Читать книгу Princesa con aroma a primavera - Abigail Cascas - Страница 8
ОглавлениеCapítulo 3
Buena compañía
Aline
Necesito distraerme y lo peor de todo es que no tengo con quién.
Suspiro y miro al espejo mientras me seco el cabello. Ya han pasado tres, o quizás cuatro horas, del fallido intento de comunicación que hubo en la sala. Decidí salir de casa, tengo que escapar aunque sea un par de horas, y para eso tomé un baño, del cual me estaba secando en esos momentos.
No cené, pero oí cómo Jackie arregló algunas asperezas con nuestra madre. Ella es más pacífica que yo y se puede notar, por eso trató de arreglar todo y hasta creo que comieron juntas. Mientras tanto yo, bueno, saldré a caminar por ahí y me detendré en algún local de pizzas.
Me coloco un poco de labial rosa, para no parecer tan arruinada, e inicio mi camino hacia el pasillo.
Todo está silencioso, sé que mamá se acostó porque su cuarto está al lado del mío y el sonido de su puerta es el que reconocería a mil kilómetros. En tanto a Jackie, no sé ni si quiera dónde puede estar. Dejo mi postura y comienzo a caminar hacia la planta baja, no noto que alguien haya percibido mi presencia y salgo con rapidez. No sé con perfección hacia donde me dirigiré, no obstante comienzo a caminar hacia la dirección del parque que está a dos cuadras de casa. Meto mis manos en los bolsillos de la chaqueta y guardo bien el móvil para que no pueda darse ningún acto delictivo en mi contra.
Al llegar al parque veo un montón de parejas adolescentes, las cuales están más que entusiasmadas en lo suyo. No tendría sentido que me quede allí.
A mí parecer soy la joven más aburrida que podía existir, o sea ¡Hola! Diecinueve años y tengo un gran asqueo hacia las actitudes de emborracharse hasta quedar inconsciente y liarse con cualquiera en cualquier momento. Quizás no sea la única que repudie ello, pero los que piensen igual son nombrados como “anticuados”.
Sacudo la cabeza en forma de negación y miro hacia mi entorno para identificar qué locales de comida hay allí. A lo lejos vi un restaurant fino, luego hay otro de una marca conocida y, por último, se encuentra una dichosa pizzería a la cual me dirijo con rapidez. Una vez allí, me encuentro con un panorama aún peor: familias, parejas, amigos, todos reunidos (cada uno por su parte, claramente) para cenar. Y luego estoy yo: la solitaria engendra.
Me coloco en la fila para hacer el pedido y espero hasta que me toca el turno de pedir. Encargo una pizza pequeña con muzzarela. Una vez aceptado el pedido, me dirijo hacia la fila para retirar, pero desafortunadamente a mitad del camino mi pie se engancha con una de esas cintas que ponen para dividir las filas.
¿¡Para qué sirve eso!?
Cuando estoy a punto de caer, alguien me toma entre sus brazos y me cuesta volver a abrir los ojos, los cuales comencé a apretar fuertemente en el momento que pensé que me daría de culo contra el suelo.
—Te tengo —dice la persona que tiene una voz conocida.
Al mirarlo, él está con una sonrisa aliviada y los colores suben a mi mejilla.
—Clément —musito y me reincorporo rápidamente—. Qué vergüenza, por Dios. Gracias...
—No hay de qué —responde de buena manera —. Agradece que fui yo quien estaba aquí, sino te hubieses dado de narices en el suelo.
Miro a mi alrededor y las personas empiezan a ignorar lo sucedido, sin embargo algún que otro sujeto sigue mirándome
como si jamás se hayan caído.
—Eso está claro —contesto mientras suelto una leve risita.
Clément es uno de los profesores de la academia. Si no me equivoco, enseña danza urbana y otros ritmos contemporáneos. Por lo que dicen es un buen profesor a su corta edad, la cual estará entre los veintisiete o veintiocho años. Nuestra relación es buena, varias veces nos cruzamos por los pasillos o tomamos el transporte público juntos, parece ser un buen hombre.
—¿Así que saltando la dieta? —vuelve a hablar para cortar el silencio y ambos nos posicionamos, finalmente, en la fila.
—No tengo una dieta que cumplir —digo burlona—. Creo que nunca me cuidé porque mi metabolismo es rápido, en cambio tú... bueno, se supone que el profesor debe dar el ejemplo ¿No?
Sonríe ampliamente y niega con la cabeza. Sus rasgos varoniles están muy bien marcados, la manzana en la parte delantera de su cuello es prominente y la barba rubia dorada, al igual que su cabellera, lo hace lucir más serio. Sí, soy demasiado detallista.
—Para nada. Cada vez que salgo de la academia vengo para aquí, total solo son tres días y luego hago ejercicio, así que no me perjudica.
—Que suertudo.
La pantalla muestra un número y él se aproxima para retirar su pedido. Yo miro el papel donde está mi número, algún faltan dos pedidos más hasta que me entreguen.
—¿Viniste con alguien? —inquiere al mismo tiempo que se posiciona a mi lado, esta vez ya con su bandeja.
Frunzo el ceño y niego con la cabeza antes de responder.
—Vine sola.
—Pues, te haré compañía —añade—. Retira tu comida y busquemos una mesa.
Me sorprendo por su amabilidad, sin embargo asiento y vuelvo a posicionarme de manera que pueda ver la pantalla. Pocos minutos más tarde me entregan mi comida, la recojo y me acerco a Clément para ponernos a buscar una mesa libre en donde poder compartir la cena.
Como he mencionado, todo está repleto. Casi al final del
lugar logramos ver una mesa libre y pronto nos encaminamos hasta allí.
—Me has salvado, no quería comer sola —confieso mientras estamos a mitad de camino.
