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Capítulo 6

Acercamiento peligroso

Ben

I gotta feeling suena lo más alto posible, la velocidad del carro hace que sea aún mejor la experiencia y los gritos de Graia nos animan a sonreír ampliamente.

Nos dirigimos al bar donde pasaremos la noche para festejar el cumpleaños número veintiuno de Aitor. Todo el día decidió pasarlo junto a su familia, para que a la noche podamos disfrutarlo nosotros.

—¡Súbele más! —exclama Gaia desde los asientos traseros y río.

—¡Está lo más alto posible! —respondo mientras Aitor desvía su mirada de la carretera hacia nosotros.

—Se subió el volumen y a ti se te subió la bebida a la cabeza, Ga —aporta nuestro cumpleañero amigo—. Ya te hemos dicho que llegó al tope tres veces.

Quizás Aitor tenga razón. Gaia pasó a comprar un par de bebidas antes de reunirse con nosotros en el departamento de nuestro amigo y, por lo que nos dijo, ha tomado tres cervezas antes. Aún desconocemos la razón y seguiremos desconociéndola, porque está claro que ella lo negará todo mañana.

Continuamos el camino y llegamos a nuestro destino. Nuestro amigo le tendió las llaves del carro al joven que se encarga de estacionarlo y nosotros nos dirigimos hacia el interior del esta

blecimiento, el cual es más que conocido para nosotros, puesto que hemos festejado diversas cosas allí.

Tomamos lugar en la barra y pedimos un champagne para brindar. Eso va a ser lo primero que consumamos porque ni siquiera sabemos en qué estado estaremos en un par de horas, así que preferimos brindar antes.

—Quiero decirles que ésta noche pienso ponerme lo más borracha posible —anuncia Gaia al momento que apoya su espalda en la barra.

Su vestido negro de lentejuelas la hace ver radiante. Está iluminada, como si quisiera captar la atención de alguien en especial.

—¿A qué se debe eso? —cuestiona Aitor con un semblante algo serio.

—Tengo que festejar que uno de mis mejores amigos cumple años ¿No? —contesta mientras arquea una de sus refinadas cejas—. Además, me he estado portando muy bien últimamente, necesito algo de alcohol en sangre.

—Ojalá que no sea el suficiente para que terminemos en urgencias por un coma alcohólico —aporto, ganándome así una mirada regañona de su parte.

Aprieto sus cachetes de manera tierna y pronto me dedica una sonrisa. Ella no puede enojarse con nadie, menos con nosotros.

Gaia, Aitor y yo somos mejores amigos desde nuestra infancia. Siempre hemos socializado con muchas personas, pero nuestro círculo siempre se resume a nosotros tres. A ella la conocí cuando tenía cinco años, íbamos al mismo jardín de infantes y, desde ese entonces, compartimos muchas cosas. En cambio, a Aitor lo conocimos un año más tarde, precisamente cuando ingresamos a la escuela primaria. Desde allí jamás nos hemos separado.

El champagne llega y nos lo sirven en tres copas. Cada uno toma la suya y las alzamos levemente.

—¡Por los malditos veintiún años de Aitor! —exclamo mientras alzo el vaso y ellos me imitan.

Los cristales de las copas chocan entre sí y procedemos a tomar su contenido. No sé qué marca es, pero sabe buenísimo.

Aitor comienza a contar cómo ha sido su día junto a su familia, la cual está dividida en dos. Sus padres están separados, por lo que tuvo que elegir qué momento de su cumpleaños pasaría con cada uno, por lo que almorzó con su familia materna y cenó con su familia paterna. Nunca fue un problema para él la separación de sus padres, siempre lo tomó como algo normal, sin embargo ahora empieza a pesarle un poco el hecho de tener que hacer dos cosas completamente diferentes para que sus familiares no vuelvan a encontrarse.

La botella de champagne termina y Gaia, sin consultar, pide una ronda de tequila.

—Estás loca —digo sorprendido, a lo que responde encogiéndose de hombros.

