Читать книгу Princesa con aroma a primavera - Abigail Cascas - Страница 13
ОглавлениеCapítulo 8
Un día de locos
Aline
—¿Qué pasa aquí? —pregunto mientras analizo el ambiente. Es completamente ilógico.
Ben estaba tomando a Clément por la camiseta, cosa que dejó de hacer cuando me oyó. Ambos poseen semblantes alterados, mayormente el heredero de la academia. Por otro lado, Clément sonríe de lado al verme, lo cual me hace dudar de lo que ha ocurrido.
—Nada —responde Ben con un tono iracundo—. Temas administrativos que, supongo, son difíciles de tocar hasta por mis padres con ciertas personas.
La otra persona involucrada en el conflicto arquea una ceja, mirándolo de manera sorprendida.
Me descoloca ver la tensión que hay entre los dos, es extraño si se trata de dos personas que ni siquiera se conocen, sin embargo comienzo a sentirme incómoda al estar ahí en medio cuando nadie me ha llamado. Solo pasaba y la escena me dejó estupefacta.
—En mi humilde opinión, creo que no es bueno que estés dando este tipo de escenas en la academia. Es incómodo para todos —digo, como si mi opinión importase.
Es que, igualmente, tengo razón. No es cómodo saber que vamos a estar conviviendo con alguien que, al segundo día, ya demuestra ser violento. Las cosas aquí nunca fueron así y no tenemos por qué soportar eso un día para otro.
—Déjalo, Aline. Quizá este estudio sea una gran carga para un joven como él —añade Clément y, al bajar la mirada, puedo notar cómo Ben aprieta los puños.
Niego con la cabeza al mismo tiempo que apretó mis labios. Claramente llegué en un mal momento, me metí sin que nadie me llame y ahora no sé cómo desaparecer. Me siento completamente descolocada.
—Les agradecería a ambos que abandonen la oficina de mi padre —pide Ben de manera tajante, a lo que yo respondo mirándolo sorprendida.
—Yo venía a hablar de la muestra… —musito inocentemente, cosa que claramente no sirve.
—Ahora no puedo —responde de la misma forma que antes y, sin miramientos, se dirige hacia el interior del despacho.
Va directo a sentarse en el sillón de su padre, donde, una vez allí, comienza a leer algunos papeles que tiene frente a él.
Tomo una gran bocanada de aire ante la atenta mirada de Clément, quien cierra la puerta del lugar y se posa a mi lado. Realmente no puedo creer que haya presenciado una casi pelea en un sitio donde todo siempre fue armonioso. Me cruzo de brazos y resoplo antes de comenzar a caminar hacia los casilleros, no me queda otra que callar mi duda en torno a la muestra anual.
Doy pocos pasos hasta que siento el tacto de Clément sobre mi brazo. Delicadamente me da la vuelta y me muestra su semblante de circunstancias.
—Aline —musita.
—¿Qué sucedió? —pregunto en el mismo tono que mantuvo él. No quiero que nadie más oiga.
—Le he pedido un aumento y reaccionó así… —levanta las manos en pos de mostrar su inocencia—. Supongo que sus padres me lo hubieran dado sin dudar, pero él me discutió hasta lo último, ya viste cómo me sostenía antes de que llegues.
Trago saliva. Me siento muy confundida, ya que no pensé que el hijo de unas personas tan maravillosas podría ser así. Analizo de arriba abajo a Clément mientras me replanteo lo que me dijo la otra noche en la pizzería: quizás Ben no esté capacitado para manejar todo esto y sea demasiado para él. A lo mejor se trata de un típico niño mimado que cuando sale al mundo cree que puede llevarse por encima.
—Qué imbécil —respondo, más para mi interior porque tampoco tengo intenciones de debatir sobre ello—. Pero, bueno, por suerte llegué a tiempo y no pasó a mayores.
—Fuiste bastante oportuna.
—Es mi cualidad.
—Ya lo veo —guiña su ojo izquierdo y le dedico gesto cordial con mi rostro.
—Bueno, creo que debes seguir con tu día y yo también. En menos de diez minutos tengo clases con Le Brun, quería aprovechar el tiempo para hablar de la muestra con Ben, pero —ruedo los ojos.
