos y desbaratados junto a Drabesco por los tracios, moradores de la tierra, en venganza de que la ciudad de Nueve Caminos fuese tomada y maltratada. Entretanto los tasios, que fueron vencidos por mar y estaban cercados de los atenienses, según he dicho, enviaron a pedir ayuda a los lacedemonios, rogándoles que entrasen en tierra de los atenienses para obligarles a levantar el cerco, e ir a socorrerla. Lo prometieron los lacedemonios y de hecho lo hubieran cumplido, a no ser por un terremoto que sobrevino en su tierra, no osando por ello emprender aquella guerra.
También sucedió en este tiempo que todos los esclavos de los lacedemonios que estaban en tierra de Turia y de Etea, huyeron a Ítome. Estos esclavos descendían por la mayor parte de los antiguos mesenios, llevados en cautividad, y por esto a todos se les llamaba mesenios. Los lacedemonios comenzaron la guerra contra los de Ítome, y esta les impidió socorrer a los tasios, que después de haber estado mucho tiempo cercados, al cabo de tres años se entregaron a merced de los atenienses, quienes les derrocaron las cercas y murallas de su ciudad, les quitaron todos sus navíos, y les hicieron pagar cuanto pudieron sacarles por entonces, imponiéndoles para lo venidero grandes tributos. A este precio les dejaron su tierra y las minas de metales que tenían en sus montañas. Durante este tiempo los lacedemonios viendo que la guerra que habían comenzado contra los de Ítome iba muy a la larga, pidieron a todos sus amigos y aliados ayuda, y entre otros a los atenienses, porque les parecían más expertos que otros en combatir muros y fuerzas, y que con su ayuda podrían tomar la villa que tanto tiempo habían tenido cercada, como a la verdad hubieran hecho, porque los atenienses les enviaron ejército, y por capitán a Cimón, si no fuera porque los lacedemonios sospecharon de ellos, sospecha que ocasionó después la discordia y diferencia manifiesta entre ellos. Viendo los lacedemonios que la villa no se tomaba por fuerza, comenzaron a recelar de los atenienses y de su afición a emprender cosas nuevas. Dijéronles, temiendo que los de la villa tuviesen algunos tratos o inteligencias con ellos, que ya por entonces no tenían más necesidad de su ayuda, y los despidieron reteniendo consigo los otros aliados y confederados. Los atenienses conociendo evidentemente que no habían sido despedidos por la razón alegada, sino por sospecha, tomaron esta licencia a mal, considerándola ultraje, porque sabían muy bien que no se lo habían merecido. Por ello, cuando volvieron a Atenas y relataron en el Senado lo que pasaba, se apartaron de la amistad y alianza que habían hecho con los lacedemonios para la guerra contra los medos, y se volvieron a aliar y confederar con los argivos, que eran conocidos enemigos de los lacedemonios, y unos y otros juntamente hicieron amistad y alianza con los tesalios.
Los que estaban dentro de Ítome viendo que no podían resistir más al poder de los lacedemonios, y que ya estaban cansados del largo cerco que duraba más de diez años, capitularon con condición de que saliesen de la villa los defensores y de toda tierra del Peloponeso sin poder volver jamás a ella, y si alguno volvía, que fuese esclavo de aquel que le cogiera. Este concierto hicieron los lacedemonios impulsados por una respuesta que les dio durante la guerra el oráculo de Apolo, que era así:
Si en Ítome algún varón Ante el Júpiter divino Se humilla y pide perdón, Suéltenle de la prisión, Vaya libre su camino.
Echados los itomenses de su tierra con sus mujeres y familias, se dirigieron hacia los atenienses, los cuales por el odio que habían concebido contra los lacedemonios, los recibieron de buena gana, y los enviaron a habitar en la isla de Naupacto, que acababan de conquistar lanzando de ella a los locros ozolos.
