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Capítulo 7

Jovencito Dómine

Ben

7 de octubre de 2009

Palmeo la mesita de noche sin abrir los ojos y, en mi intento de encontrar el móvil, tiro varias cosas al suelo.

—Maldición —musito luego de sobresaltarme.

Abro los ojos y, al intentar sentarme en la cama, siento cómo mi cabeza se parte en mil pedazos. Reniego. No tendría que haber tomado de una manera tan bestial.

Logro despertarme del todo al cabo de algunos segundos. Noto que he tirado mi celular junto a la billetera y un cuadro pequeño que tiene inscrita la frase “Today is a good day” Vaya “good day” ha comenzado.

Largo un pesado suspiro y me pongo de pie. Mi vista me juega una mala pasada y, por unos instantes, todo me da vueltas y siento que la cabeza me pesa. Fue una horrible idea ponerme borracho hasta ese nivel, sabía perfectamente que debía trabajar hoy e igual lo hice. Que maldito irresponsable fui.

Cuando siento que estoy algo estable, o sea que no corro peligro de caerme en el trayecto, agarro mi móvil para ver la hora, cosa que me espanta. Son las nueve y media de la mañana. Tiro el teléfono a la cama y corro hasta entrar al baño, me desvisto rápidamente y poco me importa que el agua de la ducha esté helada, me meto bajo de ella y ahogo un grito cuando ésta toca mi piel.

Una maldita hora y media de retraso. Béatrice estará criticándome de arriba abajo y lo único que falta es que termine llevándoles en chisme a mis padres. Termino de ducharme, me pongo las primeras prendas que encuentro y salgo de las casa con lo poco que logro tomar.

Ya habrá tiempo de ir en búsqueda de un café cargado y una aspirina para el dolor de cabeza.

*

Echo la cabeza hacia atrás y resoplo. No hay una maldita farmacia en las inmediaciones de la academia y siento que estoy sufriendo el dolor más intenso que alguna vez pude haber tenido. Mi cabeza está partiéndose al medio.

Al llegar, hace ya una hora, sorpresivamente no recibí ningún reclamo por parte de la recepcionista. Me saludó con total normalidad, al igual que los alumnos que estaban en la sala entrada, y me cedió la lista de profesores que habían firmado su presencia. Sincerándome, no toqué ese libro de asistencia hasta ahora. La molestia es tan intensa que no creo poder leer más de dos nombres sin sentir que me quedaré ciego.

Me acomodo nuevamente en el sofá para quedarme más a gusto, sin embargo unos golpes en la puerta hacen que se desestabilice rodo en mí y que en mi interior todo retumbe. Doy el pase para que esa persona no vuelva a golpear y, poco después, puedo ver cómo un hombre rubio y fornido ida se adentra a la oficina.

—Buenos días, Dómine —saluda a la vez que se apoya en la silla que está del otro lado del escritorio.

—Buenos días, señor...

—Clément Vial, soy el profesor de urbana —completa.

Como dije, no he prestado atención a la lista de profesores presentes, por lo que pasé por alto el hecho de que este señor, ausente el día de ayer, ha venido.

—Tome asiento —le pido, a lo que acata y luego pasa a mirarme con suspicacia—. Señor Vial, ayer no se presentó ¿Qué explicación tiene ante ello?

—Me he sentido mal y les avisé a mis alumnas. Tengo el número de todas ellas y pude enviarles un mensaje. Les comenté que no estaba en óptimas condiciones para presentarme a dar clases —dice como si fuese un discurso que se lo aprendió de memoria—. Aquí tiene el certificado médico, en él está constatado que no me encontraba bien.

Agarro el papel que me tiende y, como es obvio, no comprendo absolutamente nada la letra del médico que ha escrito eso. Solo debo creer en la veracidad del sello del doctor y su firma. Dejo el papel sobre el escritorio y vuelvo a mirarlo.

—Aun así debió avisar a la academia, es aquí donde todo se debe registrar —aclaro mientras me cruzo de brazos. Por alguna razón su mirada cambia y ahora parece estar mirándome con desprecio, además, pasa a apretar su mandíbula.

No hay que juzgar a las personas antes de conocerlas, sin embargo este hombre parece el típico macarra que cree que por ser corpulento podrá llevarse todo por delante.

—Lo siento, jovencito Dómine —quedo sorprendido por sus palabras y el tono que emplea. Suelto una risotada irónica al instante.

“Jovencito Dómine”

¿Pero qué mierda le pasaba?

