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ОглавлениеCapítulo 4
El verdadero comienzo
Ben
6 de octubre de 2009
—Tienes que alimentar al gato dos veces al día, cámbiale el agua constantemente y…
—Ya, mujer, él sabe qué debe hacer con ese gato mugroso —interrumpe papá a mamá y río. Es obvio que detesta a Lily.
Arrastran sus maletas por unos pasos más y luego se detienen para visualizarme.
—¿Seguro que podrás con todo? —pregunta mamá.
—Claro, no será tan difícil y, ante cualquier duda, los llamaré —respondo cruzándome de brazos.
Ambos se miraran y, la mujer que me dio la vida, larga un suspiro.
—Espero que puedas hacer lo mejor —dice antes de abrazarme fuertemente.
Aspiro su perfume y sonrío ante el recuerdo de cuando era niño y corría a abrazarla cada vez que salía del colegio. Duramos así unos cuantos segundos hasta que se separa, dando así lugar para que mi padre me envuelva en sus brazos.
—Suerte con todo, hijo —musita en mi oído —. Yo sé que podrás.
—Cuídate mucho, Ben. Cualquier cosa nos llamas y estaremos de vuelta.
Mamá está muy nerviosa por irse, en cambio papá no. Es la primera vez que nos distanciamos por tanto tiempo y, además, que la academia que tanto aman queda bajo mi mando.
—Vayan tranquilos, estaré bien y haré lo mejor de mí por esa academia —les digo con una sonrisa en los labios, produciendo así que ambos asientan.
Mamá vuelve a decir algunas cosas inentendibles, papá y yo la miramos raro. Está conmocionada, está claro, por lo que decidimos callarnos hasta que termina recalcándome que no deje morir a su pequeña gata.
Finalmente se despiden, una vez más, y comienzan a caminar hacia donde deben abordar. Antes de que sus figurar desaparezcan de mi visión, levantan sus manos en modo de saludo, hago lo mismo y pronto puedo apreciar cómo vuelven a encaminarse.
El hecho de que decidan irse de vacaciones fue algo costoso. La iniciativa la tuvo mi abuelo paterno materno, él insistía en que debían ir para poder despejarse de la carga que significa la academia –él lo sabe y a la perfección-, pero mis padres no paraban de dudar sobre dejar las cosas en mi mando. Fue entonces cuando mi abuelo, mejor conocido como Don Mercier, les juró que me daría una mano y eso fue lo que les dio pie a que acepten viajar un bendito mes por una pequeña parte de Europa.
Ahora van con destino a Italia, seguirán por Alemania con una parada en Suiza. Así se irán manejando por los países limítrofes de nuestra Francia.
En fin. Ellos acaban de partir a su mes de relax y yo estoy aquí, parado en el medio del aeropuerto sin qué me conviene más, correr de las obligaciones o afrontarlas a todas.
*
Aparco el carro y tomo mis cosas antes de bajar.
Tengo que hablar con Beátrice, lastimosamente no me queda otra. Decido que es mejor armarme de valor e ingreso a la academia con un aura parsimoniosa, o eso creo. La veo leyendo una
de sus tantas revistas y, sinceramente, pienso que tiene la suerte de que mis padres nunca se quejaran de ella, puesto que parece estar mucho más entretenida en ello que en su labor.
—Buenos días —saludo en un tono más o menos fuerte, provocando que levante la mirada con lentitud.
Que manera de querer simular ser alguien atemorizante.
—Buenos días, joven Dómine —responde mientras alza una de sus cejas al contemplarme de pies a cabeza.
—¿Ya han llegado todos los profesores del turno mañana? —cuestiono al momento que reviso mi reloj de muñeca. Son las ocho y media, se supone que ya debería estar la mayoría.
—Casi todos, solo falta el profesor de urbana. Es el señor Clément Vial.
—No lo conozco, pero voy a llamarle la atención por el horario.
—Es la primera vez que se atrasa, me parece extraño.
—Cuando venga dígale que lo espero en la oficina, por favor —asiente y anota algo en la libreta donde los profesores firmaban al llegar.
Sin decir más, comienzo a caminar hacia los salones de danza contemporánea, clásica, zumba y afro para pedirles a los profesores, quienes se encontraban acomodándose para dar una nueva clase, que me acompañen hacia la oficina. Todos cumplieron y, una vez en el lugar mencionado, me posiciono tras el escritorio de papá.
Todos me miran atentos. Vaya, no creí que fuese tan importante mi palabra.
—Primero que nada, buenos días a todos —los cuatro profesores responden igual—. Como sabrán, mis padres se han ido de viaje por un mes y, por ese lapso de tiempo, yo me encargaré de la academia. No quiero que me vean como alguien autoritario o que vaya a mandarlos a trabajar de forma exigida, sé que son buenos y mis padres están conformes con ustedes.
»Quisiera que se presenten para poder ir estableciendo una relación y, además, para tener en cuenta los turnos que le toca a cada uno.