—Ya está, no hay por qué recordarlo. Espero que sea leve tu día.
Deja una fugaz caricia sobre mi hombro y, he de reconocer, se me eriza la piel ante ello.
Voy a responderle, sin embargo pronto comienza a alejarse con destino hacia el salón que le corresponde para dar su próxima clase. Me quedo unos segundos visualizando el lugar al que se dirigió, como si me quedase tildada. No comprendo cómo es que logramos tener una relación un tanto más estrecha luego de aquella cena, pero se siente bien al saber que nos empezamos a llevar bien.
Con cada paso que doy hacia el lugar que mencioné anteriormente pienso que es una lástima que el hijo de los dueños de la academia sea así. Llevamos tan solo tres días de conocerlos, está bien, es temprano para sacar conjeturas, pero tuvo bastantes reacciones que dejan mucho para desear. Casi se va a los golpes con un profesor por una causa que no justifica su accionar, fue irónico conmigo al recibir la paga de la mensualidad, trajo visitas y, por lo que se escucha en los pasillos, hoy llegó retrasado y con resaca.
Para que sean solo setenta y dos horas de su mandato, es bastante.
*
—Deben practicar más el échappé1 , están un poco perdidas en ese movimiento —dice la señorita Le Brun al mismo tiempo que camina a mi lado. Estamos saliendo del salón a la par.
—Me parece que están algo distraídas, no perdidas. Es decir, es uno de los pasos más básicos de lo que aprenderán — respondo y me siento satisfecha cuando la veo asentir.
—Tendré que tomar algunas medidas de reprimenda ante esa falta de atención —bufa—. En fin, no es algo que a ti deba conmoverte, tú vas de diez con las clases.
—Muchas gracias. Le estoy echando muchas ganas a las clases porque, en verdad, quiero estar en la muestra anual que se hará.
—Estoy segura de que estarás —palmea mi hombro y sonríe, dejando ver algunas pequeñas arrugas a los costados de sus ojos verdes—. Que descanses, Aline.
—Lo mismo usted, señorita Le Brun.
Asiente levemente para despedirse y, en pocos segundos, traspasa la puerta principal.
Me encuentro a la mitad de la sala principal de la academia. No hay nadie más, todos se han ido hace rato, pues el horario permitido terminó hace una hora. Sin embargo, la profesora habló con el encargado del establecimiento para que yo pueda practicar un rato más, suerte que fue ella quien consultó aquello, ya que yo no tengo intenciones de charlar con él.
Aún estoy algo molesta por el hecho de que me haya rechazado para hablar de algo tan importante como la muestra anual. O sea ¡Hola! Es el día en el que toda la academia se prepara para mostrar todo el potencial que se tiene, el trabajo que se ha hecho en todo el año. Sus padres, seguramente, ya tienen alto preparado y aun no nos han comunicado, cosa que a todos los alumnos nos tiene en vilo, puesto que deseamos saber qué sucederá para poder prepararnos.
Suspiro y rezongo al sentir que mi vejiga se queja por estar
* Paso de ballet que consta en la abertura de ambos pies de una posición cerrada a una posición abierta.
llena, tengo que liberar líquidos. Sin más remedio, me dirijo a los baños e ingreso a una de las separaciones. Tardo un par de segundos, salgo y me lavo las manos rápidamente; no puedo continuar allí, tengo que trasladarme a casa lo antes posible si es que no quiero un regaño de mamá.
Sí, como si fuese que tengo catorce años.
Dejo el baño y vuelvo a hacer el camino hacia la salida, mientras tanto alzo mi cabello en una cola alta y, antes de llegar hacia la puerta, paso a colocarme mi chaqueta de lycra negra. Lo que menos quiero es terminar con un resfriado terrible. Reanudo mi paso, estoy a punto de traspasar el último pasillo que me separa de la salida, no obstante veo a Ben dejando algunas cosas en el escritorio de Beátrice y, para mi mala suerte, él también me ve, lo cual produce que se acerque a mí y se ponga justo en frente. Voy a esquivarlo, pero sigue mis pasos y lo observo desconcertada.
—Quiero pasar —espeto sin ánimos de discutir. Puedo apreciar que su rostro no muestra la misma molestia que hace horas.
Aun así eso no quita que me haya respondido mal luego de casi liarse a golpes con un profesor.