Casi por este mismo tiempo los megarenses se apartaron de la alianza de los lacedemonios y se juntaron con los atenienses a causa de que teniendo guerra contra los corintios sobre los límites, no les dieron ayuda, y por esta vía los atenienses fueron señores de Mégara y de la villa de las Fuentes que ellos nombran Pegas. Fortificaron a Mégara con una muralla fuerte que corría desde la ciudad hasta el río de Nisea, y la guarnecieron con sus tropas. De aquí nació la primera enemistad entre los atenienses y corintios. Sucedió también que Inaro, hijo de Psamético, rey de los libios que habitan junto a los confines de Egipto, juntó gruesa armada en su ciudad llamada Marea, que está sobre el Faro, y entró por tierra de Egipto, que a la sazón estaba sujeta al rey Artajerjes, y ora por fuerza, ora de grado atrajo a su devoción gran parte de ella. Hecho esto se alió a los atenienses, que entonces habían descendido a hacer guerra en la isla de Chipre con doscientos navíos suyos y de sus compañeros y aliados y que al saber la demanda del rey Inaro dejaron la empresa de Chipre y se fueron hacia aquellas partes, entrando por mar en el Nilo, tomando por sorpresa las dos partes de la ciudad de Menfis y sitiando la tercera llamada el muro blanco, donde se habían retirado los medos y los persas escapados de las otras dos partes juntamente con los egipcios que no se habían rebelado.
Por otra parte los atenienses que descendieron de sus naves junto a Halias, combatieron contra los corintios y contra los epidaurios, y estos los vencieron, aunque poco después en una batalla naval que tuvieron los atenienses contra los peloponesios junto a Cecrifalia, alcanzaron la victoria, como también después habiendo comenzado la guerra contra los eginetas en otra batalla naval junto a Egina, donde se hallaron los aliados y confederados de ambas partes, ganaron la victoria, echaron a fondo setenta barcos de los enemigos, y prosiguiendo su triunfo, hicieron escala, saltaron en tierra y sitiaron la ciudad de Egina, llevando por su capitán a Leócrates, hijo de Estrebo.
Viendo esto los peloponesios, quisieron tomar la demanda por los eginetas como sus aliados, y enviáronles de socorro al principio trescientos soldados corintios y epidaurios, los cuales entraron por los promontorios y cabo de mar de Gerania21. De la otra parte los corintios con sus aliados entraron armados por tierra de Mégara, sabiendo que los atenienses porque tenían armada en Egipto y en Egina no podrían socorrer a todas partes, y a lo menos para defender a Mégara tendrían que levantar el cerco de Egina. Mas como los atenienses no moviesen su ejército de Egina, salieron de la ciudad todos aquellos que podían tomar armas, viejos y mozos hacia Mégara, llevando por su capitán a Mirónides, y encontráronse allí con los corintios, fue la batalla tan reñida y tan igual, que cada cual de las partes pretendía haber logrado la victoria. Al fin los atenienses levantaron su trofeo en señal de vencedores por haber quedado por ellos el campo. Los corintios que se habían retirado a su ciudad, viendo que los ancianos los motejaban porque se habían vuelto doce días después de la batalla, acudieron también a levantar su trofeo frente al de los enemigos; pero los atenienses que estaban en Mégara salieron con tan grande ímpetu, que mataron a todos los que levantaron el trofeo y ahuyentaron a los que con ellos venían, algunos de los cuales por no saber el camino se metieron en un campo sin salida, cercado de fosos, acorralándolos los atenienses y matando a todos a pedradas, lo que fue gran pesar para los corintios, aunque los demás de su gente se salvaron dentro de la villa.
