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Vacaciones de verano
ОглавлениеPor Isabel Tuñón
Tenía 8 años y era tiempo de Navidad. Yo le había pedido al viejito Pascuero una muñeca Marilú que en ese tiempo eran como las Barbies de mis hijas.
Medía más o menos 40 centímetros, tenía las piernas y los brazos articulados, el pelo rubio y lleno de rulitos como una peluca. Su cara era como de porcelana, tenía los ojos azules y las pestañas largas. Su vestido era de color rojo, tenía el talle cortado a la cintura y de ahí, una falda recogida. De la cintura salía un lazo para amarrar atrás. Sus mangas eran aglobadas y tanto en estas como en todo el contorno de la falda, iban dos corridas de una huincha blanca en zigzag. El cuello era redondo y blanco. Como se decía en esa época, cuello bebé.
Sus zapatos eran blancos como ballerinas con correa al tobillo y zoquetes blancos. Además, traía un vestido de fiesta rosado con una florcita en la cintura como adorno.
Mi sorpresa fue maravillosa ya que mi madre no solo se ocupó del regalo, sino que también le encargó a la señora del lado de mi casa, la costurera del barrio, que me hiciera un vestido igual a mí, así es que imagínense la escena.
Yo era muy vergonzosa, me ponía roja con mucha facilidad y pienso que más de alguna vez la sufrí al ir por la vida como muñeca viva.
Augusto, mi hermano dos años menor, había pedido un auto comandancia (no sé porque este nombre) y le llegó su auto, también rojo, a pedales y con un volante. Yo le rogaba que me lo prestara para tirarme por el patio de mi casa. Vivíamos en una casa quinta antigua, no crean que por esto éramos ricos, era el esfuerzo de mi querida y estricta mamá.
Mi hermana menor, Marisol, tenía 4 años y la verdad no me acuerdo lo que pidió o le trajeron, ya que ella no le escribía cartas al Viejito. Yo conducía los juegos con ellos. Augusto hacía de papá, pero lo más divertido es que él siempre fue el tío: hoy creo que él, cómo era mi hermano, no podía estar casado conmigo y menos tener hijos.
A un costado de la casa existían tres piezas unidas entre sí y ahí jugábamos: yo hacía comidas y el aseo, o sea era la perfecta dueña de casa, que ese era el modelo que yo veía con las mamás de mis amigas, puesto que la mía trabajaba en una oficina y salía en la mañana a las 8 de la mañana, volvía al mediodía y luego partía a las 2 de la tarde. Su regreso junto con mi papá a la casa era como a las 8 de la tarde, por lo tanto mi querida nana Julia, a quien la llamábamos Tulita (porque yo cuando chica no podía decirle Julia) ya estaba a punto de acostarnos a esa hora, salvo en vacaciones.
Esas vacaciones eran muy esperadas porque nos juntábamos con los vecinos de enfrente: Lilian, mi amiga y compañera de colegio, Adrián, hermano de ella y compañero de mi hermano. Ya a estas alturas de mis recuerdos, las mujeres ya teníamos unos doce años, eran nuestras primeras incursiones en el Metrópoli, pasábamos tardes enteras jugando a eso. No teníamos celulares, nintendos, instagram o youtube.
Mi mamá nos dejaba tareas todos los días: debíamos hacer copias o dibujar y nos traía premios: los primeros lápices de pasta – y yo creo que de ahí que ahora me gustan y tengo azules, rojos y negros. Mi marca favorita es Pilot.
Augusto fue arquitecto, era bueno para dibujar y pienso que de ahí nació su vocación, ya que cuando salió del colegio no tuvo indecisión para elegir carrera. Fue el único con título universitario. Mi mamá era capaz de dejar de comer para comprarle sus materiales de las maquetas.
Se vienen a mis recuerdos, esa vez que jugábamos a los indios y prisioneros. Era divertido para mí, pero terrible para mi hermana Marisol. La sentábamos al pie de la taza del baño, que era grande y amplio, y nosotros corríamos por la casa, entrabamos por la puerta principal y salíamos por la cocina al patio dando como cinco vueltas y después la rescatábamos. Ahí estaba ella, igual como la habíamos dejado.
Cuando más grande y comentábamos estos recuerdos, ella tenía un poco de resentimiento. Una vez me dijo: “yo me acuerdo que a mí siempre me arreglaban lo que tú ya no te ponías”. Eso me dio pena, porque antes que ella falleciera me di cuenta, del sufrimiento que ella llevó a cuestas por otros problemas que nunca comentó, empezó a acumular mucho dolor y explotó con un cáncer fulminante.
Algo fantástico sucedió cuando un verano llegó a nuestra casa una hielera: fue como tener el primer refrigerador. Esto sucedió porque mi tía Chela, hermana de mi papá, se había comprado su primer refrigerador y nos envió a nosotros su hielera.
Se encargaban 2 barras de hielo, las venían a dejar en esos triciclos conducidos por un hombre. Estas barras se colocaban abajo en un receptáculo y así teníamos nuestra leche con plátanos heladita, porque también mi mamá se encalilló con una jugüera. Realmente ese fue un gran verano. Mi primer refrigerador lo tuve cuando me casé: fue un Mademsa.
Pienso que siempre quise ser mamá y dueña de casa, pero resulta paradójico que a mis hijas pocas veces les di de regalo cosas relacionadas con este tema, porque deseaba que fueran independientes de un sostenedor de hogar. Tuve que ser mantenida por mucho tiempo, pero cuando me separé, empecé a trabajar y hacer varias cosas para cubrir mis necesidades.
Otro verano formidable fue cuando mi tía Chela y su marido mi tío Alejandro vinieron a veranear con nosotros: ellos vivían en una casa del Cerro Alegre en Valparaíso. Para ayudar un poco a mis papás, arrendaron las piezas que usábamos para jugar.
Nuestra tía era la única hermana de mi Pito (así le decíamos a mi papá). Era mayor, pero siempre nos decía que era menor (súper coqueta) y muy diferente de mi papá: ella era morena de ojos grandes, vivaces, y mi Pito rubio, blanco casi transparente, pero como era bueno para el copete, siempre estaba coloradito. Ambos eran muy buenos anfitriones, les gustaba juntarse a comer y conversar, nos visitaban casi todos los domingos, con las típicas empanadas y tallarines preparados por mi Tulita y la infaltable leche asada, el postre predilecto de mi Pito.
Ese verano mi tía Chela nos organizó para formar una banda, con todas las ollas que teníamos en la cocina. Esa fue la batería, yo tenía un xilófono súper sonoro y me encantaba tocarlo, además tenía un piano de cola de juguete.
Ensayábamos durante el día y el penúltimo día que ellos estarían en casa, hicimos el show para presentarlo a mis papás cuando llegaron del trabajo. También estaba la Tulita. Lo pasábamos chancho, como se dice ahora.
Esa etapa de mi vida fue muy feliz.
Mucho de esto marcó mi futuro y he tenido que hacer mucho trabajo interior para crecer.