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TUCÍDIDES

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Nueve años después de la famosa batalla de Salamina, cuatrocientos setenta antes de la era vulgar, nacía en Alimunte, aldea del Ática, este célebre historiador. De ilustre y rica familia, sus abuelos maternos fueron Milcíades, el vencedor en Maratón y la hija del rey tracio, Oloros. El padre de Tucídides, que también se llamaba Oloros, era igualmente de origen tracio.

No poca influencia tuvo en su vida el poseer minas de oro en Tracia, pues cuando el espartano Brásidas se apoderó de Anfípolis, estando Tucídides con siete buques en la isla de Tasos, y ejerciendo por primera vez mando militar independiente, temió el general lacedemonio que se valiera de la influencia que le daban en aquella comarca sus riquezas, para organizar rápidamente fuerzas que socorriesen la plaza, y, a fin de prevenir este peligro, concedió una capitulación ventajosísima a los de Anfípolis, para que, como lo hicieron, le entregaran sin dilación la ciudad.

Tucídides llegó tarde con su flota para impedir la rendición; y los atenienses, acostumbrados a juzgar el mérito de sus capitanes por el éxito de sus empresas, le condenaron a destierro.

Veinte años vivió expatriado, no volviendo a Atenas sino en tiempo de Trasíbulo, y por un decreto especial que le llamaba.

Comprendió desde el principio de la guerra del Peloponeso que esta sería la más importante y de mayores consecuencias de las habidas hasta entonces en Grecia, y formó el designio de historiarla. Su expatriación le permitió vivir hasta en Lacedemonia y enterarse personalmente de los medios, recursos y proyectos de los enemigos de su patria, como lo estaba de los de sus conciudadanos; sus riquezas le facilitaron la averiguación de la verdad, pagando en las diversas repúblicas beligerantes personas competentes, encargadas de remitirle las noticias fidedignas. Sabiendo que cada partido procuraría desfigurar los hechos en su favor, buscó de este modo informes en todas partes para averiguar la verdad entre las noticias exageradas y contradictorias.

Digna es de admiración la imparcialidad con que Tucídides escribe la historia de sucesos contemporáneos, que apasionaban los ánimos, en alguno de los cuales tomó parte, presenciando otros y teniendo de todos inmediata noticia, sin que en ningún caso le ciegue el amor patrio hasta el punto de faltar a la justicia.

Tucídides abre a la historia nuevo camino. Los historiadores anteriores pintaban las cosas y narraban los sucesos que herían los sentidos, el aspecto de las comarcas, las especiales costumbres de los pueblos, los monumentos, las expediciones guerreras, haciendo intervenir en el destino de naciones y príncipes un poder sobrenatural. Tucídides estudia la influencia de la tribuna, el carácter de las asambleas populares, la índole de los tribunales en Grecia, e investiga los móviles de las acciones humanas, por el carácter de las personas o por la especial situación en que se encuentran. El conjunto de su historia, dice Müller, es una sola acción, un drama histórico, un gran pleito, en que son partes las repúblicas beligerantes y se litiga la soberanía de Atenas en Grecia.

Tucídides, que inventa este género de historia, es también quien lo comprende y determina con mayor claridad y fijeza. Escribe la historia de la guerra del Peloponeso, no la historia de Grecia en este período; y cuanto en los asuntos interiores y exteriores de los estados no atañe a esta gran lucha queda excluido de su libro, pero incluye en cambio cuanto puede afectar a la guerra, suceda donde quiera. Previó que se ventilaba si Atenas sería gran potencia o solo una de tantas repúblicas que constituían el equilibrio de Grecia, y no le engañó la paz efímera y mal observada que a los diez años, por intervención de Nicias, interrumpió la lucha, ni que se reanudaran las hostilidades durante la expedición a Sicilia, probando, por modo fehaciente, que aquella paz no mereció tal nombre, ni fue otra cosa que momento de tregua en una sola y gran guerra.

El orden y división de esta Historia responde a la idea y propósito de su autor. Los griegos ajustaban sus campañas belicosas a las estaciones del año, y de aquí los períodos de verano e invierno; en los primeros, pelean los beligerantes, en los segundos, realizan los aprestos y las negociaciones.

Respecto a los datos cronológicos, no teniendo los griegos una era común y ordenado el calendario de cada nación con arreglo a ciclos particulares, que designaban con diversos nombres, aprovecha Tucídides como dato fijo la sucesión natural de las estaciones y el estado de los cultivos en el campo, que muchas veces motivaba las expediciones militares. Una frase, como, por ejemplo: «cuando maduraba el trigo» expresa, con la exactitud deseada, el momento en que se realiza un acontecimiento.

En la narración de las campañas, procura Tucídides agrupar todos los incidentes relativos a un mismo suceso, aun a costa algunas veces de la sucesión cronológica, salvo cuando el hecho de guerra, como, por ejemplo, el sitio de Potidea o el de Platea, es de larga duración.

