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Prólogo

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Las mujeres escribimos juntas

Por María Paz Cuevas / @mariapazescritora

Escribir es un ejercicio solitario. Es una práctica profunda que requiere concentración y silencio, algo extraño para este mundo, pero no para el mío. Desde niña, estuve acostumbrada a esto. Fui una hija única que dibujaba, leía mucho y que, al crecer, hizo de la escritura su oficio. Fue una gran fortuna. Y a la vez, una gran paradoja: elegí ser periodista para conocer el mundo y a sus habitantes, pero al ser una periodista que escribía, me di cuenta de que tarde o temprano tenía que volver a la soledad de una práctica que además toma bastante tiempo: horas, días, a veces semanas completas.

Así fue como buen día de 2014 no quise sentirme tan sola en esto de escribir. Y como una estrategia de autoacompañamiento, invité a otros a hacerlo conmigo. Hice un aviso muy artesanal en power point, lo publiqué por las pocas redes que existían entonces y de pronto, éramos ocho leyendo y escribiendo en la terraza del edificio céntrico donde vivo. En esa oportunidad fuimos siete mujeres, un solo hombre. Seguí dando talleres de autobiografía y no ficción con regularidad y esa proporción se mantuvo: siempre llegaron más mujeres que hombres. Creo que puedo contar con una sola mano a los valientes que llegaron a este espacio en siete años. Todos eran hombres especiales: abiertos, con ganas de aprender y habían pasado por experiencias particulares. Podría decir que tenían una masculinidad cultivada. Esos poquitos hombres fueron los regalones del taller, el chiche de sus compañeras y de esta profesora. Fue hermoso tenerlos en ese espacio: de alguna manera eran testimonios de un cambio de paradigma, ejemplos vivos del comienzo del fin del patriarcado.

Pero en general, el espacio del taller fue ocupado mayoritariamente por nosotras, las mujeres. Iba a escribir aquí que no sabía por qué, pero no es así. Si sé por qué fuimos más mujeres: nosotras estamos acostumbradas a reunirnos y contarnos historias. Hablamos. Pedimos consejos. Damos consejos. Nos escuchamos. Tenemos la costumbre ancestral de estar juntas y conversar sobre lo que nos pasa. Somos, en esencia, narradoras. Nos contamos cosas, pero no cualquier cosa. Narramos sobre nuestros dolores, nuestros problemas, nuestros obstáculos y desafíos. Desanudamos nuestros ovillos sentimentales. Hablamos sobre nuestras emociones y lo que estamos viviendo. Nos interesa entrar en esos misterios. Narramos acerca de las profundidades de la existencia. Narramos la vida. Por eso después de un par de años, ése fue el nombre que le puse al taller de autobiografía: Narrar La Vida. Más tarde cambió a Mujeres que Escriben que, a la larga, es lo mismo: las que llegaron aquí a narrar la vida son casi puras mujeres. No fue un acto de exclusión, simplemente ocurrió así.

Hay cosas que suceden en el taller para las cuales las palabras se me vuelven poquita cosa. ¡Poquita cosa! Y eso que yo amo las palabras de este idioma precioso que es el español. Pero sí. Lo que pasa en el taller es algo difícil de describir. Compartimos experiencias, historias de vida. Nos escuchamos en silencio. Nos respetamos. Lloramos y reímos. Nos damos cuenta de que no estamos solas. Nos hacemos compañía. Entendemos nuestra historia y el porqué de sus procesos. Sanamos pedacitos de nuestra historia. Y también suceden muchos milagros, literales y metafóricos. Pero lo más bello que sucede es que en muy poquito tiempo un grupo de mujeres desconocidas se convierten en una tribu.

En los casi siete años que llevo dando este taller ininterrumpidamente han pasado más de cien mujeres de distintas edades, actividades, orígenes, razas, creencias y experiencias de vida. Todas, dispuestas a acoger a la otra, sin juicio, con cariño y respeto. Todas dispuestas a compartir sus experiencias e historias de vida más profundas con honestidad. Al final de cada ciclo siempre nos vamos con la sensación de que este grupo de mujeres que antes eran unas completas desconocidas, nos terminamos conociendo más de la una y de la otra que la propia familia, la pareja o los amigos del mundo exterior. Escribir la vida es también un ejercicio de sumergirse y profundizar, algo para lo cual no hay mucho tiempo y espacio en nuestra vida cotidiana.

Cuando les pregunto qué fue para ellas el taller, la mayoría responde que fue un regalo. Pero el regalo en realidad ha sido para mí: a veces no puedo creer la suerte de haber invocado a tantas diosas a mi propia casa. ¡Y pensar que todo partió con un afiche horrendo de powerpoint! No saben lo agradecida que estoy con cada una de las hermosas mujeres que han pasado por el taller. Me han llenado de amor, ternura y sabiduría. Me han reconciliado con mi lado femenino. Me han sanado también a mí.

El libro que ahora ustedes tienen en sus manos es un tesoro. Un diario de vida íntimo y colectivo de más de 80 mujeres chilenas y algunas extranjeras que aquí narran sobre padres, familia, hijos, abuelos. También sobre el sexo y las relaciones de pareja, laberintos personales y momentos inolvidables de la vida. En una época en la que la causa feminista ha vuelto a cobrar fuerza, este libro es una joya. Una llave que abre la puerta hacia el mundo interior de nosotras, las mujeres. Aquí están nuestros amores, nuestros deseos, nuestros dolores, nuestros miedos, nuestras luces y nuestros aprendizajes. Aquí está nuestro testimonio de vida. Aquí está lo que somos y lo que sentimos. Todo en primera persona. Escrito por cada una, por todas, para todas y por qué no, para todos aquellos que nos quieran leer, escuchar y conocer de verdad.

Todo lo que aquí recaudemos, irá para llevar la experiencia de este espacio a otros grupos de mujeres que lo puedan necesitar. Porque así somos las tribus de mujeres: colaboramos con otras para que también puedan formar tribus.

Gracias por leer.

Esperamos que disfruten este viaje de Mujeres que Escriben.

Mujeres que escriben

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