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XI
ОглавлениеDe cómo los atenienses, después de la guerra con los medos, reedificaron su ciudad y principió su dominación en Grecia.
Después que los medos partieron de Europa, vencidos por mar y tierra por los griegos, y después que aquellos que se escaparon por mar fueron muertos y destrozados junto a Mícala, Leotíquidas, rey de los lacedemonios, que era caudillo de los griegos en aquella jornada de Mícala, volvió a su casa con los griegos del Peloponeso que iban a sus órdenes. Mas los atenienses, con los de Jonia y los del Helesponto, que ya se habían rebelado y apartado del rey, se quedaron atrás y cercaron la ciudad de Sesto, que tenían en su poder los medos, quienes la abandonaron, tomándola los atenienses e invernando en ella.
Pasado el invierno, los atenienses partieron, navegando desde el estrecho mar del Helesponto, ya que los bárbaros medos habían salido de aquella tierra, y vinieron derechamente a las ciudades, donde habían dejado sus hijos y mujeres, y bienes muebles en guarda al comienzo de la guerra, y con ellos regresaron a la ciudad de Atenas, la reedificaron y repararon los muros que estaban casi todos derribados y arruinados, y lo mismo las casas que también estaban caídas las más, excepto algunas pocas que los principales de los bárbaros persas habían dejado enteras para alojarse en ellas.
Sabido esto por los lacedemonios, determinaron enviarles sus embajadores para impedírselo, así porque sufrían mal que ellos ni otros ningunos griegos tuviesen sus villas y ciudades cercadas de muros, como a instancia y por instigación de los aliados y compañeros, que también les pesaba esto, porque temían el poder de los atenienses, viendo que tenían más número de barcos que al comienzo de la guerra de los medos, y también porque después de esta guerra habían cobrado más ánimo y osadía que antes.
Los embajadores de los lacedemonios les exigieron que no reparasen sus muros, sino que mandasen derribar todos los de las otras villas, que estaban fuera de tierra del Peloponeso, y habían quedado sanos y enteros. Mas no les declararon la causa que les movía a esta exigencia, antes les dijeron que lo hacían por temor de que si reparaban sus muros y los bárbaros volvían, tendrían estos grandes fuerzas y guardas, desde donde seguros pudiesen hacerles guerra, como les hacían al presente desde la ciudad de Tebas, que ellos tenían fortalecida. Porque el Peloponeso era una guarida y defensa bastante para todos los griegos para que desde allí pudiesen salir sin peligro contra los enemigos. Cuando los atenienses oyeron la embajada de los lacedemonios, respondiéronles que ellos enviarían en breve sus embajadores a Lacedemonia para darles satisfacción; y con esto los despidieron por consejo de Temístocles, el cual les dijo que enviasen a él delante a Lacedemonia, y tras él enviasen otros embajadores sus compañeros, los cuales se detuviesen en la ciudad hasta tanto que levantasen sus murallas tan altas que fuesen bastantes para que desde ellas pudiesen pelear y defenderse de sus enemigos caso necesario; y para esta obra hicieron trabajar a todos los del pueblo, así hombres como mujeres, grandes y pequeños, tomando la piedra, y los otros materiales de los edificios, donde la hallaban más a mano, ora fuesen públicos, ora de particulares. Y cuando les hubo enseñado esto, y aconsejado otras cosas que tenían intención de hacer allí, partió para Lacedemonia, y al llegar a la ciudad, estuvo muchos días sin presentarse al Senado, alegando excusas y achaques. Si alguno de los que tenían cargos le encontraba por la calle y le preguntaba por qué no entraba en el Senado, decíale que esperaba a los otros embajadores sus compañeros, que pensaba que debían estar ocupados en alguna cosa, y creía que vendrían pronto, maravillándose mucho de que no hubiesen llegado ya; cuantos le oían hablar así, daban crédito a Temístocles por la amistad que con él tenían. Llegaban entretanto diariamente a la ciudad de Lacedemonia algunas gentes que venían de Atenas, y decían cómo se labraban los muros de la ciudad, y que ya estaban muy altos, siendo preciso creerles. Temístocles vio que ya no podría disimularlo más, y rogoles que no creyeran las palabras que oían, sino que enviasen algunos de los suyos, hombres de fe y crédito, que lo viesen por sí mismos e hiciesen verdadera relación de lo que pasaba. Así lo hicieron.
