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23 de noviembre

Bienquerido señor tío:

Ha cambiado el tiempo y ha llegado el tumbaloureiros, viento del Norte, frío y seco como una cuchilla, que nos ha puesto a todos en Lobosandaus los labios reventados y escocidos. Al escampar la lluvia, se modificó la situación opresiva que aquí padecíamos, revelándose el secreto que yo sospechaba escondido en los pechos de todo el mundo. Ayer, domingo, ocurrieron cosas sorprendentes. Al volver las gentes de misa, se reunieron los hombres en grupos por la plaza —como ya se sabe que es costumbre— para conversar y comentar sus asuntos. De repente, yo, que estaba considerando los ojos prominentes y vacunos de aquella población que parecía presa de un extraño maleficio, vi cómo Obdulia se presentaba tosiendo fuertemente en el corredor de madera del frente de la casa. Todos pudimos ver que vestía pantalones de hombre, que le quedaban flojos, y que se tocaba la cabeza con un chambergo que era seguramente el de Luís Pardao. De pronto, con voz muy fuerte, Obdulia reclamó la atención de todos y levantó los puños y los ojos hacia arriba. Abrió la boca y se puso a recitar una breve y compendiosa arenga de contenido agrario en la que se incluían los tópicos fundamentales del abolicionismo foral, que Ud. tan bien conoce e incluso comparte con don Basilio. Tenía una voz inequívoca de hombre, allí, Obdulia, desde el corredor. Noté el escalofrío en la espalda.

—Es el señor Remuñán —susurró el criado viejo apretándome un brazo con fuerza.

—El mismo —contestó un vecino que estaba a nuestro lado.

Fue entonces cuando Clamoriñas, sin pañuelo en la cabeza, salió por la puerta del comercio de Aparecida gritando con chillidos muy agudos y señalando hacia el corredor mientras movía la cabeza y la trenza rubia flagelaba el aire frío como una tralla.

—¡Es el tío Nicasio! ¡Es el capador! —gritaba.

Alguno hubo que hizo la señal de la cruz. Muchas mujeres se asomaron por portillos, salieron a patines y solanas, sacaron medio cuerpo por ventanas, gritando como bichos. De manera que, enseguida, Obdulia fue reducida por los suyos y encerrada en el desván.

Fue a partir de ese instante que los vecinos de Lobosandaus empezaron a hablarme con claridad. Todos coincidían en que el espíritu de Nicasio Remuñán, el capador agrario, había entrado en el cuerpo de Obdulia, aprovechando que estaba abierto, y que se había apoderado de ella. Todos suponían que lo había hecho para poseer a Dorinda, por la que había perdido la cabeza en vida.

En la certeza de que esto que le cuento le parecerá verdaderamente extraño, se despide de Ud.

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