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¿QUÉ ES UNA CREENCIA HABITUAL?

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Podemos distinguir las creencias habituales, cotidianas, de las religiosas. Una creencia habitual no es empíricamente verificable como lo es el conocimiento de la tabla periódica de elementos, ni es identificable ni tan formalmente válida como lo es una ecuación matemática, como 2 + 2 = 4. Las creencias cotidianas, más bien, implican realizar una afirmación que no se puede validar sin confiar en algún testigo con autoridad (Ratzinger, 2006, pp. 79-82), por ejemplo, es como cuando alguien afirma «la cena me revuelve el estómago». La fuente de esa creencia suele ser la credibilidad del testigo o el ejemplo de otra persona. Por ejemplo, tengo confianza en Juan, lo creeré cuando diga «estoy sufriendo» o «lo siento». Esas creencias cotidianas, o habituales, también pueden surgir de la capacidad de cada persona para evaluar la experiencia personal, como cuando uno aprehende la intención de otra persona basándose en signos y comportamientos percibidos (por ejemplo, juzgar, basándose en el lenguaje corporal, que alguien está siendo deshonesto y, por lo tanto, no creer sus afirmaciones cuando explica que ha sido lesionado por otra persona). Las creencias cotidianas, o habituales, se refieren a toda una gama de conocimientos y dependen del tipo de autoridad que se atribuya a un determinado testigo, incluida la propia autoridad como intérprete de la experiencia personal. El desarrollo de las virtudes ayuda a las personas a evaluar reflexivamente tales creencias. Por ejemplo, la prudencia ayuda a las personas a evaluar los mejores medios que creen que les llevarán a conseguir sus objetivos (CIC, 2000, §1806), mientras que la caridad guía a las personas a dar interpretaciones favorables a las intenciones de los demás (CIC, 2000, §2478).

Un Meta-Modelo Cristiano católico de la persona - Volumen II

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