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Capítulo 1

Con el pie izquierdo

Ben

5 de octubre de 2009

Bloqueo y desbloqueo el móvil esperando que mi padre llame diciéndome que vuelva a casa, que no tengo nada que hacer aquí. Pero eso no ocurre. Suspiro hondo y le hago una seña a mi amigo, Aitor, para que baje conmigo.

Si bien uno a los veintiún años ya tiene más o menos claro lo que tiene en mente en torno al futuro, no es mi caso. Dejar dos carreras al comienzo tras pensar que no eran las indicadas solo me frustró, dejándome así sin ganas de tocar un libro nuevamente. Entonces fue allí donde a mis padres se le ocurrió la grandiosa idea de dejarme a cargo del estudio de danza que poseen.

Querrán que embargue todo, pensé en su momento.

Después fueron aclarándome que necesitan vacaciones, que un descanso no les vendrá mal y aprovecharán el hecho de que yo no tengo nada para hacer. Sí, tienen razón, pero tampoco pueden dejarme semejante responsabilidad durante un mes... ¡Un mes!

—Creo que voy a venir seguido contigo — dice Aitor mirando a las chicas que salen.

Es un instituto gigante, el cual cuenta con más de cinco salas de ensayos —o cómo se diga—, y una diversidad de danzas que impacta.

No es algo nuevo en el lugar, de hecho ya lleva aquí unos treinta y pico de años gracias a los padres de mi madre, quienes lo fundaron porque sus hijas soñaban con poder bailar como Julio Boca o algo por el estilo. De allí en adelante vieron que el proyecto daría frutos y bueno, aquí estamos. Es una de las academias de danzas más prestigiosas de París.

—Amigo... contrólate ¿Sí? —respondo en un tono cansino y avanzo hasta traspasar la puerta de entrada.

Todas las jóvenes, de entre quince y diecinueve años, salen coloradas de tanta actividad física, sin embargo a algunas no les interesa su aspecto y se quedan visualizando las nuevas visitas en el lugar, mejor dicho, mi acompañante y yo.

Seguimos con nuestro camino ignorando lo que ocurre a nuestro alrededor, o por lo menos yo.

Llegamos a la recepción y como siempre está Béatrice, la amargada señora que nunca me cayó bien. Sueno como un joven adolescente caprichoso ¿No? Bueno, pues no se puede reaccionar de otra forma tratándose de esa mujer. Con su mirada odiosa sobre los lentes y los labios fruncidos cuando escrutinia a una persona basta para que te des cuenta que no es lo más agradable del mundo.

—Buenas tardes —digo fuerte para que me dirija la mirada con rapidez, pero, como está en contra del sistema, tarda unos cuantos segundos en mirarme asqueada.

—Buenas tardes, joven Dómine —responde. Su tono se asemeja al de una institutriz—. ¿Qué se le ofrece por estos lados?

Es extraño que me encuentre en el establecimiento, jamás lo piso, a menos que fuera necesario y esas situaciones son nulas.

—Creo que mi padre le informó que estará fuera de la ciudad un mes... ¿Cierto? — asiente levemente—. Bueno, pues me envió para que busque un par de cosas de su oficina y se las lleve. Además, estaré a cargo de todo.

Tose falsamente y levanta sus lentes.

—Ya lo sé. Los rumores transcurren rápido, joven Dómine.

Cierro los ojos para suspirar y no responderle mal. No soporto que me llame así, como si se tratase de una juez de menores o

algo por el estilo.

—Al parecer. Entonces, si me permite, iré hacia la oficina.

—El establecimiento es suyo —añade con rapidez y, antes de que pueda decir algo más, baja la mirada hacia su revista e ignora que aún seguimos allí.

Inclino la cabeza hacia un lado, indicándole a mi amigo por dónde seguir.

—¿No se dio cuenta que yo estaba ahí o qué? —pregunta molesto mientras se pone a mi lado.

—Sí, se habrá dado cuenta, solo que ya es así.

Oí una risa irónica de su parte y seguimos encaminados.

Se escucha un tema de tango muy llamativo sobresaliendo de una de las salas. Lo miro a Aitor y puedo contemplar que a él también le llama la atención, pero, como dije anteriormente, no es tan sorprendente porque en esta institución se enseñan todos los ritmos habidos y por haber.

Tratamos de ignorar ese hecho y seguir nuestro camino hacia la oficina de mi padre, no obstante me fue imposible al escuchar el grito del profesor de danza.

—¡Paren, vamos a elongar primero!

Para qué iba a darme la vuelta y mirar a mi amigo, si él ya está prestándole atención a la puerta entreabierta desde el primer segundo.

Me acerco a él y bufo.

—Hey, vamos. De seguro cuando salgan las verás — digo tratando de despegarlo de ahí.

Por más que tenga veinte años, sigue pareciendo un adolescente de catorce que no puede estar sin ver unas piernas esplendorosas o un torso de muerte por dos segundos.

Mi intento es inútil. No me da ni la más mínima importancia. No sé qué está visualizando, pero parece embobado, anonadado quizá. Me poso casi a su mismo ángulo para tratar de ver lo que él tiene frente a sus ojos y también quedo atónito.

