Читать книгу El nervio poético - Alberto Hernández - Страница 21

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EL MAR DE LISBOA va y viene en los ojos del hombre que advierte la presencia de Güigüe en la mirada perdida. Sabe que puede recordar cada nombre, que las palabras no se desgastan ni se repiten a diario, que los rostros cuarteados de la muerte pueden regresar en medio de la sal y la arena. Pero también sabe que un poema, una oración o una voz pueden hacer posible el milagro de regresar a los ausentes, a los que se han marchado o perdido en la memoria.

Eugenio Montejo está sentado frente a Occidente. El siglo XX se muerde los talones en la marea que ha comenzado a alterar el ánimo de las gaviotas.

Voltea y mira la ciudad despejada de neblina. Siente los pasos del poeta que nombra con frecuencia y ha hecho de su vida parte de la de él. ¿Cuántos pasos tiene que dar para llegar al sitio donde lo espera Pessoa? ¿Cuántos sonidos venidos del misterio serán posibles para que pueda adentrarse en el laberinto de un texto que ahora recuerda y deja correr en el lomo de un cangrejo? Sonríe al ver al animal caminar de lado. Sonríe al darse cuenta de que ese detalle también es parte de la existencia. Sonríe al saberse dueño del mundo en medio del silencio sólo alterado por el sonido marino. Se levanta y camina hacia un kiosco a cuyo dependiente pide una cerveza. Mira de nuevo el mar. Recuerda a Pepe, enfermo. Recuerda a Pepe vivo en Mérida. Se revuelve en los recuerdos, en la memoria viajera.

Con los labios juntos pronuncia lo que desde hace rato ha querido pronunciar:

También de ti se irá Lisboa,

es decir, ya se fue, ya va muy lejos,

con sus colinas de casas blancas,

los celajes de Ulises sobre sus piedras

y la niebla que va y viene entre sus barcos (…)

Limpia los cristales de los anteojos y abandona la costa.

El nervio poético

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