Читать книгу El nervio poético - Alberto Hernández - Страница 12

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HANNI OSSOTT SE DERRAMA con el poema. Ella se lee en su verso angustiado. Se indaga, se limpia el cuerpo. Hace un poema de un ensayo. Ensaya y se hace huesos de las imágenes que usa, las que invoca para derramarse. Muchas fueron las experiencias que llevó en los textos. La de la mística, la del éxtasis, las del cuerpo aterido, enfermo y sano, distante.

—¿Quién puede recoger los restos de sus palabras, las que nos quedaron grabadas sin necesidad de oírlas?, se pregunta Montejo.

—Si la leemos, podríamos volver a Hanni y encontrarla, aun en la Muerte:

Los hombres se van

como a pedazos

de a ruinas

de a despojos.

En silencio pulsan

golpean

hacen ruido

hacia una nada

hacia un silencio.

Los hombres muerden y contraen

violentan

activan

atrás, siempre atrás

hacia nada.

—En nosotros la encontramos, porque lastima profundamente nuestra propia ausencia. El poema fenece con la palabra al ser pronunciada, pero se hace visible y presente en el nervio, en el temblor de quien lo creó. Se traduce con los personajes, con el personaje que no nombra, dice Montejo.

—El poema es entonces, pronuncia Pepe.

—Sí, queda en suspenso, como la misma muerte: Montejo.

—En un poema, la muerte es sólo reflejo: Barroeta.

—O el reflejo es la muerte en la respiración del poema: Montejo.

—La muerte es una honda respiración: Barroeta.

—Como el poema, profundo: Montejo.

El nervio poético

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