Una chica está estirando su pierna, haciendo que la punta del pie toque su cabeza.

¡Se va a romper algo!

No sé cuánto tiempo nos detuvimos a mirarla, pero, de repente, la puerta se abre por completo y el profesor nos queda mirando en modo de regaño.

—¿Ben? —pregunta y al analizar bien su rostro lo recuerdo.

—¡Stefano! —respondo alegremente y abre sus brazos para que le tienda un gran abrazo.

Stefano es uno de los profesores más antiguos de la academia, no es viejo, quizá tenga unos cuarenta y tantos años, pero en lo que se destaca es que sabe moverse genial. Al parecer ahora le ha tocado enseñar el tango, supongo que tendrá talento para ello. Más aún con su masculinidad sobresaliente que posee ese tipo de bailes.

—Me alegra tanto verte ¿Cuánto ha pasado? ¿Cinco, seis años? —cuestiona después de separarse de mí.

—Supongo que unos seis, casi siete ya —contesto y su mirada se dirige hacia Aitor—. Perdón por no presentar. Él es mi amigo Aitor. Aitor, él es Stefano, uno de los emblemas de esta academia.

—Me halagas —añade antes de saludar a mi acompañante.

En ese momento, en el cual no intervengo, me doy cuenta que todas las jóvenes nos están mirando con intriga. Algunas con deseo, para qué voy a mentir, pero la que “casi se rompe algo”, sigue en eso y ni siquiera nos dirige la mirada.

Aprovecho la situación en la cual Stefano habla con Aitor, no sé de qué, y me acerco a ella. Las chicas a su alrededor abren el paso y no me quitan la mirada de encima.

¿Acaso la danza les da algún tipo de apetito sexual o extraño? Porque sus miradas parecen tan hambrientas.

Finalmente me pongo frente a ella y antes de que pueda decirme algo o mirarme, hablo.

—¿No te vas a romper nada haciendo eso? —pregunto con las manos en mi cadera.

Rápidamente dirige su mirada hacia mí y puedo ver sus rasgados ojos marrones visualizándome con cierto ¿Odio? No sé, pero, más allá de eso, me quedo impactado por la belleza que

posee. Es preciosa.

—Si me iría a romper algo lo más probable es que no sea haciendo esto —contesta con una voz que se me hace muy melodiosa —. Además, tengo mucho tiempo trabajando en esto. Así que ¿Voy a romperme algo? La verdad que no, pero si podría romperte la cara de niño codicioso que tienes.

¿Pero qué mierda?

—Tranquila, solo he preguntado si...

—¿Pasa algo? —inquiere Stefano posándose mi lado.

—Nada, solo que me distrae, Stef, y... hoy necesito concentrarme —responde con un tono más calmado.

El profesor me mira y apoya su mano en mi hombro. Frunce el ceño cuando yo arqueo una ceja.

—¿Qué has hecho? Acuérdate que te vi muy rebelde de pequeño —ríe al final y yo lo imito. La chica “te voy a romper la cara”, nos mira casi enfadada.

—Solo le he preguntado si no se rompería algo haciendo eso —encojo mis hombros—. Creo que no ha tenido una buena mañana la princesa.

—¡No soy ninguna princesa! —grita y doy un respingo. Ya se ha puesto de pie y puedo comprobar que es casi igual de alta que yo.

Lleva puesto una camiseta de tirantes azulada que se ajusta bien a su plano abdomen y unos leggins negros que remarcan las excelentes piernas que parecía tener. Creo que no fui cauto al realizar ese escrutinio puesto que...

—Deja de mirarme como si fuese un objeto en venta — alzo la mirada y me encuentro nuevamente con sus ojos cafés, los cuales ya se muestran más fríos.

—Anda, hermosa. Sé que estás nerviosa, pero no canalices tus nervios con nosotros —le pide Stefano y ella bufa.

No responde más y deja el espacio que ocupó cuando intercambiamos palabras. El profesor de la clase niega con la cabeza y pasa su brazo por mis hombros.

—Solo déjala. A veces suele ser muy impulsiva, pero es excelente en esto —musita en mi oído y asiento.

—Creo en tus palabras —respondo y me guiña un ojo.

—¿Qué te trajo por aquí? —pregunta un poco más fuerte de lo que desearía, puesto que todas están mirándonos a la expectativa.

—Bueno, yo... no sé si sabrás que mis padres se irán de vacaciones y me quedaré a cargo del estudio.

—¿En serio? ¡Por Dios, se van a morir todas las estudiantes al tener aquí todos los días al hijo de los dueños! —exclama felizmente y logramos oír cómo se cae algo plástico.

Aitor mira hacia nuestra izquierda, también miro hacia ese lugar y es la “no me importa nada, me enojo con todo el mundo”, quién deja caer su botella de agua.

—¿Eres... eres hijo de los dueños del instituto? —cuestiona casi en un suspiro.

Al parecer a cierta persona no le hace tanta gracia que sea yo quién quede a cargo del establecimiento. Sonrío divertido.

Se me hace que la estadía en el lugar será muy reconfortante. Más que nunca estoy convencido de que quiero manejar el negocio familiar.

Princesa con aroma a primavera

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