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ОглавлениеCapítulo 9
Encierro tentador
Ben
Dejo que mi semblante se presente lo más preocupado posible, teñido de un gran nerviosismo, cuando perfectamente sé que las llaves están en el escritorio de mi padre.
—No podemos quedarnos encerrados, es tarde y estoy segura de que mi madre empezará a llamarme en poco tiempo —dice mientras abre su bolso para sacar su móvil.
—No habría problema con ello, yo puedo llevarte a casa como la otra vez —respondo de manera desinteresada, cosa que provoca que su mirada me fulmine—. Digo, para restarte dificultad al asunto.
Chasquea la lengua, no me responde, solo baja la mirada hacia su celular y comienza a teclear un par de cosas.
Al ver que estaba saliendo sola, teniendo en cuenta que nadie más quedaba en el lugar, no se me ocurrió otra cosa más que entablar conversación con ella, iniciando con mis sinceras disculpas por lo que le hice pasar por la mañana. Es evidente que su forma de tratarme está un poco más distante, y no se debe a su forma de ser, es decir, ahora parece tener algún contratiempo conmigo y la entiendo, a nadie le gusta que le dejen con la palara en la boca. Por esa misma razón es que me inventé todo el melodrama de que nos quedamos encerrados, puesto que es la única manera que tengo para poder conversar con ella sin que
me evite.
—Puedo llamar a Beátrice, ella fue quien cerró la puerta y vive cerca de aquí — miento. Sé que vive como a diez minutos de aquí en carro y ella siempre llega caminando, por lo que tardará más.
—Me harías un gran favor —contesta con algo de sorna.
Sonrío de lado, aunque dentro de mí soy consciente que corro peligro. Yo mismo le he dicho a Beátrice que cierre la puerta con llave, ya que yo me quedaría un rato más y luego me encargaría de cerrar por completo el lugar. Me dará un regaño gigante, puedo presentirlo, pero tengo que hacerlo.
Marco su número y la respuesta se hace tardar unos segundos.
—Beátrice —digo antes de que pueda completar su famosa frase: “joven Dómine”—. Tienes que ayudarme, por favor.
Aline me observa de manera interesada, hasta ha dejado de lado su celular para visualizar con exactitud mis movimientos.
—¿Qué ocurre? —pregunta con fastidio.
—Me he quedado encerrado en la academia, dejé las llaves en el carro y tú fuiste la que cerró la puerta.
—¿Cómo no se dio cuenta antes? Usted me dijo que no habría problema con que cierre con llave porque tenía una copia allí —es el momento en el que agradezco no haber puesto la llamada en altavoz.
—Lo sé, pero estaba tan metido entre los papeles que no me percaté de que las olvidé en el carro.
—Está bien, ya salgo para allá.
—Muchas gracias, aquí te espero — y sin más, corta la llamada.
Guardo el móvil en el bolsillo trasero de mi jean, levanto la mirada para comprobar que Aline me sigue observando con la misma desesperación que antes. Quiero reír, pero hago mi mayor esfuerzo para ponerme serio.
—¿Y? —pregunta, haciendo sus manos hacia delante para demostrar de qué manera la intriga la carcome.
Por alguna razón, que es completamente involuntaria, no logro centrarme en la pregunta y paso a apreciar todo lo que es ella. Lleva unos leggins negros que se ajustan bien a sus largos
y esbeltas piernas, el abrigo que porta le hace ver un poco más corpulenta, sin embargo sé que debajo de ello hay una figura envidiable.
—No soy una obra en exposición para que me observes de esa manera. Te he preguntado algo —espeta, haciéndome salir de mi trance. La miro fijamente a los ojos y no puedo ocultar la diversión que me causa.
Me gusta que sea directa y malhumorada. Algo en eso me entretiene, creo que todo se resume a que si la ves al rostro, lo cual dices que es completamente enternecido, no puedes pensar que es capaz de enojarse con medio mundo, sin embargo si la sacas un poco de las casillas explota fácilmente. Lo he comprobado en estos escasos tres días.
—Es imposible apartar la mirada de alguien tan hermosa —digo, causando que, inesperadamente, se ruborice. Claramente no esperaba esa respuesta, pues pasa a mirarme con un dejo de antipatía—. Es una lástima que cuando pones esa cara de odio…
—¿Cara de odio? No, querido, yo no odio a nadie. El odio es un sentimiento muy feo que no me gustaría sentir nunca.
—¿Entonces por qué me miras así cada vez que nos cruzamos? Digo, no es que nos hayamos topado muchas veces, pero siempre luces enojada, molesta.
