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II

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Causas y origen de la guerra entre corintios y corcirenses. Vencidos los primeros por mar, rehácense para continuar la guerra y ambos beligerantes envían embajadores a los atenienses, solicitando su alianza.

Epidamno es una ciudad que está asentada a la mano derecha de los que navegan hacia el seno del mar jonio, y junto a ella habitan los taulantios, bárbaros de Iliria. A la cual se pasaron a vivir los corcirenses pobladores llevados por Falio, hijo de Eratóclides, natural de Corinto, y descendiente de Hércules, el cual, según ley antigua, había sido enviado de la ciudad metrópoli y principal para caudillo de los nuevos pobladores corcirenses, a quienes no era lícito salir a poblar otra región sin licencia de los corintios, sus principales y metropolitanos11. Vinieron también a poblar esta ciudad juntamente con los corcirenses, algunos de los mismos corintios, y otros de la nación de los dorios. Andando el tiempo llegó a ser muy grande la ciudad de los epidamnios y muy poblada; pero como hubiese entre ellos muchas disensiones y discordias, según cuentan, por cierta guerra que tuvieron con los bárbaros comarcanos, cayeron del estado y poder que gozaban. Finalmente, en la postrera discordia el pueblo expulsó de la ciudad a los más principales, que huyeron y se acogieron a los bárbaros comarcanos, de donde venían a robar y hacer mal a la ciudad por mar y por tierra. Los epidamnios, viéndose tan apretados por aquellos, enviaron sus mensajeros y embajadores a los de Corcira como a su ciudad metrópoli, rogándoles que no los dejasen perecer, sino que los reconciliasen con los que habían huido, y apaciguasen aquella guerra de los bárbaros. Y los embajadores, sentados en el templo de la diosa Juno, les suplicaron esto12. Mas los de Corcira no quisieron admitir sus ruegos, y les despidieron sin concederles nada.

Los epidamnios al saber que los de Corcira no les querían hacer ningún favor, dudando qué harían por entonces, enviaron a Delfos para consultar al oráculo si sería bien que diesen su ciudad a los corintios, como a sus principales pobladores, y pedirles algún socorro. El oráculo les respondió que se la entregasen y los hiciesen sus caudillos para la guerra. Fueron los epidamnios a Corinto por el consejo del oráculo, les dieron su ciudad, contándoles, entre otras cosas, cómo el poblador de ella había sido natural de Corinto; declarándoles lo que el oráculo había respondido, y rogándoles que no los dejasen ser destruidos, sino que los amparasen y vengasen. Los corintios, por ser cosa justa, tomaron a su cargo la venganza, pensando que tan de ellos era aquella colonia como de los corcirenses, y también por el odio y malquerencia que tenían a los corcirenses que no se cuidaban de los corintios, siendo sus pobladores; pues en las fiestas y solemnidades públicas no les daban las honras debidas, ni señalaban varón de Corinto que presidiese en los sacrificios13, como las otras colonias. Además, porque los menospreciaban los corcirenses a causa de la gran riqueza que tenían; pues entonces eran los más ricos entre todas las ciudades de Grecia y más poderosos para la guerra, confiando en sus grandes fuerzas navales, y en la fama que tenían cobrada ya los feacios, sus antecesores, que primero habitaron a Corcira, de ser diestros en el arte de navegar. Y esta gloria les impulsaba a tener siempre dispuesta una armada muy pujante, contando 120 trirremes cuando comenzaron la guerra.

Teniendo todas las quejas arriba dichas, los corintios de los corcirenses, determinaron dar de buena gana socorro a los epidamnios, y además de la fuerza de socorro, enviaron por guarnición la gente de los ambraciotes y leucadios, mandando que todos los que quisiesen pudieran ir a vivir a Epidamno. Por tierra fueron a Apolonia, pueblo de los corintios, por miedo de que los corcirenses les cortasen el paso por mar. Cuando estos supieron los moradores y gente de guarnición que iban a la ciudad de Epidamno, y que se había dado población allí a los corintios, tuvieron gran pesar, y apresuradamente navegaron para allá con veinticinco naves, y poco después con lo restante de la armada, mandando por su autoridad que los desterrados que habían sido lanzados primero, fuesen recibidos en la ciudad. Porque, según parece, los que estaban desterrados de Epidamno, cuando supieron que los corintios enviaban gente a poblarla, acudieron a los corcirenses mostrándoles sus sepulturas antiguas, alegando el deudo y parentesco que con ellos tenían, y rogándoles que hiciesen recibirles en su tierra y lanzasen a los pobladores y gente de guarnición que habían enviado los corintios. Mas los epidamnios no los quisieron recibir ni obedecer en nada; antes sacaron sus huestes contra ellos; por lo cual los corcirenses, con cuarenta naves, tomando consigo los desterrados como para restituirlos en su tierra con algunos de los ilirios, asentaron su real delante de la ciudad, y mandaron pregonar que cualquiera de los epidamnios o extranjeros que se quisiesen pasar a ellos, fuese salvo, y los que no quisiesen, fuesen tenidos por enemigos. Mas como los epidamnios no obedeciesen a esto, los corcirenses, para combatirla, pusieron cerco a la ciudad, situada en un istmo.