La obra de Tucídides, de haberla él terminado, resultaría dividida en tres partes bien proporcionadas. La primera, sería la historia de la guerra hasta la paz de Nicias, el período llamado guerra arquidámica, por las devastadoras expediciones de los espartanos al mando de su rey Arquidamo; la segunda, los motines y rebeliones en los estados griegos después de la paz de Nicias y la expedición a Sicilia, y la tercera, la reproducción de las hostilidades contra el Peloponeso hasta la ruina de Atenas, el período que los antiguos llamaron guerra Decelia.

La división de esta Historia en libros no es de Tucídides, sino de los gramáticos antiguos. El primer tercio lo forman los libros II, III y IV; el segundo, los libros V, VI y VII. Del tercer período solo acabó Tucídides el libro VIII.

El libro I tiene especial interés, no tanto por los hechos en él referidos como por las reflexiones del autor. Su primera tesis consiste, en que la guerra del Peloponeso es el acontecimiento más importante de que los hombres tenían memoria, y lo prueba reseñando la historia de la antigua Grecia hasta las guerras con los medos. Examina los tiempos primitivos, la guerra de Troya, los siglos inmediatamente posteriores a esta, y, por fin, las guerras con los persas, demostrando que en ninguna de las empresas de este período se necesitaron y emplearon las fuerzas que exigió la guerra del Peloponeso, porque hasta tiempos posteriores no adquirieron desarrollo en vasta escala entre los griegos la fortuna mobiliaria y la marina de guerra. De esta suerte Tucídides defiende históricamente la máxima que Pericles llevó con la práctica al convencimiento de sus compatriotas, de que no debían ser base del poderío el territorio y el número de hombres, sino el dinero y la marina.

La misma guerra del Peloponeso es poderoso argumento en favor de esta tesis, porque los lacedemonios, a pesar de la superioridad que tenían en bienes raíces y hombres libres, fueron inferiores a los atenienses hasta que su alianza con los persas les proporcionó grandes recursos en dinero y una escuadra importante.

Probada así la grandeza del asunto que va a historiar, y después de breve exposición de su manera de escribir la historia, trata de las causas de la guerra, que divide en indirectas o públicas, y en intrínsecas o tácitas. Son las primeras las cuestiones entre Corinto y Atenas por la posesión de Corcira y Potidea, y las quejas con que aquellos acudieron a Lacedemonia, decidiendo a los espartanos a declarar que Atenas había quebrantado la paz. Las segundas, el temor que inspiraba el creciente poderío de los atenienses, y que obligaba a los lacedemonios a declarar la guerra si querían mantener la independencia del Peloponeso. Esto sirve de punto de partida al historiador para narrar las medidas políticas y belicosas de que se valieron los atenienses para convertirse, de directores de los insulares y griegos de Asia, que eran al empezar la guerra contra Persia, en soberanos del archipiélago y de todo el litoral.

La tercera parte del primer libro contiene las deliberaciones de los estados confederados del Peloponeso y sus negociaciones con Atenas, que condujeron al rompimiento de las hostilidades.

Este es el plan y distribución de la obra. En cuanto al fondo, como Tucídides refiere lo que ha visto u oído, su narración tiene toda la frescura, toda la viveza que cabe en un historiador de este género, testigo presencial o contemporáneo de los acontecimientos. Él mismo dice que empezó a tomar notas al comenzar la lucha, previendo lo que sería esta guerra, y que continuó anotando los sucesos a medida que ocurrían a su vista o adquiría fidedignos informes. Antes de su destierro en Atenas, y después en Tracia, hizo estos trabajos preparatorios, comparables a nuestras Memorias, que refundió y organizó después de la guerra y de vuelta a su patria, por lo cual, y por morir asesinado a manos de bandoleros en Tracia a los setenta y seis años de edad, no quedó la historia terminada, debiendo suponerse que las notas redactadas durante el curso de los acontecimientos, y que abarcarían hasta la rendición de Atenas, no bastaban a suplir la narración definitiva. Atestiguan informes dignos de crédito que el mismo libro VIII no estaba terminado a la muerte de Tucídides, y que la hija del historiador, según unos, Jenofonte, en opinión de otros, lo agregó a los siete primeros, pero de ningún modo puede negarse su autenticidad.

Si hoy día es imposible comprobar la exactitud de los datos e informes de que se valió Tucídides, la claridad de su narración, la concordancia de los detalles unos con otros y del conjunto de ellos con el estado general de las cosas, tal como lo refieren otros escritores, la armonía de los hechos referidos con las leyes de la naturaleza humana y los caracteres de los actores, constituyen una garantía de veracidad y fidelidad históricas especialísima en Tucídides, reconocida y confesada por todos los escritores de la antigüedad.