—No pensé que un niño podría exigir tanta puntualidad y seriedad, me sorprende —vuelve a hablar y, ahora sí, frunzo el ceño para mirarlo más seriamente.

—No sé qué le está llevando a suponer sobre mi persona, no obstante está equivocado con el concepto que tiene. Puedo ser joven, pero odio la irresponsabilidad —respondo mientras apoyo las manos en el escritorio. Siento cómo la sangre está transcurriendo con un poco más de violencia por mi anatomía

»Le voy a pedir que tenga responsabilidad con su trabajo. No tengo idea sobre la relación que posee con mis padres, pero yo no voy a ocuparme de echarlo si no se comporta. Supongo que

ellos tendrán la toma de decisión si usted pretende continuar de esta manera.

—Yo tengo la mejor relación con sus padres y es por eso que vengo a proponerle un aumento de salario, creo que lo merezco —cambio mi semblante para demostrarme mi desentendimiento y niego con la cabeza.

Debe ser una broma.

¿Qué clase de profesores enseñan en esta academia?

Está claro que a este hombre no le caigo bien, vaya a saber uno por qué si apenas lo conozco. De igual manera, saliendo de eso, se muestra como alguien soberbio que pretende ser respetado a raíz de su personalidad fuerte.

—Perdone que me dirija así hacia usted, pero creo que está fuera de lugar pedir que le aumente el sueldo teniendo en cuenta dos cosas: los dueños de la institución no están y usted ayer ni siquiera se presentó a trabajar —va a interrumpirme, pero soy más rápido alzando una mano en señal de que se detenga.

»Y, créame, ahora estoy empezando a pensar si sus palabras contienen veracidad. Es dudoso el hecho de que se haya ausentado un día y al siguiente, como si nada ha ocurrido, aparezca para pedir una suma más alta de salario.

—Ahora me va a tratar de embustero ¿Es así como quiere manejarse en todo el mes, señorito Dómine?

—Creo que el llamarme de esa manera está de más. Permítame que le dé lugar a la duda sobre su estado de salud, no voy a manifestarlo frente a usted una vez más porque creo que ya captó el mensaje. Y no, no quiero manejarme así todo el mes, quiero trabajar en orden y que respeten a la institución. Esta academia —señalo el escritorio—. Es todo para mis padres, por lo que jamás me manejaría de una manera irresponsable.

—Si no se ausentó en estos dos días es porque quiere ganarse a todas las jovencitas ¿O me equivoco? —me guiña un ojo para hacerse el listo—. Pero cuando apenas se dé cuenta que ya le tienen confianza, faltará y allí todo comenzará a fallar.

Tras cada palabra que sale de su boca me quedo más atónito. Este pseudo profesor vino hacia el despacho solo con intencio

nes de discutir con un desconocido.

—No tengo que tomar confianza con nadie y, si falto alguna vez, sería tema mío en todo caso. Al margen de sus especulaciones, estoy cumpliendo mi rol —arqueo una ceja y lo observo más asqueado.

—Parece que el más joven de los Dómine tiene carácter.

—Con el respeto que me confiere al ser empleado de mis padres, le pido, educadamente, que salga de la oficina y vuelva a retomar sus actividades —me pongo de píe y camino hacia la puerta, la cual abro completamente para que pueda salir.

Se levanta lentamente y al mirarme hace una sonrisa irónica que me molesta aún más.

—Y si no me voy ¿Qué? —pregunta con altivez.

—Va a tener que irse, no voy a repetirlo —sentencio y se desternilla ante mis palabras.

Dios, dame paciencia.

—Me causa gracia, Dómine.

—No busco darle gracia a nadie. Aquí está la salida, vaya a trabajar.

Hace un gesto con la boca que pretende ser altanero, pero simulo que lo ignoro. Levanta el mentón y procede a caminar hacia mi lugar, entiendo que va a irse, sin embargo me empuja con su hombro y todo se distorsiona. Veo todo rojo.

Lo empujo hacia el marco de la puerta y lo tomo de la camiseta negra que posee. No sé, sinceramente, qué es lo que hago si nunca fui así, pero este hombre me sacó de mis pasillas en tan poco tiempo.

—¿Se puede saber qué carajos le pasa? —espeto molesto.

Suelta otra sonrisa burlona y va a responder, pero una voz femenina se hace presente emitiendo su nombre y lo suelto al instante. No lo solté porque estamos en presencia de una alumna, lo solté porque sé de quién se trata.

—¿Qué pasa aquí? —pregunta Aline totalmente aturdida con la situación.

La miro a los ojos y, sorpresivamente, ya no tengo ganas de discutir con nadie.

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