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XIII

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20 de diciembre

Bienquerido tío y protector:

Todo el villar de Lobosandaus y las aldeas de muchas leguas en redondo asisten con sorpresa a lo que está aconteciendo. Los días son cada vez más claros y más fríos. Los pequeños acuden cada vez menos a la escuela. Los que asisten parecen reflexionar profundamente sobre el contenido de mis lecciones, pero en realidad duermen en el pupitre con los ojos abiertos. Ojos redondos, abultados, vacunos, como los de la comunidad en la que vivo y en la que paso ansiedad, señor tío. En la cocina de casa Aparecida ya no hay tertulias ni reuniones al anochecer, y sólo se escucha, por momentos, la voz infantil y angélica de Clamoriñas, que canta al hacer las camas con una cadencia y una dulzura maligna que me asusta. Miedo tuve esta misma mañana, cuando me ponía jabón en las mejillas para afeitarme. Creí ver en mis ojos, por un instante, el volumen muerto y frío de los ojos de las gentes de Lobosandaus. El viejo Hixinio pasa las horas inmóvil, sin saberse para dónde mira, y ha envejecido muchos años de golpe. Ya no se ríe. Las gentes de aquí casi no se mueven de sus casas porque un acontecimiento nuevo los tiene a todos retraídos y recelosos.

A los pocos días de haberse Turelo encamado en la casa de sus padres, decidió levantarse y todo el mundo pudo comprobar que en él se había operado una notable transformación. Empezó a pisar fuerte, y a erguir aquella cabeza que siempre se inclinaba hacia abajo. Tal domingo se presentó a la salida de misa y, tomando violentamente a Dorinda por el brazo, la puso a caminar delante de él hacia casa. Ella obedeció mansamente y hombre y mujer se han puesto de nuevo a vivir juntos. Turelo parece que ya no piensa en cruzar la Raya. Dorinda estaba sumisa, humillada, muelle como una gallina cuando relaja las plumas después de que el gallo la gallee. Dormían juntos largas siestas de invierno hasta la puesta de sol. Después cenaban y los de Lobosandaus oían risas, a través de la ventana de la cocina, como de fiesta. Turelo ha empezado a ponerse leggings bien ajustados en el tobillo, y zapatón herrado de Vilanova, y a calzar espuela, diciendo por ahí que pensaba bajar a capar marranos a A Merca cuando llegara la sazón.

Ahorro decirle, señor tío, que en esta tierra dejada de la mano de Dios todos andan comentando que Turelo ha sido poseído por el espíritu del tío Nicasio Remuñán aprovechando el punto y hora en que estaba su cuerpo abierto a consecuencia de la paliza de la Guardia Civil, a fin de que el viejo cabrón (pido disculpas) pudiera fornicar libremente a la deseada Dorinda mediante el procedimiento ideal de apoderarse del cuerpo del propio marido de ella.

Pero es el caso, señor tío, que, si así fuese, el espíritu de Turelo, que tuvo corazón para dar muerte dos veces a su enemigo, no parece ahora dispuesto a soportar la invasión del capador, y a veces vemos todos a Turelo vagando por ahí al estilo Nicasio, altivo y majo, valiente y charro como nadie, y otras veces, nos parece que vuelve a su ser, de vista caída y caminar furtivo pegado a las paredes. Hoy dice Turelo, en voz susurrada apenas, que está preparando un viaje a Amarante, para mañana contradecirse y ordenarle a su mujer que lleve una empanada de la carne de un corzo, que él mismo ha matado en la Serra Grande, al horno, para comérsela los dos sin testigo, en casa. Como efecto de la lucha que se libra dentro de su cuerpo abierto, Turelo por momentos se araña la cara y se revuelca por el suelo como si quisiera violentarse a sí mismo. Aparecida no deja de llorar y Luís Pardao ha perdido el habla y anda por los caminos como un fantasma.

Esto es todo lo que pasa y yo así se lo cuento, señor tío, aun a riesgo de que Ud. atribuya mi relato a factores tales como la sugestión ambiental o cualquier otro de los que yo, constantemente, a mí mismo me represento con el fin de conjurar esta pesadilla.

Tenga siempre presente, señor tío, mi cariño y mi respeto.

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