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—CADA POEMA ES ÚNICO. En cada obra late, con mayor o menor grado, toda la poesía. Cada lector busca algo en el poema. Y no es insólito que lo encuentre: Ya lo llevaba dentro, lee con fluidez Eugenio Montejo mientras la luz del día se derrumba sobre la ventana y Pepe Barroeta rescata de su garganta una leve afirmación.

—En efecto, Octavio Paz lo sabía y por eso nos regaló la reflexión. El poema es parte de nuestros huesos. Somos orgánicamente pura poesía. Siempre la llevamos puesta. Un poema nos alimenta, pero también nos consume, dice Pepe con Cabeza de insomnio.

El sueño responde a la necesidad del lector. Barroeta mira por una ventana. La cordillera de los Andes le enseña la lección cotidiana: el cielo cada día está más bajo. Alguien lo amarra a la tierra. Una voz interior lo empuja a someterse a su propio inventario poético:

En mi ventana el fantasma de Aquiles

come helados

mastica con placer hojuelas frescas de

maíz.

Ha cambiado su traje de guerrero por una

ancha camisa

por un blue jean

por unos gruesos zapatos de goma altas

y trenzas enormes.

Va peinado con una larga melena

echada hacia atrás.

Con anteojos de sol su rostro parece ausente

De cualquier batalla.

(…)

Su lugar es el ventanal de un paisaje

de montaña

que el fuerte Aquiles confunde con velámenes

y con el mar de Grecia

con los ojos de los soldados que ganaron

y perdieron Troya

que marcharon a un mundo donde la valentía

el coraje y la audacia no detienen el fin de la vida (…)

El huésped del poeta oculto entre las hojas de su espíritu sale a Mérida: recorre las calles ajustado al clima de la ciudad. Mira las montañas y añora su tiempo pasado, la tierra árida pero habitada por hombres audaces, llenos de ira contra los dioses, mientras en lo alto alguien respira el azul del universo.

Pero la vida ya no tiene más días. El que mira por la ventana, el que imagina a Aquiles, tiene los días contados, tiene las horas marcadas en la palma de las manos. Tiene la mirada última puesta en las alturas rocallosas de su tierra. Algo le dice que hay otra tierra, que será huésped del último poema recogido con el cuenco del dolor aquel Enero -4 y 30 A.M.:

Pasó el año nuevo

y reventaron los pulmones.

En mi pared bronquial

con arquitectura parcialmente alterada

por neoplasia maligna epitelial

las células se disponen en nidos y cestos

fragmentando el sonoro tejido de la noche.

Soñé contigo.

Nos tendieron desnudos en la mesa de

la Lección de Anatomía.

No pudieron arrancarnos las nubes del cuerpo

la luz del año nuevo parecía un escalpelo

en tu vesícula.

Dormí entre tus cuernos y el día

esperando el roce de las gaviotas.

Tan lejos como estamos del mar

a la hora de los imponderables

vienen siempre un oleaje y un mascarón de proa

para que soltemos las amarras.

Arriba donde el huracán hala

soy tu cadáver

el gran ocio.

Entre tus litorales y el miedo hermafrodita

el epitelio del sexo en alta mar

erecto y en enjambre.

El nervio poético

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