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ОглавлениеCapítulo 10
Pensamientos dominados
Aline
Suspiro tras llegar a la puerta de casa. Estoy más que cansada, es tan obvio que lo único que necesito es una ducha y mi cama. Ni siquiera tengo ganas de cenar.
El encierro con Ben fue una experiencia sumamente extraña. No es que haya sido una odisea, sino que pasamos unos cuantos minutos encerrados que permitieron que él intente ser amable conmigo. Tras haber intercambiado unas palabras accidentadas en el mediodía, y escuchar la versión que me dio Clément sobre los hechos, sentí que me quedé encerrada con el tipo de chico al que siempre escapé: altanero, egocéntrico y sarcástico. Sin embargo, durante ese corto tiempo, él no hizo más que intentar caerme bien; me pidió disculpas por lo sucedido anteriormente, me aclaró que esa academia es lo más importante tanto para él como para sus padres y, sobre todo, procuró acercarse.
Y yo, siendo una maldita perra reacia, frustré todos sus intentos.
Sacudo mi cabeza, como si de esa manera pudiera apartar los pensamientos sobre Ben de mi cabeza, y me encamino hacia el interior de mi casa. Sé que Jackie no está, puesto que me envió un mensaje avisándome que se quedaría en lo de una amiga a realizar un trabajo de la universidad. Así que, básicamente, mi rutina de esta noche será tan breve que ni siquiera con mi hermana podré compartir lo sucedido en el día.
Voy a dirigirme directamente hasta la cocina para poder apropiarme de la caja de jugo que compré hace un par de días, no obstante me detengo cuando en la sala veo a dos personas que no me apetecía cruzarme. Mamá y Charlie están sentados en el sofá muy a gusto, ambos estaban riendo al momento que ingresé, pero fueron cesando las risas al centrar sus miradas en mí. Los visualizo con descontento y ruedo los ojos antes de darme la vuelta e ir a mi habitación, cosa que no logro concretar porque mamá emite mi nombre con énfasis y no me queda otro remedio más que volver a mirarla.
Sé que mamá me adora, pero últimamente ha estado comportándose tan mal conmigo y Jaqueline que no tengo ganas de cruzar palabras con ella. En algún punto todavía duelen las palabras que nos dice con el correr de los días, porque éstas se guardan en la memoria de una para recalcar que está teniendo reacciones muy feas. Claro que la adoro con la misma intensidad que ella lo hace, pero en estos momentos no estamos compartiendo sintonía, por lo que estar frente a ella me incomoda.
—Hija, Charlie ha venido porque le prometí que cenaríamos juntos —dice así sin más. Arrugo la frente para demostrar mi desentendimiento.
—Buenas noches, Aline —agrega el mencionado.
La mujer que me trajo al mundo es bastante atractiva, entiendo que los hombres se sientan atraídos por ella. Cabello color miel, el cual le llega hasta los hombros, ojos grises que parecen iluminados cada vez que los miras y un físico que se conserva bastante bien. Vamos, cuarenta años y parece nuestra hermana bajo la mirada de algunos. No entiendo cómo es que ha terminado con alguien como Charlie, quien es la viva imagen de los hombres más perversos de las películas de drama.
Me da mala espina.
—¿Quién te confirmó que yo quería estar en esta cena? —espeto, haciendo caso omiso al saludo de su pareja.
—Aline, no seas así. Estoy preparando le gratin dauphinois1,
Plato de patatas gratinadas típico de la cocina francesa.
el plato que más te gusta.
—Pues, pueden disfrutarlo ustedes. Yo me iré a mi habitación, con permiso —me doy la vuelta para dirigirme hacia las escaleras, pero pronto una mano toma mi brazo y al girarme encuentro el rostro molesto de mamá—. ¿Qué pasa?
—No seas maleducada, ve a dejar tus cosas y baja a cenar con nosotros.
No fueron sus palabras, sino el tono que empleó para decirlas lo que provoca que comience a ver todo rojo. Mis ganas de mandar todo a la mierda aumentan hasta que dejo que, finalmente, exploten.
