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Capítulo 5

Un mimado o un profesor

Aline

Estoy llegando tarde a mi clase de ballet y sigo sin poder creerlo. Me he quedado dormida y nadie se interesó en ello, tuve que cepillarme con una rapidez que nunca mantuve y cambiarme de ropa de la misma manera.

La señorita Le Brun me matará.

Al ingresar a academia me encuentro con Beátrice junto a Ben, quien luce exasperado. Teniendo en cuenta ello, y mi apuro, saludo de una manera rápida y continúo mi camino hasta el final del pasillo, donde se encuentra el salón 8.

Al apenas poner un pie dentro, la profesora me analiza de una manera antipática.

—Tarde, señorita Bayle —dice mientras se cruza de brazos. Como si no lo supiera…

Me dirijo hacia una esquina del salón y dejo mi bolso. Paso seguido me doy la vuelta y la visualizo fijamente.

—Lo lamento mucho, señorita Le Brun. Tuve un inconveniente y no pude llegar antes —trato de poner el semblante más lastimero posible y, por lo visto, me cree.

—Está bien, hoy pasaré por alto ese hecho. Pero que no vuelva a repetirse.

—Tenga por seguro que no lo hará, sabe que soy muy responsable.

Sin responderme, se da la vuelta para mirar hacia las chicas que ya están sentadas a la espera de sus indicaciones.

Me aproximo a la joven que tengo más cercana. Es Camille, una chica de diecisiete años que practica danza desde pequeña al igual que yo. Ella no saluda, simplemente me dedica una mueca amigable.

La profesora comienza a hablar, dice algo referido a la clase anterior y una alumna plantea una inquietud, ya que ella no estuvo presente. Me permito dejar de prestar atención, porque básicamente sí estuve y sé a lo que se refiere, de manera que comienzo a mirar para todos lados en busca de algo interesante en lo que fijar mi vista.

Y lo encuentro rápidamente. Específicamente ese algo “interesante” es alguien, es Lana.

Muerdo mis labios de forma frustrada. No puede ser que, en una cosa más que yo haga, Lana esté metida.

Se podría decir que ambas nacimos para odiarnos, bueno, para que ella me odie a mí ¿El motivo? Su madre era pareja de mi padre cuando éste nos abandonó. Es una razón ilógica por la cual hacerle la vida imposible a la hija de la persona que peor se ha portado, sin embargo a Lana parece no importarle nada más que no sea fastidiarme, recordándome como si fuese un logro que su madre haya provocado que mi familia se separe. Hoy en día le agradezco que nos haya quitado de encima a mi supuesta figura paterna.

En sí, Lana tiene el propósito de su vida centrado en fastidiar a cualquier persona que no conforme su círculo de amigos.

Cerrando la historia dramática que nos envuelve. A pesar de todos los dichos que trata de utilizar en mi contra, mi padre ha dejado a su madre luego de un año y viajó hacia Australia. Eso fue lo último que supimos de él. En cuanto a la madre de Lana, bueno, es una caza fortunas, por lo que no hay mucho que decir.

Inhalo y exhalo de manera profunda por unas cuatro o cinco veces, con el fin de centrarme en mí misma y restarle atención a su presencia. Agradezco que justo en este momento Le Brun alza la voz y dice que ya tenemos permitido comenzar a elongar, por

lo cual inicio con mi rutina y pongo toda mi energía, de modo que sea mi escape y distracción.

Realmente necesito olvidar todo, aunque sea por esta hora, y no permitiré que nadie trate de corromperme.

*

Trono todos mis dedos y muerdo mi labio inferior con fuerza. Jackie ya me ha dicho que tengo que dejar de hacer eso, porque prácticamente le causo cierta impresión, sin embargo es involuntario y no puedo controlarlo.

Estoy frente a la oficina de la academia, mejor dicho en la dirección, y no estoy segura de cómo es que debo dirigirme hacia Ben. No es que piense que es un santo o un niño de esos ricos que solo se encargan de molestar, pero no termino de fiarme en él y me da cierta ansiedad el tener que volver a encontrarme con él a solas.

No sé manejarme sola cuando se trata de alguien nuevo, está claro.

Trago saliva y suspiro. Tengo que pagar la cuota del mes, no puedo negarme. Al final termino tocando a la puerta y su voz gruesa, la cual puede semejarse con la de un locutor de radio, me da el pase.

No tengo por qué negarlo, tiene una voz candente.

—Buenos días, vengo a pagar la… —digo rápidamente mientras ingreso al lugar sin levantar la mirada, pero cuando miro hacia el frente comprendo que debo dejar de hacer eso.

Tengo que dejar de lado el hecho de resguardarme mis miedos a través de hablar rápido y dedicarme a mirar el suelo, puesto que cuando planto mirada hacia lo que tengo frente me doy sorpresas como estas y quedo completamente descolocada. Una joven está sentada encima del escritorio mientras él lo hace en el sofá característico de su padre.