—No te miro con odio, solo que hay gente que me cae bien de entrada y otras que no tanto —se encoge de hombros.
—¿Y qué motivos te doy para que no te caiga tan bien? —parece sopesar. Abre la boca y vuelve a cerrarla, pareciendo así a un pequeño pes. He de admitir que sus labios se ven bastante apetecibles al momento que hace un gesto de duda.
—Son cosas que pasan. También estuve en mis días, nos conocimos de manera accidentada y convengamos que tu actitud no ayuda mucho. No es normal que me agradezcas que te dé dinero porque, si no fuese así, tu familia no comería.
No puedo aguantar y carcajeo. Disfruto esto, disfruto ver cómo su rostro luce fastidiado, porque básicamente no creí que eso podía enfadarla tanto, siendo a mí me parece sumamente estúpido porque no fue nada malo, es decir, fui sincero con ella.
—No te rías porque no me gusta que falten el respeto en este lugar que, para mí, es sumamente importante —es instantánea mi reacción, la cual se basa en detener la risa y observarla seriamente.
—Jamás te faltaría el respeto en este lugar ni en ningún otro —respondo con rapidez. Me cruzo de brazos mientras ella enarca una de sus cejas—. Fui criado bastante bien para saber cómo debo comportarme y, si en verdad te molestó aquello, te pido disculpas. Sinceramente eso salió como una broma, la cual pensé que la tomarías con humor.
Es cierto, yo no soy un maleducado ni un insolente. Mis padres han tratado de darme los mejores valores y soy incapaz de dejarlos mal parados, ya que mi comportamiento hablaría más de mi crianza que de mí, por lo que no puedo ser algo que no me nace. Una cosa es tratar de hacer bromas y otra muy distinta es ser un grosero.
Sus claros ojos marrones me recorren el rostro, como si estuviese tratando de buscar alguna pizca de mentira, pero claramente no lo halla. Claramente yo tampoco me quedo atrás en estos segundos en los que ella me analiza, por ende me tomo el atrevimiento de ver con claridad cada facción suya. Hoy por la mañana la he visto muy pálida, cosa que preocupaba porque era bastante evidente, pero ha recobrado un poco los colores. Su nariz es pequeña y, al ver el pequeño lunar que tiene en la punta, siento como me enternezco. Lo recalco, parece una princesita, muy tierna y todo, pero luego ya sabemos cómo reacciona.
Su rostro es una verdadera trampa en la que cualquiera podría caer, entre los cuales me incluyo. No es difícil perderse entre esos ojos que parecen tener detrás mucho más de lo que demuestran y esos labios que forman gran parte de todas las expresiones que realiza.
—Está bien —responde asintiendo—. Quizá sí tenga sus connotaciones en broma y yo lo he tomado muy a pecho. No estoy teniendo buenos días, pero eso no es lo que nos compete ahora —carraspea— ¿Qué dijo Beátrice?
—Dijo que ya salía para aquí.
La veo asentir antes de suspirar profundo. Luego de ello, se acerca a los asientos que tenemos en el vestíbulo y se sienta en uno de ellos mientras que en el de al lado deja su bolso.
Sigo observándola ¿Cómo es tan difícil tratar de conocer a una persona? No es que tenga como costumbre ir hablando libremente con alguien que recién conozco, pero siempre creí ser amigable, por lo que todos accedían a charlar conmigo. No obstante, Aline parece renegar cuando me acerco, es como que no quisiera relacionarse conmigo y no entiendo el por qué. Está bien, cada uno se vincula con quien quiere, pero mi interés en ella empieza a despertar unas ganas de saber qué es lo que oculta para ser así de temperamental y creo que hasta no saciar esa hambre, no me detendré.
—¿Problemas con la pareja? —tiro la bomba cuando la veo tomar el celular nuevamente. Me gano una mirada aturdida.
—¿Qué?
—Como dijiste que no estás teniendo buenos días pregunté si es que tienes problemas con tu pareja.
—No tengo pareja, no sé qué te hace deducir que la tengo, pero los problemas no vienen por ese lado.
Algo dentro de mí festeja. Claro que siempre es bueno saber que una chica linda está soltera. Me aproximo a su lugar y me apoyo en el escritorio perteneciente a Beátrice.
—Es que, bueno, eres muy bonita y a cualquier hombre dejarías anonadado —digo con total sinceridad. No hay una ninguna chispa de provocación o algo por estilo en mis palabras.
—No te quieras pasar de confianza conmigo porque, te juro, puedo concretar la amenaza que te hice cuando nos conocimos —vuelve a tomar la posición de la Aline que no tolera mis acercamientos.