Los corintios, al saber por mensajeros de los de la ciudad de Epidamno, que estaban cercados, dispusieron su ejército y juntamente mandaron pregonar que daban población de sus ciudadanos para la ciudad de Epidamno, que la darían igualmente a todos los que quisiesen ir allá por entonces; y que los que no quisieran ir, sino después, pagasen cincuenta dracmas a la ciudad de Corinto y se quedasen, porque así serían también participantes de los mismos privilegios de pobladores. Fueron muchos los que navegaron a la sazón, y los que pagaron la cantidad prefijada. Además de esto, rogaron a los megarenses que los acompañasen, con sus naves por si acaso los corcirenses les quisiesen vedar el paso por mar, los cuales les dieron ocho naves bien aparejadas, y la ciudad de Pale de los cefalenios dio cuatro, y los de Epidauro, siendo rogados, les dieron cinco; los de Hermíone una, y los de Trecén dos; los leucadios diez, y los ambraciotes ocho. A los tebanos y a los fliasios pidieron dineros, y a los eleos solamente los cascos de las naves y dinero. Y de los mismos corintios fueron dispuestas treinta naves y tres mil hombres.

Cuando los corcirenses supieron estos aprestos de guerra, vinieron a Corinto con los embajadores de Lacedemonia y de Sición que tomaron consigo, y demandaron a los corintios que sacasen la guarnición y los moradores que habían metido en Epidamno, pues ellos nada tenían que ver con los epidamnios; y si no lo querían hacer, que nombrasen jueces en el Peloponeso, en aquellas ciudades que ambas partes eligiesen, y que la población fuese de aquellos que los jueces determinasen por sentencia, o que lo remitiesen al oráculo de Apolo, que estaba en Delfos, y no se permitiese guerrear unos contra otros. De lo contrario serían forzados a hacerse amigos de aquella parcialidad que más poderosa fuese, para su bien y provecho. Los corintios les respondieron que sacasen sus naves y los bárbaros de Epidamno, y que después consultarían sobre ello, porque no era razón que estando los unos cercados, los otros quisiesen llevar la cosa por tela de juicio. Los corcirenses replicaron que si los corintios sacaban primero a los que habían metido en la ciudad de Epidamno, ellos también lo harían así y que estaban dispuestos a que se apartaran unos y otros de la tierra, y ajustar treguas hasta tanto que la cuestión se resolviera en justicia.

Los corintios, no accediendo porque tenían sus naves a punto y los compañeros de guerra aparejados, enviaron un trompeta a los corcirenses que les denunciase la guerra: alzaron velas del puerto con setenta y cinco naves y dos mil hombres de pelea, y navegaron derechos a Epidamno. Eran capitanes de la armada de mar Aristeo, hijo de Pélico, Calícrates, hijo de Calias, y Timánor, hijo de Timantes. Y por tierra, de la gente de infantería, Arquetimo, hijo de Euritimo, e Isárquidas, hijo de Isarco. Llegados que fueron al cabo de Accio, tierra de Anactorio, donde está el templo de Apolo, en la boca del seno de Ambracia, los corcirenses les enviaron un mensaje con un barco mercante, prohibiéndoles el paso, y entretanto completaron el número de sus naves y aprestaron jarcias y aparejos para las viejas, de suerte que pudieran navegar, y poniéndolas todas a punto, esperaban la respuesta de su mensaje. Mas después que volvió el mensajero y dijo que no había esperanza de paz, como ya los corcirenses tenían sus naves aparejadas, que serían en número de ochenta, porque cuarenta de ellas estaban en el cerco de Epidamno, salieron al encuentro de los corintios, y poniendo sus naves en orden de batalla, embistieron contra la armada de los corintios, los desbarataron y vencieron, y destrozaron quince naves de ella. Acaeció el mismo día que los que estaban cercados en Epidamno concertaron que los extranjeros y advenedizos fuesen vendidos por cautivos, y los corintios guardados en prisión hasta saber la voluntad de los vencedores.

Después de esta victoria naval, los corcirenses pusieron trofeo en señal de triunfo en el campo de Leucimna, que está en el cabo de Corcira, y mandando matar a todos los cautivos que prendieron, solamente guardaron en prisión a los corintios. Acabado esto, los corintios y sus compañeros de guerra, vencidos en la mar, volvieron a sus casas; los corcirenses se hicieron dueños de la mar en todas aquellas comarcas, y navegando para Léucade, colonia de los corintios, la robaron y destruyeron; y quemaron a Cilene, donde los eleos tenían sus atarazanas, porque habían socorrido a los corintios con naves y con dinero. Mucho tiempo después de esta batalla, dominaron los corcirenses la mar, y navegando hacían todo el mal y daño que podían a los amigos y aliados de los corintios, hasta que estos, pasado el verano, les enviaron naves y ejército, de que tenían gran falta, y asentaron su campo en el cabo de Accio y cerca de Quimerio, en Tesprótide, para poder mejor guardar a Léucade y a las otras ciudades de los amigos y compañeros que estaban de su parte. Los corcirenses pusieron su campamento en Leucimna por mar y por tierra frente del campo de los enemigos, y así estuvieron quedos, sin hacerse mal los unos a los otros, todo aquel verano, hasta que, llegado el invierno, volvieron a sus casas. Todo aquel año, después de la batalla naval, y el siguiente, los corintios, por la ira y saña que tenían contra los corcirenses, determinaron renovar la guerra, y mandando rehacer sus naves, aparejaron una nueva armada, cogiendo hombres de guerra y marineros a sueldo del Peloponeso, y de otras tierras de Grecia. Sabido esto por los corcirenses tuvieron gran temor por no estar aliados con ninguno de los pueblos de Grecia ni inscritos en las confederaciones de los atenienses ni de los lacedemonios, por lo cual les pareció que sería bueno ir a Atenas, ofrecer su alianza para la guerra, y tentar si hallarían allí algún socorro. Al saberlo los corintios, enviaron también sus embajadores a Atenas para que estorbasen que la armada de los atenienses se uniera a la de los corcirenses, porque esto les impediría hacer la guerra con ventaja. Llamados en asamblea unos y otros expusieron sus razones, y primeramente los corcirenses hablaron de esta manera:

Historia de la Guerra del Peloponeso

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