La joven me mira interesada. Puedo ver, en un escrutinio veloz, que tiene un cabello muy bonito de color castaño claro, tono

que combina a la perfección con sus ojos color miel. Es muy bonita.

Carraspeo tratando de reubicarme en el ambiente y, desde mi interior, me gritan que he llegado en un mal momento.

—Disculpe, no sabía que estaba ocupado. Yo… volveré más tarde —repongo de prisa y Ben me dedica una mirada confusa.

—No hay ningún problema, dime ¿Qué necesitas? —pregunta mientras se cruza de brazos desde su asiento.

La mirada de ambos fijadas en mí me hacen sentir un poco nerviosa.

—Eh… Vengo a pagar la cuota del mes de octubre.

Al instante lo veo asentir. Me propone acercarme y me ofrece tomar asiento en una de las sillas que se encuentran de este lado del escritorio, sin embargo prefiero quedarme de pie. Mientras tanto, trato de no hacer contacto visual con la chica, ya que me sentiría descolocada si hiciéramos contacto visual directo.

—Dime tu nombre completo, por favor —pide mientras revisa los talonarios.

—Aline Bayle —responde cortésmente.

Al encontrar el papel que buscaba, escribe lo que corresponde y pasa a ponerle el sello de la institución. Procedo a pasarle el dinero, lo cuenta y termina asintiendo al comprobar que está todo en orden.

—Muchas gracias —digo a la vez que me cede el papel y me dedica una sonrisa de lado.

—No, muchas gracias a ti por darme tu dinero —replica en tono burlón y la joven presente le otorga un leve empujón en su hombro izquierdo.

Bueno, esto es algo incómodo. Prácticamente no sé qué hacer ni cómo reaccionar, por lo que me quedo parada mirando el panorama.

—¡Ben! —aporta con una voz que se me hace muy suave y tierna.

—Es la verdad. Gracias al dinero de ustedes es que come mi familia —vuelve a decir el hijo de los dueños del lugar y mi fuero interno comienza a pedir a gritos el retorno de sus padres.

Por Dios, no pensé que sería así.

—Solo venía a pagar la cuota, nada más —digo con la boca pequeña. No quiero aportar mucho, porque básicamente él puede tomar cualquier cosa para volver a burlarse.

—Está bien, no te dejes guiar por este idiota —me responde la chica y, en este instante, me permito observarla. Me dedica una sonrisa amable, de esas que quieren hacer sentir bien a uno.

—Debo irme, con su permiso —anuncio y comienzo a caminar hacia la puerta, no sin antes ver cómo ambos asienten ante mis palabras.

Al estar detrás de la puerta, ruedo los ojos y resoplo. Solo pasan segundos hasta que se oyen un par de risas provenientes de ellos y un “Eres un imbécil” de parte de la chica.

Me encamino hacia los vestuarios con paso apresurado.

No es que me haya quedado encandilada con su educación de ayer, pero creo que ahora, que el poder ha quedado solo en él, parece revolucionarse. O no sé, quizás quiera aparentar ser alguien interesante o dejar en ridículo a la gente frente a esa chica, la cual supongo que es su novia. En fin, sea lo que sea espero que con el correr de los días se replantee su forma de tratar a los alumnos, de lo contrario habrá varias quejas.

Aunque no sé, porque la gran mayoría de alumnas quedaron encantadas con su presencia aquí y eso hace que todo sea más insoportable. O sea, están agrandando el ego de alguien que acaban de conocer.

Creo que está claro que las personas empiezan a despertar un poco mi ira cuando apenas cambian su actitud conmigo. Soy muy determinante e impulsiva. Otras cosas en la lista de lo que debo cambiar.

Trato de sacarme de la cabeza lo ocurrido y recojo mi bolso, el cual estaba dentro de uno de los lockers que hay allí. La clase de ballet terminó hace unos veinte minutos, he decidido esperar a verme un poco más decente luego de tanta actividad y luego me dirigí hacia la oficina. Sorpresivamente Lana no significó una molestia para mí, estaba centrada en ella y en su trabajo, por lo cual pude hacer lo mismo sin sentirme entorpecida.

Me acerco a los lavados, me lavo las manos y, de paso, refresco un poco mi nuca. Los rastros de sudoración empiezan a molestarme, es mejor que vaya lo antes posible a la parada de buses para ir a casa y darme un buen baño.

Al tomar mis cosas para salir del cuarto de baño, escucho cómo mi celular suena y lo atiendo rápidamente.

—Diga.

—¿Cómo está mi acompañante para saltarnos de las reglas de danza?

—¿Clément?

—Ese mismo ¿Cómo estás, bella?