Río. Me está empezando a gustar esta chica.
Levanto los brazos en modo de inocencia, lo cual hace que niegue con la cabeza antes de volver a mirar su celular. Yo, por mi lado, comienzo a revisar las cosas que Beátrice tiene aquí: revistas, tazas de café limpias, libros de firmas, nuevas inscripciones y
demás cosas correspondientes a la academia.
Debo admitir que me está agradando la seriedad que uno debe mantener dentro de esta institución. Desde que dejé la secundaria no sentía esa responsabilidad y me gusta hacerme cargo de algo, me gusta sentirme útil.
Por varios segundos el ambiente permanece en silencio, hasta que no puedo con la tentación y quise volver a molestar –de buena manera-, a Aline. Me voy acercando lentamente y aprecio cómo levanta la mirada de su móvil para visualizarme de manera desafiante. Parece leer mis intenciones. Finalmente termino de acortar nuestra distancia y me siento a su lado, una vez sentado miro a mi izquierda para observarla y mis ojos se clavan en su pecho. No, no por el lado perverso, sino que me llama la atención cómo éste se mueve, es decir, parece que su respiración está siendo entrecortada.
—¿No sabes recibir cumplidos? —pregunto cómo quien no quiere la cosa.
Suspira sin remedio y deja los ojos en blanco. Guarda su móvil en el bolso y clava su mirada en mí.
—Sí, sé, pero es difícil recibir cumplidos de alguien que está de novio —abro los ojos con asombro.
—¿Yo de novio?
—Sí, la chica que estaba encima del escritorio de la oficina de tu padre estaba muy cómoda allí. Supongo que es tu novia, es muy linda.
—¿Gaia? —inquiero—. Es mi amiga desde que tengo memoria, jamás me fijaría en ella porque es como mi hermana.
—No lo ocultes, no deberías por qué. Ya te dije, es muy linda y, ojalá, la respetes como debe merecer.
—Es que no oculto nada, ella es mi amiga desde el jardín de infantes. Ella, Aitor y yo somos mejores amigos desde hace años y no me veo en la necesidad de ocultar nada. Sin embargo, si te interesa saber si estoy de novio o no, la realidad es que estoy más solo que perro malo.
No sé si es debido a mi tono mezclado entre sorpresa y broma es lo que le hace reír o lo que le digo. En fin, lo que importa es
que Aline está riendo por mis palabras, produciendo el mismo efecto en mí.
Por alguna razón que, claramente, desconozco Aline ya no dice nada. Simplemente se deja caer por completo en el respaldar de la silla y toma una gran bocanada de aire. No quiero volver a hablar, tuve buen efecto con lo último que dije, así que no quiero cagarla con cualquier cosa.
—Se está tardando bastante Beátrice ¿Seguro que vive cerca? —hace tronar sus dedos como si así desquitara el nerviosismo que porta.
Me empiezo a impacientar. Puedo ver que la pone mal estar encerrada, supongo que el efecto es mayor conmigo, por lo cual maldigo el hecho de que la persona encargada de abrirnos esté tardando.
Empiezo a replantearme si no sería correcto que vaya en búsqueda de las llaves en la oficina, pero, al hacer eso, es obvio que Aline me echará en cara qué tan osado soy.
—Sí, sé dónde vive y estoy seguro que pronto llegará —respondo antes de imitar su posición—Pero, mientras tanto, podría contarte un cuento.
Me gano una mirada desconcertada, mas creo que al tratar de ser gracioso la tensión puede reducir.
—Ni loca pienso escuchar una historia contada por alguien que, bajo mi apreciación, está desvariando un poco.
Poco me importa su respuesta y comienzo con el dichoso cuento.
—Había una vez una princesa muy hermosa, pero muy malhumorada —en ese instante me observa de una manera desafiante, arqueando una de sus cejas a la espera de lo que pueda decir—. Aun así, tenía unas piernas…
—Bueno, ya está, no hace falta que sigas describiéndome —suelta y no me contengo, suelto la toalla y me desternillo.
Es egocéntrica la chica.
—Nadie dijo que hablaba de ti —le guiño el ojo para darle un toque al asunto. Mentí, es obvio que sí se trata de ella.
Va a responderme, seguramente va a desafiarme, pero oímos
cómo alguien posa las llaves en la puerta y nos ponemos de pie al instante. Beátrice abre la dichosa puerta y trago en seco cuando nos visualiza horrorizada.
—¿Qué hacen ustedes dos solos aquí? —pregunta y considero que he olvidado ese detalle.
Ver a dos personas encerradas, claramente, trae consigo pensamientos impuros en los demás.