Por entonces los atenienses emprendieron la obra de hacer dos grandes murallas que comenzasen desde la ciudad, y la una llegase hasta el puerto del Pireo, y la otra hasta el de Falero. Los focenses guerreaban contra los dorios, que descendían de los lacedemonios, y les tenían cercadas tres villas, Beo, Citinio y Eríneo. Cuando tomaron una de ellas, los lacedemonios enviaron en socorro de los dorios a Nicomedes, hijo de Cleómbroto, que a la sazón gobernaba la ciudad de Lacedemonia en lugar de Pausanias, rey de Lacedemonia, con mil y quinientos hombres de la tierra y cerca de diez mil de los aliados: los cuales antes de llegar, sabiendo que los dorios habían capitulado con los corintios, volvieron a sus casas, no sin gran temor de que los atenienses les estorbasen el paso, porque si tomaban el camino por mar, por la parte del golfo de Crisa, los atenienses tenían gran número de navíos, y de la otra parte de Gerania también corrían peligro a causa de tener los atenienses a Mégara y a las fuentes de Pegas, con hombres de guerra y barcos, además de ser el paso difícil y estrecho, y saber que los atenienses los estaban esperando. Parecioles, pues, buen consejo quedarse en tierra de Beocia hasta que recibiesen noticias de cómo podrían pasar y también por persuasión de algunos atenienses, que procuraban mudar el gobierno popular de la ciudad de Atenas y estorbar que se acabasen las murallas comenzadas. Pero los atenienses que supieron la cosa, salieron al encuentro a los lacedemonios viejos y mozos hasta número de mil, y juntaron de sus aliados y confederados hasta catorce mil, así porque pensaban que los enemigos no sabían donde ir, como también porque recelaban que hubiesen venido por turbarles su estado y gobierno popular. Además acudieron en ayuda de los atenienses fuerzas de a caballo de tesalios por la alianza que tenían con ellos; aunque estos se pasaron a la otra parte en la batalla que se dio junto a la villa de Tanagra en tierra de Beocia, en la cual los lacedemonios ganaron la victoria, habiendo gran matanza de ambas partes.
Después de estas victorias, los lacedemonios entraron en tierra de Mégara y talaron todos los árboles, encaminándose después a Gerania, y por el istmo del Peloponeso volvieron a sus casas. Setenta y dos días después de la batalla perdida volvieron los atenienses con gran poder a tierra de Beocia, llevando por su capitán a Mirónides y vencieron a los beocios junto a Enófita, apoderándose de toda la tierra de Beocia y de Fócide, derribando los muros de Tanagra, y tomando rehenes de los locros opuntios más ricos.
Acabaron de hacer en este tiempo las dos murallas que habían comenzado en Atenas, que llegaban hasta los dos puertos, según dejo dicho.
Pasado esto los eginetas, no pudiendo sufrir más el cerco de tantos días, capitularon con los atenienses a condición de derrocar todos los muros de su ciudad, dar todos sus navíos y pagar ciertos tributos todos los años.
De allí se fueron los atenienses navegando en torno del Peloponeso, al mando de Tólmides, hijo de Tolmeo, quemaron las atarazanas de los lacedemonios, y tomaron la villa de Calcis, que era de los corintios. Hecho esto saltaron en tierra, pelearon con los sicionios, que habían acudido contra ellos, y los vencieron.
Todas estas cosas las hicieron en Grecia los atenienses mientras tenían su armada en Egipto, donde tuvieron muchas y diversas aventuras de guerra. Primeramente el rey de Persia, cuando supo su llegada a Egipto, envió un capitán de nación persa, llamado Megabazo, a Lacedemonia con gran suma de dinero para persuadir a los lacedemonios a que entrasen con armas en tierra de Atenas a fin de apartar de Egipto a los atenienses. Megabazo gastó inútilmente parte del dinero, y viendo que no hacía nada, se fue con el resto a Egipto. El rey envió otro capitán nombrado Megabizo, hijo del persa Zópiro, a Egipto con numerosa armada, que al llegar libró gran batalla contra los egipcios rebelados y contra sus aliados, en la cual fueron vencidos los griegos que estaban dentro de la ciudad de Menfis, lanzados de ella y encerrados en la isla de Prosopitis, que está en la ribera del Nilo. Allí los tuvo cercados año y medio, y entretanto atajó y tomó el agua por una parte de la isla, de manera que las naves de los atenienses quedaron en seco, y la isla se juntó con tierra firme. Hecho esto Megabizo, a pie seco entró con su gente, y rompió y desbarató a los atenienses. De esta suerte, cuanto los atenienses habían hecho en tierra de Egipto por espacio de seis años lo perdieron de una vez y juntamente la mayor parte de su gente. El resto, que fueron bien pocos, se salvó por tierra de Libia, y vinieron a embarcarse a Cirene. La tierra de Egipto volvió a la obediencia del rey de Media, excepto aquella parte donde reinaba Amirteo, por ser toda lagunas y florestas, y también porque las gentes de esta región son muy belicosas. Inaro, rey de los libios, causante de esta rebelión, fue preso a traición y después ahorcado. Cincuenta galeras que los atenienses enviaban con socorro a los suyos a Egipto, arribaron a una boca del río Nilo llamada Mendes, y allí desembarcaron los hombres de guerra no sabiendo la derrota de su gente. Acometidos por la parte de tierra por la infantería de los fenicios que allí estaba, y de la del mar por los trirremes de los mismos, la mayor parte de los suyos fueron echados a fondo, y los otros se escaparon huyendo a fuerza de remos. Este fin tuvo aquella grande empresa y numerosa armada de los atenienses y de sus aliados y confederados en Egipto.