Es el momento en el que recuerdo que le he dado mi número anoche, lo había olvidado por completo. Siempre es bueno tener contactos dentro de la academia, quién sabe cuándo se necesitará de algún dato relevante o algo por el estilo.

—Bien, pero me parece que tú no. Has faltado —oigo cómo se ríe tras la línea mientras yo inicio mi camino hacia la salida.

—¿Te digo la verdad? —emito un sonido de afirmación—. Al parecer me ha caído mal la cena y no me encuentro tan bien.

En el pasillo me encuentro a algunas compañeras, a las cuales les alzo la mano para despedirme y responden igual.

—Qué extraño, a mí no me ha hecho nada —respondo al momento que piso la acera.

—Quizá sea por tu metabolismo rápido —rio sutilmente al rememorar el hecho de que le mencioné que tengo un buen metabolismo—. Pero, bueno, mañana llevaré mi parte médico. Supongo que el señorito Dómine estaba rabioso por ver que no me presenté.

Veo cómo el autobús se aproxima y acelero mi paso hasta llegar a la parada. Saco mi billete rápidamente y me posiciono en la fila para subirme.

—Mmh, si te digo te miento. Solo lo vi en la entrada y cuando tuve que pagar la mensualidad del mes, no he escuchado nada ni tampoco me enteré.

Subo al autobús y muestro el billete, el chofer me da el pase y consigo uno de los primeros asientos.

—Bueno. Ya está, no quiero hablar sobre ese niño mimado.

El tono que utilizó para emitir aquella frase me sorprendió. Vuelvo a repetir, no estoy de ninguna de las dos partes –por más que Ben se haya comportado raro conmigo-, pero pareciera que existe algún tipo de roce entre ambos.

¿Se conocerán desde antes?

Ignoro completamente el hecho de que haya algún conflicto entre ellos, por lo que me afirmo que tampoco lo sabré. No hay manera en la cual yo vaya a indagar la causa por la que se refiere así de alguien recién llegado al lugar.

Conforme avanzan los minutos, Clément me pregunta cosas sobre cómo fue mi mañana y qué planes tengo para más tarde. Comento cómo me fue y le revelo que debo ir a trabajar, cosa que no le dije anoche.

Trabajo enseñando español a niños. No es que sea una profesora ni nada por el estilo, pero he tenido las mejores notas en el instituto que mi madre me ha inscrito y me ofrecí, ya hace un año, como guía de niños para que aprendan o refuercen sus conocimientos. Por el momento tengo tres alumnos, una niña de once años, un niño de ocho y un niñito de cuatro, pero éste último está aprendiendo francés porque, con su familia, han venido desde México para vivir aquí. Es un honor que crean en mí para que yo pueda enseñarles.

Luego de contarle toda esta historia a Clément, y sentirme amedrantada por las miradas de varias personas que parecían interesadas en lo que contaba, me doy cuenta que estoy a una cuadra de la parada que me corresponde bajar y me paro para acercarme a una de las puertas.

—Bueno, Clément. Fue una buena charla, pero creo que debo dejarte —digo antes de que el bus pare y pueda bajar.

—No hay problema. Yo también debo hacer algo por mí. Tengo que comer y ni siquiera sé qué puedo o no, me siento fatal.

—Puedes comer algo como eso de lo que hacen las abuelas —bromeo.

—No tengo abuela, Aline. Tengo a dos casas a mi madre, pero si llego a llamarla así, me mata —continúa con la burla—. Pero ya

me las arreglaré. Que tengas buen día.

—Igualmente.

Corto la llamada y guardo el móvil en el bolsillo de mi pantalón deportivo. Camino la media cuadra restante que me separa de mi casa, en ese lapso saludo a algunos vecinos y, finalmente, llego a mi destino.

Me sorprende ver a Jaqueline viendo por la ventana que da a la calle, al parecer está esperando a que yo llegue.

—¿¡Estás esperando a tu Romeo!? —pregunto socarronamente y puedo ver cómo su semblante muestra alivio.

—¡Sube ya! —pide, dándome a entender con su tono que no es algún chisme simple.

Luce preocupada.

Ingreso a la casa, dejo las llaves sobre la mesita que se encuentra al lado de la puerta y corro hacia la planta superior. Jackie se encuentra en su cuarto, por lo que voy hacia allí.

—Debo hablar contigo y es urgente —anuncia cuando apenas me ve traspasar la puerta.

—Dime —pido a la vez que dejo mi bolso en el suelo y me acuesto junto a ella en su cama.

No conforme con que esté cerca, se sienta más cerca de mí y suspira hondo.

—Óyeme bien, esto tiene que quedar entre ambas. No me puedes delatar con mamá porque se supone que ella será quien te lo tiene que decir —la manera en la que me advierte me hace fruncir el ceño y analizar sus facciones.

