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Resiliencia

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Por Jocelyn France

Mis padres son del sur, crecieron en la novena región, en el campo, en territorio indígena, aunque ellos no lo eran. Crecieron bebiendo agua de vertiente, alimentándose de las verduras de la huerta, el pan del trigo que la familia cosechaba y la carne de los animales que criaban. Suena lindo y muy orgánico, pero en el campo no existía la electricidad, ni almacenes cercanos donde comprar lo que faltaba. Los hijos eran mano de obra, la mujer había nacido para cocinar y criar a los niños que nacían sin pausa. Mi abuela tuvo 11 hijos, algunos murieron en el parto o al poco tiempo de vida. Aunque la partera y mi abuela hacía un buen trabajo, a veces no era suficiente. Mi mamá fue la segunda hija, por lo tanto, creció cuidando a sus hermanos y haciendo labores del hogar y del campo. Iba a la escuela y era la mejor del curso. Su nombre es Sucy.

Varios cerros más arriba estaba la familia de mi padre, de apellido France. La historia dice que llegaron arrancando en barco de la Segunda Guerra Mundial: atracaron en el puerto de Talcahuano desde Europa. Mi abuelo paterno era inquilino: trabajaba en un fundo a cambio de tener el derecho de vivir dentro de un pedazo de tierra y vivir de lo que cosechaba allí. Mi abuela paterna murió cuando mi papá tenía 8 años, eran 6 hermanos y no iban a la escuela, solo ayudaban en la casa y en las labores del fundo. Mi papá creció trabajando en el campo, por eso ahora hace todo lo que se proponga. Nunca recibió cariño, no sabe lo que es eso, su nombre es Alfredo.

Un día un amigo de la familia visitó la casa de campo de mi mamá en vacaciones desde Santiago y le dijo a mi abuelo que quería traerse a su hija favorita a la capital para que estudiara ya que veía que era muy inteligente y que le iba bien en el colegio. Con mucha pena, todos aceptaron y mi mamá se vino con 14 años a Santiago con la esperanza de las oportunidades que la educación y la ciudad le podían ofrecer. Pasó el tiempo y este amigo de la familia, nunca llevó a mi mamá a la escuela: la tenía encerrada en la casa, de nana, haciendo todas las cosas. Mi mamá era muy joven para escapar de esta realidad y con esfuerzo sabía leer y escribir. Pasaron los años hasta que pudo salir a trabajar, igual de nana, pero al menos por un sueldo.

Cuando se vino a Santiago ya pololeaba con mi papá, aunque nunca se habían dado un beso. Pololearon por carta hasta que un día mi mamá juntó el dinero suficiente para ir al campo y traerse a mi papá con ella hasta Santiago. Se casaron. A los 25 años mi mamá me tuvo a mí y entonces dejó de trabajar. Mi papá era el sostén del hogar, trabajaba de operario en Anasac, arrendaban una pieza hasta que mi mamá consiguió un subsidio habitacional. Cuando llegó al SERVIU en el año 85, había una larga fila. Mi mamá llegó aún de noche y se encontró con un familiar muy lejano que le cedió su lugar: así conseguimos la casa propia en La Cisterna, donde crecimos mis tres hermanos y yo.

Tuvimos una vida muy precaria, vivimos la falta de oportunidades y de educación en carne propia. Aunque nunca pasamos hambre ni frío, y teníamos vacaciones todos los años en el sur, nuestra vida fue muy humilde. Recuerdo haber pasado un día del niño en el mall Parque Arauco porque mi papá era guardia de seguridad de una tienda, y así podíamos jugar con los juguetes en exhibición sin que el guardia nos lo impidiera.

Pasaron los años y crecí. A los 18 tras salir de un colegio comercial como contador tuve la oportunidad de trabajar en un banco donde me quedé por cinco años mientras estudiaba psicología en vespertino. Me titulé y hoy trabajo como profesional. Soy resiliente por naturaleza como mi madre, y capaz de hacer lo que me proponga, como mi padre. En un momento de la vida decidí que no quería ser más pobre y doy la batalla con mi esfuerzo. Trabajo a diario, me siento orgullosa de mí porque todo me ha costado más ser mujer, no tener redes de poder ni venir de un colegio de renombre. No ha sido fácil, sin embargo, siento que una varita mágica siempre me ha traído suerte y me ha dado oportunidades.

Mis papás estuvieron casados 25 años. Hoy están divorciados y no se hablan. Hoy quiere vender la casa donde crecimos, la del subsidio, donde aún vive mi mamá.

¿Se acuerdan que les conté que él no sabe lo que es el cariño? No es malo, solo que no sabe como se hace eso de amar y cuidar de otro.

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