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Capítulo 2

Nada puede salir peor

Aline

—Relativamente sí, soy hijo de los dueños —responde como quién no quiere la cosa.

Si mi día ya ha sido lo más fatídico posible, esta es la gota que rebalsa el vaso. Me siento una completa estúpida de haber tratado mal a este... ser tan peculiar.

Le dije que podía romperle la cara ¡A él! ¡Al hijo de los dueños de la institución!

«No, no se lo dije»

«Sí, sí lo hiciste y sin reparo»

—Perdóname, en serio. No tenía la menor idea... yo… —bajo la mirada con cansancio.

Ya he pasado mucho a tan pocas horas de haber comenzado el día, no quiero saber nada más.

—No pasa nada. No te preocupes —contesta amigable.

Creo que eso me irrita un poco, solo un poco, o sea ¿Por qué no se enoja y ya? Sería lo normal.

—Ya, ya. Supongo que podrán arreglar esto después, tu presencia se hará constante aquí —le dice Stefano al joven. Bufo al oír sus palabras—. Y tú, corazón —se acerca a mí—. Deja de ser tan impulsiva. Sé que no es de tus mejores días pero... vamos.

Simplemente asiento y me pongo en cuclillas para tomar la botella de agua que dejé caer cuando oí de quién se trataba. Debí haber parecido una dramática de novela.

Pronto Stefano se vuelve hacia los dos jóvenes que entraron, los cuales no parecen hermanos, ni nada por el estilo.

Guardo el recipiente y me uno a mis compañeras, quienes no pueden despegar la mirada de ellos. Eso es lo malo de ir a clases de danza con adolescentes, tienen alrededor de quince y diecisiete años, no les importa nada más que chicos y yo ya no soy así, o eso creo. Debo convivir unos meses más con esto, a los veinte ya podré ingresar a la clase de mayores y todo el revoloteo de hormonas terminará.

—Es tan lindo... —murmura una y ruedo los ojos.

A veces llego a pensar que no toleraría a ninguna persona de la raza masculina, más allá de las personas de mi familia y, por supuesto, el amor de mi vida que en algún momento debe llegar. Quién sabe cuándo.

Me pego a Pilar, una de las jóvenes que parece más calmada, y ambas nos cruzamos de brazos a la espera de que se vayan y quedemos en paz. No tenemos que esperar mucho más, el hijo de los dueños se excusa con nuestro profesor y le dice que debe ir en busca de unos papeles, éste comprende y deja que se vaya, pero antes le dedica un “Va a ser un gusto tenerte aquí todos los días”

Esa es una idea que me apena, muchísimo para ser sincera. No debí haber respondido como si me hubiese dicho algo malo, solo se preocupó porque pensó que me rompería algo. Es lógico que lo esté, ya que es su primer día aquí y no sabe cómo nos manejamos las bailarinas, además, yo estoy acostumbrada a eso y por eso se me hace común.

—Muy bien, niñas, como sé que no han elongado por ver a semejantes especímenes de hombre —señala la puerta ya cerrada —. Lo harán ahora. Vamos, que nos queda nada más que media hora de clase.

La mayoría suelta un suspiro de cansancio y empiezan a hacer lo que Stefano pidió. A mí ni siquiera me advierte con la mirada, puesto que pongo piernas a la obra en escasos segundos.

Al tocar, nuevamente, mi cabeza con los pies, cierro los ojos y trato de no pensar en la bomba que he recibido por la mañana. Sin embargo me fue imposible.

Mamá tiene novio nuevo.

Suspiro casi sin querer hacerlo y me evito las lágrimas, no quiero hacer un show más en medio de la clase.

No es que esté en contra de que rehaga su vida, respetó como nadie nuestra crianza y esperó a que, tanto mi hermana como yo, seamos mayores para buscar una pareja. No obstante la cosa es que no me agradaba él, nuestro vecino de hace solo unos siete meses. Tiene esa fama de hombre altanero que no cabe con mi persona, menos con Jackie, pero más allá de eso yo sé que mi mamá puede ser dañada de nuevo y el inconveniente se instala en que ella está cegada, no hay quién se oponga. Apenas si quise hacer un comentario esta mañana y me sacó corriendo de mi casa. Es por eso que había llegado temprano al instituto.

A todo esto, agréguenle el hecho de que estoy con la regla. Perfecto.

Sacudo la cabeza tratando de borrar esos pensamientos, aunque sea por ahora, y me centro en que debo demostrar que seré la mejor francesa bailando tango.

