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5. TECNOLOGÍA
ОглавлениеAcabamos de decir que la globalización económica se sustenta en las nuevas tecnologías, en la red de redes y en la digitalización. La tecnología por lo tanto es un elemento esencial de la regulación económica que, con independencia de que el sector tecnológico sea en sí mismo objeto de regulación, reproducirá las tensiones generales que ahora estamos resumiendo. La tecnología modifica la regulación al alterar paulatinamente la forma de nuestro pensamiento, en particular el pensamiento jurídico. ¿Cómo, con qué intensidad, en qué dirección? Si no queremos ejercer de augures, por más interesante que resulte atisbar lo que se avecina, no es fácil responder a estas preguntas mientras estamos vadeando la corriente. El hecho indiscutible es en todo caso, que la tecnología está transformando el mundo y también, por lo tanto, el Derecho en general y la regulación económica en particular. El dato es importante en sí mismo, por otro lado, si tenemos en cuenta que una de las consecuencias de la actual crisis sanitaria, que al parecer concita el consenso de las variadas prognosis que nos acosan, es la acelerada y definitiva digitalización de la economía mundial y de nuestras propias vidas. Aunque todavía no sepamos mucho más, al margen de los alaridos comer-ciales, sobre cómo y con qué consecuencias, porque lo estamos empezando a pensar, la advertencia tiene suficiente entidad en sí misma en este caso.
Hagamos solo un apunte, relativo a los conflictos en la nueva frontera tecnológica entre juristas y máquinas. ¿La inteligencia artificial, acelerada con la futura explosión de la computación cuántica, va a sustituir de raíz a la inteligencia humana, no solo a servirle de instrumento como hasta ahora, sino a sustituirla? Volvamos al ejemplo, extremo pero didáctico, de la pena de muerte; si tuviéramos la desgracia de ser procesados en una jurisdicción donde esté vigente la pena de muerte ¿preferiremos que nos juzguen una mujer o un hombre de carne y hueso o que lo haga una máquina en función de tal o cual algoritmo? ¿Quién, cómo y bajo qué clase de controles diseñará el algoritmo juzgador? Quis custodiet ipsos custodes ¿Quién vigilará a los vigilantes? La pregunta formulada por Juvenal sigue abierta y demostrando, dicho sea de paso, que la pretendida superioridad de la tecnología queda un tanto desvaída, si consideramos la fecha en que la pregunta, siempre vigente, se formuló.
Trasladada a nuestro asunto la pregunta sería: ¿La evidente complejidad de la regulación económica se resolverá sin más y para siempre gracias a la inteligencia artificial aplicada a esta?
De momento, ciñéndonos a los hechos, lo único cierto es que el Parlamento Europeo publicó un comunicado donde se recopilan las nuevas propuestas de legislación para la Comisión en materia de inteligencia artificial, respondiendo a los criterios contenidos en el Libro Blanco sobre la inteligencia artificial de la propia Comisión y abordando los riesgos que presenta el uso de esta para los derechos fundamentales, la seguridad o la privacidad de los ciudadanos de la Unión.
La primera de las directrices que un grupo de expertos propuso a la Comisión Europea19 y esta asumió fue, precisamente, la de la acción y la super-visión humanas. El problema es que el seguimiento y la supervisión humanas no se contemplan aún específica y suficientemente en la legislación, aunque como decimos el Parlamento Europeo20 esté dando ya los primeros pasos en esa dirección.
Debe advertirse que estas preguntas o inquietudes suelen tildarse de enemigas de la tecnología y del progreso, pero no deja de ser es una alegación falsa y, casi siempre, maliciosa. Son preguntas oportunas y de sentido inverso al que pretenden los críticos. El prodigioso avance tecnológico que los humanos hemos sido capaces de impulsar y de crear no genera recelo sino orgullosa admiración. La preocupación surge cuando las personas sentimos que la tecnología nos trata como masas despersonalizadas y no como individuos. La preocupación surge cuando percibimos la potencial deshumanización del uso de las tecnologías y la pulsión, bien humana por cierto, para convertirlas en meros instrumentos de dominación. Así pues, la tecnología es un logro prodigioso pero nuestra admiración decae rápidamente si su uso se deshumaniza. El corolario es que la regulación económica, que necesita la tecnología para comprender y gestionar mejor realidades complejas y multifacéticas, no puede conducirnos a una sociedad amoral y deshumanizada. Esto depende de nosotros y plantearlo no es oponerse a la tecnología y al progreso, sino todo lo contrario, es querer aprovechar el avance tecnológico para progresar también moral y humanamente. Lo que es propio de cualquier regulación económica que se precie.