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XIV

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25 de diciembre

Tío:

Sin esperar su carta le envío ésta, estando este su sobrino al borde de la confusión. Esta mañana me despertaron los gritos de dolor de Aparecida, a los que pronto se sumaron los de muchas mujeres en la cocina de casa. Turelo apareció, al rayar el día, ahorcado en un árbol del soto de cerezos, donde el río. La nieve lo cubre todo y apaga las voces de la gente. El sol luce y relumbra haciendo guiñar los ojos, los ojos vacunos y abultados que todos tenemos en Lobosandaus. Aquí todos sabemos el porqué de lo ocurrido. Turelo, para librarse de alojar en su cuerpo al capador Nicasio, se arrancó la vida. Se mató por no vivir con el querido de Dorinda dentro. Me duele la cabeza y tengo fiebre. No sé por qué, me he mudado al cuarto de la finada Obdulia. Acabo de ver que Dorinda, al cruzarse conmigo en la galería, de vuelta del retrete, no llora. Y me ha sonreído, señor tío. Al darle yo mi saludo, me enseñó los dientes y las encías blanquecinas, y me sonrió con un aquel de llamada que me encendió la sangre y me puso las partes de abajo endurecidas, señor tío. Yo siento horror, noto a alguien en el cuarto y deseo a Dorinda y creo que va a volver la desgracia a Lobosandaus y que habrá otra vez cuerpos abiertos.

Venga por mí, señor tío; por el amor de Dios, venga a buscarme y lléveme consigo a Ourense.

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