*

Cuelgo el bolso en mi hombro y comienzo a caminar hacia el pasillo que da a la salida del estudio. Nuevamente voy a ver el rostro decrépito de Béatrice, mejor conocida como “La esposa de Hitler” porque a decir verdad, ella tiene cierta fobia hacia las personas de color y los gays. Sí, en pleno siglo veintiuno. Pero de igual manera me aguanto, eso no será lo peor dentro de mi día.

Jackie me ha mandado un mensaje diciéndome que mamá salió y que le dijo que no volvería hasta muy tarde. Al parecer está manteniendo esas actitudes adolescentes que tanto nos prohibió y aborreció, pero por lo menos tengo la certeza de que al llegar no voy a tener que someterme a una larga charla en donde ella me dará los pros de querer a Charlie, cosa que no me parece para nada bueno.

Finalmente me despido de la recepcionista, quien apenas si

levanta la mirada, y salgo del establecimiento. El ambiente es fresco y un leve viento hace que mi piel se erice, razón por la cual tengo que detener mi paso y colocarme la chaqueta negra que hace juego con mis leggins.

De repente siento que alguien posa su mano en mi hombro y, como acto autoreflejo, me doy la vuelta con la iniciativa de proporcionar una cachetada a quien fuera que me tocó, pero mi brazo es detenido por una gran mano.

—Eh, tranquila, no pensé que eso de romperme la cara era tan literal —dice casi sonriendo y me quedo estática.

Es nuevamente el hijo de los dueños. Bueno, ya me he cansado de llamarlo así.

—Disculpa —respondo apenada mientras trato de zafarme de su agarre—. Es que... vivimos en una sociedad tan perversa que ya no puedo confiar en nada. Menos a estas horas.

Son casi las tres de la tarde, calles desiertas y sin protección. Ambiente perfecto para los maleantes y pervertidos.

—Tienes razón, discúlpame a mí por no haber hablado antes —asiento lentamente.

En ese instante me dedico a ver sus facciones y lo veo muy angelical, cosa que no me gusta en los chicos. Me refiero a esos niños de rostro enternecido, no, definitivamente no va conmigo. Sin embargo, en él no se ve tan mal y sus ojos azules bebé le dan un toque atractivo.

—¿Se te ofreció algo? —pregunto en el mejor tono que puedo poner. No quiero que piense que lo digo de mala manera.

—Claro, eh... —aclara su garganta —. Primero, quisiera saber tu nombre.

Achico los ojos.

—Aline ¿Y tú?

—Ben, un gusto —tiende su mano y la acepto. El tacto se me hace agradable —. Y segundo ¿Siempre eres así? Digo, no quiero ofenderte, pero como me trataste... demostraste ser alguien con carácter. Lo digo de buena manera.

Me remuevo en mi lugar y tomo de nuevo el bolso.

—Creo que sí. No sé controlarme y tampoco socializo mucho,

creo que eso hace que sea una desconfiada con todo, pero ya te pedí perdón. En verdad lo siento.

—Lo sé, no hay problema. Todos tenemos días malos —asiento apenada y largo un duradero suspiro —. ¿Puedo ayudarte en algo?

Lo miro desconcertada.

—No, gracias. Solo he tenido un problema por la mañana y... no quiero ser vulgar, pero súmale que estoy en mis días.

Por alguna razón mis palabras le hacen sonreír y, esa sonrisa ladeada, lo hace lucir alguien bastante socarrón. Lo tendré anotado para tener en cuenta en un futuro.

—Ya, entiendo —vuelve a sonreír—. Me gusta que no tengan filtro para hablar. Eso da confianza.

—Sí, pero no para aprovecharse —contraataco.

Ríe sutilmente.

—En verdad me estás cayendo bien, Aline.

—Me gustaría decir lo mismo, pero ya ves que no estoy en mi mejor día. Así que bueno, nos veremos más seguido ahora. Supongo que habrá tiempo para que me caigas bien.

—Y para que tú me caigas mucho mejor —añade y lo miro fijamente.

¿Debo tomarlo como un coqueteo o qué?

¡Por Dios! Cómo se nota que no sé interactuar con hombres fuera de mi círculo social.

—Ajá —me limito a decir —. Si me permites, debo irme. Mi hermana me está esperando.

—Puedo llevarte, no tengo problema.

Me cruzo de brazos, pero antes acomodo un mechón de cabello detrás de mi oreja.

—Primero piensas que me rompería algo, después dices que te caigo bien y ahora me ofreces llevarme a mi casa... ¿No estás en eso de robo de órganos, cierto?

Esta vez se larga una carcajada y no me veo capaz de resistirme. Lo acompaño por un par de segundos y luego niega con la cabeza.

