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Temístocles, perseguido por atenienses y lacedemonios, se refugia en los dominios de Artajerjes y allí vive hasta el fin de sus días.

Cuando los lacedemonios oyeron la respuesta de los atenienses, enviaron de nuevo mensajeros, para hacerles saber que Temístocles había sido culpado en la misma conspiración que Pausanias, según resultaba del proceso de este, que guardaban en el templo, pidiendo y requiriendo a los atenienses, que castigasen a Temístocles. Creyéronlo los atenienses y ordenaron, de acuerdo con los lacedemonios, prender a Temístocles, que por estar a la sazón desterrado de Atenas, vivía en la ciudad de Argos de ordinario, aunque a menudo salía a tierra de Peloponeso.

Avisado Temístocles de la orden de prisión, partió del Peloponeso, y se fue por mar a Corcira, sabiendo que aquel pueblo le amaba por los muchos bienes y servicios que le había hecho. Pero los de Corcira le dijeron que si le recibían en su ciudad se harían enemigos de los espartanos y de los atenienses, obligándole a saltar en tierra en la parte del continente más cercano de la isla. Sabiendo que allí también le perseguían, y no viendo otra vía de salvación, se acogió a Admeto, rey de los molosos, aunque sabía que no era amigo suyo. Ausente el rey de su ciudad, se encomendó a la reina su mujer, la cual le dijo que tomase a su hijo por la mano, pues esta era la mejor manera de suplicar, y esperase hasta que volviera su marido, que no tardó muchos días. Cuando el rey volvió, Temístocles se presentó ante él, y le dijo: que si cuando era capitán de los atenienses, y el mismo rey estaba sujeto a ellos, le había sido contrario en algunas cosas, no era justo que tomase ahora venganza de él al ponerse en sus manos y pedirle merced; no estando en igualdad de condiciones, pues él se hallaba ahora en más bajo estado, que estaba el rey cuando el mismo Temístocles le ofendió, ni siendo de ánimo generoso vengarse sino de sus iguales. Por otra parte, cuando contrarió al rey procuraba este solamente su bien y provecho y no salvar la vida, como hacía al presente Temístocles; porque si el rey le entregaba a los que le perseguían sería causa de su muerte.

Acabó Temístocles su razonamiento, estando sentado en tierra con el hijo del rey Admeto sobre las rodillas, que es allí la manera de suplicar más eficaz de todas: el rey le mandó levantar, y le prometió que no le entregaría a los lacedemonios ni a los atenienses, lo cual cumplió, cuando poco después llegaron los perseguidores de Temístocles y le dijeron muchas razones para persuadirle que le entregase. Hizo más, sabiendo que quería irse con el rey Jerjes, mandó acompañarle por tierra hasta la ciudad de Pidna, que está situada junto al mar, que pertenece a Alejandro. En esta ciudad se embarcó en un navío que iba para Jonia, arribó frente a la ciudad de Naxos, que los atenienses tenían sitiada, cosa que asustó mucho a Temístocles: mas no por eso se descubrió al patrón de la nave, que no sabía quién era ni por qué huía, sino que le dijo: si no me salvas y me tienes oculto diré a los atenienses que has tomado dinero mío por salvarme, pero si me salvas, te lo pagaré espléndidamente. Para ello es preciso que no permitas a ninguno de los que están embarcados saltar a tierra, teniéndolos aquí, y echada el áncora, hasta que salte más viento para salir. Así lo hizo el patrón y estuvo anclado un día y una noche, hasta que hubo viento, y dirigió el rumbo hacia Éfeso. Llegado a este lugar Temístocles cumplió con el patrón lo prometido, y le dio gran suma de dinero, porque pocos días después le llevaron mucho, así de Atenas como de Argos. Desde allí tomó el camino Temístocles por tierra en compañía de un marino persa, y escribió una carta al rey Artajerjes que había sucedido a Jerjes, su padre, en el reino de Media y de Persia, la cual decía así:

«Yo, Temístocles, vengo a ti, rey Artajerjes. Soy aquel que causó más males a tu casa que ningún otro griego, mientras me vi obligado a resistir al rey Jerjes tu padre, que nos acometió: empero también le hice muchos servicios cuando me fue lícito hacerlos, y si al volver se salvó del peligro en que se vio, a mí lo debe.» Porque después que Jerjes perdió la batalla naval en Salamina, Temístocles le escribió que se diese prisa a volver, fingiendo que los griegos habían determinado cortar los puentes por donde habían de pasar, y que él lo había estorbado. Y lo restante de la epístola decía: «Al presente los griegos me persiguen por amigo tuyo, y aquí estoy dispuesto a hacerte muchos servicios. He resuelto quedarme un año, para mostrarte después la causa por que vengo.»

Cuando el rey leyó la carta, se maravilló extraordinariamente de su contenido, y le otorgó lo que le demandaba, de quedar un año allí antes de presentarse a él; durante el cual aprendió todo cuanto fue posible, así de la lengua, como de las costumbres de los persas. Después se presentó al rey, y fue más temido y estimado de él que ningún otro de los griegos que a él acudieron, así por la dignidad y honra que había tenido antes, como porque le mostraba los medios de sujetar toda Grecia; y principalmente porque daba a conocer por experiencia que era hombre sabio y diligente, de mayor viveza y lucidez de entendimiento que todos los otros, porque su claro talento adivinaba las cosas no aprendidas, y para proveer en los casos repentinos era de muy presto y atinado consejo.

Tenía gran acierto para prever lo porvenir, mucho juicio en las cosas presentes, y en las ambiguas y dudosas, donde había dificultad en juzgar lo bueno o lo malo, una prudencia maravillosa. Además, era el más resuelto de todos los hombres en todas las cosas de que hablaba, así por don de naturaleza como por la presteza de su ingenio.

Declaró al rey todo lo que convenía hacerse para la empresa contra Grecia, pero antes de que llegase el tiempo de realizarla, murió de enfermedad, aunque algunos suponen que se mató con veneno, viendo que no podía cumplir lo que había prometido al rey.

Fue sepultado en la ciudad de Magnesia en Asia, donde se ve hoy día su sepulcro en el mercado: de cuya ciudad el rey le había dado el gobierno y la renta, que ascendía a cincuenta talentos anuales26 para provisión de pan, y de vino le había dado la ciudad de Lámpsaco por ser el territorio más fértil en vino de toda Asia: y para carnes le dio la ciudad de Miunte27. Dicen que sus parientes llevaron sus huesos por disposición del difunto, y los enterraron en tierra de Atenas sin saberlo los atenienses, porque no es permitido, según las leyes, enterrar el cuerpo de hombre juzgado traidor y rebelde.

Este fin tuvieron Pausanias y Temístocles, ambos varones famosos y célebres capitanes entre los suyos.

Historia de la Guerra del Peloponeso

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