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¿CUÁL ES LA BASE DE LA SED HUMANA DE BELLEZA?

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La belleza, luminosidad, armonía e integridad son cualidades de todo lo que existe, incluso cuando estas cualidades están ocultas a la vista directa. Una persona puede tener sed de belleza al igual que tiene sed de la vida misma. La belleza se encuentra en la bondad de todo lo que existe, en todo lo que es verdadero y en todo lo que es bueno en las relaciones interpersonales. En general, quienes están familiarizados con una forma de arte en particular, tienden a estar de acuerdo con los mejores ejemplos de esa forma de arte, aunque en el caso de las innovaciones se necesite algún tiempo para desarrollar un consenso. La belleza, tal y como argumenta Pieper en El ocio y la vida intelectual (Leisure, the Basis of Culture, 1952/2009), se recibe y se crea. La belleza está basada en la realidad: en las personas reales, en las relaciones reales y las cosas reales. Nuestra medida de belleza se encuentra en una forma o patrón, que no solo vemos y recordamos sino que imaginamos y conceptualizamos de nuevas maneras. La belleza y el orden (así como la fealdad y la deformidad) se relacionan con la forma de la cosa. Platón (ca. 360 a. C./1961b, ca. 360 a. C./1961c) habla de un reino de las formas, incluyendo la «belleza». Cada cosa bella participa en la belleza final. Aristóteles (ca. 350 a. C./1941a, ca. 350 a. C./1941d), por el contrario, habla de la belleza en las cosas mismas. No existe un reino separado donde existan las formas de las cosas; más bien, cada cosa comunica una forma, que es compartida por otras cosas similares. La noción cristiana de la belleza de Aquino atribuye la belleza a la causa ejemplar de toda belleza, que es Dios. Se puede entender que su relato reconoce la belleza como un rasgo trascendental del ser y de las cosas reales en la medida en que las personas y las cosas participan en un patrón trascendental de belleza (Maritain, 1930/2016; Schmitz, 2009; Scruton, 2011, 2012).

La belleza es una realidad metafísica del ser. A través de nuestra imaginación e ideas, podemos apreciar la belleza que encontramos e imaginamos. La propia naturaleza proporciona la inspiración y la medida de la belleza. Cuando contemplamos las cosas, personas y acciones bellas, se nos aporta una inteligibilidad de la belleza, incluso cuando formamos un dúo musical, o construimos una silla. A través de nuestra experiencia básica, sentimos, imaginamos e intuimos la belleza. No solo recibimos la forma de la belleza que proviene de la realidad. Asimismo, creamos activamente la belleza, de diferentes maneras humanas. Utilizamos nuestra imaginación e ideas para lograr hacer surgir la novedad en los pensamiento, en la palabra y en las cosas, como ejemplo en la obra literaria del escritor, el pintor, el poeta, carpintero, cocinero, arquitecto, o cineasta.

Existen tres cualidades que clásicamente se ha visto que constituyen la belleza. En primer lugar, la medida de la belleza se revela en la persona o en la integridad y plenitud de la sinfonía. Reconocemos el valor estético de todo el ser, según la naturaleza y estructura de la cosa: por ejemplo, reconocemos un caballo (no solo su oreja izquierda), un niño (y no solo su rodilla ensangrentada), incluso una pareja de casados (no solo un hombre y una mujer). En segundo lugar, la belleza se encuentra en la proporción o armonía de una persona, o de un edificio. Nos atrae la forma y textura de cada cosa, la acción o la persona. Por ejemplo, la belleza de la justicia se encuentra en la proporción adecuada a través de lo que se debe, sobre la base de los compromisos, de la naturaleza humana y de las relaciones interpersonales. En tercer lugar, la belleza se encuentra en el brillo o luminosidad de una persona, o de una puesta de sol. Incluso percibimos que una sonrisa radiante significa un estado de placer o alegría, como en los rostros de los novios el día de su boda o de los amigos perdidos hace tiempo en un encuentro sorpresa (Aquino, 1273/1981, I, 5.4 ad 1; II-II, 145.2; Sevier, 2015, pp. 103 y 104).

Un Meta-Modelo Cristiano católico de la persona - Volumen II

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