Los tres shots de tequila llegan junto a una rodaja de limón encima de cada uno. Sopeso en tomarlo con rapidez, puesto que la última vez que consumimos esto todo se fue de las manos. Con decir que Aitor estuvo bailando sin camisa en la acera y Gaia volvió sin un zapato a la casa creo que basta.

Mi amiga toma un sorbo y luego sonríe con cierta picardía mientras me observa.

—Ben, ahora podrías hablarnos de tu día ¿No? —dice mientras alza las cejas en reiteradas ocasiones.

—Estuviste conmigo casi toda la mañana, creo que no hay nada para aportar.

—Claro que tienes para aportar —me guiña un ojo.

—¡Hey! ¿Qué pasó? Yo también quiero saber —pide Aitor tratando de parecer ofuscado ante la idea de que le estamos ocultando algo.

—Verdaderamente no sé de qué habla Gaia.

—Hablo de la chica a la que le agradeciste por haberte dado su dinero.

En este instante comprendo a qué se refiere mi amiga. Sonrío ampliamente.

—Aline —digo, provocando que mi amigo levante las cejas en

modo de asombro—. La chica que vimos en la clase de Stefano, el profesor que te presenté.

—¿La que parecía que se iba a romper algo y amenazó con romperte la cara?

—¿Ella amenazó con romperte la cara? —reímos ante la pregunta desconcertada de Gaia.

—Sí, fue una situación confusa —contesto antes de darle un trago a la bebida—- Hoy ha ido a pagar la mensualidad y le dije que gracias a su dinero mi familia come. En síntesis, le agradecí que me dé su dinero y a Gaia le pareció descortés.

—Claro que me pareció descortés ¿Cómo vas a decirle eso a una alumna de la academia de tus padres? Apenas llevas un día en tu gestión y siento que te sacarán de una patada en cualquier momento.

—A mí no me parece descortés, es más, siento que estuvo bien con lo que dijo porque fue sincero — no es anormal que Aitor me apoye solo para molestar a nuestra amiga.

—¿Ves que tengo razón?

—A los locos hay que darle la razón y, si eso quieres, te la daré —replica luego de rodar los ojos —. Aun así, por lo que pude verla es muy linda.

—¿Muy linda? Es preciosa, pero siento que tiene un carácter fuertísimo.

—Y bueno, amigo. Las más bonitas son las que tienen el peor humor.

—Yo no tengo malhumor y soy divina —claro que al decir eso Gaia echa su cabello hacia atrás como si estuviese en un comercial de shampoo.

—No desvíes del tema, inoportuna —Aitor bromea con ella picándole la cintura, cosa que a Gaia le da cosquilla—. Volvamos a lo de la tal Aline ¿Cuál es el problema?

—A simple vista, y por lo que pude conversar con ella cuando la llevé a su casa, se ha dado a conocer como alguien impulsiva y sarcástica. No quiero sacar deducciones, porque prácticamente no la conozco, pero con lo sucedido ayer y con cómo se tomó lo de hoy, se puede pensar que es muy malhumorada.

Sin embargo, y por más que me retenga a mencionarlo frente a mis amigos, es hermosa. Aline tiene un rostro de princesa, no hay por qué mentir, y su figura curvilínea deja impresionado a cualquiera. Tenerla frente a uno es como estar viendo a una modelo de las pasarelas más costosas del mundo.

Mis amigos me analizan y ríen ante el silencio que se produce luego de mis palabras.

—Te molesta todo eso, pero te tiene encantado. No mientas —aporta mi amigo.

Voy a responder, no obstante una nueva voz aparece en escena, la cual pronuncia mi nombre, y guiamos nuestras miradas hacia el lugar donde proviene el sonido.

A nuestra derecha se encuentra Lana con un vestido encuerado de color rojo. Posa sus manos en la cintura y me sonríe de una manera bastante afectuosa antes de volver a hablar.

—Hola, que coincidencia encontrarnos aquí ¿No? —dice al mismo tiempo que comienza a aproximarse.

