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¿QUÉ HABILIDADES Y FORTALEZAS REQUIERE EL RAZONAMIENTO PRÁCTICO?
ОглавлениеPara poder razonar de forma correcta cuando nos enfrentamos a desafíos prácticos, en medio de la contingencia, necesitamos persistentemente descifrar la información, planificar las metas, resolver los problemas, buscar soluciones, así como encontrar el significado. En este proceso repetido, crecemos aprendiendo de los errores y corrigiendo los juicios erróneos. No lo hacemos como individuos aislados, sino con el apoyo de otros. El razonamiento práctico requiere el uso de capacidades y habilidades. Por ejemplo, los miembros de una familia necesitarán utilizar su memoria (para recordar sus promesas de ser fieles), su inteligencia (para encontrar los buenos objetivos a los que apuntar), su sagacidad (para enfrentar los desafíos a la solidaridad familiar), su razón (para encontrar los buenos medios para alcanzar objetivos comunes), su precaución (para evitar los peligros que amenazan la vinculación), y su buen consejo (encontrando modelos que disponen de sabiduría práctica) (Aquino, 1273/1981, II-II, 50). Asimismo, necesitamos habilidades prácticas y fortalezas para oponernos a los vicios (imprudencia y negligencia), así como para evitar las falsas apariencias de la razón práctica (astucia, engaño y preocupación ficticia sobre el futuro). En términos psicológicos, las racionalizaciones, las negaciones y los mecanismos de defensa ofrecen un parecido con la verdad, aunque solo son un parecido. Aprendemos a ejercer virtuosamente nuestras capacidades racionales a través de nuestras familias y comunidades, que nos llevan de ser dependientes a ser independientes, reconociendo a la vez nuestra continua interdependencia (MacIntyre, 1999). Este aprendizaje queda favorecido por prácticas inteligibles (como, por ejemplo, la participación en el culto comunitario) que conforman nuestra experiencia familiar, social, cultural y religiosa. Existen disposiciones cognitivas, específicas y prácticas, asociadas a estas diferentes áreas de sabiduría práctica. Lo que diferencia estas diversas disposiciones de la sabiduría práctica es su fin, u objetivo al que se orienta cada disposición (Aquino, 1273/1981, II-II, 47.11). Por ejemplo, el uso eficaz y bueno del razonamiento práctico para el bien de una familia requiere un conjunto de disposiciones cognitivas diferentes de (aunque interrelacionadas con) las disposiciones necesarias para razonar, para conseguir el bien de un Estado en el caso de la política, o por el bien del cliente en el caso de la psicoterapia. En la medida en que se puede juzgar que los objetivos prácticos incorporan diferentes grados de valor y bondad, es fácil entender que las disposiciones cognitivas de una persona, orientadas hacia fines más elevados, son prioritarias sobre las demás disposiciones, y las regulan (Aquino, 1273/1981, II-II, 47.11 ad 3). Por ejemplo, se puede considerar que el bien de la familia es mayor que el bien de los asuntos personales
Aprender razonamiento práctico requiere competencias cognitivo-afectivas, apoyo social, así como normas morales, bajo prácticas contextualizadas. A excepción de los casos en que existen graves defectos cognitivos-afectivos, y siempre que se disponga de una calidad adecuada de vinculación y educación por parte de los padres, educadores y otros modelos de su comunidad, los niños generalmente pueden desarrollarse correctamente para conseguir la racionalidad madura, el buen juicio del que normalmente disponen los adultos (MacIntyre, 1999). No obstante, se necesita experiencia, práctica y disciplina. La prevalencia y complejidad del razonamiento, así como su relación con la voluntad y las emociones, lo ponen en el centro de la teoría de la virtud, sin considerar la virtud como algo racionalista o fácil. En la teoría de la virtud, el desarrollo positivo de este potencial racional depende también de las normas morales que guíen nuestro juicio y acción hacia los verdaderos bienes, alejándonos de lo que es malo. Estas normas sitúan sus raíces en la ley moral natural y en la ley divina.