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EN LA PUERTA DEL BAR coinciden de nuevo. Traen sendos paquetes. Al mismo tiempo echan los bultos en los botes de basura de la entrada del establecimiento. Ropa vieja, antiguos periódicos quedan a la orden de unas moscas que se pelean los restos de comida del restaurante vecino.

Se saludan, pero no sonríen. Saben a qué vienen. Saben que el siglo se borra de sus manos. Saben que en cualquier momento pasará un viento, una nube…

—Mira quien está allí, Vicente.

—Carajo, qué bueno. Nuestros duendes saben fabricar sorpresas.

Entonces Gerbasi abre los abrazos como un padre feliz. Y los recibe. Y se sientan los tres en aquel bar que ya no recordamos, porque la memoria pasó a otro plano.

—Hemos venido a posarnos en tu nube, bromea Pepe.

—Acabo de despedir a unos ángeles medio borrachos, revoltosos los zánganos, y han caído, según me han informado, en la cabeza de Cadenas. Dudo que Rafael los pueda atender. Pero bueno, ustedes pueden estarse un rato posados en ella.

La carcajada de Vicente Gerbasi arropa la de los recién llegados, quienes han pedido para beber, pero Gerbasi ordena la botella que le tiene guardada el mesonero.

—La del otro día… claro, chico… esa misma.

Entonces liban hasta muy tarde.

Sobre la cabeza del hijo del inmigrante una nube relajada y graciosa amenaza con cubrirlos de nieve.

Vicente canta. Eugenio y Pepe cierran los ojos y piensan en unos gansos azules sobre el lago de Ginebra.

El silencio se adueña del lugar. El poeta de Canoabo se mira las manos y lee desde su interior estas palabras:

Si alguien me llama

digan que no estoy.

Ando por las olas del mar,

sí, ya de noche,

por ese mar de hojas de luna,

por el sonido con que

embrujé el mar,

por la lejanía

en el sonido marino de la mar.

Si alguien me llama

digan que estoy solo

con el mar.

Unas lágrimas brotan del silencio del viejo poeta. Sin embargo, sonríe.

—Ah, Consuelo, Consuelo, la tierra…, dice, para de nuevo volver los ojos a las manos.

Los vasos se alzan. El boulevard se mueve con la gente, con la poca gente que queda bajo el clima nocturno. Afuera la tierra gira con su eje oxidado.

El nervio poético

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