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Capítulo 28

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Amaury a Antonia

«Anoche, Antoñita, tenía que velar su tío; pero, aunque a mí no me tocaba hacerlo, no pude conciliar el sueño ni por un instante.

»Creo que en cinco semanas no habré dormido en junto unas cuarenta y ocho horas. ¡Gracias a que muy pronto descansaré por toda una eternidad!

»Hoy, cualquiera que viese mi rostro demacrado y mi frente rugosa, no reconocería en mí, a aquel joven apasionado, alegre, lleno de vida y henchido de esperanza hace dos meses. Estoy aniquilado, envejecido; en cuarenta días he vivido cuarenta años.

»Viendo que no podía dormir, esta mañana me he levantado a las siete y he bajado cuando el doctor salía del cuarto de su hija. Casi no me ha visto. Parece dominado por una idea fija y en seis semanas no ha añadido una palabra al diario en que siempre ha apuntado los sucesos culminantes de su vida.

»Transcurren ahora los días lentos y tristes, sin acontecimientos que vengan a romper la monotonía del dolor. Al día siguiente de la recaída de Magdalena, escribió su padre:

»¡Ha recaído!

»Y nada más… ¡Oh! ¡De sobra sé lo que tendrá que escribir después de esas dos palabras!

»Le detuve al pasar y le pregunté por Magdalena.

»—No está mejor, pero ahora duerme—contestó con aire distraído, casi sin mirarme.—La señora Braun está haciéndole compañía; yo voy a preparar el medicamento.

»Desde la noche del baile, el doctor ha convertido su habitación en farmacia, y todas las medicinas las prepara él por sí mismo.

»Quise dirigirme al cuarto de Magdalena, pero él me detuvo diciéndome estas palabras:

»—No entres: se despertaría.

»Y siguió su camino sin preocuparse más de mí, con la frente baja, la mirada fija y un dedo sobre los labios, absorbido su pensamiento por una idea exclusiva.

»Yo, no sabiendo qué hacer hasta que Magdalena despertase, ensillé a Sturm y salí a dar un paseo. Llevaba un mes confinado en la casa y necesitaba respirar el aire libre.

»Al llegar al bosque y cruzar la Avenida de Madrid, vino a mi mente el recuerdo de un paseo que hace tres meses hice en circunstancias bien distintas. Pisaba yo aquel día el umbral de la felicidad, mientras que hoy me encuentro al borde de la desesperación más profunda.

»Aún no ha entrado el otoño, y ya empiezan a desprenderse las hojas. El estío ha sido muy riguroso, cálido y seco, sin brisas templadas ni refrescantes lluvias, y la próxima estación parece anticiparse como si desease marchitar y aniquilar las flores de Magdalena.

»Eran poco más de las diez, hacía una mañana fría y nebulosa, y aun así me pareció que había en aquellos sitios excesiva concurrencia. Fuime hacia Marly y a las once volví a casa, rendido por el cansancio y la pena. Sin embargo, pude observar que la fatiga corporal es casi siempre un alivio para los dolores del alma.

»A la sazón acababa de despertar Magdalena.

»¡Pobre amor mío! Ella no sufre: se muere poco a poco, sin advertirlo siquiera.

»Me ha reñido por mi prolongada ausencia, diciéndome que ha pasado mucha inquietud, mientras yo falté de casa. Pero de usted nunca me habla. ¿Cómo se explica ese silencio, Antoñita?

»Me acerqué a su cabecera y procuré excusarme diciéndole que había salido porque creí que dormía.

»Interrumpiéndome, me dio a besar su mano abrasadora y luego me suplicó que le leyese algunas páginas de Pablo y Virginia.

»Precisamente fui a abrir el libro por el pasaje donde se describe la despedida de los dos niños. Mientras leía costábame gran trabajo el reprimir los sollozos que me ahogaban.

»De vez en cuando entraba el doctor a ver a su hija y en seguida se marchaba, con aire preocupado. Reñíale cariñosamente Magdalena, al verle tan cabizbajo; pero él no la escuchaba ni le contestaba. No parece sino que a fuerza de estudiar la enfermedad ha acabado por no ver ya a la enferma. A última hora ha vuelto a entrar para administrarle un calmante, y después de recomendarle un reposo absoluto, me ha hecho salir con él para dejarla descansar un rato.

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