—¡No me apetece cenar con ustedes como si no ocurriera nada por detrás! —bramo, sobresaltando así al supuesto invitado—. He tenido un día de mierda, mamá, cosa que de seguro no te interesa, pero a mí me afecta, por ende, no bajaré a cenar ni aunque me ruegues de rodillas ¿Entiendes?
Nunca le había hablado así a mi madre, nunca le he gritado y, mucho menos, regañado. Sin embargo, está claro que todo ha sobrepasado mis límites y es un milagro que no haya estallado hecho antes.
No le doy tiempo a que responde y subo corriendo a mi habitación. Para cerciorarme que estaré tranquila, sin que ella entre, pongo el seguro y enciendo la radio a todo volumen. Tiro mi bolso sobre la cama y, sin poder más, me dejo caer al suelo. Estoy temblando, no sé si se debe a los nervios, a la tristeza o a la impotencia, pero lo hago y mis manos pasan por mis piernas de manera violenta. Es como si necesitara descargar mi furia conmigo misma. Las lágrimas bañan mi rostro y muerdo fuertemente mi labio superior para no emitir sollozos, mas alguno que otro se escapa.
Quedo como alguien sumamente egoísta que no le permite estar a su madre en pareja, que no la deja progresar, no obstante es obvio que ese hombre oculta un montón de cosas y lo digo con conocimiento de causa. Una vez vimos, a través de la ventana del cuarto de Jackie, cómo una mujer llegó y él comenzó a despotricarla en la misma puerta de su casa a plena luz del día,
la sacudió y gritó una sarta de cosas que pretendían dejar mal parada a esa pobre mujer, quien parecía desesperada. Eso pasó cuando apenas se había mudado, es más, le hemos contado a nuestra madre y ella había reconocido que eso era terrible, pero cuando comenzó a relacionarse con él parece que olvidó todo lo que le contamos.
Otra ocasión, ya pasado algunos meses, yo estaba tranquilamente sentada en el patio trasero de mi casa hasta que comencé a escuchar gemidos. Eso, por obvias razones, incomoda a cualquiera, pero creí que no podía decir nada porque era de noche. Sin embargo, al momento que iba a adentrarme a la casa, puedo percibir que esos sonidos provenían de la casa de al lado, es decir, la de Charlie. Le comuniqué a Jaqueline para que ambas intentemos convencer a mamá que ese hombre no es para ella, porque para ese entonces ya nos estaba quedando en claro que no solo era un tonteo lo de ellos. Pero, contra todo pronóstico, mamá no nos creyó y nos pidió que respetemos a los demás.
Lo peor de todo llegó cuando, hace pocas semanas, Jackie logró escuchar cómo él le habló de mala manera a mamá y ella simplemente lo encubrió, dijo que lo hizo enojar por razones que no nos incumben. Desde ese entonces no nos permitió sacar ese tema a relucir, es como algo prohibido y es lo que más nos alerta, porque no sabemos qué hay detrás.
—Aline, abre la puerta —la voz de mamá me sobresalta y trago en seco antes de tomar respiraciones entrecortadas.
—Vete.
—Podemos hablar con calma.
—No soy estúpida, Bettina. Por favor respeta mi privacidad.
Inesperadamente comienzo a oír sus pasos alejándose y sollozo. No puedo creer hasta que la he llamado con su propio nombre, el dolor hace que me salte todas las reglas que me puse a mí misma para mantener siempre el respeto entre nosotras, respeto que se deshizo hace mucho.
La vida en esta casa nunca fue tan caótica como ahora. Mierda, yo solo quiero llegar de la academia o del trabajo y contarles a
ambas mi día luego de escuchar los suyos. Quiero que tengamos charlas amenas hasta tarde, donde recordamos cosas pasadas y reímos hasta que nos duela la barriga.
Quiero que todo vuelva a la normalidad y esto me demuestra que estoy muy lejos de ella.
Tengo que asearme, de seguro estoy asquerosísima con todo el sudor y lo que conlleva tanta actividad física, sin embargo me dejo ganar por la tristeza y vuelvo a llorar luego de desplomarme por completo en el suelo.
Esta no es mi vida.
*
Me abrigo con la toalla al salir de la ducha y envuelvo mi cabello mojado con otra. Me invade la pereza al pensar que tengo que utilizar el secador antes de dormir, de lo contrario por la mañana mi pelo será un asco.