De los historiadores romanos, solo Salustio puede comparársele; Tácito lo iguala en lujo de detalles, pero no en la claridad de la narración, por pasar de un acontecimiento conmovedor a otro de igual índole, sin cuidarse del encadenamiento íntimo de los sucesos.

Tucídides destina su obra a los que quieran saber la verdad de lo ocurrido y distinguir lo saludable y beneficioso en los casos análogos que en la vida de la humanidad se repitan. Nótase en ella alguna tendencia a la forma didáctica, propia de los últimos tiempos de la antigüedad, en que la narración de los sucesos solo es medio para llegar al objeto principal, que no es otro sino la educación del hombre de estado y del jefe militar; pero Tucídides solo resulta didáctico en la intención, no en el hecho, contentándose con narrar los sucesos como han ocurrido, sin deducir lecciones prácticas para el militar o el gobernante.

La convicción de Tucídides de que conocía todas las causas de los sucesos y los caracteres y pasiones de las personas que en ellos intervenían, demuéstrala en las arengas y discursos que, pronunciados en las asambleas del pueblo, o en los consejos federales, o ante las tropas, eran por sí y por sus consecuencias acontecimientos importantísimos, y que solo podían referirse por informes fiados a la memoria. Tucídides mismo confiesa la imperfección de sus informes en este punto y la necesidad en que se ve de hacer hablar a los personajes conforme a la situación en que se encontraban.

Las arengas de Tucídides contienen siempre todos los motivos que han determinado los actos importantes. Cuando es preciso indicar los motivos, pone los discursos; cuando no es necesario, los suprime, y la exposición de motivos está sacada de los sentimientos dominantes en los individuos, en los partidos y en los estados. De aquí que los discursos contengan necesariamente muchas ideas expresadas en diversas ocasiones.

El objeto principal de Tucídides al redactar estas arengas es siempre mostrar los sentimientos que han motivado la manera de obrar de los personajes, poniendo en su boca el fundamento, la justificación o la excusa de sus actos; y lo hace con tanta verdad, colócase el historiador en la situación de los oradores con tanto acierto, da razones tan atinadas a sus propósitos, que el lector queda convencido de que estos, bajo el impulso inmediato de sus intereses o de sus proyectos, no han podido defender mejor su causa.

Tan admirable facilidad se adquiría en las escuelas de los retóricos y sofistas, donde se ejercitaban en defender alternativamente el pro y el contra, la buena y la mala causa; pero el empleo que hace Tucídides de este arte, es el mejor imaginable. La verdadera historia sería imposible sin esta facultad del historiador de colocarse alternativamente en puntos de vista distintos y aun opuestos. Solo participando por breves momentos de las ideas de sus adversarios puede comprender y hacer comprender la razón de ellas y lo que de fundado tienen, porque no se concibe una opinión que haya ejercido influencia histórica sin algún fundamento.

Tucídides considera la religión, la mitología y la poesía elementos extraños a la historia, y prescinde sistemáticamente de ellos, no relacionando en caso alguno las cosas divinas con los sucesos humanos.

En cuanto al estilo, une la elocuencia sustancial y rica en ideas de Pericles al lenguaje severo y casi arcaico de la retórica de Antifón. Como los demás grandes escritores de su época, emplea las palabras en el sentido más exacto y preciso para la expresión de las ideas. El carácter serio y taciturno del historiador se refleja en sus escritos, ofreciendo a sus lectores más ideas que palabras, hasta el punto de ser a veces oscuro por avaricia de laconismo. Es, de todos los historiadores de la antigüedad, el que merece más serio estudio en los pueblos donde todos los ciudadanos pueden intervenir en el gobierno. Decía un ilustrado miembro del Parlamento inglés que apenas podría discutirse asunto alguno en las Cámaras sobre el cual no se encontraran datos luminosos en esta Historia.

Es mejor historiador de consulta para los hombres políticos que el mismo Tácito, porque presenta los actos políticos de unas naciones con otras, y Tácito no puede pintar más que los del soberano respecto de los cortesanos, y los de estos entre sí o con relación al César. Objeto de constante estudio del emperador Carlos V, llevaba este la obra de Tucídides hasta en sus campañas, como Alejandro el poema de Homero.

Fácil fue que la Historia de la guerra del Peloponeso desapareciera hasta para los griegos casi contemporáneos. Solo había un manuscrito, que cayó por fortuna en manos de un hombre capaz de apreciar su mérito: Jenofonte. Historiador también, pero de estilo mucho más sencillo, suave y elegante, pudo temer la rivalidad del enérgico Tucídides, y en su mano estuvo condenarle a eterno olvido; pero el alma de Jenofonte era incapaz de una bajeza. Se enalteció publicando una obra maestra que no podía igualar, y contentándose con ser modestamente su continuador.

Historia de la Guerra del Peloponeso

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