El profesor que posee unas pequeñas rastas, las cuales en algunas tiene ciertas decoraciones de colores, levanta la mano y asiento para darle la palabra.
—Bueno, yo soy Sharik Pogba. Si te suena extraño es porque soy de Sudáfrica y enseño danza afro los lunes, martes y viernes por la mañana —me pasa la mano y se la acepto con cordialidad.
—Un gusto Sharik —respondo y procedo a mirar a la mujer rubia que está a su lado—. Su turno.
—Soy Bérénice Le Brun, profesora de danza clásica. Enseño ballet los lunes, martes y miércoles en el turno mañana y noche —imito los mismos gestos que tuve con el anterior profesor y doy paso al siguiente.
—Mi nombre es Anik Basile, enseño danza contemporánea los lunes y jueves en el turno mañana y tarde.
—Soy Alaric Favre, profesor de zumba de lunes a viernes por la mañana.
Al terminar sus presentaciones les agradezco la cortesía. Intercambian un par de preguntas con respecto al manejo, cómo será y si se modificará algo, sin embargo les notifico que todo continuará el mismo rumbo.
Cuando noto que las dudas han sido aclaradas, les pido que vuelvan a sus salones, pero no sin antes decirles que pueden hablar sobre cualquier inquietud conmigo y a cualquier hora.
Al estar completamente solo, tomo asiento en el sillón de mis padres y comienzo a revisar los papeles que papá me avisó que dejaría encima del escritorio. Son fichas de inscripción de algunas chicas que se deben archivar, por lo que paso a fijarme qué cajones serían los correspondientes para poder ordenarlas. Encuentro las secciones que pertenecen a cada una, las acomodo y, cuando estoy a punto de volver hacia el escritorio, unos pequeños golpes en la puerta suenan.
—Adelante —digo mientras reviso el horario. Son nueve menos cinco minutos, espero que sea el profesor de urbana el que toca la puerta.
Sin embargo, una voz melodiosamente grave y cautivadora resuena en mis oídos cuando da los buenos días y, al levantar la mirada, me encuentro con una joven de cabellera rubia y unos ojos celestes muy claros, quizá más claros que los míos.
—Buenos días, señorita…
—Lana, soy Lana Bouffart — completa y se aproxima a mi posición para tenderme la mano, la cual estrecho amablemente.
—Lana… bueno ¿En qué puedo ayudarle?
Sin decir nada, toma asiento en una de las dos sillas que están frente al otro lado del escritorio y pasa un mechón de cabello detrás de su oreja antes de hablar.
—Quiero inscribirme en la clase de ballet de la señorita Le Brun —anuncia con una sonrisa en sus labios.
No puedo negar que la chica rubia, ya conocida como Lana, es muy hermosa. Su sonrisa la hace lucir muy bien, más aún con los labios pintados con el sutil tono rosa que poseen.
—Claro, dígame en qué año nació y buscaré su ficha —pido mientras me pongo de pie para volver hacia los ficheros.
—Mil novecientos ochenta y ocho.
Asiento de manera distraída a la vez que busco rápidamente con la mirada aquel número. Al encontrar el cajón que marcaba “1988” con un tono grisáceo, pongo manos a la obra y busco la planilla correspondiente a la joven. Una vez que la obtuve, la tomo y me acerco nuevamente al escritorio.
—Ya mismo la anoto ¿Sabe los días y horarios de clase? —inquiero al momento que empiezo a escribir en la sección “Clases” el nombre de la danza junto al de su profesora.
—Sí, sí. Ya he hablado con ella y me informó de todo.
Siendo sincero, no tenía ni idea de cómo rellenar esos espacios en blanco ni nada por el estilo, pero decidí guiarme por lo que ya estaba escrito en renglones anteriores y, cuando termino, puedo comprobar que ha quedado igual.
Se lo muestro y hace una mueca de satisfacción.
—Dejo pago los primeros dos meses ¿Está bien?
—Perfecto —contesto mientras tomo el talonario de las cuotas, el cual se encontraba en una esquina del escritorio.
Esto sí sé hacer. Es algo para lo que me prepararon porque, vamos, las cuotas sí son más recurrentes en tanto al papelerío.
Relleno todos los casilleros, tomo el dinero y lo cuento para comprobar que esté todo en orden. Cuando está todo arreglado le entrego la copia de la cuota y la nueva inscripción a Lana, quien parece estar muy expectante a cada movimiento mío.
—Muchas gracias —dice mostrando sus blanquecinos dientes una vez más.
—Gracias a ti.
Le dedico una sonrisa que pretende ser similar y, pocos segundos después, se pone de pie dispuesta a irse. En ese micro segundo que se da vuelta puedo notar que está bien dotada y, por Dios ¿Qué estoy haciendo?
Como para sacarme de aquel transe, vuelve a mirarme y achica los ojos para analizarme. Bueno, ha llegado el momento de afrontar que ha notado que fui un descarado.