Después de estos sucesos, Orestes, hijo de Equecrátidas, lanzado de tierra de Tesalia por el rey de aquella provincia Fársalo, se acogió a los atenienses; y tanto les persuadió, que decidieron restituirle sus tierras. Con ayuda de los beocios y focenses, fueron a Tesalia, y tomaron lo que era tierra firme junto la mar, y lo tenían y poseían por fuerza de armas, sin poder pasar más adelante, porque se lo estorbaba la gente de a caballo del rey. Viendo que no podían ganar ninguna villa, ni plaza fuerte, ni llevar adelante su empresa, se volvieron sin otro resultado que el de traer al mismo Orestes consigo. Después mil atenienses, que estaban en el lugar nombrado las Fuentes de Pegas, entraron en las naves que allí tenían, y fueron a desembarcar en Sición, llevando por su capitán a Pericles, hijo de Jantipo; al saltar en tierra, desbarataron una banda de soldados sicionios que venía contra ellos. Y hecho esto, tomaron los aqueos en su compañía, y pasaron por Acarnania para atacar a la ciudad de Eníadas, la cual sitiaron; pero viendo que no la podían tomar se volvieron.
Tres años después atenienses y peloponesios ajustaron treguas por otros cinco años, durante cuyo tiempo, aunque no tuviesen guerra en Grecia, los atenienses reunieron una armada de doscientos navíos suyos, y de los compañeros y confederados, de la cual fue caudillo Cimón, y saltaron a tierra en la isla de Chipre. Estando allí, fueron llamados por Amirteo, rey de las florestas de Egipto, y le enviaron a Egipto setenta naves suyas; las demás quedaron en el cerco de la ciudad de Citio. Estando allí, murió Cimón, su caudillo, y viéndose en gran necesidad de vituallas, levantaron el cerco, y navegando hacia la ciudad de Salamina, que es de Chipre, combatieron por mar y tierra contra los fenicios y los de Chipre y Cilicia, y en ambas batallas alcanzaron la victoria. Volvieron después a su tierra, y lo mismo hicieron los otros navíos de su compañía, que habían ido a Egipto.
Pasado esto, los lacedemonios comenzaron la guerra llamada Sagrada, y habiendo tomado el templo que está en Delfos, lo dejaron a los de la villa. Mas al poco tiempo los atenienses fueron con numerosa armada, y lo tomaron de nuevo, dándolo en guarda a los focenses.
Poco después los desterrados por los atenienses ocuparon Orcómeno y Queronea y algunas otras villas de la Beocia; y sabiéndolo aquellos, enviaron contra ellos mil hombres de guerra de los suyos y algunos otros de los aliados que pudieron reunir de pronto, y por capitán a Tólmides, hijo de Tolmeo, recobrando Queronea, y poniendo en ella guarnición de sus soldados.
A la vuelta de allí se encontraron con los desterrados de Beocia, que se habían juntado con los otros desterrados de Eubea, con los locros y con algunos otros que seguían su partido: estos derrotaron y mataron a la mayor parte de los atenienses, cogiendo a los demás prisioneros. Por medio de estos prisioneros hicieron los atenienses sus conciertos con los beocios, y les restituyeron su libertad. Todos los desterrados y otros que se habían expatriado, volvieron, sabiendo que ya podían gozar de su primera libertad.
