Читать книгу E-Pack autores españoles 2 octubre 2021 - Varias Autoras - Страница 20

Capítulo 14

Оглавление

LA HERENCIA

Luna apareció en su primera junta como presidenta y principal accionista del grupo Ovides vestida con un traje chaqueta de Armani, un bolso de Louis Vuitton, los ansiados Manolos en los pies y un perfecto peinado de Borghese. Y a pesar de todos aquellos símbolos que la envolvían, lo único que la hacía sentirse segura y tranquila era la gargantilla que Bosco le había regalado y que ocultaba bajo la camisa.

Se sentía como una impostora y el pulso le latía desaforado. Su boca estaba seca y le costaba tragar. En un portafolios de piel de Loewe llevaba el discurso, preparado con la ayuda de su asesor y que se sabía de memoria. De hecho, había estado ensayándolo delante del espejo una y otra vez a pesar de las burlas de Bosco.

Llevaba ya quince días durmiendo en su casa y se habían adaptado el uno al otro estupendamente. Fidel, que había vuelto a desaparecer y a aparecer un par de veces, no se quejó en ningún momento por vivir en una casa tan grande y con servicio, y prometió, la última vez que se marchó, regresar a menudo. Al parecer, tenía algo con una nueva chica y, como siempre que su hermano se enamoraba, no había espacio para nada más en su vida que la mujer objeto de su adoración: ni amistades, ni trabajo, ni planes, ni, por supuesto, su media hermana. Y aunque Luna estaba acostumbrada a estar sola, agradeció enormemente que Bosco no hiciera ningún comentario desaprobador sobre Fidel casi tanto como el hecho de apoyarse en él y que se estuviera convirtiendo en una constante en su vida, en la roca fuerte a la que aferrarse, en su sostén y en su equilibrio y, cómo olvidarlo, en el que mantenía su vida a salvo.

No habían vuelto a hablar del intento de violación y asesinato. En ese sentido, Bosco se había comportado con perfecta delicadeza. Le había ofrecido su consuelo, la había animado a desahogarse y exponer sus miedos, le había hablado de acudir a un psicólogo y la había tratado con exquisita ternura. Pero, en lo referente al móvil del asesino, Bosco no había sido nada claro. Le dijo que el tal Nacho Rullatis lo estaba investigando y en cuanto supieran algo más con certeza se lo comunicaría, y le había asegurado que no había motivo de preocupación, que con él siempre estaría a salvo. Luna se había admirado al comprobar que no solo le creía, sino que decidía hacerle caso y olvidarse de todo. Le costaba tanto imaginarse que alguien quisiera matarla que no le supuso esfuerzo relegarlo al fondo de su mente.

Y Bosco no le había visto el punto a tenerla preocupada. El empresario simplemente le había pedido encarecidamente que no delegase en absoluto en Vamazo, y por eso hoy Luna estaba tan nerviosa. Se imaginaba que la consejera delegada se revolvería en cuanto oyese su declaración. María Ángeles había insistido en que debía dejar toda la empresa en sus manos y ahora ella no solo no iba a delegar en María Ángeles, sino que no iba a delegar en absoluto en nadie de la junta directiva. A Luna le costaba aceptar que quizá la desconfianza de Bosco hacia Vamazo y hacia sus familiares Fernández de Oviedo se debiera a que los creyera culpables de su ataque. Le resultaba difícil considerar el hecho de que la ambición pudiera llevar a alguien al asesinato en la vida real, más allá del cine y la literatura.

Habían sido tantos los cambios que había tenido que aceptar últimamente que no sabía lo que sentía ante la idea de que alguien hubiera pagado para matarla. Por un lado, su aceptación de la herencia conllevaba un enorme papeleo, firmas, reuniones…. Estaba faltando tantas horas al trabajo que se extrañaba de que Elvira no la despidiese y, por otro lado, era tan impresionante el legado que, si no quería trabajar de ahora en adelante, no hacía falta que lo hiciera. No necesitaba su escueto sueldo para nada.

Y todo ello, la herencia, los ataques, sus recién descubiertas raíces familiares, su jefa, la investigación criminal, la habían hecho exageradamente dependiente de Bosco. Él había sido un ancla para su turbulenta vida sentimental, un asesor para los asuntos financieros, un protector ante las amenazas, y en poco tiempo se había convertido en alguien fundamental para ella. Procuraba evitarlo, pero instintivamente se volvía hacia él en su día a día, para que le explicara, la acompañara, la aconsejara, la consolara o le dirigiera una de sus miradas cómplices. Y tendría que estar ciega para no darse cuenta de que él lo hacía encantado.

Aproximándose a la sala de reuniones a la que debía enfrentarse, inconscientemente, Luna se llevó la mano al cuello donde yacía escondida la gargantilla, su talismán. Y con el corazón lleno de calor por el recuerdo de Bosco, giró el picaporte de la puerta de juntas. Por primera vez no se enfrentaba sola a la vida. A pesar de que Bosco no había visto apropiado acompañarla, sabía que él estaba pensando en ella y que estaría pendiente de que todo fuera bien.

María Ángeles Vamazo se enfrentó al acto sexual con la desesperación de un condenado. Todos sus planes, toda su vida, absolutamente todo iba mal. Solo Javier, que recibía pasivamente sus gestos, era real en ese momento que trataba de disfrutar, y tampoco sobre él se llamaba a engaño. El hombre debajo suyo nunca se divorciaría de su mujer. Si no lo había hecho hasta entonces, en vista de que las cosas no habían cambiado, no lo iba a hacer ahora. María Ángeles sabía además que no tenía nada que ofrecerle. Ella seguía siendo la niña de los suburbios que había conseguido escalar muy alto, hasta convertirse en una rica mujer de negocios, pero que nunca alcanzaría consideración social a ojos de Javier como para ser visto con ella, como para dejar a su refinada esposa por ella, como para presentarle a sus amigos o permitirle ir de su brazo ante los demás.

María Ángeles lo besó con ardor, acariciando con sus labios cada centímetro de su piel, diciéndole sin palabras que lo amaba, transmitiéndole de algún modo su frustración. Sus pensamientos desfilaban por su mente como coches de carreras por la autopista.

Había engañado y matado. Y todo por él. Y lo peor de todo: no era la primera vez.

Desde pequeña había tenido la ambición en la sangre. A los doce años se juró a sí misma que no sería como su madre, una sumisa caricatura de la abnegada esposa modelo de la época franquista. Ella no. Ella cambiaría su futuro. Mientras se aferraba con desesperación a Javier recordó a la chiquilla que fue: su primer robo, la primera vez que se abrió de piernas ante un hombre a cambio de algo…

Hasta que conoció a Javier, los hombres habían sido en su vida meras oportunidades. Les prestabas tu cuerpo por un tiempo y conseguías unas monedas, la mejor nota, la beca, ropa de lujo, el acceso a la Universidad, el puesto de secretaria, el ascenso…

Oyó a Javier susurrarle palabras de admiración. Mentiras.

Solo un hombre la había amado. Recordó a Álvaro Fernández de Oviedo. Su trato impecable, su honestidad. Habría sido tan fácil coger lo que él le ofrecía: una vida a su lado, en la clase social a la que quería pertenecer con locura. Pero entonces se había inmiscuido Javier. Le había dicho que no a Álvaro solo por Javier. Porque sabía que no soportaría sentarse al lado de un hombre en la misma mesa que el primo del que se había enamorado. ¡Qué idiota había sido! Ahora podría haberlo tenido todo. ¡Todo!

Y qué malas elecciones de amor había hecho también Álvaro en su vida. Primero la putita de su mujer, que le hizo estar toda su juventud buscándola, así como a la hija de la que apenas había gozado unos días, para caer, años después, con otra también muy inconveniente: ella misma. María Ángeles sabía que, aun sin la intromisión de Javier, ella nunca hubiera sido mujer adecuada para Álvaro. Ella era otra alimaña como Sara. Pero, al menos, ella había sido honrada con él. No le había dado falsas esperanzas. En cuanto se había descubierto enamorada de Javier, había limitado su trato con Álvaro a lo profesional. Y mientras tanto Javier, aprovechándose de ella, con la eterna promesa del divorcio colgando entre los dos y sin cumplirse jamás. ¡Cuántas veces no se había arrepentido de no haber dicho a Álvaro que sí!

Otra cosa completamente diferente era el hermano. Roberto era repulsivo. Trató de llevárselo a la cama, pero quedó del todo demostrado que era un asexual. Sin embargo, no hay hombre sin debilidad y a Roberto le podía el gastar, el aparentar. Ese era su talón de Aquiles. María Ángeles sonrió al recordar el día en que Roberto se encontró sin efectivo para comprar un Rolex del que se había encaprichado. Fue fácil ofrecerle un inocente préstamo. A raíz de ahí, fue todo suyo. El muy imbécil estaba atado de pies y manos con ella. No se atrevía a vender patrimonio para que ni su padre ni su hermano se enteraran de nada. Y cada vez estaba más endeudado con ella y ella más cerca de poseer sus acciones de Ovides.

Ahora lamentaba haberlo matado. Era una sensación inexplicable poseer a alguien de esa manera. Gobernar tan fácilmente sobre otro. Le había hecho comprender la satisfacción de la esclavitud en épocas pasadas. Había tenido a muchos hombres a sus pies a lo largo de su vida por un buen polvo, pero Roberto era el primero al que había comprado literalmente. Un niño pijo, un Fernández de Oviedo, todo suyo, como un títere en sus manos. Y sin nada de sexo entre los dos por primera vez. Solo el dominio económico. Una posesión puramente monetaria.

Claro que nunca se hubiera imaginado que él fuera capaz de intentar hacer desaparecer a su propia sobrina. Gracias a Dios, el tiro le salió por la culata. Aquel yonqui, que precisamente ella le había presentado porque a veces vendía cosas que podían encaprichar a Roberto, era un descerebrado.

María Ángeles trató de quitarse de la cabeza la imagen de Félix Rojas cuando recibió la muerte. No se enorgullecía de algunas cosas que había tenido que hacer, y ese asesinato estaba entre ellas, pero no podía correr el riesgo de que ese pobre drogata se fuera de la lengua con alguien.

—Hoy no estás conmigo, cielo —la voz perezosa de Javier la sorprendió. Había olvidado que seguía entre sus brazos en una de sus esporádicas y secretas reuniones—. ¿Dónde estás?

—Ha sido un día duro —estuvo a punto de decir «lo siento», pero se negaba a disculparse ante él.

—Me hiere el orgullo que yo no te haya servido para relajarte y hacerte olvidar.

María Ángeles lo miró. Lo examinó detenidamente sabiendo que le quedaban pocas veces de enfrentarse a ese rostro perfecto, a ese hombre que nunca había sido suyo y ya no lo sería.

—Tu sobrina me ha dado una patada en el culo. Ha metido a una consultora para asesorarla y orientarla y nos ha dejado al resto de socios fuera del partido.

—Lo sé. Los rumores vuelan. Esperabas que confiara en ti, ¿no?

—Creo que me lo merezco. Me he dejado los cuernos por Ovides como para que ahora vengan extraños a dirigirlo todo.

—Supongo que esos extraños tendrán alguna relación con Bosco Joveller.

—¡Qué va! Estoy segura de que la idea ha sido de él, pero se ha quitado de en medio mandándola a una empresa que no está relacionada en absoluto con su imperio. ¡Pero cualquiera le lleva la contraria al gran triunfador español! La asesoría está relamiéndose de gusto. Ovides no es cualquier cosa y saber que trabajas para la futura mujer de Joveller les estará abriendo el apetito.

—¿La futura mujer? —preguntó Javier incrédulo.

—Hombre, lo de tu sobrina es un noviazgo con todas las letras. ¿No has visto cómo la mira él?

Javier había compartido una cena con la pareja, un encuentro organizado por su hermana Paz para que Luna conociera al resto de la familia. Bosco, naturalmente, la había acompañado. Pero en ningún momento se habló de matrimonio. Javier silbó para sus adentros.

—¡Vaya con Leticia! No sé qué habrá sido de sus primeros años de vida, pero desde luego se está resarciendo de haber vivido en la pobreza.

—Todavía no entiendo cómo la mujer de tu primo prefirió largarse con un músico muerto de hambre en lugar de permanecer al lado de su marido. Después de todo, Álvaro no estaba tan mal.

En eso Javier tuvo que coincidir con ella:

—Era el mejor de la familia. Y lo que sufrió el pobre cuando Sara desapareció con la niña… No estoy seguro, pero imagino que mi tío tuvo algo que ver. Ramón siempre había tenido muy claro qué tipo de mujer quería para sus hijos y un alma libre, medio porreta, amante de las comunas y más sobada que una moneda de euro, desde luego, no entraba en el perfil.

—¿Crees que la instigó a marcharse?

—Tratándose de Ramón no me extrañaría que le pusiese las cosas difíciles. Claro que Sara era una batalla ganada. Las obligaciones de nuestra sociedad la encorsetaban. Decía que se sentía encarcelada en una jaula de oro. Mi primo la adoraba. Se hubiera ido con ella. Estoy seguro. Para Álvaro, Ovides era una obligación, una responsabilidad familiar, pero la hubiera dejado gustoso por salvar su matrimonio. Lo hubiera dejado todo: los beneficios, las comodidades, los hijos… Sara no le dio la oportunidad. —Se encogió de hombros—. Él nunca lo superó.

María Ángeles no quiso decirle que lo había superado con ella, que Álvaro había salido de su taciturnidad cuando la vio a ella. En definitiva, que había vuelto a poner sus ojos en la mujer equivocada, por segunda vez en su vida.

La mujer de negocios que había en ella ignoró la punzada de culpabilidad. Después de todo, ella también había puesto sus ojos en el hombre equivocado.

Cosas de la vida, pensó antes de caer rendida en el sueño, que era muy perra.

E-Pack autores españoles 2 octubre 2021

Подняться наверх