—Sí, vaya coincidencia —respondo mientras examino a mis acompañantes, quienes deciden tomar sus tragos—. ¿Has venido a festejar que comenzaste tus clases de ballet?

—He venido con unas amigas para festejar que una se graduó —mira a mis amigos—. ¿Me presentas?

Quedo estático. Vaya, eso prácticamente es algo que no tendría la suficiente confianza para pedirle a alguien, pero no estoy para negarle tal derecho. Somos seres humanos y nos regimos a base de la socialización.

—Oh, claro —reacciono—. Él es Aitor y ella es Gaia. Chicos, ella es Lana, una estudiante de la academia.

Veo cómo es capaz de aceptar cordialmente la mano que le tiende mi amigo, no obstante, al momento que Gaia imita aquel movimiento, Lana lo recibe de una manera más reacia.

—Los dejamos solos —anuncia mi amiga al apenas terminar de saludar a la recién llegada.

Sin que me permita emitir palabra alguna, se acerca a Aitor y entrelaza sus brazos para encaminarse hacia otro sitio del bar. No me opongo al hecho de que se vayan, es más, permito que Lana

tome el lugar que ocupaba mi amigo.

—Parece que querían privacidad —murmura con un tono que, se me hace, pretende ser candente.

—Quizás. Han de tener cosas que hablar —dejo de observar cómo se instalan en una mesa alejada de nosotros y me fijo en mi nueva compañía—. ¿Cómo te ha ido hoy en tu nueva clase?

—Muy bien, tiene prácticas muy interesantes y me dan ganas de seguir aprendiendo.

—Eso es bueno —tomo todo lo que resta en mi shot, como si fuera mucho, y la miro—. ¿Quieres tomar algo? Yo invito.

—Claro, lo que tú pidas.

Asiento y paso a pedir otra ronda de tequilas. Lana parece impresionarse, mas no deja de dedicarme su mejor semblante, por ende me veo en la libertad de analizarlo. Tiene unos ojos bastantes picaros, en los cuales parece guardar muchas cosas, mientras que su nariz respingada luce más estilizada con el pequeño piercing de piedrita que tiene y, centrándonos en lo más voluminoso, sus labios lucen de muerte con ese color rojo intenso.

Seamos sinceros, es una belleza.

Mientras esperamos que nos sirvan nuestro pedido, ella saca cualquier tema de conversación referido a lo que se puede observar a nuestro entorno. Hablamos del lugar, lo bien que luce y cuántas veces hemos concurrido.

—O sea que acostumbras a salir —dice mientras apoya los antebrazos sobre la barra.

—No soy un noctambulo, sin embargo a veces me gusta salir con mis amigos. Antes quizás era más seguido porque ellos no tenían tantas obligaciones ¿Tú?

—Yo sí, bueno, más o menos. Trato de controlarme para que no me distraiga tanto de la danza, mi madre está obsesionada con que tenga un buen pasar con esto y que, en un futuro, pueda tener una carrera a base del baile.

—¿Y se te da bien?

—Digámosle que sí.

La charla avanza y se hace más fluida. Los temas referidos a los intereses de cada uno salen a relucir y poco después ella comenta

qué es lo que le apasiona en la vida, lo cual se resume a la danza y la moda. Son cosas buenas, es decir, cada uno con sus gustos. Al momento que me lo pregunta a mí, bueno, básicamente no tengo mucho para decir porque estoy en plena organización de lo que quiero que sea mi vida.

De pronto volvemos a tomar unos nuevos shots, los que pertenecen al cuarto pedido que hacemos, y me siento un poco acalorado. Puedo sentir que está haciendo efecto en mi sangre porque estoy un poco mareado. Solo un poco. Supongo que a Lana estará ocurriéndole lo mismo.

—¿Tu novia qué dice sobre el hecho de que estés aquí? —cuestiona a la vez que chupa la rodaja de limón que traía el shot.

—No tengo novia, nunca he tenido. Siempre me centré en otras cosas y, siéndote sincero, como que me olvidé de eso —se desternilla y la acompaño por unos segundos—. ¿Y tú?