No tardó mucho en rebelarse la isla de Eubea contra los atenienses, y como Pericles, a quien estos enviaban con muchas fuerzas para restituirla a su obediencia, estando ya en el camino, tuviese nuevas de que los de Mégara se habían también rebelado y muerto la gente de la guarnición que allí tenían los atenienses, excepto algunos que se habían salvado en Nisea, y que además habían traído a su parcialidad a los corintios, a los sicionios y a los epidaurios; como también supiese que los peloponesios estaban preparándose para entrar con grandes fuerzas en tierra de Atenas, dejó el camino que llevaba para Eubea y volvió a Atenas. Antes de llegar, los peloponesios habían ya entrado en territorio de Atenas, y robado y talado todos los términos de la ciudad de Eleusis hasta el campo llamado Tría, llevando por su capitán a Plistoanacte, hijo de Pausanias, rey de Lacedemonia. Hecho esto, y sin pasar más adelante, regresaron a sus casas.
Los atenienses volvieron a enviar a Pericles con su armada a Eubea, y sometió toda la isla por convenios, excepto la ciudad de Hestiea, que tomó por fuerza, expulsando a todos los moradores, y poblándola su gente. De regreso Pericles de esta conquista, o poco tiempo después, se ajustaron treguas y tratos por treinta años, entre los atenienses de una parte, y de la otra los lacedemonios y sus aliados, por medio de los cuales los atenienses devolvieron a los peloponesios el lugar de las Fuentes, Trecén y Acaya, que era lo que tenían ocupado del Peloponeso. Seis años después de estos conciertos, estalló cruel guerra entre los samios y los milesios por la ciudad de Priene; y viendo los milesios que ellos no eran poderosos contra sus enemigos, rogaron a los atenienses que les diesen ayuda, con consentimiento y consejo de algunos ciudadanos de Samos, que procuraban novedades en su ciudad.
Los atenienses fueron con cuarenta barcos contra la ciudad de Samos, la vencieron, restableciendo en ella el gobierno popular: tomaron cincuenta mancebos y cincuenta hombres en rehenes, que depositaron en la isla de Lemnos, pusieron su gobierno en Samos, y regresaron.
Después de su partida, algunos de los ciudadanos que no se habían hallado en la ciudad al tiempo que los atenienses la ocuparon, porque al saber que iban se retiraron a diversos lugares en tierra firme, por consejo de los principales de la ciudad, hicieron alianza con Pisutnes, hijo de Histaspes, que gobernaba a la sazón la ciudad de Sardes, quien les envió setecientos soldados, y con ellos entraron de noche en Samos, combatieron con los del pueblo que tenían la gobernación, los vencieron e inmediatamente se fueron a la isla de Lemnos, sacaron de allí sus rehenes, se rebelaron contra los atenienses, y prendieron los gobernadores y la guarnición que estos habían dejado en Samos, los cuales entregaron a Pisutnes. Hecho esto, prepararon su armada para ir a Mileto, teniendo inteligencias con los bizantinos, que también se habían rebelado contra los atenienses.
