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Acantilado
ОглавлениеPor Alejandra Novo
14 de febrero de 2015. Ese día volví a sentir angustia, desesperación, rabia y miedo. No podía respirar, solo quería que él me abrazara, me contuviese, me amara. Pero él no estaba, nunca lo estuvo y jamás lo iba a estar. Me dejé envolver por las mariposas y él llegó violento a desarmarme. Estaba hipnotizada por su aroma, dulcemente sometida a su carne, mientras él me tomaba casi a la fuerza. Pensaba que podía gozarlo y no salir lastimada. Pero el amor me enloqueció. Volví a sufrir. Mi ego creía que estaba superado. Me dije: “He conseguido estar bien, sin necesitar estar embobada por un hombre”. Pero me estrellé contra el piso. Aparecieron miles de preguntas. “No soy suficiente, no soy lo que él quiere, no soy buena, nunca me eligen. Si ni mi madre lo hizo, cómo esperar ser una opción para otra persona”. Comenzó el flagelo otra vez con más fuerza. Se destruyó el castillo creado a mi alrededor.
De donde viene todo este vacío. La carencia gritó. La culpa me sacudió. “Soy incapaz de hacer que alguien se enamore de mí. Hay tantas minas pencas o más trancada que yo e igual tienen pareja, entonces qué pasa en conmigo”, me preguntaba. La respuesta apareció entre tanta amigoterapia y conversaciones que tuve. Desde que tengo memoria el abandono me persigue y no me deja amarme. Siempre lo he sentido como un tremendo hoyo en mi corazón, por más que lo intento sigue ahí: abierto como un saco sin fondo.
Me había cansado. La única salida posible era enfrentar lo que en mi cabeza rondaba hacía años. Debo conocerla, debo preguntarle por qué.
Al otro día, busqué a mi mamita. Le expliqué lo que sentía y lo que había decidido.
Cuando nací, mi madre fue a buscarme al hospital y la enfermera la dejó sola con mi ficha clínica. Ahí leyó su nombre: “María Juana González Muñoz”. El lugar donde residía: “Doñihue”. Encontró una carta mal escrita. Era casi de una analfabeta. En ella explicaba que, debido a sus ataques de epilepsia y otros motivos, me daba en adopción. Mi mamita me contó esta historia hace 10 años. “Por si me pasa algo”, dijo.
Entonces buscamos en la guía telefónica. Encontramos un hermano. No sabían nada de ella hacía años. Según él, vivía en San Fernando con dos hijas.
Viernes, crisis. Sábado, contacto inicial. Domingo, respuesta: el martes a las 5 de la tarde.
17 de febrero de 2015. Tenía muy asumida en mi decisión. Sentía que iba a realizar un trámite. No me hice expectativas, ya intentarlo era un gran paso. Llegamos con mi madre y mi mejor amigo Jaime. Mi madre estaba muy nerviosa y se arregló mucho. Jaime me preguntó si iba a un matrimonio. Nos reímos en el trayecto y llegamos a buscar al conocido de mi mamá, el tío Ojito. Llegamos a la casa y afuera nos recibió un señor mayor con su esposa y otra mujer más joven. Me pregunté quiénes eran. Ahí me empecé a urgir. Me calmé rápido. Al fin y al cabo, solo era un trámite.
Era hombre era el hermano mayor de mi mamá. Eran 11 hermanos y María Juana era una de las menores. Estaban enterados de que había tenido una hija y contó que la veía en ocasiones. De joven se desaparecía y era media loca. No tenían mucho contacto familiar. Pero sabía que vivía con una pareja menor en un pueblito cercano llamado Salsipuedes. La otra opción era que estaba en San Fernando cuidando a su ex marido que estaba agonizando por un cáncer. También allí vivían sus dos hijas. Solo quedaba ir a Salsipuedes. Dije de inmediato: Vamos. Quería salir del cacho luego. El famoso pueblo quedaba a 40 minutos de ahí, pero me pareció mucho más. En la camioneta iba mi madre, Jaime, el hombre, su señora, otra tía solterona llamada Purita, que se fue pelando todo el camino a mi progenitora, y yo.
Llegamos a un lugar humilde, de campo. Yo me quedé en el auto y los demás se bajaron. Jaime me miró y me dijo: “Mira para atrás”. Giré la cabeza, puse mis ojos en esa mujer y solo pensé: “Qué fea es”. Sentí rechazo, asco. Era un ser demacrado, decadente, víctima y bastante diferente a cualquier cosa que me hubiese imaginado. Igual se parecía a mí. La observé de lejos. Traté de buscar empatía, algo dentro de mí. Nada. La señora del hombre la acercó al auto. “Te traje una sorpresa, conoces a esta niña”. Casi me dio un ataque. Yo quería que fuese lo menos invasivo posible y ojalá le dieran la opción de decidir si quería o conocerme o no. Menos mal que Jaime atinó y la sacó rápido de ahí. Nos fuimos a conversar los tres. Ella no cachó nada. Solo balbuceaba y lloriqueaba. Contaba que sus hijas la habían echado del hospital, que ella estaba arrepentida, que solo quería cuidar a su ex marido, que los golpes, que estaba sola, que nadie la quería. La tratamos de tranquilizar un poco.
De a poco, Jaime le habló de mí. Cuando se dio cuenta quién era yo, su rostro cambió. Entró en shock y volvió a lloriquear. Que le quitaron la guagua, que yo era su sangre, que le habían dicho que una matrona había adoptado a su hija. Le dije que yo no pretendía juzgarla ni reclamarle nada. Llamé a mi mamá y las presenté. “Gracias por darme la oportunidad de tener la mejor mamá del mundo”, le dije.
Nunca me miró a los ojos, no preguntó mi nombre. Entramos a su casa y conocí a su pareja. Mi madre le pidió unas plantas y empezaron a hablar otros temas. Mientras yo recorría el terreno con Jaime y le dije: “Ella no me abandonó, no tiene la capacidad de ser madre. De la que me salvé”. Sentí alivio y entendí muchas cosas. Asimilé años de preguntas con solo mirarla. No le pregunté el porqué, esa preguntaba sobraba. No deseo volver a verla, solo es el ser que me engendró. Tengo cosas de ella, es indudable. Debo aceptarlas y seguir adelante, sabiendo que mi madre es inteligente, bella y yo la elegí. Mi madre se llama María Eujenia.