Por otra parte, Temístocles envió secretamente aviso a los atenienses que detuviesen a los que enviaban los lacedemonios y no los dejasen partir hasta que él volviera. Entretanto llegaron a Lacedemonia los otros embajadores sus compañeros, que eran Abrónico, hijo de Lisicles, y Arístides, hijo de Lisímaco, los cuales le dijeron que ya las murallas de Atenas estaban bien altas, y en términos que se podían defender. Temían que cuando los lacedemonios supiesen la verdad de lo ocurrido, no les dejasen partir. Y como los atenienses detuviesen a los mensajeros enviados por los lacedemonios, según les aconsejó Temístocles, este fue derecho al Senado de los lacedemonios, y les dijo claramente que ya su ciudad estaba tan bien fortalecida de muros, que era bastante para guardar a los moradores; y que si los lacedemonios o sus aliados querían en adelante enviar embajadores a Atenas, verían a gentes que sabían y entendían lo que cumplía así a ellos como a su república; que cuando les pareciese ser mejor dejar la ciudad y entrar en las naves, mostrarían tener corazón y osadía para ello sin tomar consejo de otro. Y, por tanto, en todos los otros negocios que requiriesen consejo, no tenían necesidad de parecer ajeno. Que por ahora les convenía que su ciudad estuviese bien cercada de murallas, así por el bien de todos los ciudadanos, como por el provecho de todos los compañeros y aliados, porque era imposible que aquellos, cuya ciudad no estaba tan abastecida de fuerzas como las otras para hacer resistencia al enemigo, pudiesen igualmente consultar y determinar en las cosas del bien público. Por tanto, que era necesario, o que todas las ciudades de los compañeros y confederados estuviesen sin muros, o que los lacedemonios confesasen que las murallas de Atenas habían sido bien hechas y conforme a razón.
Cuando los lacedemonios oyeron estas razones no mostraron señal manifiesta de ira contra los atenienses, cuanto más que ellos no habían enviado sus embajadores a Atenas para estorbarles claramente que alzasen sus muros, sino para que consultasen primero sobre ello, y se adoptase el común parecer, porque los tenían por amigos, sobre todo después de la ayuda que les dieron contra los medos. Pero al fin les pesaba en secreto haber sido engañados.
Volvieron, pues, a sus casas los embajadores de ambas ciudades, sin echarse culpa alguna. Y de esta manera circundaron los atenienses su ciudad de muros en breve tiempo, los cuales bien parece haber sido hechos con gran prisa, pues los cimientos y fundamentos son de diversa clase de piedras; en algunos lugares no están sentadas igualmente, sino como acaso las hallaban, y muchas de ellas parecen traídas de sepulturas y monumentos. El circuito de la muralla es mucho mayor que la proporción de la ciudad, por lo cual tomaban materiales de todas partes. Persuadió Temístocles además a los atenienses de que acabasen la cerca del Pireo que tenían comenzada desde el año que él fuera gobernador18 de la ciudad, diciendo que aquel lugar era muy a propósito por tener en sí tres puertos naturales; y que juntamente con esto, aprendiendo los ciudadanos la práctica de la navegación, se hacían más poderosos por mar y por tierra. Por esta causa fue el primero que osó decir que podían apoderarse de la mar, y que la debían dominar. Así lo comenzó a mandar, y por su consejo se hizo el lienzo de la muralla que cerca al Pireo, tal cual le vemos, tan fuerte y tan ancho, que pueden pasar dos carros cargados de piedra por dentro; y ni tiene cal ni arena, sino muy grandes piedras trabadas por de fuera con hierro plomado. No llegó a levantarse más que la mitad de la altura que él había ordenado, la cual era tal que, acabada, corto número de hombres, sin ser experimentados en guerras, la pudieran defender de numerosa armada; y los otros servir para entrar en las naves y combatir por mar. Sus proyectos referíanse principalmente a las cosas de mar, porque entendía a mi parecer que si los medos volvían a hacer la guerra a Grecia, vendrían más pronto y tendrían más fácil la entrada por mar que por tierra. Por tanto pensaba que era más conveniente tener fortificado el puerto del Pireo, que la ciudad alta19 y muchas veces aconsejaba a los atenienses que si fuesen apremiados por tierra, se metiesen en este puerto, y por mar resistiesen a todos.