—Y tú a mí, yo tampoco quería estar solo ¿Se puede saber a qué se debió el hecho de que viniste? Pregunto con total respeto, no creas que es de mala manera.
Llegamos a la mesa y ambos posamos las bandejas sobre ella. Tomo una gran bocanada de aire antes de sentarme y proceder a contestar.
—Problemas personales, nada importante —dejo los ojos en blanco—. Pero, bueno, supongo que tú tendrás algo más interesante para contarme ¿Cómo es eso que harás tu presentación en un teatro?
—Es toda una locura, todavía no puedo creerlo. Es… un sueño.
Sonríe ampliamente y, mientras comenzamos a comer, empieza a contarme sobre la propuesta que le llegó de presentarse sólo en un teatro para dar una muestra de danza. A mí me explotaría la cabeza al hacer algo así, supongo que no me darían las agallas.
Vuelvo a recalcar el hecho de que no soy muy sociable. Siempre me he mantenido a un margen, donde prefiero tener un círculo bastante limitado y no me atrae tanto abrirme a un mundo nuevo. Sí, hago mal, porque no siempre es bueno quedarse en la zona de confort. Es por esa razón que no conozco tanto a Clément, solo tengo idea de que es un gran profesional y se desempeña con gran pasión en lo que hace.
Quizás haberle dado la oportunidad de compartir la cena fue una buena decisión.
No sé cuánto tiempo pasa hasta que terminamos riendo por una anécdota que tiene con respecto a una muestra pasada. Cuando las risas cesan, apoya sus codos sobre la mesa y junta sus manos antes de analizarme fijamente.
—Ahora cuéntame tú ¿cómo andas en las clases de tango? Stefano me contó que te entusiasmaste mucho cuando lo propuso —al terminar de hablar bebe un trago de su gaseosa.
—La verdad que sí, el tango es una danza que tenía como ob-
jetivo aprenderla y cuando Stefano llegó diciendo que iba a enseñarla me volví loca —sonrío con ilusión—. Eso sí, es un fastidio trabajar con adolescentes de catorce-quince años, se vuelven tediosas cuando ven a un chico.
Inesperadamente estalla en risas y, al oír ese sonido, me veo contagiada. Mi bajo vientre duele, me da un pinchazo fuerte, pero lo disimulo y respiro hondo.
—¿Por quién lo dices?
—¡Por todas! Cuando llegó el hijo de los dueños, junto a su amigo, todas se volvieron locas.
—Ah, sí. Ben ocupará el lugar de sus padres en el instituto. Se me hace muy niño para manejar algo semejante, pero, bueno. Quiero suponer que no querrá llevarnos por mal camino.
—¿Por qué lo dices? —inquiero interesada.
Dejo de lado la comida para prestarle completa atención a sus palabras. No es que vaya a ponerme de un lado u otro después de lo que él pueda decir, ya que no tengo relación con ninguno de los dos, pero creo que Ben ha demostrado ser algo diferente a lo que Clément cree.
Durante el transcurso que tuvimos desde el instituto a mi casa, Ben hablaba de una manera muy amable y académica. No parecía que simulaba ser alguien que no es, lo digo porque se nota cuando una persona finge. Se mostró muy maduro al referirse de los negocios de sus padres y la importancia que tienen para él. Aunque bueno, repito que no puedo poner las manos en el fuego por alguien que no conozco.
—La edad, es algo que influye. No creo que esté capacitado, quizás le gusten las fiestas, quizás no esté los días importantes y quién sabe si nos pagará en tiempo y forma —se apoya en el respaldo de la silla.
—Sí, puede ser... —digo de forma desinteresada.
Apenas termino la frase cambio de tema y comienzo a hablar sobre el proyecto que está previsto para fin de año. Quieren hacer una gran obra y puesta en escena. Aún no saben en qué constará ni quién será la participe, pero es obvio que se hará a lo grande y, sin dudas, yo estaré allí como candidata, sea la obra
que sea.
Sinceramente no soy consciente del tiempo. Solo me fijo la hora cuando percibo que quedan pocas personas en el lugar, comprobando así que ya son las diez y media.
—Nos hemos extendido mucho al parecer —digo en tono burlón mientras guardo mi móvil—. Debo ir a casa.
Clément toma sus cosas y me hace una mueca en modo de amabilidad.
—Te llevo, no tengo ningún problema —se pone de pie y me mira fijamente al rostro mientras espera mi respuesta.
No me gusta que la gente me mire fijamente al rostro o, peor, a los ojos. Siento una gran presión y, ahora que él lo hace, me siento como alguien pequeño.
—No, gracias. Vivo a dos cuadras, no me pasará nada —respondo mientras me pongo a su lado—. Muchas gracias por la compañía, fue agradable compartir la cena contigo.
—Lo mismo digo y espero que se repita.
—Claro, cuando quieras. Nos vemos, Clement —beso su mejilla y, al separarme de él, sonrío levemente.
—Nos vemos, Aline.
Me encamino hacia la salida sin darme la vuelta una vez más.
Fue agradable compartir con Clément, ya que hemos charlado sobre diversas cosas del instituto y pude enterarme de algunos planes que tienen en mente. Prácticamente se puede asumir eso como una cena de trabajo, porque él está en esa academia por ello y yo soy una simple bailarina que está interesada en invertir allí.
A eso hay que sumarle que, de ambas partes, hubo muy buena predisposición para la charla fluida. Es alguien interesante con quien hablar.
Si antes el lugar parecía vacío, al salir del local compruebo que es un verdadero desierto. Me abrazo a mí misma y empiezo a acelerar el paso, quiero llegar lo antes posible a mi casa, puesto que no me siento tan segura andando sola por la calle a estas horas.