—¿Yo? No, los noviazgos y compromisos no son lo mío —esboza una sonrisa ladeada.

Oficialmente estamos en presencia de ese tipo de chicas completamente hermosas que lo único que hacen es mostrarse dulces, sonreír y enloquecer a los hombres para luego negarles una oportunidad. Se nota en ella aura rebelde y atrevida que tiene, me gusta.

—Eres muy joven y bonita para tomarte en serio una relación —es lo que digo y al segundo me replanteo si estuve bien.

Evidentemente no estoy conectando tanto mis neuronas.

De pronto su mano se posa sobre la mía por encima de la barra, me acaricia sin recato y suspira profundamente.

—Lo mismo digo por ti —replica y relame sus labios—. La sociedad actual está muy convulsionada para sumirnos en relaciones estables.

Creo que mi cuerpo empieza a tener una reacción a sus palabras junto a sus gestos. Esa reacción es muy indecente. Ella, claramente, está coqueteándome y no soy quién para negarme a los halagos de tal hermosura.

—¿Por qué crees que la sociedad está convulsionada? —pregunto, tratando de hacerme el desentendido. Aproxima su cuerpo

de manera que nuestros rostros están separados por pocos centímetros de distancia.

—Cada día la gente está más loca, más fuera de sí —responde a la vez que mira mis labios—. Solo unos pocos somos los que sabemos valorar los momentos y disfrutar de los instantes que no pueden desperdiciarse.

—Puedes que tengas razón —trago en seco al decir aquello, puesto que sus intenciones están siendo mucho más claras y no creo estar preparado para liarme de manera tan directa con una alumna en el primer día de mi gestión.

Estoy ebrio, pero no lo suficiente como para faltarle respeto a la confianza que me han dado mis padres.

De pronto escuchamos cómo una voz chillona emite su nombre por encima de la música. Al mirar hacia el sitio donde provino el grito, nos topamos con una chica de cabello castaño y un vestido verde que deja poco a la imaginación. Está llamando a Lana, que supongo es su amiga, con la mano para que se acerque.

—Creo que debo irme —dice con cierto desgano—. Me ha encantado compartir tragos contigo, ojalá vuelva a repetirse.

—Lo mismo digo —le guiño un ojo y obtengo la misma respuesta. Podría sobreentenderse esta situación.

Se aproxima a mí y pasa a depositar un beso en mi mejilla. No se separa, sino que se detiene antes de proseguir para decir algo.

—Que andes bien —dice pegada a mi oreja y siento cómo su aliento en mi piel me hace erguirme en mi postura.

Finalmente se aleja de mi cuerpo y se encamina hacia su amiga. No se da la vuelta para volver a mirarme, por lo que veo cómo su cuerpo va desapareciendo entre el tumulto de personas mientras puedo apreciar su cabellera rubia caer por su espalda hasta casi llegar a la cintura.

He pasado buenos minutos junto a Lana. Ha demostrado ser divertida, amable y, sobre todo, atrevida. Me gusta que las personas se presenten tal y como son, es mucho más confiable. A eso hay que sumarle que tiene una sonrisa encantadora, la cual hace un juego perfecto con sus ojos, ni hablar de sus candentes cur

vas. Sí, soy un descarado al estar fijándome tanto en los detalles, pero, vamos, soy hombre y lo único que podemos hacer nosotros es destacar cuánto nos gusta lo sencillo.

Fue tan directa que me dio indicios de que sus intenciones se trasladarán a un futuro, es decir, que los jugueteos podrían estar apenas comenzando y recién nos conocemos. Que interesante podría ser eso.

Me reincorporo en mi postura para ir en búsqueda de mis amigos, pero al verme incapaz de poder hacerlo –de otra forma podría terminar cayéndome redondo al suelo-, decido tomar mi teléfono y marcar el número de Gaia para que ellos sean los que vuelvan a acercarse a la barra.

Princesa con aroma a primavera

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