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XI

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30 de noviembre

Mi querido tío:

Me pregunta Ud. por el marido de Dorinda, llamado familiarmente Turelo. Y bien, durante los primeros días de mi estancia en Lobosandaus lo vi apenas dos veces. Clamores, la criadita linda, dice que él no habla nunca. Es un individuo achaparrado, blanco, blando. Se parece en las hechuras a Pardao. Siempre lleva un cabás en la mano, instrumento de su oficio de tratante de plata y oro. Es un hombre de vista desviada, y aun así he podido advertir en él el mismo ojo prominente que es estigma de los paisanos de aquí arriba. Dicen que va y viene secretamente; aparece y desaparece sin hacerse notar. Se sabe que siempre cruza la Raya por Guntumil, en la Serra do Crasto, y que, desde Turei, toma los caminos reales y las carreteras y vías férreas que llevan a Braga, a Lisboa. Creo que, en este instante, no sabe nada de las andanzas y los infortunios de su mujer.

Acerca de lo que Ud. me enseña relativo a la vana observancia y a la superstición, con todo el respeto le digo que hay que vivir aquí un invierno como éste para conocer el peso sombrío del misterio y la presencia, que se siente casi física, de cosas y aconteceres que ya se sabe que no son sino incultura y barbarie, pero ante las que no caben actitudes de orgulloso distanciamiento, que en el fondo es miedo, como las que el cura y el médico, y supongo que también el boticario, a quien aún no he tenido la ocasión de saludar, adoptan en relación con los vecinos de Nigueiroá y conmigo mismo, aquí, en Lobosandaus.

Sin otro particular, le besa filialmente las manos.

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