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II

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20 de septiembre

Señor tío:

Después de la mía anterior, y no esperando la respuesta de Ud., me apresuro a enviarle una segunda misiva desde Lobosandaus con el fin de relatarle un acontecimiento en grado sumo infortunado.

Hoy, de madrugada, los que primero se levantaron en el villar hallaron ahorcado en la rama de un cerezo, mediante nudo corredizo hecho con una soga, el cuerpo de un hombre de cincuenta años que resultó ser el del señor Nicasio Remuñán, capador de oficio y vecino de aquí al lado, de Lucenza. «Siempre llevaba espuela mexicana de plata y era hombre campante», me había dicho el criado viejo de la posada, de nombre Hixinio. Me impresionó lo sucedido porque, al día siguiente de mi llegada a Lobosandaus, tuve ocasión de verlo entrar al tal Nicasio en casa Aparecida con su gran sombrero de ala caída, zamarra hasta media pierna, desabrochada para dar permiso de lucimiento a la leontina con tres esterlinas del caballito tintineantes. Tenía una risa franca en la que relumbraba una abundante dentadura de oro y hablaba muy alto, como haciéndose anunciar por una corneta. Grandes mostachos pardos le adornaban la nariz como si llevara dos escobas contrapuestas debajo de la trompa roja y patatuda.

El caso es que el bueno del capador me resultó simpático. Tan pronto me extendió la mano, me clavó una mirada muy intensa y me dio la bienvenida a las tierras de Nigueiroá. «Por donde no pasó Jesucristo», dijo con un guiño de ojo que me pareció misterioso y algo así como un aviso de peligro.

Por otra parte, quiero que sepa que, según Ud. me ordenó, he acudido a la rectoral a visitar a don Plácido Mazaira. Le entregué su carta de presentación y, francamente, no me gustó la manera que tuvo de recibirme. Me pareció una persona fría y poco dada. No mira de frente y ni siquiera me mandó sentar ni me ofreció compartir con él el chocolate con roscón que tenía como merienda. Tampoco se interesó por la salud de Ud. De modo, señor tío, que si Ud. me lo permite, no daré ningún paso más de acercamiento hacia ese clérigo antipático que, evidentemente, no quiere tratos con personas desconocidas por muy sobrinas que éstas sean del señor Penitenciario de la Catedral de Ourense. Por otra parte, me ha dado la impresión de vivir muy aislado de las gentes de su parroquia.

Sin otro particular y a la espera de sus apreciadas noticias, le saluda con todo respeto.

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