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VIII

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16 de noviembre

Señor tío:

En los últimos días ha cambiado el tiempo de extremadamente frío a húmedo y suave, con una lluvia fina y constante que, por momentos, es apenas llovizna o bruma sutil. Todo está gris y mojado. Y ocurrió que Obdulia (la del cuerpo abierto) se ha levantado de pronto de la cama, ha empezado a recorrer de aquí para allá toda la casa, y a reír y a hablar con estruendo desconocido. Me cruzo con ella por caminos y pasadizos, por el corredor de atrás y en la galería. Siempre me mira con franqueza. Siempre me saluda con potente voz que a mí se me antoja de hombre. Bebe vino en abundancia con espanto de los padres, que no saben qué decir de tal repentina recuperación de su salud. Eso sí, desde que se levantó de la postración que la retenía en el lecho, se la ve con mucha frecuencia en compañía de su cuñada Dorinda, las dos de ganchete ligando interminables paliques en voz baja. Con tal motivo me veo privado de la conversación de Dorinda y noto como si ella me tasase la sonrisa de su boca fresca de rosa oscura. Paso las tardes tomado por la melancolía mirando los robles desnudos de la feria y permanezco como hipnotizado por la contemplación de los florones de hierro de fundición. Un raro silencio se apoderó estos días de Lobosandaus.

Han faltado muchos niños a la escuela.

Lo tendré al corriente, señor tío.

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