No sé cuánto tiempo ha pasado del momento en el que todo se fue a la mierda, solo sé que tras llorar amargamente, e implorar al universo que me devuelva un poco de tranquilidad, me cansé y estuve tirada por varios minutos en el piso. Miraba el techo, recordaba momentos del pasado y, sobre todo, que es horrible crecer para darse cuenta qué tan dura es la vida.
Me quito la toalla para pasar a ponerme el pijama. Lo único que quiero es acostarme y dormir profundamente. Me coloco mis bragas y, seguido, mi sostén, el cual batallo para abrocharlo por la espalda, pero lo logro. Antes de darme la vuelta, veo cómo se refleja mi tatuaje en el espejo y resoplo abatida. Por debajo de la nuca tengo tatuado un pequeño vegvisir, un antiguo símbolo islandés. Según su significado, representa la fuerza que nos acompaña cuando sentimos que estamos perdidos, por ende, nos ayuda a no errar y encontrar el buen camino.
Estaría necesitando que esa fuerza regrese a mí.
Me lo tatué cuando apenas cumplí los dieciocho, recuerdo que mamá se emocionó hasta las lágrimas al verlo, puesto que le conté su historia y cómo se podría asociar a la fuerza que ella
tuvo para poder sacarnos adelante. Ella solo tenía dieciocho años cuando quedó embarazada de Jackie, esto hizo que la persona que es nuestro padre enloquezca, por así decirlo, llevándola a vivir lejos de mis abuelos y toda la familia. Proviene de una familia rica que siempre le ha dado todos los gustos, por lo que el querer mantener todo bajo su poder lo llevó a un extremo peligroso.
Mamá estuvo privada de su libertad estando con él, porque éste argumentaba que algo podía ocurrirle y le juraba siempre que tanto ella como su hija eran lo más importante de su vida, razón por la cual las sobreprotegía. Bettina creyó siempre ese verso, Jackie nació y ella se acostumbró a vivir bajo la sombra de él. Entonces se enteraron del segundo embarazo, en el cual venía yo, y la abandonó, así sin más. Para ese momento ya era tarde, mamá ya se sentía alguien completamente inútil, pero gracias a la ayuda de su familia logró salir adelante con nosotras y encontró un camino correcto luego de tanto luchar.
Camino del que se desvió al conocer a Charlie.
Me coloco las prendas que me faltan y bostezo antes de sacarme la toalla de la cabeza, procedo a cepillar mi cabello y, una vez lista, salgo del cuarto de baño.
Apago las luces de mi habitación cuando apenas ingreso en ella, dejando que la luz nocturna ingrese de lleno por mi ventana. Siempre me ha gustado mi cuarto, ya que el ambiente siempre está fresco y yo amo eso. Amo sentir la brisa, un toquecito de frío y más cuando los calores intensos del verano aparecen.
Me acerco a mi cama, abro las sábanas y me recuesto lentamente para luego suspirar hondo. De todos los días horribles que he estado teniendo, creo que este fue el peor. Me coloco en posición fetal, abrazando mis piernas, y cierro los ojos para comenzar mi caída en los brazos de Morfeo, sin embargo un pensamiento inoportuno se atraviesa en mi mente e instantáneamente vuelvo a abrir mis ojos.
El recuerdo de las palabras provenientes de Ben se acerca a mí y no puedo evitar detenerme a pensar qué es lo que sucede en torno a ese chico ¿Cómo alguien puede ser tan cambiante en tan poco tiempo?
Estoy envuelta en un dilema, no sé qué pensar. Por un lado compruebo que está interesado en la academia y que todo lo que suceda allí sí le interesa, pero por otro lado se muestra como altanero, irónico y burlón –sin sacar que puede ser violento, teniendo en cuenta la situación de la mañana-. No entiendo su comportamiento, no entiendo cómo una persona que recién ha llegado a la institución parece amenazar con alterar la tranquilidad en ella y mucho menos entiendo cómo es que le doy tanta importancia.