De esta manera los atenienses fortificaron su ciudad y su puerto con nuevos muros después de la partida de los medos.
Poco tiempo después el lacedemonio Pausanias, hijo de Cleómbroto, y capitán de los griegos, partió del Peloponeso con grandes barcos, y con él fueron otras treinta naves de los atenienses, sin contar otras muchas de los compañeros y aliados, y todos juntos entraron por tierra de Chipre, donde tomaron muchas villas y ciudades. Desde allí se dirigieron a Bizancio, ciudad que poseían aún los medos, y la cercaron y tomaron por fuerza, llevando por capitán al mismo Pausanias. Mas porque este se mostraba altivo y áspero para con los compañeros y aliados, todos los otros griegos, y principalmente los jonios y aquellos que nuevamente habían sido libertados del poder de los medos, les pesaba en gran manera ir con él, y no le podían sufrir. Rogaron a los atenienses que fuesen sus caudillos, pues eran sus deudos, y no permitiesen que Pausanias les maltratase. Los atenienses escucharon estas razones de buen grado, y aguardaban ocasión y oportunidad para poderlo hacer más a salvo.
En esto los lacedemonios mandaron llamar a Pausanias para que diese razón de lo que le acusaban: porque todos los griegos que venían se quejaban de su injusticia, diciendo que se mostraba más bien tirano que caudillo. Llamado Pausanias, los otros griegos, confederados, por el odio que le tenían, se sometieron a los atenienses, para que los dirigiesen, excepto los del Peloponeso. Llegó Pausanias a Lacedemonia, fue corregido y convencido de algunos delitos contra particulares; pero al fin le absolvieron de los públicos y más grandes crímenes, porque le acusaban de haber tenido tratos con los medos, y esto se lo probaron manifiestamente, por lo cual no le devolvieron el mando, sino que en su lugar enviaron a Dorcis y algunos otros capitanes con pequeño ejército, que al llegar al campamento y ver la gente de guerra que Dorcis no les mandaba a su gusto, se fueron y le dejaron. Los lacedemonios no quisieron enviarles más capitanes, temiendo que fuesen peores que los primeros, según lo habían experimentado en Pausanias. Además deseaban verse libres de aquella guerra contra los medos, y dejar el cargo a los atenienses, que les parecían bastantes para ser sus caudillos y amigos en aquel tiempo.
Al tomar los atenienses el mando de los griegos, con voluntad de los compañeros y aliados, por el odio que tenían a Pausanias, impusieron a cada una de las ciudades confederadas cierto tributo de barcos y dinero para la guerra, so color de los gastos que habían hecho en ella. Entonces crearon por vez primera tesoreros y receptores para cobrar y recibir el dinero. Este fue el primer tributo pedido a Grecia que sumó cuatrocientos sesenta talentos.20
La guarda del tesoro estaba en la isla de Delos, en el templo, donde hacían sus sínodos y asambleas los confederados y aliados. Allí elegían al principio sus caudillos y capitanes que obedecían sus leyes y eran llamados y consultados en los negocios de guerra.