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VI

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12 de noviembre

Mi respetado tío:

El país de Nigueiroá ya tiene la cara hosca del invierno. Ha llegado la nieve, a remolinos, en medio de lo gris, enterrándolo todo bajo los enormes copos. La nevada sobrevino, primero, tormentosa, con un viento glacial que cortaba la cara de la gente, de mañana. Los hombres entraban en casa Aparecida con las cejas y los bigotes encanecidos de nieve. Después, el viento, al atardecer, se apaciguó y el cielo, de sucio color, mandaba un resplandor tétrico sobre nosotros. Todo estaba cuajado de pálida premonición de cosas terribles: los losados, las hazas, los montes, parecían vibrar con una rara vida muerta dentro. Nunca había sentido Lobosandaus así de enajenado, y tuve miedo.

Algo me ocurrió, señor tío, justamente ayer, a raíz de la gran nevada. Ha de saber usted que la casa de Aparecida tiene un retrete de madera del que se sirven los huéspedes y los dueños de la casa, principalmente, pues los criados hacen sus necesidades, según he sabido, en el cagadero comunal situado entre unos peñascos detrás del muro de la era y, en caso de aprieto, en la cuadra de los cerdos.

Tuve yo urgencia de hacer del cuerpo y (disimúleme mi tío tan reiteradas insistencias escatológicas) me dirigí consecuentemente a la galería de atrás del último piso, en cuyo fondo se encuentra el retrete referido. Era media tarde, la nevada había parado en seco y el viento se había remansado en una hora de calma y temperatura soportable.

Fue entonces cuando sentí un escalofrío en la espalda. Una figura alta y delgada abría la puerta del retrete y avanzaba hacia mí por la galería. Tras los cristales, los tesos aguzados de la sierra de O Crasto me daban grima.

Me aparté a un lado con verdadero pavor, pánico diría incluso, señor tío. Me aparté para dejar paso a una mujer vestida de camisa blanca hasta los pies que se protegía del frío con un cobertor a rayas por la cabeza y los hombros. Me miró al pasar y pude ver su cara demacrada, los ojos oscuros que se encogían cercados por arrugas. Una sonrisa forzada me fue dirigida. Era Obdulia, la encamada.

Sin otro particular, se despide de Ud. su sobrino.

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