Bueno, sé por qué le doy tanta importancia. Es evidente que ese chico es un verdadero modelo, es decir, jamás estuve en presencia de alguien que parece tan lindo por fuera. Recalco que es por fuera porque no lo compruebo en su interior. Pero, sinceramente, Ben es alguien muy atractivo. Sus ojos pícaros provocan con sacar algunas sonrisas, sus muecas llegan a lucir tiernas a veces y, Dios, no mintamos, la barba le hace verse bien.
Claro que me doy cuenta que se trata de alguien cautivante, no obstante trato de mantenerme al margen porque hace notar que yo sí le parezco linda y me da cierto miedo. No quiero que las cosas se malentiendan con él, más por el respeto que merece el lugar, sus padres y, mayormente, su madre, quien fue mi profesora cuando yo era niña.
Me obligo a olvidar lo sucedido, aunque sea por ahora, y vuelvo a cerrar mis ojos. No quiero que esa persona domine mis pensamientos.
Este caótico día tiene que finalizar.
*
9 de octubre del 2009
Corrijo la actividad de Carlos y sonrío dulcemente.
—¿Te está gustando tener clases conmigo? —pregunto.
—¡Me encanta! Me ayudas mucho y me enseñas a hablar como los niños de por aquí.
Vuelvo a sonreír. Carlos es el niño mexicano que estoy ayudando a aprender francés. Por el momento no se desenvuelve con total soltura, pero está tratando de poner lo mejor de él para poder ingresar al jardín de infantes y conocer a nuevos niños.
Honestamente admiro su capacidad de aprender a los cuatro años.
Su madre, María, se acerca a nosotros y me tiende una taza de café.
—Muchas gracias —digo. Me encanta trabajar con ellos, ya que son una familia muy amable que me hacen sentir a gusto.
—Quería preguntarte algo —anuncia—. ¿Te molesta si pongo un poco de música? Lo pondré en un volumen bajo.
—Por mí no hay problema, puede escuchar lo que quiera.
—Perfecto. Los dejo para que sigan estudiando.
Vemos cómo se aleja de nosotros para adentrarse a la cocina. Aún están remodelando muchas cosas de la casa, pero el aprendizaje del niño es urgente, por lo cual estoy aquí en medio de algunos elementos de construcción y decoración.
—Toma, ahora vamos a practicar cómo se dicen estas palabras —le tiendo una fotocopia y la mira, por un momento, sin entender nada.
Segundos más tarde la música, que la señora María anunció, empieza a sonar. Tiene un comienzo muy melódico y me gusta, es calmado y tranquilizante.
—Mira, primero vamos a recordar cómo suena cada letra ¿Sí? —el pequeño asiente—. Luego, las unimos y por último las decimos en voz alta.
Parece entusiasmado, por lo que inicia a hacer lo que le dije. No me pide ayuda, me sorprende, pero aun así estoy mirando qué es lo que hace.
Por un momento, solo pequeño, vuelvo a sentirme cautivada por la canción y le presto atención a lo que dice.
“Porque la vida no me dice nada
porque tengo temor a las miradas
Así, se va muriendo mi alma
y va creciendo ese vacío en mí
que no lleno con nada”
Trago en seco y trato de dar mi mejor semblante para que el niño no piense que lo estoy mirando mal. Solo, Dios, ese fragmento de la canción me ha llegado. Es como si estuviese hablando de mí.
Desde que todo empezó a desmoronarse siento que hago las cosas por inercia, porque soy incapaz de alejarme de mi rutina, pero en sí mi vida ya no me inspira a algo grande. Estoy tan sumida en el dolor que me causa ver a mi familia cada vez más separada que no logro salir. Y claro, tengo temor a las miradas, tengo miedo a que alguien sea capaz de ir más allá de mis ojos y capte que todo detrás de mí está completamente mal.
Carraspeo para volver a mi postura y procedo a prestarle atención, nuevamente, a Carlos, quien continúa ilusionado con la actividad.
—Cop, Copa… ¿Copain?
—¡Sí! Eso significa amigos —digo, alentándolo—. Específicamente se dice así: copains
La manera en la que se concentra en mí me hace sentir bien. Es como que alguien sí está interesado en lo que yo pueda hacer o decir, además, con esto estoy ayudando a su formación.
Me obligo a despegarme de aquella frase y dedicarme por completo a mi trabajo. Al fin y al cabo, junto a la danza, es lo único que está salvándome.