—¿Puedo preguntarte algo? —asiento con temor—. ¿En verdad eres hijo de los dueños?
No sé en qué momento comencé a retener la respiración, pero cuando completó la pregunta largué todo el aire que contenían mis pulmones. Sí, tuve miedo de que haya captado que fiché el buen trabajo que hace la danza en el cuerpo.
—Sí, soy Ben Dómine. Perdón por no haberme presentado antes —contesto cortésmente y sus ojos parpadean, como unas tres veces, de manera fugaz.
—Yo pensé que eso era una especie de mito para que las alumnas nos sintiéramos intimidadas. Y vaya que a mí sí me intimidas con esos ojos tan enigmáticos.
Bueno, supongamos que todo está bajo control y que no siento una especie de golpe en mi pecho.
Traga saliva, Ben. Son solo palabras, nada más.
—Muchas gracias, pero tus ojos son aún más enigmáticos. No creí que pudieran existir unos tan claros —inesperadamente, Lana sonríe de lado y lame sus labios.
Carraspeo.
—La verdad es que ambos pueden llamar la atención… ¿Estarás mucho tiempo aquí?
—Un mes, eso durarán las vacaciones de mis padres.
—Vaya, entonces podremos vernos por un prolongado tiempo —junta sus manos frente a sus piernas y, por la presión que ejercen estos, sus pechos logran sobresalir un poco por encima de su camiseta lila pegada a su cuerpo.
¿En serio está coqueteando conmigo y soy bastante imbécil como para no darme cuenta? ¿O soy lo suficientemente imbécil para creer que me está coqueteando y quizá solo sea su forma de ser?
Definitivamente debo aprender a controlarme a mí y a mis pensamientos atarantados. Debo conservar la profesionalidad ante todo.
—Sí, si todo sigue bien. No quisiera hipotecar la academia en una situación extraña —bromeo y suelta una risita timida.
—Me gustaría quedarme a hablar, pero ya va a comenzar mi clase de ballet.
—Claro, no hay problema.
Se despide de mí alzando levemente una mano, como si se tratase de alguien sumamente tierno. Trato de responder igual para parecer simpático y me dedica un pequeño guiño antes de encaminarse, con rapidez, hacia la puerta para luego salirse por completo del despacho.
Ella ha sido bastante cortés, demasiado ¿Pero quién soy yo para juzgar las formas? Si quiso recibirme de esa manera, pues está bien. Mientras no traten de divulgar que soy un inepto, creo que todo estará en orden. Apenas empiezo a sumergirme en esta travesía y hay diversos indicios que me dan a entender que me divertiré un montón con las situaciones que se presentarán.
Voy a centrarme en algunas cosas que mi madre me advirtió que debía poner atención, sin embargo recuerdo el pedido que le hice a Beátrice y me desconcierto al ver que no ha sido cumplido.
Lo único que falta es que pasen por encima de mi palabra por creer que no soy capaz de dirigir esto. Esa idea era la que me aterraba desde antes de que mis padres se vayan.
Me encamino hacia la recepción y veo que algunas alumnas hablan con Beátrice. Las saludo formalmente, recibo una cálida
respuesta, y luego paso a preguntar lo que me interesa.
—¿Aún no ha llegado el profesor de urbana?
Beátrice se encoge de hombros y frunce los labios.
—Aún no ¿Quiere que lo llame?
—Por favor —pido colocando mis manos en la cadera mientras suspiro.
Las alumnas que estaban manteniendo una charla con la recepcionista se dicen algo entre ellas, parecen acordar que volverán luego. Nos miran a ambos y nos anuncian lo que harán, por lo que solo me limito a asentir de manera comprensiva, ya que se lo comunicaron a Beátrice y si yo intervengo seré un completo metido.
Al quedarme solo con Beátrice, ésta hace muecas mientras espera que el tono del teléfono deje de sonar para que la persona con la que intenta contactarse atienda. No obstante, eso no ocurre. Vuelve a llamar otra vez, espera de nuevo y esta vez me mira confusa antes de cortar.
—Parece que ha apagado el teléfono, me da el contestador —dice antes de dejar los ojos en blanco.
Paso ambas manos por mi rostro y suspiro hondo. No pensé que los inconvenientes llegarían tan rápido, hasta hace minutos me encontraba a gusto con el trato de los alumnos y profesores, en cambio ahora solo quiero saber por qué maldita razón ese hombre no se presenta ni atiende las llamadas.
Evalúo la situación y veo qué tengo entre mis posibilidades. No quiero llamar a mis padres para contarles algo así o consultarles, aunque sea, si tenían algún problema con él antes de irse. No puedo arruinarles el viaje al inicio de todo.
Le agradezco a Beátrice el hecho de que me haya ayudado y vuelvo a dirigirme hacia el despacho. En ese camino tomo una gran bocanada de aire y me hago a la idea de que debo conservar la calma si es que quiero manejar toda la situación de manera adecuada.
Esto recién comienza.