—Sí, como digas. Ahora cuenta qué sucede.

Toma una gran bocanada de aire y se dedica a examinarme unos segundos antes de comenzar a hablar.

—Mamá estaba muy inquieta antes de ir a trabajar, iba y venía por toda la casa sin hacer algo en concreto. Estaba algo alterada, ansiosa, no sé. En un momento, claramente, me cansé de verla recorriendo todo, porque necesitaba repasar algunos apuntes. Me dijo que tenía que hablar con ambas, pero, como sabe que tú estás enojada, prefirió hablar conmigo primero para ver mi reacción.

»La cosa es así. Mamá y Charlie quieren vivir bajo el mismo

techo. Él debe entregar la casa en un mes porque se le vence el contrato, por lo que cree conveniente que vaya trayendo sus cosas para acá. No obstante, no vendrá él solo… Como te dije antes, tiene un hijo de tu edad y al parecer va a volver al país, entonces quiere estar con su padre y…

—¿¡Qué!? —espeto asqueada, interrumpiendo así a mi hermana—. No puede ser cierto, apenas se pone de novia con él y ya quiere venir a vivir aquí ¡Con su hijo!

Debe ser una maldita broma.

¿Convivir con Charlie? ¿Con su hijo? No, claramente nada bueno puede salir de eso.

—¿Qué le pasa por la cabeza? ¿Acaso se volvió loca? —me recompongo en mi postura y coloco mis manos en mi cintura.

—Ali, calma. Yo sé que…

—Tú vas a intentar persuadirme y no voy a ceder, Jaqueline. Tú con tal de estar bien con mamá vas a aceptar todas las malditas decisiones que tome ¿Pero sabes qué? Yo no estoy dispuesta a convivir con dos extraños —mi voz se rasga a lo último.

Duele jodidamente esto. Mamá no está pensando en nosotras.

—No la voy a defender —repone al instante—. He discutido con ella sin que me importe lo que diga. Le planteé todo lo que estamos sintiendo, le dije que ha perdido la cabeza porque es ilógico hacer que convivamos con dos hombres completamente extraños. Es peligroso para las tres. Llevan solo siete meses de conocerse, es algo inconcebible.

Comienzo a caminar alrededor de la habitación. Mi cabeza maquina montones de cosas y no sé en qué enfocarme. Por un lado está que mamá tiene derecho a ser feliz, pero ingresa el hecho de que está intentando hacerlo con una persona que no conoce del todo y es allí donde otro pensamiento aparece, el referido a que los traerá a vivir con nosotras, sabiendo que podremos correr peligro porque no sabemos de qué tipos de personas se tratan.

A pesar de todos esos pensamientos que están volviéndome loca, ya no tengo ganas de discutir. Es como que después de tantas cosas que han ocurrido en tan poco tiempo ya no tengo fuer

zas para plantarme a mi madre y decirle, una vez más, que se volvió loca.

—¿Tan necesitada de estar en pareja estaba mamá y no nos dimos cuenta? —pregunto levantando los brazos levemente para mostrar mi confusión—. Está aferrándose a Charlie como si fuese su salvación.

—No lo sé, pero debe entender que para nosotras todo es nuevo. Toda nuestra infancia la pasamos solo con ella y que ocurra esto, en muy poco tiempo, es fuerte.

Vuelvo a tumbarme sobre la cama y me quedo mirando hacia el techo. No me veo capacitada de seguir aportando a la conversación, diga lo que diga no tendrá una solución, porque al momento que mamá llegue a la casa no habrá ni un sí ni un no, solo su palabra sobre la nuestra.

Desde que ella se ha empeñado a conocer a Charlie, porque básicamente se basó en eso en un principio, todo se volvió muy monótono para nosotras. Llega tarde a casa, sale los fines de semana y, con suerte, la vemos los domingos a la mañana. Ya no tenemos una conversación civilizada donde podamos contarle nuestras cosas y que ella reaccione como siempre lo ha hecho, no, siempre tiene algo que aportar referido a su pareja y, en verdad, cansa.

Y no es que estamos en contra de que se enamore de alguien más por capricho. Charlie ha demostrado ser una persona completamente machista que espera que nuestra madre haga todo por él, aunque sea así se ha mostrado las veces que ha venido a comer con nosotras. Además, tiene impregnada en él la costumbre de soltar frases inoportunas o groseras sin disculparse después.

Un hombre que quiere tener todo bajo sus pies, para qué vamos a mentir.

—Yo sé que reflexionará, no pasará mucho tiempo así —añade Jackie mientras apoya su cabeza al lado de la mía.

Sé que lo dice más como un deseo propio que por la lógica que acompaña a mamá. Yo no pienso así, mamá es terca y cuando algo se le cruza en la mente no hay nada que hacer, pese a quien le pese.

Princesa con aroma a primavera

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