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EL PENSAMIENTO POÉTICO arrastra mucho polvo viejo. Ya las metáforas existían antes de que el mundo apareciera como tal. Una esfera brillante, el ojo del universo: la mirada de Dios y todos los secretos que guarda aún en estos tiempos de tantísimos libros, unos legibles, otros insoportables, como éste, que no es libro y que es insoportable.

No deja de ser un ejemplo la pesquisa realizada por Mairena, quien citado por Miguel Casado afirma: «En la gran ruleta de los hechos es difícil acertar, y quien juega suele salir desplumado. En la rueda más pequeñita de las razones, con unas cuantas preguntas se hace saltar la banca de las respuestas. Por eso damos nosotros tanta importancia a las preguntas. En verdad, ésa es la moneda que vuelve siempre a nuestra mano».

Las palabras ruedan en medio de las tribulaciones de quien las usa. Un poema no es más que un milagro cotidiano, porque éstos ya son normales, tan comunes algunos que no asombran. Todo poeta tiene su horario. No obstante, como escribe Roberto Juarroz: «Tal vez la poesía nos salve todavía del infierno de los habladores profesionales». Y, en efecto, hay mucha poesía habladora, pero además, profesional. Atizada por los remilgos y hasta por la falta de nervio, de la neuralgia propia de quienes deberían sentirla temblor y conmoción.

De allí que la metáfora, esa efigie que aún mira de frente, siga su trayecto en poéticas anémicas, desvinculadas de la sangre, de los huesos, del semen y el orgasmo de la nocturnidad verbal. Quién puede decir algo en contra de la aforística presencia de Mairena, si, precisamente, ese rostro oculto de Machado no es más que un aforismo: son conciencias reveladas, preparadas para infundir poesía, para mitigar los conceptos elegidos por cierto facilismo.

Poesía cataléptica, osada, más bien poema, «artefacto», máquina de descontar sueños. Idea en la que Octavio Paz pasa y repasa sus horas.

—También el silencio es un poema. Contradicción que admite el hecho de que en el silencio también hay palabras, arguye Montejo.

—El pensamiento poético está por detrás de las palabras. ¿Cómo sabemos de la presencia del pájaro o del asesino en el momento de poner el huevo, el primero, o de clavar la puñalada, el segundo? Habrase visto ave que apuñale o criminal que empolle, bromea Barroeta.

El nervio poético

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