—Si estuviera en eso no te hubiese ni hablado, directamente te hubiese drogado mientras estabas de espaldas —contesta como

si fuera algo normal—. Y que ofrezca llevarte no tiene nada de malo. Míralo por este lado, a veces tomas taxis que no sabes ni siquiera por quién está siendo manejado, por lo menos hoy tendrás la certeza de que el hijo de los dueños del instituto donde prácticas danza te llevará y, ante todo, podrás denunciarlo si pasa algo.

Sonrío y trato de taparlo mordiendo mi labio inferior.

A pesar de todo, tiene razón. Quién sabe sobre la vida de los chóferes de taxis, uno los toma y ya, después puede ocurrir cualquier cosa.

—¿Y tu acompañante? —cuestiono mirando detrás de él para comprobar si está o no.

—¿Aitor? Él tuvo un imprevisto y se fue hace unos diez minutos. Es mi amigo.

—Me di cuenta. No se parece nada a ti o a tus padres.

—Sí, tiene el cabello más oscuro y algunas características más que nos diferencian mucho. Pero, aun así, mis padres lo adoran como si fuese su hijo. Es más, pienso que él va a mi casa por mis padres —río y él me acompaña—. ¿Y bien? ¿Dejarás que te lleve?

Qué más da.

—Está bien, acepto, pero solo porque mi hermana está esperando hablar conmigo —respondo y me dedica un semblante de triunfador antes de ofrecerme subir en el lado del copiloto.

Creo que no es mala idea, no tengo ganas de caminar estando así y, además, pasaré unos minutos tratando de saber sobre la persona que se hará cargo del lugar donde estudio.

*

No entiendo por qué la paz no puede durar tanto en esta casa. Todo parece desvanecerse cuando mamá llega de mal humor, lo cual se repite continuamente desde hace un mes. Tiempo que calculamos, con mi hermana, que lleva en pareja con Charlie.

—Les dije perfectamente que quería encontrar todo en orden, pero no, llego de trabajar y me encuentro que una estaba “es

tudiando”, mientras que la otra disfrutaba de una siesta —me aniquila con sus ojos al finalizar sus palabras.

Comparto miradas con Jackie y niega con su cabeza mientras mantiene un semblante de cansancio.

Estaba durmiendo, sí, pero se debía a que lo único que quería era descansar y que nadie me moleste. Mi hermana me contó ciertas situaciones de la pareja de mamá, una de las más destacadas fue el hecho de que él tiene un hijo de nuestra edad ¡Maravilloso!

Nótese el sarcasmo de mis palabras.

—Creo que debes darte cuenta, con lo excelente madre que has sido hasta ahora, que tengo un parcial más que importante en dos días y si no estudio lo más probable es que deba suspenderla... ¿Acaso quieres eso? —Jackie se cruza de brazos mientras arquea la ceja de manera desafiante.

Vuelvo a acomodarme en el sofá. Me hicieron bajar apenas nuestra progenitora llegó, al parecer quería presentes a ambas.

—Ajá, está bien pero ¿Un segundo no puedes tomarte para limpiar? ¡Solo era la cocina! —ruedo los ojos —. No vas a suspender la materia solo porque hayas barrido el piso o limpiado la mesada.

—¿En serio crees que eso es más importante que los estudios de tu hija? — pregunto de mala manera.

—¿Y qué vas a decir? Estabas durmiendo, Aline. Ni siquiera sirves para eso —espeta y siento cómo un gran vacío se arma en mi pecho.

Rápidamente me pongo de pie y visualizo a ambas para después clavar la vista en mi mamá.

—Perdóname por no servir para nada. Creí que, en estos diecinueve años, fui parte de una familia que se ayudaba entre sí, en donde cada una comprendía si la otra no podía —acomodo mi cabello con brusquedad—. En serio, mamá, perdóname por esto pero, tu nueva personalidad apesta.

Sin más que decir me acerco a la escalera, pero antes de subir el tercer escalón me doy la vuelta para volver a ver su rostro atónito ante mi anterior comportamiento.

—Y si estaba durmiendo fue porque estaba cansada, no de hacer algo ni de bailar, sino de la vida que nos estás haciendo llevar hace un par de semanas. Me siento fatal, mamá, siento que me estoy muriendo de los dolores y tú ni siquiera te inmutas. Estoy cansada de todo y de la nueva tú.

Dejo de compartir el mismo espacio y corro hacia mi habitación, me encierro y me tiro sobre la puerta mientras tomo mi cabeza entre las manos.

Quiero mi vida de antes, maldita sea.

Princesa con aroma a primavera

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