Al saber estos la rebelión de los samios, reunieron una armada de setenta barcos para ir contra ellos, aunque de estos barcos no llegaron más de cuarenta y cuatro a Samos, porque enviaron los demás, parte a Caria para estorbar que los fenicios pasasen a socorrer a los de Samos, y parte a Quíos para traer gente de guerra. Cuando estas cuarenta y cuatro naves, que acaudillaba Pericles con otros nueve capitanes, arribaron a la isla de Tragia y encontraron setenta navíos de los samios, que venían de Mileto, de los cuales veinte venían cargados de gente de guerra, los combatieron y desbarataron; y después de esta victoria, llegándoles de refresco cuarenta navíos de socorro de Atenas y de Lesbos, y veinticinco de Quíos, descendieron a la isla de Samos y pusieron cerco a la ciudad, habiendo primero desbaratado una banda de gente que había salido de la ciudad contra ellos. La cercaron por tres partes, una por mar y dos por tierra. Ocupado en el sitio de la plaza Pericles, le avisaron que los fenicios venían con gran número de navíos a socorrer a los samios, y tomando sesenta de sus barcos, que acababan de llegar, fue con toda diligencia a tierra de Cauno y de Caria. Entretanto, de la otra parte había salido del puerto de Samos Esteságoras con cincuenta navíos para ir a recibir a los fenicios; y como los de Samos fueron avisados de la partida de Pericles, vinieron por mar, con todos los navíos que pudieron juntar, a acometer el campo de los atenienses, que no estaba muy fortificado, embistieron contra los barcos ligeros de los atenienses que hallaron en el puerto, los echaron a pique y vencieron en batalla naval todos los barcos que les salieron al encuentro. De esta manera fueron señores de la mar, y por espacio de catorce días metieron y sacaron fuera de la ciudad todo lo que quisieron. Mas al fin de estos días volvió Pericles con los otros navíos, y los encerró de nuevo en la villa.
Poco después recibieron gran socorro de Atenas, que fue cuarenta barcos, capitaneados por Tucídides, Hagnón y Formión, y veinte navíos de los confederados, cuyos capitanes eran Tlepólemo y Anticles; y de Quíos y Lesbos llegaron treinta naves. Aunque los samios hacían algunas escaramuzas y salidas por mar durante el cerco de la ciudad, que fue de nueve meses, como vieran que no eran poderosos para resistir largo tiempo, se rindieron con estas condiciones: que los muros de la ciudad fuesen derribados, que diesen rehenes y entregasen todos sus navíos a los atenienses, y para los gastos de la guerra pagasen una gran suma de dinero en determinados plazos. También los bizantinos concertaron obedecer a los atenienses, como lo solían hacer antes.
Pasado algún tiempo comenzaron las diferencias entre los de Corcira y de Potidea, de que antes hicimos mención, y entre todos los otros que ya dijimos, las cuales fueron ocasión de la guerra de que hablamos al presente.
Estas son, en efecto, las guerras que los griegos tuvieron, así contra los bárbaros como entre sí, desde que el rey Jerjes partió de Grecia hasta el comienzo de la que ahora escribimos, por espacio de cincuenta años, durante los cuales los atenienses aumentaron en gran manera su imperio y poder, cosa que los lacedemonios sentían y comprendían muy bien, pero no lo impedían, sino que vivieron lo más de este tiempo en paz y reposo, porque no eran muy ligeros para emprender guerras, ni las declaraban sino por necesidad, y también porque estuvieron ocupados con guerras civiles, hasta que vieron que crecía el poder de los atenienses más y más cada día y que maltrataban y ultrajaban a sus amigos y aliados. Entonces determinaron no sufrirlo más y acudir a la guerra con todas sus fuerzas para abatirles si pudiesen.
Cuando declararon por decreto que los atenienses eran quebrantadores de la fe y alianza, y habían injuriado a sus aliados y confederados, enviaron a Delfos para saber del oráculo de Apolo qué fin tendría aquella guerra, y el oráculo respondió:
Que de cierto vencerá Quien fuere más esforzado, Y llamado y no llamado Su socorro les dará.
Habiendo acordado y determinado la guerra por consejo, llamaron de nuevo a sus aliados y confederados a la ciudad de Lacedemonia para consultar el negocio y determinar todos juntamente si convendría comenzarla. Cuando llegaron los procuradores y embajadores de las ciudades, celebraron el consejo para que habían sido llamados; y como los otros hablasen primero culpando a los atenienses, y concluyendo que se les debía hacer la guerra, al final hablaron los corintios, que al principio habían hablado y rogado y persuadido a los otros confederados que comenzasen la guerra inmediatamente contra los atenienses, temiendo que, mientras consultaban, les tomasen estos la ciudad de Potidea. Y saliendo en medio los últimos de todos, hicieron el razonamiento siguiente: