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¿QUÉ APORTAN LAS CIENCIAS PSICOLÓGICAS Y LA REFLEXIÓN FILOSÓFICA A LA COMPRENSIÓN DE LA INTELIGENCIA Y LA RAZÓN?

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La psicología ha tenido un gran interés en la capacidad humana de razonamiento, como se puede apreciar a través de las numerosas formas de medir la razón, conceptualizadas en el término inteligencia. Se han desarrollado varios tipos de medidas o pruebas de inteligencia. Algunos ejemplos de ello son la escala de evaluación de la capacidad cognitiva de Stanford-Binet y el cociente de inteligencia y la encuesta de inteligencia de adultos de Weschler (WAIS-III). Recientemente, los investigadores han tratado de medir distintos tipos de inteligencia (Deary, 2001), incluida la cognitiva (Neisser, 2014), la volitiva (Baumeister y Tierney, 2011), la emocional (Salovey y Mayer, 1989; Goleman, 1995, 2006; Siegel, 2012) y la social (Siegel, 2012). No obstante, existen diferentes tipos de inteligencia, como la interpersonal y espiritual, que evitan una métrica empírica y la reducción a actividades mentales o neuronales cuantificables (Aquino, 1265/2001, II.60.2). Se ha trazado un enfoque complejo de las capacidades y aptitudes individuales en términos de «inteligencias múltiples» (Gardner, 2006), no centrado únicamente en las capacidades mentales.

Por otra parte, la visión filosófica cristiana de la unidad personal y una comprensión más amplia de la racionalidad y la libertad responsable nos llevan a afirmar que nuestras capacidades intelectuales subyacen no solo al proceso de búsqueda personal de la verdad, sino también a la búsqueda interpersonal de una realización que solo es posible cuando se basa en la vida familiar y el compromiso comunitario (véase el capítulo 16, «Volitiva y libre», sobre la libertad de excelencia). Tal y como ya hemos mencionado, el nivel más amplio de inteligencia se refleja a lo largo de la historia de la humanidad, a través de la ciencia y la tecnología (Ashley, 2006, 2013); de sus sistemas económicos, culturales y artísticos; así como del trabajo y ocio con significado (Pieper, 1952/2009); y finalmente, en la contemplación, religión y culto divino (Aquino, 1273/1981; Agustín, 401/2007; Bellah, 2011).

La experiencia humana está llena de esfuerzos autoconscientes e inteligentes para comprender el significado de la vida de uno mismo y del cosmos. En el centro de estas experiencias, aunque a veces de forma inconsciente, se encuentra la inclinación por la existencia, la bondad, la verdad, las relaciones humanas y la belleza (Schmitz, 2009). Todo contribuye a nuestra realización, diaria y definitiva. Frecuentemente buscamos estas propiedades trascendentales del ser por su propio bien, más que por su utilidad. Por ejemplo, existe una gratuidad y una utilidad limitada —o incluso una responsabilidad añadida— en la búsqueda de la justicia (de la que uno no se beneficia visiblemente, sino que exige que uno dé al otro al que se le debe algo), a través de la contemplación de la verdad o en la resolución de fórmulas matemáticas (sin ningún beneficio práctico ni beneficio monetario). También en el reconocimiento de la dignidad de toda la humanidad (que aumenta las responsabilidades de uno hacia los demás); o en la búsqueda de experiencias trascendentales de la naturaleza (que proporcionan un asombro pasajero y unos momentos de alegría imperecedera). Incluso, a veces, buscamos estas propiedades bajo nuestro propio riesgo personal o incluso de la humanidad, por ejemplo, cuando buscamos la belleza (esquí en polvo fuera de pista), o en los descubrimientos (expediciones al Polo Sur), o el conocimiento (investigación nuclear).

Debido a nuestra inteligencia autoconsciente y a nuestro deseo de conocimiento, buscamos la verdad de hechos sobre el cosmos, y recibimos revelaciones personales hechas por otros seres humanos y también, para muchos, por Dios. Bajo una medida humana más completa, la inteligencia autoconsciente incluye diferentes tipos de conocimiento y amor, es decir, tanto sobre la cognición intelectual (intuición y razón) como sobre el afecto intelectual (voluntad). El surgimiento de la consciencia humana parece haber ocurrido más bien repentinamente, hace unos cincuenta mil años (Vitz, 2017). Es casi seguro que implicó el desarrollo de la capacidad humana para el lenguaje y aparentemente ha seguido desarrollándose hacia niveles más sofisticados desde su inicio. La singularidad de esta autoconsciencia humana, basada en el lenguaje, nos separa ampliamente incluso de los animales más avanzados (Berwick y Chomsky, 2016; Bikerton, 2014; Deacon, 1997; Klein, 1999; Suddendorf, 2013).

Un Meta-Modelo Cristiano católico de la persona - Volumen II

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