—Creo que te debo una disculpa —dice, lo cual me sorprende y paso a visualizarlo con esta sensación en el cuerpo.
—Está bien, estás disculpado. Déjeme pasar —pido nuevamente.
Frunce los labios y mira hacia abajo antes de hablar nuevamente.
—Hablo en serio. Sé que me he pasado al no querer atenderte hace rato, pero estaba enojado, yo… —resopla—. No es fácil dirigir una academia cuando la gran mayoría piensa que no soy capaz de manejarla correctamente.
Lo observo fijamente y puedo pensar que está hablando con sinceridad, muy a mi pesar.
Maldita sea, Aline. No le creas, apenas lo conoces.
—Ya te dije, estás perdonado —replico, tratando de mostrar una frialdad absoluta ante la situación—. Solo no debes tomar a un profesor, que trabaja aquí, de esa manera.
—Ya sé, pero si supieras lo que pasó… —deja los ojos en blanco. Parece molesto al recordar—. En fin, no creo que te interese mi
versión.
Algo dentro de mí dice que le permita dar su versión, que le diga que puede descargarse conmigo, sin embargo no voy a pasarme de confianza. Quizás dijo eso porque sabe que una extraña no querrá meterse en asuntos personales, de manera que no revelará la verdadera razón de la discusión.
Asiento resignada.
—Bueno. Ya que las cuentas están aclaradas, debo irme.
—Claro, yo también —responde cambiando el tono que estaba manteniendo. Me sonríe levemente—. Te acompaño a la salida.
Admito que me la frase “Te acompaño” pudo haber creado algunas falsas esperanzas en mí, es decir, pensé que se volvería a ofrecer para llevarme a casa. No quiero que las cosas se confundan, todo tiene que mantenerse claro: él es el dueño de la academia, momentáneamente, y yo soy una alumna. Nada más. Y lo repito de esta manera tan redundante para demostrarme que, si se tratase de sus padres, yo no me tomaría la libertad de estar hablando tan suelta de cuerpo con ellos como lo hago con Ben.
Empezamos a caminar hacia la puerta, lugar que al llegar trato de esquivar su mirada.
—Hasta mañana —me despido y procede a tomar la manija de la puerta para abrirla.
—Hasta mañana, Aline —responde en un tono amigable. Suspiro.
Al intentar tirar la puerta hacia dentro no hizo más que forzarla, es decir, que no se abre. Me mira desconcertado e intenta abrirla una vez más, pero su segundo intento vuelve a verse frustrado.
—¿Qué sucede? —pregunto espantada.
—Nos han encerrado —determina mirándome fijamente a los ojos.
No puede ser.
—Ay no —me lamento al mismo tiempo que paso a tomar la manija para intentar yo, pero claramente tampoco puedo abrirla—. ¿Quién cerró le puerta? —inquiero nerviosa.
—Beátrice, ella tiene una copia de las llaves —contesta mientras
revuelve algo en sus bolsillos.
—¿Y tú no tienes una copia? Eres el encargado ahora.
—Eso estoy buscando.
Mi respiración se vuelve más acelerada. No me gusta para nada la idea de estar encerrada con él, en sí no me gusta estar encerrada con nadie. Me da miedo, ansiedad, pánico.
—Maldición —dice entre dientes antes de tomarse la cabeza con ambas manos.
—¿Qué sucede?
—He olvidado las llaves en el coche —contesta con enojo. Mira hacia fuera a través del cristal de la puerta—. Recuerdo perfectamente cuando las dejé en la guantera porque pensé que no las necesitaría.
Paso las manos por mi cabello de manera exasperada. Empiezo a hiperventilar, siento que me falta el aire.
Me dan ganas de sacudirlo, es que ¿Cómo se va a olvidar de las llaves?
—¿¡A quién se le ocurre dejar las llaves del estudio que maneja en el carro!? —chillo histérica y me gano una mirada atónita de su parte—. ¿Qué se supone que haremos ahora?
Rasca su incipiente barba por unos pocos segundos, da unos pocos pasos por el sitio y me mira sin gracia alguna.
—Parece que nos quedaremos encerrados, Aline —señala y experimento la sensación de mi ánimo cayendo al séptimo suelo.